Regreso y decepción: cómo la serie And Just Like That... arruinó el legado de Sex and the City
“¿Es necesario que me definan basándose en mi capítulo más oscuro?”, pregunta Miranda en el octavo envío de la tercera y última temporada de...
“¿Es necesario que me definan basándose en mi capítulo más oscuro?”, pregunta Miranda en el octavo envío de la tercera y última temporada de And Just Like That..., la secuela de Sex and the City que se despidió esta semana, 15 días después del anuncio de que HBO Max había decidido no continuar con el programa. La pregunta del personaje interpretado por Cynthia Nixon se podría aplicar a toda la marcha de la serie que devolvió a la pantalla a los queridos personajes de la serie original, una adaptación de los libros de Candace Bushnell, estrenada en 1998.
¿La fallida And Just Like That... consiguió arruinar el legado cultural y el estatus de Sex and the City como una de las ficciones más influyentes de finales del siglo 20? ¿A partir de ahora y gracias a los 33 episodios de la secuela distribuidos entre 2021 y hoy, dejará Sarah Jessica Parker de ser un ícono de la moda y se terminarán los recorridos turísticos por Manhattan que incluyen las escalinatas del departamento de Carrie ubicado en pleno Upper East Side en la ficción y en West Village en la realidad?
Por más que los creadores del programa, y la propia Parker, hicieron todo lo posible por bastardear a sus queridos personajes hasta reducirlos a caricaturas de los que tanta admiración habían generado cuando llegaron a la pantalla de HBO hace 27 años, lo cierto es que aun después de padecer las tres temporadas de And Just Like That... los fanáticos de las fabulosas cuatro de Manhattan probablemente no las abandonen por completo. Después de todo, el grupo se hizo fuerte al atravesar la vergüenza ajena que generaron las dos películas de la saga estrenadas en 2008 y 2010, los proyectos que se suponía serían la coda de las seis exitosas temporadas de la serie. Un par de éxitos de taquilla, especialmente la primera entrega, que ya habían teñido de decepción los buenos momentos heredados del ciclo televisivo. Y que demostraron que los responsables de la rentable marca Sex and the City no estaban dispuestos a soltar a los personajes que los hicieron ricos, famosos e influyentes.
La peor enemiga del brillo de la ficción original, la responsable de su opacidad actual, no fue la interpretación de las actrices ni fueron los mediocres guiones de And Just Like That..., sino la arrogancia de sus creadores, convencidos de que en 2021 seguían teniendo el mismo entendimiento de la cultura popular que ostentaban a finales de los 90. Se habló tanto de cómo las protagonistas, todas mujeres más allá de los cincuenta años, en la nueva serie no se comportaban acorde con su edad en términos de sus preocupaciones y hasta sus looks, pero no se dijo lo suficiente que lo que había envejecido sin posibilidad de recauchutajes estéticos eran las ideas sobre el mundo que habían impulsado el fenómeno original.
El concepto de cuatro amigas lidiando con las dificultades y alegrías de ser una mujer adulta en Manhattan capaces de discutir una variedad de temas y experiencias de una manera que hasta ese momento ningún personaje femenino había podido desplegar en televisión despertó la curiosidad y la pasión de multitudes. Los cocktails Cosmopolitan rosa chicle se volvieron sinónimo de desparpajo, de sofisticación e independencia, una revolución femenina a bordo de tacos tan altos como bellos y vestidos de diseñador tan caros como despampanantes.
Gracias a las escenas grabadas en los lugares de moda de Manhattan, en las calles plenas de maravillas arquitectónicas y departamentos de lujo y sobre todo a la cuidadosa construcción de su cuarteto de personajes protagónicos Sex and the City fue el estandarte aspiracional de muchas, el espejito de colores en el que los espectadores elegían reflejarse aunque en lugar de botas de Manolo Blahnik apenas les alcanzara el sueldo para comprarse zapatillas de marca genérica. Eso no importaba porque el cuento de hadas moderno con sus zapatitos de cristal y sus príncipes, más oscuros batracios que azules galanes, imaginaba un mundo donde la amistad femenina era la respuesta a todos los males, donde por primera vez ese lazo se mostraba en toda su gloria en la pantalla de la TV. La porción más realista de unas historias que no tenían pretensión de serlo.
Los romances, los equívocos amorosos y las aventuras sexuales completaban un cuadro que logró traspasar los confines de la ficción: de repente, mundos insulares y ultra exclusivos como los del arte y la moda neoyorquina parecían alcanzables para la mayoría. Una ilusión que resultaba en los mencionados tours turísticos organizados alrededor de la ficción, el desarrollo de líneas de indumentaria y zapatos inspiradas por la serie que también hizo de Parker una diseñadora de moda y mecenas de los creadores de los artículos de lujo que Carrie había dado a conocer en pantalla gracias a la estilista Patricia Field, tan responsable del suceso del programa como las actrices en pantalla.
Durante ocho años y 94 episodios, la fama y el éxito de la serie de HBO sostuvo su impacto y se ganó su lugar en el ecosistema de la ficción televisiva de finales de los 90. Menos celebrada en términos de premios y consideración de los críticos que Los Soprano, su contemporánea y compañera de canal, Sex and the City fue parte de la incipiente era dorada de la series, uno de los pilares sobre los que se construyó la ficción televisiva que se consume en estos días. Su vigencia demostró ser innegable durante la pandemia cuando conocedores y neófitos descubrieron el poder sanador de las chicas de Manhattan.
Tal vez por eso, cuando HBO se preparaba para lanzar su plataforma de streaming en 2020 surgió la posibilidad del regreso de la serie, casi una década después de que la tercera película de la saga quedara en el camino por la negativa de Cattrall a continuar trabajando junto a Parker y el resto del equipo. En busca de contar con una programación competitiva para sumarse a la guerra del streaming con sus mejores armas, HBO recurrió a sus relatos más exitosos: recuperó la exclusividad para emitir Friends, armó el especial del reencuentro de sus protagonistas, hizo lo mismo con el trío de las películas de Harry Potter y, después de aceptar que Cattrall no sería de la partida -el cameo de la segunda temporada no cuenta-, trajo de vuelta a Carrie, Miranda y Charlotte.
Te conozco, mascaritaYa hace tiempo que el negocio audiovisual se nutre de reciclar, relanzar y reencuadrar historias ya conocidas y probadas, una estrategia que las plataformas de streaming imitan de los estudios de cine. Bajo esa lógica el regreso de Sex and the City, más allá del paso del tiempo y del nuevo título, se suponía que garantizaría el suceso que HBO Max tanto necesitaba para competir con Netflix. Así, quien se pregunte por estos días, después de ver el final definitivo de And Just Like That... cómo fue que todo resultó tan deslucido y decepcionante, podrá señalar al boom del streaming como uno de los motivos del derrumbe. Sin que esa fuera su intención al empeñarse en devolverle la vida a la serie, sus productores crearon un monstruo de Frankenstein, algo que poseía rastros de la gloria pasada, pero que en conjunto no dejaba de ser una criatura hecha de partes putrefactas y fuera de su tiempo.
Grabada en plena pandemia y estrenada en el segundo año de la emergencia sanitaria global, el comienzo de la nueva serie fue bastante complicado. Casi al mismo tiempo del lanzamiento del primer episodio la vida real se inmiscuyó en la fantasía cuando se reveló que Chris Noth, el actor que interpretaba a Big, el elusivo gran amor de la vida de Carrie, había sido acusado de abusar sexualmente de dos mujeres. Y aunque la trama del programa ya contemplaba su salida antes de que se conociera la denuncia, lo cierto es que los detalles del hecho afectaron el espíritu romántico del personaje y su vínculo con la protagonista. El hecho de que Carrie se pasara toda la primera temporada haciendo el duelo por la inesperada muerte de Big y que el fallecimiento del personaje fuera la excusa argumental que justificaba los nuevos episodios no le sentó bien a los espectadores de la serie. Después de años de invertir tiempo, lágrimas y suspiros en el final feliz de la pareja, que todo desapareciera en el transcurso de un episodio y de la manera más traumática posible, no fue el comienzo más auspicioso para el nuevo programa. Además, un par de meses antes del estreno había muerto el actor Willie Garson, quien interpretaba al mejor amigo de Carrie, Stanford “Stanny” Blatch, en la serie original.
A esas pérdidas se sumó la forzada y cínica inclusión de personajes que representaban diferentes minorías en busca de adaptarse a las sensibilidades actuales, algo que tampoco ayudó a la causa de los creadores de la serie. Especialmente cuando las líneas argumentales de Seema (Sarita Choudhury), Lisa (Sarita Choudhury), Nya (Karen Pittman) y Che (Sara Ramirez) parecían escritas para incluir a todos sin ofender a nadie. Una receta narrativa más adecuada para un manual de usos y costumbres de la TV modelo siglo 21 que para una serie real.
Desde el comienzo estaba claro que el espacio dejado vacante por Samantha y Cattrall no podía llenarse con esos nuevos personajes construidos con la profundidad de un charco de agua. Y sin embargo, el costado más débil de la nueva serie no fueron sus nuevas incorporaciones o el regreso de Aidan (John Corbett), el exnovio de Carrie que nadie estaba interesado en volver a ver, sino la transformación que sufrió el trío protagonista.
Estaba claro que Carrie, Miranda y Charlotte no serían, no podían ser, las mismas de la serie original. El paso del tiempo y las experiencias de vida de cada una obligaban a un reencuentro pleno de cambios tanto internos como externos, pero lo que nadie esperaba es que se volvieran irreconocibles. Sí, el estilo, las salidas y la burbuja de ostentación, lujo y riquezas permanecía, pero la actitud y puntos de vista de los personajes no se parecían en nada a los establecidos durante más de dos décadas. Carrie ya no era la mujer independiente y segura de sí misma que se llevaba el mundo por delante sino una quejosa y caprichosa señora que organizaba su vida alrededor de un hombre; Miranda de repente dejó de confiar en su inteligencia y capacidad para volverse egoísta y cruel, y Charlotte devino poco más que el remate de todos los chistes, el alivio cómico de un universo que había comenzado como una brillante y brillosa fantasía moderna y terminó como una polvorienta pieza de museo.