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Prohibir o educar: el dilema que reaviva la decisión de Australia de impedir a los chicos el acceso a redes hasta los 16

Con esta decisión tan radical, Australia alimenta por estos días el debate: ¿es acertada la decisión del gobierno de ese país, respaldada por ley, de prohibir a los menores de 16 años el uso ...

Prohibir o educar: el dilema que reaviva la decisión de Australia de impedir a los chicos el acceso a redes hasta los 16

Con esta decisión tan radical, Australia alimenta por estos días el debate: ¿es acertada la decisión del gobierno de ese país, respaldada por ley, de prohibir a los menores de 16 años el uso ...

Con esta decisión tan radical, Australia alimenta por estos días el debate: ¿es acertada la decisión del gobierno de ese país, respaldada por ley, de prohibir a los menores de 16 años el uso de redes sociales, promoviendo sanciones y multas para quienes infrinjan la medida? El debate no solo divide a las generaciones, sino también a aquellos que creen que prohibir no sirve, que solo retrasa el acceso a la vida digital y que incluso incrementa el deseo de una generación que ya está atravesada por la ansiedad.

Otros consideran que no se puede dejar a los adolescentes solos y sin control en un mundo digital que se volvió hostil y, en muchos casos, es la causa de sus angustias y crisis de salud emocional; frente a plataformas que fueron diseñadas para ser adictivas al manipular el circuito de dopamina, de placer y recompensa en el cerebro de los chicos. En el medio, están los que se sorprenden de una medida tan radical, que están convencidos de que lo mejor es educar y formar a los adolescentes en ciudadanía digital, y también quienes están de acuerdo con el planteo, pero que dicen ni siquiera saben cómo hacer para despegarse ellos mismos del celular.

En Australia, mañana la prohibición de las redes para menores de 16 ya será un hecho. La medida llega con mucha polémica y como correlato de otra anterior: prohibir el uso de celulares en las escuelas en todos los niveles, una política pública solo replicada a nivel nacional por Chile. En otros países, incluida la Argentina, existen iniciativas distritales en ese sentido, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires.

¿Podrían implementarse algo así en la Argentina? LA NACION consultó a la Secretaría de Educación que dirige Carlos Torrendell sobre si se estaba evaluando tomar una decisión similar a la de Australia en el ámbito nacional, pero hasta el momento no hubo respuestas.

En cuanto a la restricción de uso de celular en las aulas, en realidad fueron las escuelas privadas las que dieron el primer paso. Al menos unas 30 instituciones de la Capital y el corredor norte del conurbano –de Belgrano, Recoleta, Palermo, Núñez, San Isidro, San Fernando y Pilar, entre otros– fueron pioneras: les anunciaron a los padres antes del inicio del ciclo 2024 que no estarían permitidos los celulares ni en primaria ni en secundaria. La medida tuvo enormes repercusiones y los padres, lejos de oponerse, aplaudieron y muchos confesaron que no sabían cómo ayudar a sus hijos a despegarse del teléfono y a limitar la cantidad de horas en redes. Tiempo después, llegó la decisión del gobierno porteño.

Uno de esos colegios fue Los Molinos, un establecimiento bilingüe de Munro. “Apenas unos meses después, vimos los resultados: recuperamos los recreos, volvieron los campeonatitos de fútbol y rugby, las partidas de truco reales, las charlas y las risas”, contó Mario Acorsi, director, tras los primeros meses. “El hecho de que los chicos no usen los teléfonos por casi ocho horas fue muy bueno para todos, también para las familias. El impacto tuvo etapas: la primera etapa trajo cierto sosiego, pero después aparecieron problemas de conducta propios de la relación cara a cara, producto de la socialización, que son necesarios para la formación, el aprender a vivir con el otro. El uso del celular invisibilizaba los roces y no podíamos orientarlos a cómo resolver conflictos. Ahora todo es más evidente”, dice Accorsi.

Paralelamente, desde hacía un tiempo un grupo de padres del colegio Bede’s, de Garín, venían siguiendo al psicólogo norteamericano Jonathan Haidt, que en febrero de 2024 publicó su libro The anxious generation (La generación ansiosa). ¿Sería cierto que el uso del celular y el consecuente acceso a las redes sociales están detrás de la epidemia de trastornos psíquicos de los adolescentes? Haidt postula que quienes iniciaron su adolescencia en los años en los que se masificó el acceso a celulares con conectividad 24 por 7, se convirtieron en una generación sin tolerancia a la frustración, con constantes problemas de ánimo, crisis de ansiedad e incapacidad de aburrirse, casi siempre mirando el mundo como eso que aparece por encima de la pantalla de su celular. E hizo una propuesta clara: sin celulares inteligentes antes de los 14 años y sin redes sociales hasta los 16, dos ideas claves en las medidas adoptadas en Australia.

¿Y si postergamos la edad del primer teléfono? ¿Y si les damos uno que no tenga acceso a internet ni a redes, que solo funcione para hablar y mandar SMS? Esa fue la propuesta de dos madres británicas, que lanzaron un movimiento que en cuestión de horas se había hecho viral: ponerse de acuerdo entre los padres para cambiar la norma social sobre el momento en el que se incorporan sus hijos al mundo de los celulares. Se llamaron Smartphone Free Childhood (Infancia Libre de Celulares) y en la Argentina los padres del Bede’s lo llamaron Manos libres. A un año y medio, las experiencias son variadas. No todo es tan romántico como al comienzo y los desafíos son muy grandes. Y no son pocos los padres y docentes que apuntan que no es sencillo cambiar el patrón de uso de la generación que ya tiene incorporada la socialización digital, pero tienen fe en que la nueva generación tenga una socialización diferente.

Hoy los padres que continúan con esta iniciativa armaron una plataforma que permite a los padres firmar un acuerdo para comprometerse a no darles un celular a sus hijos hasta los 14 y no darles acceso a redes hasta los 16. Eso queda registrado y permite agrupar a padres del mismo colegio que estén de acuerdo. “Nos hicimos eco de la prohibición de uso de redes de Australia y desde nuestras redes adherimos a la medida. Apoyamos y sostenemos que ese es el camino. Este movimiento al que pertenecemos viene de Australia y Reino Unido, coincidimos en que tiene que existir un acuerdo de los padres y que no podemos esperar a que aparezcan las leyes; hasta que esto ocurra, tienen que haber estas medidas. Los padres de nuestra comunidad lo celebran y están ansiosos por ver si esto pasa acá. Necesitamos que esto suceda”, dijo Lucila Galápagos, una de las madres del Bede’s, organizadora de Manos Libres. “Estamos impulsando campañas de firmas para que salga una ley. Mientras tanto queremos que a las empresas se las pueda multar si no garantizan que no accedan menores. Hoy está prohibido que tengan redes y plataformas menores de 13, pero eso no ocurre. Hace falta tomar conciencia de las consecuencias en los chicos”, agrega.

Roxana Morduchowicz es especialista en ciudadanía digital y consultora de Unesco en adolescencia y vida digital. “Si bien las redes plantean riesgos, prohibir su acceso a los adolescentes no necesariamente los protege. Por el contrario, podría empujarlos hacia otros espacios en internet, más oscuros y sin ningún tipo de regulación, que incluso suponen un mayor riesgo para ellos. La prohibición puede generar un efecto contrario al buscado: que los adolescentes experimenten una mayor vulnerabilidad cuando las utilizan, precisamente porque no sabrán cómo responder ante los riesgos que puedan presentarse. Resulta muy difícil enseñar sobre los usos reflexivos y apropiados de las redes sociales, si los adolescentes no tienen acceso a ellas”, dice. Y suma: “La prohibición ignora las oportunidades que las redes ofrecen a los adolescentes para aprender, para conectarse, para comunicarse, para participar y para expresarse con su propia voz. Además, esta decisión excluye a los propios jóvenes de este debate”.

Mucho más útil, apunta la especialista, sería enseñar a utilizarlas de forma apropiada y reflexiva. “Una política pública centrada en la prohibición, no permite asumir la responsabilidad de enseñar acerca de las tecnologías y de sus posibles riesgos. Con ellas, y no prescindiendo de ellas. Hablamos de una formación en ciudadanía digital que les permita pensarlas de manera crítica y ética”, propone.

Sofía G. tiene 16 años, vive en Villa del Parque y cuando se enteró de la medida en Australia se llenó de preguntas: “¿Por qué? ¿Y qué pasa con el perfil de los menores de 16, desaparece? No estoy para nada de acuerdo. En el colegio hablamos mucho del tema del celular y de las redes; todos coincidimos en que tenemos que aprender a no dejarnos atrapar tanto y a hacer cosas reales, encontrarnos, salir. Pero lo que no entienden los que lo prohíben es que allí están nuestras amistades, ahí nos vemos, hablamos, estamos en contacto con esa gente que no ves tanto, y es parte de nuestra forma de ser y relacionarnos. Si yo tengo un primo en Australia, ¿no lo veo más hasta que tenga 16? Es ridículo”, comenta.

Accorsi coincide en el impacto sobre la socialización de los adolescentes. “Los chicos tienen una vida virtual y la vida real. Depende del entorno social, el temperamento y las posibilidades de cada chico. La red social, muchas veces se convierte en esa red de socialización e interacción con pares, de contención y vinculación que no se da en el ámbito de lo real, que tal vez genera dinámicas perversas, que complotan contra la socialización humana, pero creo que al restringir deberíamos dar una alternativa. Y hoy la vida real se reconfiguró en base a la vida virtual. ¿Qué pasa con esos chicos si les sacás su entorno social de golpe? ¿Están preparados para revincularse?”, se pregunta.

Tili Peña es psicóloga y creadora del espacio TANConectados, desde donde dicta talleres para adolescentes en colegios sobre vida digital. “La medida en Australia apunta a una preocupación real: la salud mental de niñas, niños y adolescentes expuestos a los riesgos de las redes sociales. Ya están comprobados muchos de estos riesgos que generan un impacto negativo en la salud mental y física de los chicos. Prohibir no es la solución completa, aunque sí cumple una función: genera conciencia en quienes estaban desinformados y actúa como una alerta potente sobre un problema que muchas veces se subestima. En ese sentido, lo veo positivo. Al igual que pasa con el alcohol, saber que es legar a partir de los 18 años a muchos padres les da un respaldo concreto cuando quieren decirles a sus hijos que no tomen o, por lo menos, estirarlo lo más posible”, describe.

“Pero no puede ser la única estrategia ni la prioritaria. Si a un chico no se le enseña a usar redes de manera responsable, crítica y segura, llegará a los 16 con los mismos riesgos que tenía a los 12. Es fundamental trabajar en la educación digital. Sin esa mirada, cualquier prohibición queda incompleta”, concluye.

“Existe una corriente cada vez más extendida que observa en las redes sociales no solo un espacio de interacción, sino también un dispositivo con efectos adictivos, sostenido por algoritmos capaces de influir, condicionar y depredar la atención de niños y jóvenes, con consecuencias que apenas comenzamos a dimensionar. En la Argentina nos debemos un debate serio, profundo y basado en evidencia, lo más alejado posible de posiciones políticas o ideológicas coyunturales”, apunta Martín Zurita, secretario ejecutivo de la Asociación de Instituciones Educativas Privadas de Argentina (Aiepa). “Ese debate debe incluir, necesariamente, el rol del adulto en los procesos de crianza. No alcanza con discutir prohibiciones si los propios adultos no acompañan, no establecen límites o incluso los desdibujan con sus propias prácticas. No se trata solo de permitir o prohibir redes sociales: se trata de revisar el paradigma cultural que naturaliza la gratificación inmediata, la exposición permanente y la cultura del éxito instantáneo. Allí está uno de los desafíos más importantes”, continúa.

En el ámbito escolar, el impacto es evidente, sostiene. “El celular y las redes sociales son, al mismo tiempo, factores de disrupción y fuentes de conflictos dentro y fuera de la escuela. Es cierto que sin redes sociales muchos de estos conflictos disminuirían, pero también es cierto que la escuela perdería oportunidades valiosas para trabajar, educar y acompañar a los estudiantes en la gestión de esos mismos conflictos, que inevitablemente volverán a aparecer a lo largo de su vida”, remata.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/prohibir-o-educar-el-dilema-que-reaviva-la-decision-de-australia-de-impedir-a-los-chicos-el-acceso-a-nid09122025/

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