Generales Escuchar artículo

Tras vender su casa y su mítico vivero, se mudó al campo para empezar de cero

Hay algo extremadamente contagioso en el entusiasmo. El de Nicolás Heinen se traduce en una verborragia con cierto orden, digamos encauzada, que se precipita pero con un destino final. Como sus ja...

Tras vender su casa y su mítico vivero, se mudó al campo para empezar de cero

Hay algo extremadamente contagioso en el entusiasmo. El de Nicolás Heinen se traduce en una verborragia con cierto orden, digamos encauzada, que se precipita pero con un destino final. Como sus ja...

Hay algo extremadamente contagioso en el entusiasmo. El de Nicolás Heinen se traduce en una verborragia con cierto orden, digamos encauzada, que se precipita pero con un destino final. Como sus jardines, con líneas curvas, sueltos, dejando lugar a la investigación y la prueba, pero diseñados con intención. Es cierto, con entusiasmo solo no se logra tanto: Nicolás Heinen es, además, un paisajista virtuoso, ingeniero agrónomo, amante de los caballos, buscador eterno de plantas, carismático en las redes, profesor apreciado. Y valiente como para vender su casa en Benavídez –donde además estaba el mítico vivero La Colección– y mudarse a Capilla del Señor para empezar de cero.

Allí hoy se da muchos gustos: ir en sulky de un lugar al otro, construir un galpón para tener sus caballos, probar todos los jardines que se le ocurren y abrir las puertas a la aventura. De eso se trata esta historia y así se llama su renovado vivero.

¿Cómo terminaste en Capilla del Señor?

Yo venía a La Teófila, de Guillermo Benítez Cruz, porque somos amigos y pensaba: “¿si me mudo?”. Puse la casa en venta, creyendo que iba a tardar años en encontrarle dueño, pero a las dos semanas vino un vecino y me dijo “te la compro”. Me esperó un año y medio para que yo encontrara el lugar y lo pudiera armar. Esto fue hace tres años. Pasé de 2 mil metros a 5 hectáreas. Me hice la casa, vivero, galpón, entrada, laguna y hasta un espacio para caballos.

Nico Heinen

¿Cómo pensaste ese jardín?

Con una impronta más suelta, más campera, no tan sanisidrense (o sea, con fleje y chip), sino con fardo de caballo. Me volví loco porque pude hacer mil cosas: una huerta, un invernáculo enorme. Los grupos a los que doy clase quieren venir siempre acá. Son de Argentina, pero también de otros países.

¿Qué sigue?

Ahora estoy construyendo un aula grande, como un segundo galpón para estar más cómodo. Estoy produciendo plantas, el año pasado consumí casi todo acá, porque todavía es un jardín joven. Es lindo, porque uso mucha herbácea, que crece rápido. Acá había árboles antiguos, pero agregué 100 de grandes dimensiones, de 8 o 10 años, y después puse unos más chicos. También planté la laguna, para la cual me ayudó Pablo Maccor, de Panambí. Tengo muelle, islita, patos, garzas, cigüeñas, peces que llegaron en las patas de las aves. Todo nativo, todo llegó solo. Soy fanático de los caballos y ahora tengo de tiro y voy en el carruaje de acá para allá. Estoy fascinado.

¿Cuál dirías que es tu estilo?

Mucha curva, jardines sueltos. No me vas a ver con Pittosporum en fila o un manto de jazmines rastreros. Me gusta la mezcla, uso un montón de color, no tengo miedo a los tonos cálidos, Achira roja y naranja, tengo esa impronta. Mis planos también son coloridos, me divierte dibujar.

¿Qué te gustaría a futuro?

Me encantaría hacer jardines más grandes y de campo. Yo no sabía si la gente iba a venir hasta acá, pero vienen, y también van a lo de Guillermo y a lo de Matías Busch, y de a poco se va armando un recorrido jardinero que me motiva a seguir produciendo y agrandando. Para que esté como lo dibujé, este jardín todavía tiene que crecer al menos tres años.

¿Cómo fueron tus inicios?

Nací en San Isidro, hace 42 años. La familia de mamá es de Nogoya, Entre Ríos, donde pasé veranos interminables entre el jardín de mi tía abuela Chela y el campo. Todo eso me marcó a fuego. La idea era terminar el colegio y estudiar Veterinaria o Agronomía, y al final fue la segunda, en la UBA. En el medio, mis padres se mudaron a un barrio cerrado que recién se loteaba. Con mi mamá armamos el jardín y poco a poco me fui animando a hacer el de otros vecinos que me pedían, de manera rudimentaria. Cuando terminé la carrera, trabajé en cosas nada que ver, porque no me veía con la soja y el maíz. Después de unos años en una empresa americana, viajé a Londres para estudiar en el Inchbald School of Design de John Brookes. Cuando volví, en un terreno familiar de 2 mil metros, empecé un jardín con estanque, hice plantas y un día me tocaron el timbre para preguntarme si las vendía.

Así nace Vivero La Colección…

Sí, era un vivero pequeño, con herbáceas, algunas cosas raras. Pero no vendía palas, ni tierra. Todo era para usar en mi jardín y vendía lo que me sobraba. Después se vendió el lote y me mudé a Benavídez, donde armé mi casa con un vivero adelante y un gran jardín. Ese fue mi segundo vivero.

¿Qué aprendiste en todo este proceso?

Cómo organizar las macetas, los cuartos, los rincones y la producción. Tenía una entrada japonesa, pastizal, jardines experimentales, como uno seco, y un estanque. Después empecé a dar clases de plantas y diseño y vinieron más visitas, grupos de jardinería. También empecé a asesorar grupos de jardineros; hoy tengo siete.

¿También das otras clases?

Sí, doy clases cuando me llaman a hablar de un tema puntual, por ejemplo herbáceas. Últimamente recibo muchas visitas en una suerte de “turismo de jardines”, algo que también hacen Paquita Romano y Guillermo Benítez Cruz. Durante el recorrido, mostramos nuestra colección y describimos las plantas o el diseño. También me asocié con Cecilia Galeazzi y Cecilia Deane para hacer cursos anuales de “Diseño de plantaciones”. Damos un nivel 1 de plantas y el nivel 2 se da en mi casa, con la parte práctica de ensayo anual. Se plantan una serie de parcelas con distintos tratamientos, por ejemplo, cambiando suelos y coberturas. Me divierte sumar cosas diferentes y aprender qué les pasa a las plantas localmente.

¿Cómo ves la profesión hoy?

Hay un divorcio entre paisajista, viverista y arquitecto. El viverista reclama que el paisajista trae cosas de afuera, o pone de moda cosas que no se producen y llevaría muchos años producir. Pero la verdad es que, revolviendo en los viveros, encontrás cosas diferentes. Hace años me traje de un festival de afuera semillas de Verbena bonariensis, y es nativa de acá. Quiero decir, está bueno resignificar. Yo no soy un talibán de nativas, pero hay cosas maravillosas a las que no les damos bolilla por desconocimiento.

Manchones de color fucsia se sacuden con el viento, los árboles a lo lejos, la huerta cerca, las sillas de hierro pintado, el sulky con los perros alrededor. Ahí sentado con su boina celeste está Nicolás Heinen, en su lugar en el mundo. Toda historia empieza por algún lado, pero después solo se trata de animarse a la aventura.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-jardin/tras-vender-su-casa-y-su-mitico-vivero-se-mudo-al-campo-para-empezar-de-cero-nid31102025/

Volver arriba