Para entender el cambio de Trump frente a Brasil
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Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general
NUEVA YORK.- La estrategia de Donald Trump con Brasil no estaba funcionando. En vez de ayudar al expresidente Jair Bolsonaro a evitar la cárcel o a poder ser candidato nuevamente en 2026, la andanada de aranceles y sanciones que Trump le impuso a Brasil estaban teniendo el efecto contrario: aceleraron la condena de Bolsonaro y potenciaron la popularidad de su rival, el presidente Lula da Silva. Además, la economía brasilera resistió sorprendentemente bien esas restricciones, mientras que en las últimas semanas por la Casa Blanca desfilaron en procesión los líderes empresarios norteamericanos para advertir sobre el riesgo de inflación que entrañan los aranceles al café, la carne y otros productos básicos.
Así que el presidente Trump hizo lo que ya ha hecho en otras ocasiones: escuchó. Y a continuación cambió de rumbo. Su breve encuentro con Lula durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, tras la cual habló de la “excelente química” entre ambos, no fue casual. No era otro presidente republicano que sucumbía irremediablemente al famoso carisma de Lula. Se trató más bien de una reunión orquestada durante varias semanas y por diversos actores, incluyendo al enviado especial de Trump, Richard Grenell, cuyo viaje secreto a Brasilia de principios de este mes, sorprendentemente, no trascendió hasta el jueves por la noche, cuando el diario brasilero O Estado de S. Paulo finalmente dio la noticia.
Trump y Lula tienen planeado hablar en el transcurso de esta semana o de la próxima, ya sea por teléfono o videoconferencia. Y si todo sale bien, hasta podría haber el anuncio de una reunión en persona. Los funcionarios de ambas capitales se preguntan ansiosamente: ¿Y ahora qué? ¿Trump estará realmente interesado en llegar a un acuerdo con Lula? ¿O es solo el preludio de otro estallido, de una escena de humillación para Lula como la que sufrieron Volodimir Zelensky o Cyril Ramaphosa, ante los ojos de todo el mundo?
La respuesta más probable es que la intención de Trump sea bajar los decibeles con Brasil, pero solo un poco. Gracias a Grenell y otros asesores, Trump parece haber entendido que es inviable que Jair Bolsonaro pueda postularse a la presidencia el año que viene. Sus problemas legales son demasiado graves y el apoyo político que tiene en Brasilia es escaso, una realidad que hasta los bolsonaristas más leales admiten en privado. Por otro lado, también es cierto que Trump nunca abandonaría a la familia Bolsonaro, y mucho menos admitiría una derrota, especialmente en un caso en el que Trump encuentra fuertes paralelismos con la llamada “cacería de brujas” que él mismo siente haber enfrentado en Estados Unidos.
Una vía intermedia podría ser mantener los aranceles de los productos brasileros en el 50%, pero añadirlos a la ya larga lista de productos exentos. Las sanciones contra el juez del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Alexandre de Moraes y su esposa se mantendrían, pero no se ampliarían para incluir a otros jueces y políticos, al menos por ahora. En conjunto, esas medidas ayudarían a proteger la economía norteamericana y ambas partes podrían salvar las apariencias. Al mismo tiempo, esas medidas también servirían para mantener la presión sobre Lula, el Congreso y el Supremo Tribunal brasileños para que muestren cierta indulgencia con Bolsonaro y sus partidarios, reduciendo las penas de cárcel, aprobando algún tipo de ley de amnistía, o quizás permitiendo que el expresidente, cuya salud es frágil, cumpla su condena en arresto domiciliario.
Los diplomáticos de ambas capitales tienen razón en estar nerviosos: el camino de la desescalada es empinado: ambos presidentes creen sinceramente ser ellos quienes defienden la democracia, ambos siguen teniendo muchos asesores que los incitan a la lucha, y ambos tienen un famoso temperamento volcánico. Si Lula intenta sermonear a Trump, o simplemente lo fastidia en una conversación más larga que los “39 segundos” que según Trump pasaron juntos en la ONU, todo está perdido. Para colmo, incluso por un acuerdo tan modesto, Trump seguramente exigirá un trofeo de guerra. Y es muy improbable que Lula esté dispuesto al tipo de concesiones unilaterales que hicieron Japón, Corea, la Unión Europea y Ucrania, ya que este enfrentamiento con Estados Unidos le ha insuflado nueva vida a su tercer mandato y ha restaurado su reputación como una gran figura de la escena global.
Pero la oportunidad existe. El terreno más fértil para un acuerdo podría ser el de los minerales críticos: en concreto, las tierras raras. Brasil posee las segundas reservas de tierras raras más grandes del mundo, después de China, pero siguen mayormente inexplotadas debido a la falta de inversiones y conocimientos técnicos que Estados Unidos está bien posicionado para aportar. Trump ya ha mostrado que tiene un claro interés en las tierras raras —fueron el eje de su acuerdo con Ucrania—, y se dice que Lula está dispuesto a aprobar leyes para atraer la instalación de empresas norteamericanas. Brasil también podría dar marcha atrás con algunas controvertidas regulaciones sobre la expresión digital y la inteligencia artificial que causaron alarma en las empresas tecnológicas de Estados Unidos, o ayudar a gestionar la crisis en Haití, una importante fuente de inmigrantes hacia Estados Unidos. Aunque ambas partes lo negarían, “un pacto de caballeros” con el Supremo Tribunal podría garantizar que Bolsonaro cumpla su condena bajo arresto domiciliario, ahorrándoles a todos el humillante espectáculo de verlo esposado y llevado a prisión.
Sin embargo, probablemente ni en el mejor de los casos habrá triunfantes apretones de manos en el Salón Oval ni en Mar-a-Lago. Y también es probable que mientras ambos sean presidentes sigan las tensiones, los insultos y algunas sanciones. Pero Trump lograría modificar una política fracasada hacia un país que sí, le importa, pero que tampoco es su máxima prioridad. Lo más irónico es que para Lula la reelección podría ser más difícil con Bolsonaro fuera de competencia que dentro de ella, y tiene la esperanza de que un acuerdo frene, o al menos modere, los intentos de Trump de meterse en la campaña electoral brasilera del año que viene. Hasta ahora, es imaginable que ambos bandos puedan conseguir lo que quieren, incluso si hacen falta más de 39 segundos.
Traducción de Jaime Arrambide