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Vino de Asturias a los 9 y a los 86 fue distinguido por la heladería que fundó: “Todo lo aprendí en este país que me abrió las puertas”

“Estoy muy orgulloso, es un lindo reconocimiento. El trabajo incansable da sus frutos”, confiesa Agustín Arnaldo, de 86 años, con una sonrisa que deja en evidencia su felicidad. Su heladería...

Vino de Asturias a los 9 y a los 86 fue distinguido por la heladería que fundó: “Todo lo aprendí en este país que me abrió las puertas”

“Estoy muy orgulloso, es un lindo reconocimiento. El trabajo incansable da sus frutos”, confiesa Agustín Arnaldo, de 86 años, con una sonrisa que deja en evidencia su felicidad. Su heladería...

“Estoy muy orgulloso, es un lindo reconocimiento. El trabajo incansable da sus frutos”, confiesa Agustín Arnaldo, de 86 años, con una sonrisa que deja en evidencia su felicidad. Su heladería este año cumplió seis décadas, y la Asociación de Fabricantes Artesanales de Helados y Afines le entregó una distinción especial por su trayectoria. En Zona Norte su apellido es sinónimo de helado artesanal y tradición. Detrás del mostrador, su lugar en el mundo, Don Arnaldo recuerda los orígenes de su emprendimiento familiar. “Soy un inmigrante español. Todo lo aprendí en este país al cual le agradezco que me haya abierto las puertas”, dice emocionado.

Agustín Arnaldo nació en 1939 en Aldea Cuevas, un pequeño poblado montañoso del Ayuntamiento de Belmonte de Miranda, en el corazón de Asturias, España. De niño transcurrió su infancia entre vacas, ovejas, cerdos y huertos, en una economía rural de subsistencia donde el trabajo comenzaba al amanecer. “Trabajé de muy pequeño. Yo me encargaba de las ovejas: las sacaba a los montes y luego las guardaba”, recuerda. En 1948, con apenas nueve años, embarcó junto a su madre María en el “Cabo de la Buena Esperanza”, en Cádiz, rumbo a Buenos Aires. Diecisiete días de travesía lo separaban de una nueva vida repleta de oportunidades.

“Dependíamos de la gente que iba a pasear los fines de semana al río”

El jovencito que pastoreaba ovejas en los montes de Asturias se convirtió pronto en cadete de la farmacia Boeri y Gentile en el barrio de San Telmo. Más tarde, también en la tintorería Casa Villanueva. “En estos trabajos hacía tareas de cadete de limpieza y mandados”, relata, quien a los 16 años ingresó a una empresa como ayudante de contador. Además, en plena temporada de verano vendía café en la playa popular Punta Iglesia. Cada nueva oportunidad laboral que se le presentaba la aprovechaba con gran entusiasmo. Sin embargo, el destino le tenía reservado un dulce camino.

Agustín siempre fue un emprendedor nato y en 1959, junto a su madre, abrió un pequeño despacho de pan en Avenida Libertador 274, en Vicente López. En ese entonces, el dueño que les alquilaba el local les sugirió sumar la venta de helados. Él escuchó atentamente el consejo y se anotó en un curso de elaboración de cremas heladas artesanales que dictaban en la empresa SIAM (que fabricaba máquinas de helados). Allí descubrió un mundo nuevo que lo apasionó. Un año más tarde, comenzaron a ofrecer sus creaciones con sabores clásicos: crema, chocolate, frutilla, limón y dulce de leche. Arnaldo recuerda que los comienzos no fueron fáciles: “La ubicación no era muy comercial, pues a pesar de estar en la Avenida del Libertador, la zona no estaba concurrida durante la semana. Dependíamos de la gente que iba a pasear los fines de semana al rio”, cuenta.

En 1965 llegó el gran salto con la inauguración de su primera heladería “Sorrento” en Vélez Sarsfield 4690, en pleno centro comercial de Munro. “Empecé elaborando los helados muy artesanalmente y también despachando. Hacíamos todo en familia: elaboración, limpieza y venta. Disfrutaba mucho viendo cómo concurría la gente al local. Al ser una zona muy comercial tuvimos buena llegada a nuestros clientes. En esa época Munro era el segundo Centro Industrial de la provincia de Buenos Aires junto con Avellaneda”, rememora. 

Con el boca a boca, el comercio comenzó a crecer y sus helados se convirtieron en un emblema de la zona. Años más tarde, se mudaron a su ubicación actual: Vélez Sarsfield 4621, Munro. “Fue muy gratificante poder comprar ese local. Pasamos de uno de 30 metros cuadrados a otro de dos plantas de 400 metros cuadrados”, relata. En la década del 90, Sorrento pasó a llamarse “Arnaldo” en honor a su apellido, que ya pisaba fuerte en el barrio y alrededores. Con el éxito en Munro continuaron expandiéndose, pero siempre por Zona Norte y sin perder su esencia artesanal. Así llegaron las sucursales de Olivos y Martínez. También atravesaron desafíos como un fuerte incendio que casi deja en ruinas la fábrica. “Reconstruimos el local con nuestros empleados, amigos, familiares y la ayuda de algunos albañiles”, detalla.

“Estuve 55 años detrás del mostrador”

Hoy, a sus 86 años, Agustín se mantiene activo en el negocio. Este es su gran motor. “Estuve 55 años detrás del mostrador de Munro, lo dejé tras la pandemia. Ahora hago tareas administrativas”, dice. En el presente, sus hijos Luis, Omar y María, llevan adelante la empresa. Recientemente, ya se incorporó la tercera generación con su nieto, Ignacio.

Luis, el hijo mayor, comenzó a trabajar desde joven en la heladería. “Arranqué a los catorce años. Mi familia había hecho un gran esfuerzo para comprar el local propio y todos debíamos colaborar. Con Omar, mi hermano menor, nos ocupábamos de la elaboración y atención al público. Y María de la parte contable. Mi madre Carmen trabajaba a la par nuestra”, expresa. De su infancia en el negocio recuerda, con lujo de detalles, las largas jornadas en la época de las Fiestas. “Trabajábamos sin parar. Los 24 de diciembre cerrábamos a las doce de la noche, cenábamos en las mesas del local y a las dos de la mañana del 25 mi padre y yo comenzábamos a fabricar helados sin dormir hasta las ocho de la mañana, que era cuando venía el reemplazo. Mientras tanto, mis hermanos junto a mi madre y algunos empleados abrían a las nueve de la mañana del 25 el salón de ventas. Las últimas dos semanas del año eran extenuantes. Aún lo son hoy”, reconoce, quien continuó con el oficio y las recetas de su papá. Su relato está lleno de imágenes cotidianas: su madre reemplazándolo para que pudiera descansar un rato, los hermanos despachando vasitos, los clientes llegando con pan dulce bajo el brazo. “Las heladerías abren los 365 días del año y rara vez se tiene un día completamente libre”, agregó, entre risas.

El legado más valioso, los 50 sabores y el reconocimiento

Ese espíritu de trabajo, humildad, respeto y honestidad fue el legado más valioso que su padre les inculcó. “Es lindo este reconocimiento al gran esfuerzo que ha hecho mi familia durante toda la vida. También es una responsabilidad seguir vigentes después de 60 años. Siento un profundo agradecimiento a nuestros clientes por todo este tiempo eligiéndonos”, suma Luis.

En Arnaldo actualmente tienen 50 sabores. En el podio de los clásicos de todos los tiempos no pueden faltar la crema americana, el chocolate, dulce de leche, sabayón, dulce de leche y limón. El pistacchio, dulce de leche granizado, mascarpone, chocolate amargo y Kindovo (con el sabor del clásico huevo Kinder) son algunos de los más solicitados. También se mantienen actualizados con las últimas tendencias: recientemente lanzaron el chocolate Dubai, y resultó un éxito indiscutido. “Hay para todos los gustos y el mejor es el que le gusta a cada cliente”, opina quien considera que un buen helado artesanal tiene que ser elaborado con ingredientes naturales y la mejor materia prima: leche, crema, azúcar, frutas y chocolates.

“¿Cuál crees que es el secreto para mantener a su fiel clientela por 60 años?”, se le pregunta. Sin dudarlo, afirma: “calidad, variedad, precio y servicio. Trabajamos con amor y respeto por los clientes. Ellos son el capital más grande que tiene un negocio”.

La fiel clientela es una parte fundamental de esta historia. Muchos los siguen desde el primer día e iban de la mano de sus padres o abuelos, y hoy llevan a sus propios hijos a saborear sus cucuruchos. “En el barrio siempre me cruzo con los vecinos que me recuerdan de cuando eran chicos”, dice Agustín con emoción. Cada local se volvió un punto de encuentro: hay parejas que comparten un ¼ kilo; niños que saborean sus primeros sabores de fruta al agua y abuelos que mantienen el ritual con sus sabores de otra época como la crema rusa o quinotos al whisky.

También se han acercado figuras del arte, deporte e intelectuales. Desde Roberto “El Polaco” Goyeneche; César Mascetti, Arnaldo André, Gonzalo Heredia, Miguel Ángel Rodríguez, Paulo Vilouta y el cantante Michael Bublé. Y políticos como Jorge Macri y Gustavo Posse.

“Estoy muy agradecido a esta zona por haberme dado la posibilidad de crecer”, remata Agustín Arnaldo con una sonrisa, y recomienda probar un vasito con sus sabores predilectos: chocolate amargo y mousse de limón.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/vino-de-asturias-a-los-9-y-a-los-86-fue-distinguido-por-la-heladeria-que-fundo-todo-lo-aprendi-en-nid25112025/

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