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Una (más) de vampiros

Las historias de vampiros tienen ese no sé qué: a (casi) todos, por una razón u otra, nos seducen. En mi caso, sobre todo las que logran encontrarle alguna vuelta contemporánea al mito. Así fu...

Una (más) de vampiros

Las historias de vampiros tienen ese no sé qué: a (casi) todos, por una razón u otra, nos seducen. En mi caso, sobre todo las que logran encontrarle alguna vuelta contemporánea al mito. Así fu...

Las historias de vampiros tienen ese no sé qué: a (casi) todos, por una razón u otra, nos seducen. En mi caso, sobre todo las que logran encontrarle alguna vuelta contemporánea al mito. Así fue que el año pasado, cuando vi –con la correspondiente expectativa– el Nosferatu de Robert Eggers valoré el homenaje tanto a la novela de Bram Stoker como al film de Murnau, me interesó la actuación de Lily-Rose Depp (y, cómo no, la presencia de Willem Dafoe), la cuidada estética decimonónica y el encuentro, en la protagonista, del llamado de lo sobrenatural con los rasgos de las que luego serían las “histéricas” de Freud. Pero, qué decir, considerar algo interesante no es lo mismo que disfrutarlo. Del Drácula de Luc Besson (otra reversión de películas anteriores, en este caso la que filmó Coppola en 1992), por el momento, preferí abstenerme.

Tiene las dosis justas de pinceladas góticas, humor y algo no tan habitual en este tipo de historias: ternura

Entonces ocurrió, hace unos días, el hallazgo de una película que abordé casi sin expectativas y que terminó confirmando cierta regla estrictamente arbitraria y personal: cuanto menos pomposo, más liberado de los cánones del género y más modesto en sus condiciones de producción, más atractivo resulta el relato vampírico.

El film del que hablo es Vampira humanista busca suicida, ópera prima de la realizadora canadiense Ariane Louis-Seize, que actualmente puede verse en Netflix y que tiene las dosis justas de pinceladas góticas, humor y algo no tan habitual en este tipo de historias: ternura.

Vampira humanista busca suicida es una historia de amor adolescente (en algo recuerda a la nórdica Déjame entrar, aunque el planteo de aquel film, bello y agridulce, fuera mucho más duro). Los protagonistas del film canadiense no pueden ser más adorables. Está Sasha, preciosa y gótica muchachita de pelo lacio y oscuro, tez carente de cualquier vestigio de impacto solar, modales suaves y melancolía a flor de piel. Aunque amada por su familia de vampiros, Sasha pone al límite la paciencia de su estirpe: no le gusta matar ni puede hacerlo; cada vez que surge la posibilidad de hincar el diente en una presa, sus colmillos, sencillamente, no emergen.

A él no le gusta la vida; ella sueña con alguna vez poder ver el sol. Él tuvo varios intentos de suicidio; para ella, renunciar a la sangre humana equivale a dejarse morir de hambre lentamente

Por el otro lado está Paul, un adolescente tímido y tan poco adaptado al ambiente humano como Sasha lo está al ambiente vampírico. A él no le gusta la vida; ella sueña con alguna vez poder ver el sol. Él tuvo varios intentos de suicidio; para ella, renunciar a la sangre humana equivale a dejarse morir de hambre lentamente. Ambos coinciden en una sesión (nocturna, claro) de un grupo de autoayuda al suicida. Cada uno a su turno dice alguna que otra palabra. Se miran. Se entienden. Flechazo.

El gran acierto de Ariane Louis-Seize es haber evitado cualquier invitación a la tragedia. Sus criaturas lidian con poblemas no precisamente pequeños, pero la película logra un tono ligero sin volverse banal. Una hazaña nada fácil.

El humor, sabiamente espolvoreado, ayuda. Las familias de Sasha y Paul, cada una con sus dilemas, son todo lo disfuncionales que puede ser la mayor parte de las familias en esta época. Los adolescentes sufren el dilema existencial como sólo se suele sufrir a esa edad. No hay malvados ni manipuladores en este relato. Solo seres (humanos y no humanos; adultos y jóvenes) que hacen lo que pueden con lo que les tocó ser en este mundo. Y en ese hacer cometen errores, son torpes, inseguros, a veces irascibles, otras profundamente amorosos (basta seguir los gestos del padre vampiro frente a su hija “diferente”).

Podría modificar el inicio de esta columna y decir que las historias de iniciación, las coming-of-age stories, tienen ese no sé qué. Y aunque quien las vea haya dejado lejos el tiempo de las primeras veces, algo en ellas tocará cierta fibra vulnerable que permanece en el corazón.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/una-mas-de-vampiros-nid25112025/

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