Síntomas limitantes: qué es la fobia escolar, cómo identificarla y por qué hay cada vez más casos, según los especialistas
Empezó durante el segundo año de la pandemia. Sofía era alumna de un colegio bilingüe de San Isidro. Nada le hacía pensar a Claudia, su madre, que algo andaba mal con ella cuando el Gobierno d...
Empezó durante el segundo año de la pandemia. Sofía era alumna de un colegio bilingüe de San Isidro. Nada le hacía pensar a Claudia, su madre, que algo andaba mal con ella cuando el Gobierno decidió volver a cerrar temporariamente los colegios por los brotes que habían aparecido. Todos los días, Sofía y su hermano –dos años más grande– pasaban largas horas en sus cuartos, supuestamente conectados a las clases virtuales. Pero, con dos semanas de demora, Claudia se enteró de que Sofía en realidad había pasado todo ese tiempo sin conectarse. Algunos profesores le preguntaron por ella a Martín, su hermano. Cuando Claudia tuvo conocimiento de la situación, habló con la hija y con el colegio. No era el panorama que ella se había imaginado.
No era vagancia, ni capricho. Sofía, le explicó después su psicóloga, estaba atravesando un cuadro de fobia escolar, que no es simplemente falta de interés por las cosas de la escuela, sino un trastorno de ansiedad. Se sumaron varias cuestiones: el aislamiento, el estar expuesta a su propia imagen varias horas al día, durante las clases, el temor que tenía de que los volvieran a encerrar por la pandemia, como ya había ocurrido el año anterior. Y, obviamente, cuestiones que tenían que ver con su situación familiar y personal e individual.
Este es un diagnóstico que está cada vez más presente en las aulas, sobre todo después de la pandemia, según confirman desde la Asociación de Instituciones Educativas Privadas de Argentina (Aiepa). Detectarlo a tiempo, tratarlo como un trastorno de ansiedad sin presiones excesivas por parte de las autoridades o de los padres, y diseñar una intervención conjunta para desarticular esa fobia que se gestó por diferentes razones parece ser la clave. Las estrategias muchas veces tienen que ver con un abordaje paulatino; con permitir que el estudiante asista solo por unos minutos, gradualmente, hasta que pueda completar la jornada; asignarle un tutor que le ayude a acotar aquello que le parece inabordable, intervenir si hubiera situaciones de estrés, como el vinculado a cierta exigencia académica que se percibe como abrumadora o el bullying, son algunas de las posibilidades.
En aquel momento, Sofía explicaba que cuando se conectaba a las clases sentía que no entendía nada, que estaba como en otra frecuencia. Para Claudia no era sencillo, de nada servía decirle que no pasaba nada, que si había faltado dos semanas enseguida se podía poner al día. Hizo falta una intervención profunda de su psicóloga para que la adolescente pudiera volver a vincularse.
Su fobia también la había llevado a alejarse de sus amigas. Hubo que trabajar muy de a poco, paso por paso, ayudarla a ver sus metas escolares en capas. Sus docentes colaboraron: se conectaban en clases individuales, para explicarle y ayudarla a perder el miedo. Recién al año siguiente pudo volver a las aulas, mientras que sus compañeros volvieron unas semanas después. Finalmente, con mucha ayuda pudo superar el trastorno e integrarse completamente al colegio, del que se egresó el año pasado. Este año comenzó a estudiar la carrera de Comunicación y, al mes, volvieron algunos de los síntomas; prefirió dejar y empezar otra cosa el año que viene. Su psicóloga le pidió una serie de estudios, para medir el cortisol, y un neurocognitivo, para poder determinar si tiene alguna condición del neurodesarrollo. Sospechan de una dislexia que se habría enmascarado y que podría hacer sido el origen de esa sensación de no entender nada, que detonó una fobia escolar.
Historias como la de Sofía son cada vez más frecuentes, explican los especialistas. Incluso, la problemática llegó a la televisión: un caso similar se describe en la serie Merlí, donde uno de los alumnos faltaba de forma recurrente y, cuando el profesor intenta averiguar, descubre que estaba padeciendo fobia escolar e inicia un trabajo muy puntilloso para revincularse con el chico.
“La fobia escolar es un trastorno de ansiedad y no es casualidad que haya tantos casos después de la pandemia, y sobre todo en estos tiempos. Durante el encierro, los niveles de ansiedad subieron muchísimo, pero no acabó con la reapertura, dado que ya hace casi tres años que terminó la cuarentena. Aumentó la ansiedad de forma generalizada y los casos de fobia escolar hoy son bastante frecuentes, se multiplicaron en la pospandemia al igual que los trastornos de alimentación y del sueño”, explica la psicóloga Marina Manzione, especialista en adolescencia.
“Los síntomas que aparecen son limitantes. No pueden asistir a la escuela; muchas veces no tiene que ver con lo académico, sino con no poder lograr el encuentro al otro. Aparece una resistencia irracional. Hay malestar físico y emocional. Mucho sufrimiento. Sienten mucha ansiedad. Se perciben en peligro, el colegio se convierte en un lugar de riesgo en la mente del adolescente. Aparece la sintomatología. Pensamientos intrusivos tales como ‘La voy a pasar mal’, ‘Tengo miedo’ o ‘No voy a poder responder cómo se espera’. También pensamientos anticipatorios negativos espontáneos. El cerebro elimina cortisol para poner alerta y aparecen síntomas como palpitaciones, dolores de cabeza y de estómago, no querer salir de un lugar seguro. Además, preocupación excesiva por ejemplo el día anterior a un examen. La clave para entenderlo es que ellos se perciben frente a un peligro y sin recursos para afrontarlo”, agrega Manzione.
“La fobia escolar es la dificultad o imposibilidad de entrar a la escuela, es un trastorno de ansiedad que vimos aumentar a partir de la pandemia”, coincide la psicóloga experta en crianza Maritchu Seitún. “Suele tener un detonante, como una burla, un reto fuerte, pero no suele ser la causa. Es como una tormenta que se va armando y estalla ante un hecho que, en otro momento, no habría afectado”, define.
Es importante detectarlo desde el comienzo e intentar que no deje de concurrir a la escuela, apunta Seitún. “Aunque no siempre se logra, porque cuanto más se arma la fobia, más difícil es de revertir. es tal el pánico y el sufrimiento que queda clara la necesidad de la consulta. A veces tardamos en darnos cuenta de que no se va a ir con explicaciones ni con amenazas. Bien manejado al comienzo puede ceder con algún acompañamiento de los padres que se dan cuenta de que su hijo necesita que lo busquen para almorzar, o más acompañamiento para entrar al aula o a la escuela. Pero, a veces, hagamos lo que hagamos se instala y hay que reinsertarlo en ese contexto”, detalla. Es un trabajo largo y artesanal, hecho a medida de cada chico, con pequeños pasos.
La cultura de la hiperexposición y las redes sociales alimentan este tipo de trastornos, según los especialistas. “Hoy son más visibles los fracasos, pero aquí hay una sensación de fragilidad anterior al hecho a partir de cual aparece la dificultad. Hoy muchos chicos se ahogan en un dedal. La empatía no significa hacer lo que el chico quiere, implica entender y conversar sobre lo que le está pasando. Suele ser una sensación de que algo horrible puede pasar si se aleja de su casa o va al colegio. Hay que buscar juntos qué podemos hacer para que se sienta seguro y pueda ingresar. Muchos padres creen que es un manejo y se enojan con el hijo, no registran la intensidad del miedo que tienen, y sin quererlo se complica más porque lo empujan cuando no está listo”, describe Seitún.
Romina Saitta es vicedirectora del Colegio Almafuerte, en Vicente López. Según cuenta, las fobias escolares aparecieron fuertemente con el fin de la pandemia y los han llevado, casi todos los años, a diseñar dispositivos especiales para favorecer la revinculación del o la estudiante con el colegio. “Los casos son muy variados. Por ejemplo, tuvimos un adolescente sobre el que ya veníamos haciendo foco, porque su desempeño escolar era regular, y así fue cómo empezó a ausentarse. En otro contexto, se hubiera creído que era un caso de ausentismo escolar o de deserción, pero gracias a que se intervino, se pudo detectar esta situación y se desarrolló un dispositivo para gradualmente ir integrándolo otra vez. No es sencillo y la clave es trabajar junto con la familia. Otro caso, en cambio, tuvo que ver con una estudiante destacada que desarrolló un trastorno de ansiedad en función de una excesiva autoexigencia”, comenta Saitta.
En el colegio Mariano Moreno, de Luis Guillón, Florencia Vasta, directora de la primaria, confirma que no es algo exclusivo de la adolescencia ya que también en los primeros grados se están detectando casos. “Es frecuente que en primer grado haya en la puerta una resistencia a ingresar al colegio, pero lo lógico es que a medida que pasa el tiempo eso vaya desapareciendo. En cambio, es más frecuente ver este tipo de situaciones a distintas edades: esto es para encender una alerta y abordar, porque la detección temprana permite evitar que se genere una situación de mayor complejidad”, afirma.
Exposición progresivaLa psiquiatra Juana Poulisis, magister en psiconeurofarmacología, explica que es importante que los padres no invaliden esta sensación de su hijo o hija con argumentos tipo “No pasa nada, vamos” o “Sos un vago, no querés ir al colegio, otra vez querés faltar”. Y aclara: “Estas cosas no ayudan. Si realmente hay un diagnóstico de trastorno de ansiedad y se observa este miedo a ir al colegio, hay que trabajar en conjunto: colegio, terapia, evaluación psiquiátrica, a ver cuál es la base del diagnóstico de ese niño, niña o adolescente, cuáles son las vivencias en el colegio. También entender si hay un diagnóstico comórbido, como una condición de autismo o ansiedad social”. Asimismo, agrega, “tenemos que decir es que no existe la fobia escolar como un diagnóstico como tal en el manual de patologías psiquiátricas. En general, atrás del miedo a ir al colegio suele haber una fobia social o, cuando son más chicos, cuadros de trastornos de ansiedad de separación”.
Según la experiencia de Poulisis, “quienes sufren estos cuadros muchas veces son chicos tímidos, con dificultades interpersonales, y es muy frecuente que haya alguna situación que les haya generado mucho disconfort, como un profesor que los maltrató o una situación de hostigamiento de compañeros. En general, hay algún detonante. Y realmente desencadenan ataques de pánico, mucho miedo, crisis de ansiedad muy grande, pensando como que el colegio es un objeto fobígeno. Aparecen taquicardia, palpitaciones, mucho miedo, parálisis, la evitación absoluta”.
El tratamiento siempre es en conjunto con el colegio y sigue la lógica de la exposición progresiva. Empezar a tener mínimo contacto con la institución para entender gradualmente que en la escuela no ocurrirá una situación en la que ella o él va a salir dañado. “Muchas veces el abordaje va acompañado de medicación, inhibidores de la recaptación de serotonina para disminuir los cuadros de ansiedad, dependiendo del cuadro del paciente”, añade.
“En el ámbito escolar, existen factores que pueden estimular o agravar los síntomas de un estudiante con rechazo escolar. En muchos casos, el bullying contribuye a esta situación. Otras veces, el miedo al fracaso académico se vuelve insoportable, y lo más doloroso es la sensación de que nunca se podrán alcanzar los objetivos, lo que genera una profunda pérdida de autoestima. Desde la asociación entendemos que las escuelas son, ante todo, espacios de diálogo y acompañamiento. Los docentes y equipos directivos tienen un rol esencial: resignificar el sentido del fracaso, quitándole carga emocional y dándole valor al esfuerzo, la superación y, sobre todo, a la resiliencia. En la escuela no se aprende por ser naturalmente inteligente; se aprende porque alguien se esfuerza, se equivoca y vuelve a intentarlo”, aporta Martín Zurita, secretario ejecutivo de Aiepa.
“Cuando el rechazo es hacia la escuela, las instituciones hacen todo lo posible por incluir al estudiante. Sin embargo, el ausentismo prolongado limita esa misión: si el alumno no asiste, no es posible dialogar ni comprender a fondo qué sucede. Estos casos rara vez surgen de manera espontánea; suelen inscribirse en un contexto familiar e individual muy complejo, que requiere un abordaje conjunto. Las ausencias reiteradas y el bajo rendimiento colocan a la escuela en una disyuntiva: la educación es obligatoria, pero los aprendizajes en estas circunstancias se ven muy condicionados. Debe valorarse el enorme esfuerzo de las instituciones educativas, que con paciencia y compromiso buscan sostener al estudiante en el largo plazo, acompañarlo en sus miedos sin confirmarlos y, al mismo tiempo, no resignar aprendizajes”, concluye.