Venían de Italia, y en un viaje en tren bajaron en cada estación, eligieron Wilde y crearon un emblema: “Trabajo y honestidad”
Para Angelo, en Europa ya no había horizonte. La guerra lo había devastado todo: naciones, pueblos, almas. La desolación se podía palpar en las miradas y en los platos cuidadosamente racionados...
Para Angelo, en Europa ya no había horizonte. La guerra lo había devastado todo: naciones, pueblos, almas. La desolación se podía palpar en las miradas y en los platos cuidadosamente racionados. Al observar a su mujer y a sus cuatro hijos, Tino, Federico, Nelo y Ana, supo que era tiempo de buscar otras tierras, un destino prometedor donde sembrar trabajo y que la esperanza no sea vana.
Muchos años más tarde, desde un rincón de Argentina y a modo de cuento, Federico -uno de los hijos del nonno Angelo- decidió no negar aquella parte dolorosa de su historia. A sus hijos les narró sus vivencias, relatos acerca de cómo de niño debió escapar de un pueblo a otro, pasar una noche en la montaña y comer lo que hubiera al alcance durante esos días que quedaron grabados a fuego.
“La vida en Italia era dura, pero siempre tuvo la virtud de contármelo como un cuento”, dice hoy su hija, Sandra. “Me lo transmitía con su pensamiento positivo, nunca con tristeza o dolor. Me hablaba de una señora que los cuidaba, de qué hacían durante los bombardeos, de un gato que se les había perdido, todo siempre como una historia y con su espíritu alegre”.
Dejar el dolor atrás, volver a empezar en Argentina y enfrentar el choque cultural: “Él creía que sería como en las películas de cowboys”La familia Zoppe di Cadore dejó su querido pueblo en Italia, en la región de las Dolomitas, después de la Segunda Guerra Mundial. Desembarcaron en la Argentina en 1949 y de toda la familia -heladeros de oficio- fueron los únicos que se atrevieron a dar semejante salto al vacío. Los tíos - le contó Federico a su hija- así como los primos y los amigos de la infancia, quedaron muy lejos, mucho más allá del océano.
En Buenos Aires se instalaron primero en el Hotel del los Inmigrantes, para luego hacer una vez más las valijas y trasladarse a Mar del Plata. Con doce años, Federico apenas comenzaba la adolescencia y la llegada a un nuevo mundo implicó un choque cultural duro. Sin el idioma y sin un grupo de contención social, el jovencito ingresó a la escuela con una sensación de extrañamiento que lo acaparaba todo. En el aula la vergüenza era su compañera fiel y no se atrevía a emitir palabra: “Él creía que había llegado a América y que entonces sería como en las películas de cowboys que había visto”, revela Sandra con una sonrisa.
Sin embargo, para Federico nada se asemejó a sus fantasías, salvo la sensación del forastero que ingresa a la cantina. Ante él, las costumbres peculiares creaban tensiones inevitables, pero sus padres enfatizaban la necesidad de adaptarse para construir un presente y un futuro mejor.
“Por supuesto, las costumbres en relación a la comida y el idioma, nunca las perdieron”, asegura Sandra. “Mi padre, a su vez, no solo nos transmitió la historia, sino que nos enseñó su idioma y nos traspasó su propia cultura, su amor por Italia y todo lo relacionado a lo italiano. Por ello hoy yo, al igual que mis propias hijas, amamos la italianidad”.
Un recorrido especial por las estaciones Mar del Plata-Constitución, un sueño en Wilde y una vida de sacrificios: “El trabajo era una bendición para ellos”Desde el comienzo, niños, adolescente y adultos tuvieron que trabajar. El padre de Federico hacía bombas berlinesas (bolas de fraile) exquisitas y salían a venderlas en las playas. El fuerte, sin embargo, estaba en su tradición heladera, y de inmediato, Angelo buscó el camino para reconstruir el oficio que la guerra había paralizado.
Al poco tiempo, comprendió que en Mar del Plata no podía hallar esa “atmósfera” particular que necesitaba para su nuevo comienzo. Fue así que cierto día, Angelo, junto a su hijo mayor, Tino, se tomaron el tren que hacía todo el recorrido hasta Constitución, y en cada una de las estaciones decidieron bajar, respirar su aire, energía y movimiento, a fin de evaluar cuál de aquellas paradas se sentía más apropiada para ellos: “Entre todas las paradas, hubo una que sintieron familiar y acogedora, la estación de Wilde”, revela hoy la nieta del nonno Angelo.
Una vez más, la familia entera hizo sus valijas para ir hacia un futuro incierto. Se instalaron en Wilde, un barrio que Federico adoptó como propio desde el comienzo, un lugar con sentido de comunidad muy fuerte, que trajo, por fin, un sentido de pertenencia.
Y fue en el año 1955, tras mucho esfuerzo, que los Zoppe di Cadore inauguraron finalmente su heladería, El Piave, bautizada en honor al río que atraviesa su región natal. En ella apostaron una vez más por un nuevo comienzo, en el que el sol, de pronto, brilló como nunca antes: “Explotaron de trabajo”, cuenta Sandra con orgullo.
“Mi papá me contaba historias de que dormían poco, que se acostaban a descansar sobre las bolsas de azúcar, pero siempre con alegría y con ganas de avanzar y progresar. El trabajo era una bendición para ellos”.
El amor, la tradición y un punto de encuentro: “Nos enseñaron a superar los desafíos”Para Federico, Wilde no solo significó hallar hogar, sino que se convirtió en el corazón de su vida. A pocos metros de su casa, vivía Celina, su vecina con la que comenzó una bella amistad que se transformó en amor. Se casaron, fueron padres de Sandra y Gaby, dos mujeres que quisieron al barrio tanto como sus padres: “Es donde nací y crecí, tantos recuerdos hermosos, vivimos en Wilde toda la vida”, dice Sandra.
Las décadas pasaron, la familia se agrandó y Federico caminó por las calles de su ciudad hasta el final de sus días, con orgullo. Setenta años después, la heladería sigue siendo un faro de alegría, tradición y familia, no solo para los herederos del los nonnos, sino para la comunidad entera. Sandra, al igual que lo hizo su padre, creció entre sabores y cucuruchos, hasta convertirse en dueña de El Piave.
Para ella, la heladería se transformó en testigo de la historia familiar y la historia argentina, así como un punto de encuentro: por allí pasaron generaciones enteras. `Nos adaptamos a las tendencias, pero siempre resaltamos nuestros orígenes y la tradición familiar. Nuestro secreto es mantener vivo el espíritu de aquel primer gelato italiano, creado con amor y dedicación´, suele decir Fabiana, hija de Tino, y prima de Sandra.
“La empresa ha pasado por miles de situaciones diferentes en lo que respecta al país, pero nosotros siempre estamos apostando y renovándonos. Conservar lo artesanal y tradicional, y fusionarlo con la innovación, que es todo un reto que nos impone el afuera”, continúa Sandra.
“El legado para mí es importantísimo, mantener la historia y lo remarcamos siempre. Y eso es algo que se valora, que genera curiosidad y que nos conecta. Es estar en permanente contacto con lo italiano y darles importancia a nuestros antepasados, a nuestro nonno, a nuestros padres, que nos enseñaron el oficio, que nos permite vivir y que tanto disfrutamos. Que enseñaron a superar los desafíos con mucho amor”.
Ser argentino, añoranzas y aprendizajes: “Trabajo, pasión, paciencia y honestidad”Muchos años pasaron desde aquellos tiempos en que Federico le contaba a su hija, Sandra, sobre aquellos días de guerra donde todo faltaba, menos la esperanza.
A veces, las marcas en cuerpo y alma de la emigración y lo que queda atrás, duelen demasiado y desean ser olvidadas. Pero la familia Zoppe di Cadore siempre eligió recordar, honrar y hacer de sus desventuras un motor para fortalecer su propósito de vida.
Hoy, ni el nonno, ni su hijo, Federico, están en este mundo, y por ello, para Sandra, recordar y abrazar la historia es fundamental para absorber los aprendizajes, no olvidar el legado y mantener con vida el corazón de su trabajo.
Tal vez por ello, apenas pudieron, eligieron volver a Italia y ver a su pueblo con otros ojos, más allá de la última postal del dolor: “Ellos, los nonnos, siempre estuvieron en contacto con sus parientes italianos, que también son heladeros”, dice Sandra, quien actualmente está frente a su heladería en Bernal, con una sonrisa.
“Y hasta hoy seguimos en contacto, ellos vienen, nosostros viajamos para allá, mantenemos ese espíritu de familia, nos transmitimos las tradiciones, esa cosa de conservar los orígenes, que para mí es importantísimo”, continúa Sandra. “Mi papá se sentía bien argentino, decía que el país le había dado todo, pero más de grande añoraba, su cabeza cada vez volvió más al italiano, y con una comunicación intensa con su familia, su tierra”.
“Mi papá me transmitió siempre el valor del trabajo, el valor de estar presente, la importancia del cliente y yo eso lo tengo incorporado en mí como algo natural. Amo lo que hago y eso te llena de satisfacción”.
“Mi familia me ha dejado una enseñanza muy fuerte de vida: que es ser emprendedor. Sentirme todos los días con ganas de emprender algo, inventar algo, con ganas de cambiar algo de disfrutar de lo que hago. Que con trabajo, pasión, paciencia y honestidad -a veces cuesta más, otras menos- pero que ahí está lo invaluable para llevar algo adelante. Es una historia de muchos inmigrantes del país, que yo la tengo siempre presente y la valoro mucho”, concluye.
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