Generales Escuchar artículo

Paradas ruteras: cuatro sándwiches irresistibles para probar este fin de semana largo

Hay algo casi ceremonial en parar a comer un sándwich en la ruta. Estirar las piernas, mirar los autos pasar, dejar que el pan caliente y el olor a fiambre, carne o milanesa marquen un antes y un ...

Paradas ruteras: cuatro sándwiches irresistibles para probar este fin de semana largo

Hay algo casi ceremonial en parar a comer un sándwich en la ruta. Estirar las piernas, mirar los autos pasar, dejar que el pan caliente y el olor a fiambre, carne o milanesa marquen un antes y un ...

Hay algo casi ceremonial en parar a comer un sándwich en la ruta. Estirar las piernas, mirar los autos pasar, dejar que el pan caliente y el olor a fiambre, carne o milanesa marquen un antes y un después en el trayecto. En esos minutos suspendidos, el lugar deja de ser un lugar de paso para convertirse en escenario de historias familiares, decisiones de vida y pequeñas obsesiones gastronómicas.

En la Argentina, ese ritual tiene sus templos. Hay sándwiches que pesan más de un kilo y se comparten entre cuatro, otros que llegan con pan de espelta molido por la propia comunidad que los sirve, algunos que se comen al sol, en una plazoleta al borde de la ruta 2, y otros que acompañan la mudanza de dos cocineros consagrados hacia una vida más rural. Detrás de cada uno hay nombres, genealogías y elecciones que se sostienen en el tiempo.

Estas cuatro paradas ruteras resumen buena parte de esa liturgia: Balcarce, General Rodríguez, Lezama y San Antonio de Areco unidos por un mismo hilo conductor: sándwiches generosos, hechos con paciencia y sin más pretensión que esa combinación simple y perfecta de buen pan, buen producto y un rato de calma en el camino.

Paraje Ruta 8 (San Antonio de Areco)

En el kilómetro 105 de la ruta 8, a la altura de San Antonio de Areco, un parador nuevo se suma a la tradición sandwichera de las rutas argentinas. Paraje Ruta 8 nació, antes que como negocio, como consecuencia de una decisión vital: la de Sofía Zelaschi y Christian Petersen de mudarse a vivir más cerca del campo y criar a su hijo en un entorno más tranquilo.

El verdadero punto de inflexión apareció cuando se cruzaron con un local vacío sobre la ruta. El movimiento de autos, la mezcla de historias que traen los viajeros y el ida y vuelta de vecinos y productores terminó de cerrar la idea: un parador al paso, pero con sello propio. “Nos gusta la idea de acompañar ese momento de la ruta en el que frenás, comés algo rico y seguís viaje, pero sin resignar calidad”, resume Sofía.

La propuesta gastronómica es breve y directa. Para desayunos y meriendas hay tostados, buen café, chipás y un yogur natural casero “increíble”, con granola hecha con nueces pecán de una plantación cercana. Los huevos revueltos se preparan con huevos de su propio emprendimiento de gallinas ponedoras. A la hora del almuerzo, el menú se divide en platos y sándwiches. Al plato salen dos clásicos bien argentinos: milanesa con fideos y suprema con ensalada Caesar.

En la sección de sándwiches, la estrella es el de milanesa, preparado con las P-Milas, las milanesas congeladas del propio emprendimiento de Christian. Detrás hay toda una ingeniería del pan y de la carne. “Es lo simple bien hecho: siempre elegimos la mejor materia prima posible”, dice Sofía. El pan, desarrollado especialmente por Napo, el creador de las famosas milanesas tucumanas, junto a un amigo panadero, es blando, casero, con manteca, huevos y leche. Por fuera parece tener corteza, pero al morderlo es suave, pensado para agradar “a ambos paladares”: el que quiere algo gourmet y el que busca un sándwich clásico de ruta.

La milanesa de carne es de bife angosto de razas británicas, madurada en húmedo 21 días, suave, con buen aroma y marmoleo. Se condimenta con huevos de producción propia, ajo confitado, mostaza antigua, sal y pimienta; luego se empana con un rebozador elaborado por ellos mismos, a partir del pan de masa madre que queda de la panadería La Valiente. El resultado es una crocancia profunda y un color dorado parejo. La milanesa de pollo, en tanto, lleva ralladura de limón y se arma como un guiño a los gustos de Christian: pollo, palta y tomate. En ambos casos, el armado del sándwich se completa con lechuga, tomate y un hilo de buen aceite de oliva; nada más.

Esa elección de ir “a lo simple” también se refleja en los aderezos. En Paraje Ruta 8 no hay gaseosas ni mayonesa, kétchup o mostaza industrial. “No tenemos aderezos comerciales ni vendemos procesados. Preferimos hacer todo nosotros: alioli casero, kétchup casero y mostaza antigua, tipo Dijon en grano”, explica Sofía. Y aclara, casi como respuesta preventiva a los comentarios de redes: “El sándwich no tiene aderezos porque ya está hermosamente condimentado desde la base”.

El espacio acompaña esa filosofía. Adentro hay mesas grandes para compartir y otras más chicas; afuera, terrazas, mesas y camastros miran al campo y a la ruta, en una combinación curiosa de tránsito constante y calma rural que invita a bajar un cambio, elegir mesa según el sol y quedarse un rato más de lo previsto.

El cierre dulce es tan clásico como efectivo: queso y dulce, helado, alfajores y tres tortas que no necesitan presentación —pasta frola, húmedo de chocolate y rogel—. Parte de la propuesta es también esa sensación de “llevarse algo”: muchos clientes salen con milanesas para el freezer, como una forma de extender el paréntesis del viaje hasta la heladera de casa.

Paraje Ruta 8, Ruta 8 km 105, San Antonio de Areco. Atienden durante el día con una carta corta de platos y sándwiches al paso. Instagram: @ruta8km105.Confitería El Cruce (Balcarce)

Quien toma la rotonda donde se cruzan las rutas 226 y 55, en la entrada de Balcarce, se encuentra con una escena difícil de olvidar: una construcción de techo a dos aguas, recubierta en parte con piedra Mar del Plata, custodiada por una enorme lata de gaseosa elevándose sobre la banquina. Es la Confitería El Cruce, un ícono rutero que desde 1937 sostiene la misma promesa: sándwiches descomunales, de esos que obligan a compartir.

La historia empezó cuando Miguel de Santis, italiano, y su esposa chilena, Romillia Sáenz, montaron allí un almacén de ramos generales. Era una construcción de chapa y paja, en un paraje llamado Las Huellas, donde los reseros paraban a pasar la noche. Mientras Miguel salía con el carro a vender y hacer trueque en los campos, Romillia alimentaba a los viajeros. Hasta que un día, cuenta hoy su bisnieto Ignacio Rivera, lo convencieron para que descolgara uno de los jamones crudos que preparaba él mismo. Miguel tomó una cuchilla, feteó lonjas generosas, abrió una galleta de campo y armó un sándwich tan abundante que, desde entonces, la fama empezó a correr de boca en boca.

Con el tiempo, la ruta cambió, el boliche fue expropiado y Miguel decidió mudarse apenas unos metros atrás. En 1967 inauguraron el local que todavía hoy sigue en pie. La galleta fue reemplazada por pan francés horneado a leña y la cuchilla a mano por una máquina de cortar fiambre que aún funciona. Lo que nunca se tocó fue la proporción: ocho fetas de queso, 16 de jamón, alrededor de un kilo —a veces un poco más— y casi 50 centímetros de largo. “Con un sándwich comen bien cuatro personas”, resume Ignacio, cuarta generación al frente del negocio.

La propuesta actual mantiene ese espíritu: sándwiches XL de jamón crudo o cocido, matambre, salame, lomo o hamburguesa, servidos sin guarniciones ni artificios, confiando todo al pan y al fiambre.

Más allá de las medidas, lo que sostiene a El Cruce es el vínculo con su clientela. Ignacio creció durmiendo en el depósito y desayunando en las mesas del salón; hoy se emociona cuando ve regresar a quienes conoció de chicos, ahora trayendo a sus propios hijos. “Lo que nos llena de alegría es saber que esto no es sólo la historia de nuestra familia, sino también la de otras”, dice. El árbol genealógico que garabateó en un papel para envolver fiambres termina bajo su nombre con una frase subrayada: “continuidad del negocio”.

Cruce de rutas 55 y 226, Balcarce. Abre de lunes a sábados, desde las 8.30 hasta que se termina el pan (o, como máximo, hasta las 16). Instagram: @elcrucedebalcarce.The Yellow Deli (General Rodríguez)

En una esquina de General Rodríguez, muy cerca de la RN 7 y donde el conurbano late al ritmo de la planta de La Serenísima, hay una puerta de entrada a otra realidad. Al cruzarla, la escena cambia: madera tallada a mano, hierro trabajado por ellos mismos, pinturas de paisajes y escenas bíblicas en las paredes y una música suave, sin letras, dominada por guitarras, acordeones y arpas. Es The Yellow Deli, el restaurante de la comunidad de Las 12 Tribus en la Argentina y uno de los lugares donde mejor se entiende la idea de “sándwich como filosofía de vida”.

La comunidad, que llegó al país a fines de los 90 después de un largo viaje en motorhome, decidió vincularse con el entorno a través de la gastronomía. Muelen su propia harina de espelta en un molino propio, cultivan parte de sus ingredientes en Sierra de los Padres y se organizan para que todos ocupen un rol en el día a día del restaurante: desde la panadería hasta el salón. “No es un restaurante de alimentación sana, buscamos que sea rico y un lugar de desconexión”, explica Zaccai, uno de los impulsores del proyecto.

En esa lógica se inscriben sus sándwiches. La estrella es el Deli Rose, con dos carnes y dos quesos, servido en un pan contundente que hace honor al trabajo que hay detrás de cada pieza de espelta. Otro clásico es el Reuben, con carne ahumada y pan de centeno, que remite a los delis neoyorquinos pero con una vuelta de tuerca local. Y está el Criollo, invento argentino de la casa: ternera, chimichurri y queso danbo, una combinación que gustó tanto que hoy también se vende en algunas sucursales de Estados Unidos.

El ambiente suma lo suyo: ventanas con vitraux, mesas de madera robusta, arreglos florales elegidos con dedicación y mozos que se toman el tiempo de contar la historia del lugar. Antes de la pandemia abrían las 24 horas y se llenaba de estudiantes que encontraban allí una especie de refugio nocturno. Hoy el horario fuerte es la merienda, pero la sensación se mantiene: todos coinciden en que, apenas se sientan, “bajan tres cambios”.

Int. Pedro Whelan 501, General Rodríguez. Abren de domingos a viernes, de 9 a 23. No toman reservas. Instagram: @molinosentidocomun.La Matera (Lezama, ruta 2)

Sobre el Boulevard Libres del Sur, casi tocando la ruta 2, La Matera se ganó un lugar privilegiado en la geografía rutera bonaerense. Es una sandwichería pequeña, de mostrador activo y vereda siempre habitada, que se convirtió en parada casi obligatoria para quienes suben y bajan por la autovía rumbo a la costa o de regreso a Buenos Aires.

El emprendimiento nació en 2005, cuando Marcela Ortíz y su esposo, Pablo Suárez, decidieron dejar sus empleos para abrir un local de productos regionales. La idea original era vender quesos, dulces y conservas, pero la voz de los clientes fue marcando el camino: les pedían algo para comer ahí mismo, algo resuelto, que acompañara el mate o cortara el viaje. Probaron, casi a modo de ensayo, con sándwiches “gourmet”. Lo que siguió fue un boom.

Hoy, no hay día sin cola. La fama de La Matera se sostiene en una fórmula simple pero afinada: materia prima excelente, combinaciones pensadas, panes generosos y una escala que invita a compartir.

No hay estridencias ni decoración calculada para las redes: el encanto de La Matera está en su constancia. Familias, grupos de amigos, camioneros, motociclistas: todos esperan su turno con la vista puesta en el mostrador, donde se arman, uno detrás de otro, los sándwiches que hicieron famoso al lugar. Un ejemplo de cómo una esquina puede transformarse en referencia gastronómica de la ruta 2.

La Matera, Ruta 2 km 157, Lezama, sobre el Boulevard Libres del Sur. Abren de jueves a lunes, de 9.30 a 21.30 (los horarios pueden variar según la temporada; conviene chequear antes en redes). Instagram: @lamateralezama.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/de-una-tribu-religiosa-a-un-chef-famoso-cuatro-sandwiches-irresistibles-para-probar-este-fin-de-nid05122025/

Volver arriba