Sobre la libertad de no elegir
Hasta bien avanzado el siglo dieciocho, con el auge de la Ilustración, el movimiento intelectual que cuestionó desde la ciencia, el arte, la política y la filosofía las visiones inamovibles del...
Hasta bien avanzado el siglo dieciocho, con el auge de la Ilustración, el movimiento intelectual que cuestionó desde la ciencia, el arte, la política y la filosofía las visiones inamovibles del mundo que regían hasta entonces en Occidente, elegir no resultaba un problema. Las cosas eran como eran, la vida y la situación en la sociedad que a cada uno le tocaban se aceptaban como hechos naturales y quedaba poco para elegir. Hasta las parejas y el matrimonio se predeterminaban y el amor romántico era una transgresión. Así les iba a Romeo y Julieta, a Tristán e Isolda y a los que se eligieran por fuera de las normas, dictados y mandatos familiares, de clase, sociales o religiosos. Tampoco existían los shoppings, la publicidad, el marketing ni la variedad de productos y ofertas que, como ocurre hoy, te mantienen sometido y presionado a elegir, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, durante las 24 horas del día y los 365 días del año.
Los shoppings, la publicidad, el marketing y la variedad de productos y ofertas hoy te mantienen sometido y presionado a elegir, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, durante las 24 horas del día y los 365 días del año
La Ilustración introdujo la noción de individuo y de sus derechos, entre ellos el de elegir. Y tras una larga o corta historia según se mire, aquí estamos, en una sociedad y una cultura que, como describe la socióloga, filósofa y jurista eslovena Renata Salecl, “glorifica la elección y enarbola la idea de que siempre elegimos en favor de nuestros intereses”, aunque en realidad, según enfatiza esta pensadora en su libro La tiranía de la elección, “las elecciones de vida se nos plantean como elecciones de consumo”. En efecto, se nos dice de uno y mil modos que somos libres de elegir, mientras nuestras elecciones son limitadas porque las opciones que se nos ofrecen, aunque parezcan infinitas y variadas, están predeterminadas. Al igual que los productos que compramos, nuestra navegación en internet y nuestra conducta en las redes se trazabilizan. En términos sencillos, se monitorean. Y, según lo que muestre el monitoreo, se nos convidan opciones para que elijamos “libremente”. Sofía Rosenfeld, profesora de Historia en la Universidad de Pensilvania y autora de The Age of Choice: A History of Freedom in Modern Life (La era de la elección: una historia de la libertad en la vida moderna), advierte: “Psiquiatras, expertos en marketing, economistas: de diferentes maneras, todos se dedican al estudio de la toma de decisiones, explorando quién toma qué decisiones, bajo qué condiciones y con qué efectos, junto con cómo se puede orientar a individuos y grupos para que hagan sus elecciones”.
Así somos inconscientemente guiados, según Rosenfeld, tanto en la compra de productos como en la elección de candidatos políticos y hasta en la de pareja. Las palabras “elegí”, “libertad” y “libremente” pululan hasta la saturación en los 6 mil impactos publicitarios tanto directos como subliminales que recibimos cada día de acuerdo con Neuromedia, compañía belga especializada en la medición de datos. Se crea una compulsión a elegir permanentemente, y al mismo tiempo se abren tantas opciones (todas sutilmente preestablecidas) que, sostiene Salecl, el acto de elegir es angustiante. Persiste el miedo a no haber elegido bien, se instala la sensación de falta y la necesidad artificial de volver a elegir. El círculo inacabable del consumo. Y el empujón, también subliminal, a no tener límite. Cuanto menos límite más psicosis, previene Salecl.
Frente a este panorama acaso haya que ejercitar la libertad de no elegir. Y sí, en cambio, la de escoger de acuerdo con nuestras reales necesidades. Parar la mano y preguntarnos qué necesitamos, no qué deseamos. Porque las necesidades son pocas y esenciales, y una vez respetadas traen calma y equilibrio, mientras los deseos son infinitos, se reproducen porque resultan insaciables y, al ser permanentemente estimulados, no generan satisfacción sino angustia. Siempre es posible rechazar la tiranía de la elección, propone Renata Salecl.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/sobre-la-libertad-de-no-elegir-nid02112025/