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Ricardo Darín y Andrea Pietra: las anécdotas, los dolores del pasado y la mirada sobre el país con el que se reencuentran

“Un escenario vacíiiioooo, un libro mueeerto de penaaa”, y después, una carcajada. Ricardo Darín es como un chico sobre las tablas del Coliseo. Va y viene sobre el piso negro de mader...

Ricardo Darín y Andrea Pietra: las anécdotas, los dolores del pasado y la mirada sobre el país con el que se reencuentran

“Un escenario vacíiiioooo, un libro mueeerto de penaaa”, y después, una carcajada. Ricardo Darín es como un chico sobre las tablas del Coliseo. Va y viene sobre el piso negro de mader...

“Un escenario vacíiiioooo, un libro mueeerto de penaaa”, y después, una carcajada.

Ricardo Darín es como un chico sobre las tablas del Coliseo. Va y viene sobre el piso negro de madera, sorteando con una gracia física a lo Chaplin a la cuadrilla de trabajadores que monta el decorado, mientras entona, como un barítono burlesco, las estrofas de aquel “Cuando ya me empiece a quedar solo”, de Sui Generis.

A su lado, delicada y calma, Andrea Pietra mira a su colega con una sonrisa cómplice que bien podría traducirse como “Dejemos que se divierta”, un gesto que resulta imposible no asociar con el de una pareja de larga data.

Son ellos mismos los que se burlan de esta “conyugalidad” -así le dicen- surgida entre ambos, después de más de tres décadas de una profesión en común, proyectos compartidos y, muy especialmente, de la cotidianidad forjada en las largas temporadas de Escenas de la vida conyugal, esa pieza honesta y magistral que Ingmar Bergman estrenó en Suecia en 1973 como miniserie, y que después de su éxito descomunal se derramó también a otros formatos, como una película y la obra teatral que en nuestro país representaron primero Norma Aleandro y Alfredo Alcón, en 1990, y desde el próximo 19 de noviembre retomarán Pietra y Darín. “Nos conocemos hace 30 años, o más. Nuestro funcionamiento en gira es matrimonial”, reconocerán más adelante ambos, en una charla extensa que se volverá como un río con sus propios cursos y saltos, con humor, agudeza y lágrimas. “Lo gracioso es que, por ejemplo, nos sentamos a comer, y yo ya sé lo que ella va a pedir”, dice Darín. “Y ella sabe qué voy a pedir yo. O me pregunta: ‘¿Sabés qué almorcé hoy?’. Y yo lo sé perfectamente. Yo sé que ella, todas las mañanas, sale a caminar; es una especie de Forrest Gump… Ese es un funcionamiento cien por ciento conyugal”, reafirma. “¿Sacamos las fotos ahora o vamos a charlar?”.

-Vienen de una larga gira por España. No solo estuvieron en Madrid sino en otras ciudades más pequeñas. Más allá de la universalidad de la obra, ¿qué diferencias perciben entre el público español y el argentino?

Ricardo Darín: -Eso hoy es una gran intriga. No solo porque ha pasado mucho tiempo, sino porque el mundo está en movimiento, nosotros lo estamos y la obra también. Es decir, se fue acomodando. No cambia el texto, lo que cambia es el modus. Entonces, hoy esto es una intriga y es lo que para nosotros forma parte del desafío; lo que cambia en cada escenario. En cada nueva localidad, pueblo, lo que fuere, el desafío está compuesto no solo por la parte escénica, por tener que adaptarte a lo que te ofrece cada escenario y lugar, sino también lo que viene de ahí abajo , de la audiencia. Y la verdad es que yo estoy muy intrigado por descubrir qué va a pasar acá. La obra se ha movido, nosotros hemos estado en movimiento, pero la Argentina ha estado muy en movimiento y el tema es averiguar, desde el escenario, para dónde.

-Andrea, ¿sentís lo mismo?

Andrea Pietra: -Una percepción que yo tengo es que el público acá va ser muy parecido al de Madrid. Pero sí siento diferencias. En Bilbao, por ejemplo, nos pasó que el público estaba muy, muy callado durante la función; no se expresaba. Y al final estalló en una ovación que nos hizo saltar las lágrimas… Igual, para mí, y me imagino que para Ricardo también, tiene una carga más fuerte hacerlo en nuestro país. Yo no hice esta obra acá, a excepción de una función especial que hubo en 2018, a beneficio. Entonces, es mi primera vez en Buenos Aires, y me emociona.

-Más allá de la ceremonia teatral, la pregunta también apuntaba a lo que pasa con la gente en la calle…

A.P.: - Voy a hablar yo porque él no lo va a contar (risas), pero Ricardo es muy querido en España, a un nivel tal que parece que fuera el primer actor español. Todo el mundo lo ama, lo conoce, lo para en la calle, le habla, lo aborda… No pasa desapercibido en ningún lugar. Hay tanto fervor, que uno no siente que está en un lugar alejado de su tierra. Y vienen a ver la obra muchas veces. Vuelven a sacar entradas, la van a ver a otra ciudad, es increíble…

R.D.: A la gente le pega mucho esta obra. Hay algo que funciona como un gatillo, como un disparador de reflexiones. Por los comentarios que recibimos a la salida del teatro… Esta cosa de que te esté esperando un grupo grande de personas, con respeto y prudencia, y entre una foto y la otra te hagan saber sus impresiones. Esto lo charlamos con Andrea. Las devoluciones de la gente y cómo aplican el espectáculo a su propia historia, a la historia de sus padres, de alguien muy cercano…

“Hoy estamos abrazados a la ciencia ficción, que es entretenimiento; al terror, a las historias grandilocuentes y faraónicas, porque nos dejamos arrastrar por la espectacularidad. Y nos quedamos sin hablar de lo chiquito, de la fibra íntima”. Ricardo Darín

Ricardo Darín

-Ingmar Bergman contaba que, después del estreno de la miniserie, en 1973, tuvo que cambiar el número de teléfono de su casa porque lo llamaban desconocidos para pedirle consejos matrimoniales… ¿Les ocurrió alguna situación, alguna anécdota así con el público?

A.P.: -¡Sí! En esta última gira, alguien le propuso matrimonio a su novia después de ver la obra. También vienen exparejas a verla, juntos.

R.D.: -Un hombre y una mujer nos encararon a la salida y él nos dice: “Nosotros estamos separados hace años, pero ella sacó las entradas y me invitó” (risas). Se da mucho eso… Es lógico pensar que a Bergman le ocurriera eso. Pensemos en la hecatombe que debe haber significado en Estocolmo, en el año 73, con una sociedad muy cerrada, que este hombre planteara esta explosión en una serie de TV que llegó a todos los hogares. Debe haber sido muy fuerte.

-Muchos le endilgaron incluso que subiera el índice de crisis matrimoniales y de divorcios.

A.P.: -Claro, la culpa la tenía él (risas).

R.D.: -Lo que pasó fue que las crisis se descubrieron. Antes eran calladas. La gente no se separaba, se bancaban durante décadas, quizás odiándose, pero viviendo juntos. Nadie ponía el dedo en la llaga. Él lo hizo.

-Llevan años representando esta obra. El texto puede ser el mismo siempre, pero ¿cómo llegan hoy sus personajes al escenario, con las cosas que a ustedes les han ido ocurriendo a lo largo de la vida?

R.D.: -Es muy difícil escindirte de tu propia vida a la hora de sentir o pensar algo que el personaje expresa. Tenés una reinterpretación de las cosas en función de lo que te tocó vivir, porque cuando viste algo, ya no podés volver atrás; es una revelación. Y los textos que están bien escritos, todo el tiempo te señalan algo nuevo. Son conflictos de la naturaleza humana. Uno puede investigarlos, reflexionar, pero es muy difícil resolverlos, en función de los demás y ni que hablar de uno mismo. Hay que ser muy sabio para poder maniobrar dentro de la propia vida con un texto que a diario te enseña algo.

-Los dos tienen, paradójicamente, relaciones muy duraderas. ¿Cómo hacen para maniobrar y no llevarse algo a casa?

R.D.: ¡A lo mejor sí lo llevás! (ríe)

A.P.: -Y también te traés de casa alguna cosa. Cuando subís al escenario, tu estado es el que traés…

R.D.: -Convengamos que lo ideal es dejarlo afuera.

A.P.: -Sí, pero quizás también, en función de lo que traés, tu personaje te enseña algo. Yo siempre me pongo del lado del personaje, aunque haga de una asesina. Intento comprender lo que hace y por qué lo hace, porque si no, no la voy a poder actuar. Y lo hago con disfrute. Siempre recuerdo que, para el estreno de Agosto, con dirección de Norma Aleandro, estábamos todos muy nerviosos. Y ella nos dijo: “¡Salgamos a disfrutar! Nosotros, aunque nos equivoquemos, nunca le vamos a hacer mal a nadie. Somos actores, no somos un cirujano, que puso mal el bisturí y mató a una persona”.

R.D.: -Bueno, una mala actuación te puede cagar la semana (risas).

-¿Sos muy crítico?

R.D.: -Sí, cuando veo algo mal hecho, no sé… Me pasa en todos los ámbitos; en teatro, cine, televisión. No es porque le busco el pelo al huevo, pero uno conoce los mecanismos, entiende…

Fibras íntimas

-Nombraste la tele. Es medio difícil ahora ver ficciones en TV.

R.D.: -Sí, es lamentable, pero es así. Es lamentable no poder ver en televisión abierta historias de lo que nos pasa hoy. Es como si hubiéramos hecho un acuerdo silencioso para no hablar de lo que nos está pasando. Es rarísimo… Nunca dejo de pensar en eso. Sobre todo porque todos los actores argentinos de las últimas décadas tuvimos la oportunidad de formar parte de proyectos que se dedicaban específicamente a eso: a hablar de lo que nos pasaba. Y eso no ocurre más. Me refiero a esos programas en los que existía la posibilidad de dialogar íntimamente con lo que te plantea una escena porque te habla de lo que te pasa hoy, en tu realidad, aquí y ahora. Y eso hoy no ocurre. Hoy estamos abrazados a la ciencia ficción, que es entretenimiento; al terror, a las historias grandilocuentes y faraónicas, porque nos dejamos arrastrar por la espectacularidad. Y nos quedamos sin hablar de lo chiquito, de la fibra íntima. Cada tanto tenemos la suerte de que aparece una historia bien hecha, que habla de lo que les pasa a las personas. Pero es muy difícil. Yo extraño eso, y no puedo entender cómo dejó de ser atractiva, para quienes toman decisiones de producción y empresariales, la idea de reunir a la familia en torno a un programa para hablar de sus problemas, de sus conflictos y de que eso genere una charla en la mesa… Alguna razón debe haber, pero no la entiendo.

“Una vez, Norma Aleandro nos dijo: “¡Salgamos al escenario a disfrutar! Nosotros, aunque nos equivoquemos, nunca le vamos a hacer mal a nadie. Somos actores, no somos un cirujano que puso mal el bisturí y mató a una persona”. Andrea Pietra

Andrea Pietra

-Ustedes, además, son fruto de esos otros tiempos en los que los actores se metían en el living de las casas a través de la pantalla. El público aprendió a quererlos a partir de esa intimidad. Las generaciones muy jóvenes no tienen esa posibilidad con sus actores.

R.D.: -Se relacionan con un Youtuber, con los influencers, los Tiktokers. Se perdió la cosa de sentarse frente a una pantalla.

A.P.: -Ya no hay tiempo. Todo es veloz. ¿Quién aguanta sentarse una hora y media en casa para ver algo en la tele? También pasa en teatro: la gente no aguanta sin mirar el celular en la mitad de la obra.

-¿Les ocurre a ustedes?

R.D.: -Sí. Para nosotros es gravísimo lo de no poder apagar el celular en el medio de una función. Yo me agarro cada calentura… ¡He parado funciones por eso!

-¿Y cómo reacciona el público?

A.P.: -Lo ovacionan. A mucha gente le indigna este tema.

R.D.: -¡Porque es una falta de respeto no solo hacia nosotros, sino con el resto del público! El otro día escuchaba a alguien decir que, si estás en una comida, y quien está con vos deja el celular arriba de la mesa, te está diciendo que no hay nada más importante que ese aparato que tiene ahí. Cuando uno se reúne, en familia o con amigos, debería desaparecer el aparato del que tanto puteamos y del que ya sabemos la adicción que nos ha generado. Deberíamos sacarlo y atender al otro, mirarlo a la cara y escuchar qué es lo que le pasa. Estamos pasando por un momento gravísimo de esa adicción y va a ir peor; todos lo sabemos. Otra cuestión: pareciera que no podemos disfrutar de lo que estamos viviendo si no lo registramos. Cuando, en realidad, es todo lo contrario, porque cuando vos grabás algo, te salís inmediatamente de la vivencia. Ahora es como si todos fuéramos realizadores audiovisuales. Yo entiendo la pulsión de querer registrar lo lindo, pero en una situación íntima me pone de la nuca.

-A partir del impacto social y cultural de El Eternauta llegó a ustedes una nueva generación de público, los adolescentes. ¿Cómo viven ese cariño?

R.D.: -Sí, la pendejada es tremenda. Me causa gracia porque los chicos reaccionan como lo que son: viscerales. Si te conocen por la calle hacen caras, se codean entre ellos (gesticula y se ríe). Es algo que me gusta mucho.

A.P.: -Yo lo disfruté particularmente con mi hija , que nunca quería ver ninguno de mis trabajos. “Mamá, no pienso ver tus programas de los 90”, me dijo un día. Claro, ella nació en 2010, la entiendo, ¡pero después la enganchaba mirando Friends…! (risas). Con El Eternauta fui feliz porque la vimos juntas. A los chicos les pegó mucho.

-Incluso la historia legó frases que incorporamos todos más allá de la edad, “Nadie se salva solo”, “Lo viejo funciona”; hay memes, hubo funcionarios de gobierno muy pendientes de tus declaraciones en ese momento, Ricardo… ¿Cómo lo vivieron ustedes y qué queda cuando la espuma empieza a bajar?

R.D.: -La espuma, por suerte, se tranquilizó, porque en los primeros momentos fue un tsunami. Uno trata de hacer un ejercicio de entendimiento, pensar a qué se debe… Y yo creo que el hecho de tener una historia de ciencia ficción, con muy buena realización, que no era hablada en inglés y que tenía locaciones fácilmente reconocibles, fue un combo explosivo. Sobre todo para los chicos, que por primera vez sentían que no necesariamente algo así tiene que ser japonés o norteamericano. Y ocurrió que todos, los chicos, los grandes, los críticos y hasta esos enemigos que hubo a priori, que sentían que se iba a destrozar una historia icónica de la Argentina, confluyeron. El Eternauta les juntó la cabeza a todos. Ni los odiadores lo pudieron odiar.

A.P.: -Y además se hizo mundial. Dejó de ser solo una historia nuestra para ser del mundo. Para mí fue un regalo ser parte, pensar en una segunda temporada.

-¿Cómo viene esa segunda temporada?

R.D.: -La vamos a rodar el año que viene. Tenemos que tener mucha suerte para que se pueda ver antes de fines de 2026, porque lleva mucha postproducción.

De generaciones venideras...

-Ricardo, hablás de tus planes laborales para 2026, pero vos vas a estar particularmente ocupado con temas familiares el año que viene…

R.D.: -(Sonríe) Particularmente. Pero no en esa época, un poco antes. ¡Ya estamos ocupados con temas familiares!

-Sos de esos tipos que fantasean con esa instancia de la vida, que se piensan de cara a ese momento…

R.D.: -No. No porque no me gusta adelantarme a nada, sobre todo a cosas que no dependen de mí. Y la verdad es que no, aunque a veces la gente quiere hacerte un mimo… . Ella se caga de risa porque sabe bien que alguna gente me esperaba con carteles en la puerta del teatro. “Nono”, decían. Y cuando vieron la cara que yo puse, escondieron el cartel…

A.P.: -¡Le llevaban hasta regalos para el bebé!

R.D.: -Es que no me gusta adelantarme a esa situación, de la misma forma en que no me gustan las sorpresas. Vamos tranquilos, vamos despacio. Dejemos que la vida y la naturaleza hagan sus cosas. A lo mejor, cuando el evento ocurra, me agarra una locura de aquellas y me transformo en un energúmeno. Puede ser, por haber acumulado tanta prudencia. Pero no es el momento .

Aquí y allá

La charla avanza y los dos actores, incluso cansados por el ritmo de trabajo, la gira y los compromisos, se entusiasman con el hilo de temas que tejen. Por eso hablan con énfasis cuando toca el turno de analizar ciertos abismos en apariencia insalvables entre esa España que tan bien conocen y la Argentina; especialmente Darín, que sin eufemismos pero también con la calidez de lo cercano -esa extraña condición amena que le imprime a sus personajes-, pinta con vehemencia.

“Estamos tan acostumbrados a las crisis, tenemos tanto ejercicio, que le ponemos todo. ¿Hay que ajustarse el cinturón? Nos ajustamos el cinturón. ¿No hay que salir tanto? No salimos… Tenemos una gimnasia de eso; otras sociedades se paralizan, nosotros no nos paralizamos nunca”. Ricardo Darín

-Hablábamos antes de la Argentina y de cómo los cambios de época impactan en la obra. Están recién llegados, tras más de dos meses en otro país. ¿Qué ven?

R.D.: -Yo mucho no vi, porque casi no salí de mi casa; tengo siete millones de cosas por responder y hacer, no he andado mucho por ahí. No estoy esquivando la respuesta… Aunque tampoco creo que haga falta andar mucho para darse cuenta de la sensación térmica. Hay una sensación térmica incierta. Eso es evidente. Pero también es cierto, y hay que decirlo, que todo está funcionando. De alguna manera, está funcionando. Después vienen las distintas interpretaciones de cuánta gente ves en situación de calle, por ejemplo, algo que a mí me preocupa mucho porque es un termómetro. Cuando ves familias durmiendo en la calle, con chiquitos, ahí decís: “Ah, nos estamos haciendo los boludos”. Lo estamos tomando con naturalidad. Pero también es cierto, por lo que vi hasta acá y más allá de cosas que nunca voy a poder terminar de digerir, es que esto funciona. Esto cumple con ese axioma de que los países no cierran, no son empresas, no bajan la persiana. Estamos tan acostumbrados a las crisis, tenemos tanto ejercicio, que le ponemos todo. ¿Qué hay que hacer? ¿Hay que ajustarse el cinturón? Nos ajustamos el cinturón. ¿No hay que salir tanto? No salimos… Tenemos una gimnasia de eso; otras sociedades se paralizan, nosotros no nos paralizamos nunca.

A.P.: -Yo estoy de acuerdo con él, pero me vine con reflexiones de España. En esta gira puse mucho la mirada en los mayores. Y me dio tanta tristeza comparar con nuestros jubilados… Primero porque allá ves a la gente bien vestida, ves por la tarde a las señoras tomándose un vino en un lugar, salen, van al teatro, hacen deportes… Es decir, tienen recompensas por haber trabajado toda su vida. Tienen cuidado, calidad de vida.

“Desde luego que se ven problemas en España, pero hay temas básicos, como los remedios, los jubilados, el cuidado de la discapacidad , que ellos tienen en orden. ¿Por qué acá no?“. Andrea Pietra

R.D.: -No son basura, no son despojo. Hay un foco puesto en ellos y te das cuenta porque los ves funcionando, los ves a cargo de la dignidad de la ancianidad. Y cualquiera podría contestar a esto: “Bueno, pero son sociedades y economías distintas”. Justamente, Europa tiene una población pasiva muy grande, que está sostenida por la población activa, que no es tan grande. ¿Y cómo hacen? Lo priorizan, está el foco puesto ahí. No hace falta ir a un restaurante para verlo; lo ves en la calle, en el transporte. Tenemos que empezar a desandar por qué nosotros estamos así… Vos en Europa ponés el pie en el paso de cebra y se detiene el mundo. Nosotros no lo entendimos aún. Si empezás a tirar del piolín, es un tema de educación. Es un tema cultural, de sensibilidad y de lo que decía “la Negra” : es gente que ha trabajado toda su vida, que han hecho todo.

A.P.: -¿Qué es esto de pensar: “Ah, no sirve más. Es un viejo, tírenlo a la mierda”? Desde luego que se ven problemas en España, pero hay temas básicos, como los remedios, los jubilados, el cuidado de la discapacidad, que acá se sigue rogando que se cumpla la ley, que ellos los tienen en orden. ¿Por qué acá no?

R.D.: -Porque el ejemplo es de arriba hacia abajo. Siempre. El ejemplo es vertical. Nosotros nos seguimos excusando con que somos un pueblo “joven”, adolescente diría yo, pero la realidad es que hay cosas que se hacen y cosas que no.

-¿Son optimistas?

R.D.: -No. Yo no soy optimista. Soy positivo, que no es lo mismo. Pero todo indica que a quienes están manejando el mundo, los poderes de peso real, que no tienen que ver con las ideologías sino con los intereses creados, mucho no les interesa esto que hablamos de los ancianos… Están pensando en otras cosas. Y da la sensación de que todo va para ese lado, y además con éxito. Entonces, de golpe, un tipo profundamente antidemocrático se transforma en un líder de la paz, porque logró, por cuestiones económicas, presionar de tal forma a todo un grupo y ahora lo proponen como un líder de la paz. Dale, ¡dejate de joder!

-Ciencia ficción…

R.D.: -¡Ciencia ficción! Por eso gana tantos adeptos.

-Vos, Andrea, ¿sos optimista?

A.P.: -Soy optimista en mi terruño. Me levanto optimista con la gente que conozco, la solidaridad que veo. Trato de poner el foco en lo bueno. Tenemos un país con mucha gente solidaria. Sé que hay tótems muy poderosos en el mundo, pero en algún momento van a tener que caer, como cayeron otras figuras de poder. Y en lo personal soy positiva, no me levanto pensando: “Uy, qué día de mierda”.

R.D.: -Yo también soy positivo en ese sentido. Quiero ser así, trabajo para ser así. Y confío mucho en el aporte individual: en el mano a mano, en el cara a cara. En ese sentido, tenemos uno de los mejores países del mundo. No lo digo yo, no lo dice Andrea, lo dicen los extranjeros que vienen acá y no pueden creer la solidaridad, la empatía, el apoyo.

A.P.: -Tenemos un país extraordinario. Y algunos boludos que hacen fuerza…

R.D.: -Hay gente que está empecinada en desconocer al otro, en transformarlo en un enemigo. Y si es un enemigo, hay que eliminarlo, aunque sea intelectualmente, o públicamente… Deberíamos haber aprendido a esta altura, ejercitando hace tiempo la democracia, que está bueno no estar de acuerdo pero poder formar parte de una misma discusión, de un debate.

-Hablábamos antes de los comienzos de cada uno. ¿Qué añoran, de ustedes mismos, de esos tiempos? ¿Añoran algo?

R.D.: -No sé si añorar es el término… Algunas cosas sí las extrañás, obviamente. No quiero entrar en el terreno emocional porque voy a terminar llorando, como siempre . Añoro los momentos en que no tenía tanto dolor acumulado, producto de las pérdidas, de las ausencias…

El actor hace un silencio y baja la mirada, azul y dolorida. Su partenaire sale al rescate: “Sigo yo, porque mi compañero no puede. Obviamente en el camino se pierde mucho, pero también se valora haberlo tenido. Yo le pongo el foco a eso. Si no lo hubiera tenido, no lo extrañaría tanto . Si no lo pienso así, me toma la emocionalidad y no puedo vivir. En mi caso, celebro todo lo que me fue pasando para llegar hasta acá. Sé que no tengo 20, tengo 57 y hay cosas que me empiezan a doler que antes no me dolían… Pero valoro seguir caminando". Ricardo Darín la mira, asiente y sonríe: “Yo también. Lo que valoro es precisamente eso: la importancia de seguir caminando”.

Para agendar

Escenas de la vida conyugal, con Ricardo Darín y Andrea Pietra (dirección de Norma Aleandro). Funciones: desde el 19 de noviembre, de miércoles a domingos. Sala: Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). Entradas: Ticketek.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/ricardo-darin-y-andrea-pietra-las-anecdotas-los-dolores-del-pasado-y-la-mirada-sobre-el-pais-con-el-nid13112025/

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