Victoria Liendo: “Los mejores escritores que hemos tenido y tendremos se ubican más a la derecha que a la izquierda”
De 2007 a 2020, Victoria Liendo (Buenos Aires, 1981), que acaba de publicar su primera novela, Besos, no (Emecé, $ 29.000), vivió en París como estudiante de doctorado, profesora e investigadora...
De 2007 a 2020, Victoria Liendo (Buenos Aires, 1981), que acaba de publicar su primera novela, Besos, no (Emecé, $ 29.000), vivió en París como estudiante de doctorado, profesora e investigadora de las obras de Victoria Ocampo y Witold Gombrowicz (su tesis versó sobre ambos autores). En París se enamoró de quien fue su marido, el profesor y escritor Charles Coustille, que semanas atrás, en Francia, presentó también su primera novela Bilan de compétences, en la editorial Grasset.
Desde la dedicatoria, a “CCC”, la novela de Liendo opera como un roman à clef, una novela en clave donde concurren factores eróticos, culturales y generacionales, y personajes que podrían coincidir con personas de la vida real. Está ambientada en París y en Buenos Aires.
La autora, hija del abogado Horacio Tomás Liendo, uno de los creadores de la convertibilidad en la década de 1990 y exdirector del Banco Central, trabaja como editora en la revista digital Seúl, donde publica el newsletter La aventura interior. Mercedes Güiraldes, directora literaria del Grupo Planeta, la invitó a publicar en el sello Emecé su debut novelesco, que la autora trabajó con su amiga, la escritora María del Carril (“es paquetísima y brillante”, dice). El profesor Julio Premat fue el que le dio la idea de hacer un libro usando fragmentos de su “experiencia francesa”.
“Mi madre me puso Victoria por Ocampo; me enteré hace poco. Aprendí a leer a Victoria Ocampo en esos libros que, como eran de mi madre, no me parecían que fueran de alguien importante”, revela la autora a LA NACION, en su departamento en el barrio de Palermo. “Mi casa está organizada de esa manera: los hombres son los intelectuales y las mujeres somos bárbaras, pero no levantamos la cabeza; nosotras, no, ¡ellos!”, remarca con humor. Es madre de un hijo: Theo (“La hache es por Horacio, mi padre, la fuerza silenciosa”, cuenta con arrobo).
Es la primera mujer de su familia que publica un libro. “Me dediqué a la literatura toda mi vida, abrir el Word para mí es oxígeno, pero nunca pensé en publicar un libro. Nunca fue un objetivo, ni tampoco entendía bien qué es lo que producen los libros en la gente, esa locura que les da, esa importancia que les acuerdan, fuente de envidias y resentimientos, de admiraciones e idolatrías. Pero cada vez lo entiendo mejor: los libros son muy poderosos”.
“Escribí toda mi vida, siempre”, afirma y señala una pila de cuadernos y libretas con sus diarios. “¡Tengo tantas vidas para contar! Tiemblan los que me conocen”, bromea.
-¿Qué representa entonces que tu primera novela esté basada en hechos reales?
-¿Hasta qué punto puede la ficción prescindir de esos guiños y correspondencias con la materia vivida? ¿Me interesa un libro, una canción, una escultura, si no guardan algo que alguien haya atravesado en carne propia? Como dice Pablo Maurette, ganador del Herralde, de su última novela: “Todo es verdad y todo es ficción”. Si ves una película de Agnès Varda, no te das cuenta de que ella fue metiendo ahí diferentes restos de su experiencia vital, no ves que fue preservando objetos, personas, lugares, muecas, esquinas que amó y ahora construyen esa ficción.
-¿Cómo esperás que sea leída la novela?
-Muchos sugirieron que si la presentaba como Faction en lugar de Fiction, las ventas subirían, pero ¿qué importa más, el fragor del presente o la inmortalidad de Lucien, de Cléa, de Gervasio, de Héctor, de Mamina, del mismísimo Carlos Williams ? No me molesta que la gente quiera saber quién es quién, y qué es verdad y qué es mentira y si los personajes de la novela leyeron el libro en la vida real y qué dijeron. Es normal. Pero esa intriga chismosa se funde con algo más, algo que es de ellos, que solo ellos saben, aunque lo ignoren. La lectura es una intimidad mágica, que resucita muertos. Besos, no es de sus lectores, como todos los libros, cualquiera sea el género. Ya no me necesita para ser.
-¿Notás que hay un modo determinado de leer y escribir literatura en la Argentina?
-Noto que no se estila más la crítica literaria. Las novelas parecen gozar de un cupo tácito, como si nos diera pena criticar una obra por temor a dañar la fragilidad del autor. No lo entiendo. Una vez una amiga actriz me dijo: “Salís del teatro y están todos mudos, nadie sintió nada, nadie pensó nada, solo te felicitan. Yo prefiero que me digan que no les gustó a que no me diga nada”. Adhiero a sus palabras. Nada me da más terror que el miedo que genera en esta época el acto solitario de pensar.
-¿Sos feminista?
-La satisfacción que siento cuando me entiendo con otra mujer no se parece a nada. Entre mujeres te reís mejor que en cualquier otro lugar, y aunque nada supera el genio del hombre homosexual, cuando las papas queman, es la mujer la que te va a dar ese sentimiento interno maravilloso de estar a salvo. En un rapto de esnobismo, diría no soy feminista en el sentido de que no pertenezco a ningún grupo; estoy en pie de guerra contra los hombres, pero a título personal. Siempre me parece bien ubicar a un hombre. En el amor, el hombre es por definición mi enemigo. La mujer puede ser mi rival, pero nunca es mi enemiga. Me cuesta muchísimo entender cómo pudo instalarse el patriarcado, dada la notable superioridad de la mujer sobre el hombre en la resolución de la vida práctica. Esto no significa que no tenga un puñado fuerte de mejores amigos con pene que son la ternura y el sostén de mis días, ni hablar de mi primo Santiago Liendo que tiene su doble en la novela. Los hombres como género es otra cosa, ahí es guerra, no a matar o morir, pero sí a dominar o someterse, de esa no podés zafar.
-Tenés amigas escritoras.
-Sin mi red de mujeres, con escritoras como Paula Klein, Dolores Gil, María del Carril, no quiero vivir; pero red no es grupo, así como constelación no es bloque. Con el nosotros que aplasta al yo, no puedo. Ni el grupete, ni la troupe, ni la cooperativa, ni el movimiento colectivo; el corporativismo cultural me produce una fuerte sensación de asfixia y falsedad. Admiro por supuesto a la gente de teatro, cuya naturaleza es gregaria. En ese sentido, soy trágicamente una escritora de su casa, de su teclado, de sus cuadernos, de sus soledades. Hay que tener muchos huevos para andar sin pandilla, pero la libertad con la que puedo relacionarme con mis ideas y observaciones no tiene precio.
-¿Te gustaría que Besos, no se tradujera al francés?
-¡Y cuánto me gustaría que fueran los franceses los que se rieran con mis diatribas desproporcionadas! La verdad es que los franceses me fascinan, me enloquecen, pero es imposible no detestarlos. Hay que tenerlos enfrente para darse cuenta. Como decía Borges: “Uno siempre quiere matar a los franceses que tiene a mano, pero a Francia la quiere”. La novela los padece y los defenestra, no teme adentrarse en las oscuras tierras del resentimiento; más bien las recorre con júbilo. No significa que no sea también un canto de amor. No solo la quiero a Francia, sino que además le debo muchísimo. Voy a volver a París hasta el último día, volver para poder irme. Soy francesa por mérito propio, quizás la única cosa que anhelé durante esos años. Les di mi juventud y un amor filoso pero que nunca se lava. Dos diplomas y muchas feuilles de paie después, reconocieron mi sacrificio y me aceptaron como propia. ¿Cómo no voy a quererlos? Eso sí, apenas me dieron el pasaporte, volví corriendo a casa.
-¿De qué modo vinculaste en tu tesis las obras de Victoria Ocampo y Witold Gombrowicz?
-Conocía bastante bien a Victoria cuando empecé a leer a Witold, y lo primero que tuve ganas de hacer es una comida en casa para estar todos juntos. Me imagino perfecto la resistencia de ambos a permanecer enfrente del otro dadas sus coyunturas, y sin embargo, hay un diálogo fuerte entre los dos, que al parecer soy la única persona que lo ve. Tanto ella como él atravesaron la infancia muy conscientes de la clase a la que pertenecían, y de la clase a la que pertenecían los demás. Ambos, él aplastado por la tradición polaca y ella hambrienta de algo más que este desierto en el que había nacido, trasladaron esa noción social a sus obras para darle otro significado: Gombrowicz veía en ella un enemigo a vencer o a conquistar; Victoria, un ideal a construir que nada tenía que ver con la cuna. Sus literaturas son profundamente aristocráticas, y erigen un yo inigualable. Se parecen mucho en los temas y en las preocupaciones, aunque él fuera lumpen y ella no. Mi tesis se titula: “Escrituras de la vida aristocrática en un país sin aristocracia”. Es tan divertido que articulen esas ideas desde la periferia más absoluta. Los dos son una presencia constante en mi vida, casi que no me doy cuenta de que están muertos.
-¿Estudiaste Letras en la Universidad de Buenos Aires, en Puan?
-Sí, un horror. Todos los profesores, muchos casados, salían con las estudiantes. Todas salíamos con los profesores, matábamos por salir con ellos. Yo era muy naíf, no entendía nada. Pensaba que los de Puan eran cancheros, y los de mi clase social, unos “gomas”. Salí del colegio de monjas sin saber cómo se tomaba mate, sin entender que hubiera gente que no creía en Dios. Por eso los diarios íntimos son tan importantes; cuando me leo a los trece, a los diecisiete años, parece la voz de Andrea del Boca combinada con la Virgen María. Sigo creyendo en Dios, porque me resulta imposible no creer.
-¿Cómo llegaste a ser editora de la revista Seúl?
-Por su fundador y director, Hernán Iglesias Illa, al que conocí por escrito mucho antes que en persona, y a través de la ficción, sin saber quién era, desde París, totalmente out of context. Leí “Las dos vidas de Maxi Kaplan” completamente inmersa, sentada en el sillón del primer departamento que compartí con mi marido francés, en la rue Marie et Louise. El cuento me sacudió, cuando terminó sentí que había encontrado un sentimiento nuevo que no tenía nombre, pero era algo que me unía a mi país, a su historia, a su presente y a la ficción, todo al mismo tiempo. Muchos años después lo conocí, y más tarde me convocó para su proyecto, una revista que, desde mi punto de vista como lectora y como escritora, ejecutó un cambio de aire espectacular. Una libertad y un deseo de saber, de pensar, de escribir, de escuchar a diferentes mentes hablar de lo que saben por experiencia propia y desde un lugar honesto, y que el bullying y el cringe te importen nada, nivel meme de Mad Men, que no da ni para cantarles una canción. Eso es Seúl para mí.
-¿La revista cambió con el mileísmo?
-No me doy cuenta de si cambió o no. Desde adentro, diría que no. Creo que Seúl, que en un momento pudo haber sido lo que los periodistas llaman, y cómo les gusta usar esos sonidos, el “House Organ” del macrismo, nunca llegó a ser otra cosa más que una verdadera revista cultural. Está viva. Salen cosas interesantes, distintas. Hay muchas voces y hay pasión. Pero lo mejor que tiene la revista, además de sus colaboradores, son sus lectores, que son geniales, y nos escriben y nos acompañan.
-¿Qué pensás del gobierno de Javier Milei?
-Es muy parecido a lo que yo imagino que habrá sido el primer peronismo, menos “cultureta” y más de pueblo, más popular de verdad; de alguien que está en su casa en Grand Bourg y ve a Milei por YouTube y siente algo y se une con otros. Claro que si te gusta mirar a Milei por YouTube sos varón. Mi madre y mis tías detestan a Milei, no lo pueden ver; las mujeres de mi clase lo odian; en ese sentido, el mileísmo es realmente peronista. Me gusta del mileísmo ese halo marginal que tienen; Milei mismo es un tremendo marginal. Santiago Caputo, al que le escribí algunas veces y me respondió solo una, tiene algo “mafiosi” que también es sexy.
-No sos de los que piensan que la democracia podría estar en riesgo en la Argentina.
-No, ¡qué disparate! ¿Qué es un intelectual en la Argentina si va a decir lo mismo que dicen Nancy Dupláa y Pablo Echarri? Si los intelectuales son como taxistas que hablan complicado, permitime que salte por el balcón . Nada más contrario a la democracia que el pensamiento único; a mí no me hablaban porque quería votar a Macri. ¡A Macri! Con el kirchnerismo hemos vivido ese nivel de demencia. La derecha es muy diversa y la gente no lo sabe. No me podrían dar el pin de “gorila” porque para mí la Argentina es el mejor país del mundo. Me parece pésimo el nacionalismo, pero soy muy patriota; no tengo odio por otras naciones, sino amor por mi país.
-Parafraseando a Damián Tabarovsky, que hablaba de una “literatura de izquierda”, ¿dirías que en la Argentina existe una literatura de derecha?
-La literatura es de la libertad, y por libertad quiero decir del individuo, de los recuerdos, del alma. Existen los panfletos y las ganas de ser escritor, pero la literatura militante no existe; en el minuto en que es militante, ya no es más literatura. Después está el tema de que los mejores escritores que hemos tenido y, al parecer, tendremos se ubican más a la derecha que a la izquierda… Intuitivamente, siempre sospeché que la izquierda tenía un problema con la belleza. Un día me di cuenta de que no era realmente la plata el problema, porque había muchos profesores y colegas que ganaban bien y tenían muchas cosas, lo importante era que todo a su alrededor fuese feo. Si todo era feo, ellos estaban a salvo, no importaba cuánta plata hubiera; no había belleza. Y eso es un problema.
Para agendarEl martes 25, a las 18.30, la autora presenta Besos, no en la sede de la Alianza Francesa (Av.Córdoba 946), con la escritora Dolores Gil, que leerá un fragmento de la novela, y el cineasta Mariano Llinás.