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Obras que se activan con la respiración, se tocan a ciegas o se perciben por el olfato, en una muestra inmersiva

A oscuras, en la gran sala de la planta baja de Fundación Andreani, las obras del artista brasileño Guto Nóbrega (Río de Janeiro, 1965) deslumbran como pequeñas joyas luminiscentes. Sus piezas...

Obras que se activan con la respiración, se tocan a ciegas o se perciben por el olfato, en una muestra inmersiva

A oscuras, en la gran sala de la planta baja de Fundación Andreani, las obras del artista brasileño Guto Nóbrega (Río de Janeiro, 1965) deslumbran como pequeñas joyas luminiscentes. Sus piezas...

A oscuras, en la gran sala de la planta baja de Fundación Andreani, las obras del artista brasileño Guto Nóbrega (Río de Janeiro, 1965) deslumbran como pequeñas joyas luminiscentes. Sus piezas, que se podrán ver desde este sábado en el espacio de arte de La Boca, surgen de la investigación y el análisis exhaustivos: integran arte, ciencia y tecnología, invitan al público a interactuar y poner el propio cuerpo en escena. También interpelan sobre la posibilidad de especies que trascienden las ya conocidas.

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Sus sistemas híbridos, en los que incluye plantas y agua, se integran en una experiencia inmersiva que cautiva al espectador. Conjugan el entorno natural y artificial; plantas y códigos, y la interconexión mediada por organismos vivos y robóticos. “Esta propuesta es una invitación a estar en el mundo con empatía, sensibilidad y conciencia crítica”, señala la brasilera Nara Cristina Santos, curadora de la exhibición.

Nóbrega es artista e investigador postdoctoral por la Universidad de Brasilia, en la línea de arte y tecnología del programa de postgrado en artes visuales. Es doctor en artes interactivas por el programa de posgrado Planetary Collegium, de la Universidad de Plymouth, en Reino Unido. “Hoy, el artista tiene el privilegio de participar de una horizontalidad que si se destaca puede encontrar sus pares. Y me parece que eso hay que hacerlo jugar acá porque si no es como que estamos en un lugar geopolíticamente alejado, geográficamente hay que volver a relacionarse con otros diferentes. Es un poco la intencionalidad de las muestras que hacemos”, dice en diálogo con LA NACION Laura Buccellato, asesora del área de cultura de la fundación.

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Con tres contundentes instalaciones nunca antes vistas en nuestro país (una de ellas creada especialmente para la Fundación Andreani), Nóbrega explora la hibridez entre tecnología, robótica y mundo vegetal. En Respiración (2008), que incluye un organismo natural y un sistema robótico, hay que acercarse a las hojas de una planta y expirar intensamente en un sensor para que la estructura tecnológica se ponga en movimiento. “La experiencia artística se desarrolla en este campo inmersivo activando la energía entre lo vivo y lo artificial. El cuerpo se percibe en diálogo con la instalación en el entorno inmediato y lo influye, en una interacción consciente y de corresponsabilidad”, señala la curadora sobre esta pieza que se activa con el aliento.

En E4D Encantamiento para la 4a Dimensión (2021), el artista propone una experiencia sensorial inmersiva a través de una estructura inspirada en el teseracto, una figura geométrica que representa la proyección en cuatro dimensiones de un cubo. En su interior, un pequeño ecosistema de plantas acuáticas convive con un haz de luz láser que atraviesa el agua. Las vibraciones que se producen en ese medio líquido son captadas y traducidas en sonidos, generando un entorno acústico que varía según los movimientos y la presencia del espectador.

El resultado es un dispositivo que funciona como una antena: capta, modula y emite ondas sonoras, mientras invita al público a sumergirse en una experiencia que oscila entre lo colectivo y lo íntimo. Por un lado, evoca la idea de un ritual compartido; por otro, habilita una vivencia subjetiva del “encantamiento”, entendida como una percepción poética y personal que cada visitante proyecta desde su propio imaginario.

Cuenca (2025) está pensada y producida especialmente para Fundación Andreani, a partir de la compleja historia de la cuenca hidrográfica del río Matanza-Riachuelo, marcada por la degradación ambiental y los esfuerzos por recuperarla. En esta pieza, el artista establece un diálogo poético y crítico con el paisaje del Riachuelo. La instalación articula elementos orgánicos (como agua, plantas y madera), con componentes tecnológicos (cables, chips, un casco inmersivo) para proponer una experiencia inolvidable que conjuga naturaleza y tecnología. Quien visite la exhibición en La Boca podrá acostarse en una superficie de acrílico con agua en su interior y, al respirar por un adminículo, activará un mecanismo que hará cambiar de color el agua que se encuentra en otra parte de la instalación.

Esta pieza interpela al visitante desde una problemática urgente: la contaminación de los ríos y su impacto en los suelos, el aire y la vida cotidiana. Con una fuerte carga simbólica y ambiental, la pieza toma como eje la cuenca del Matanza-Riachuelo, cuyas aguas arrastran una historia compleja de degradación. Cuenca convierte ese territorio herido en una experiencia inmersiva donde la ecología, la memoria y la posibilidad de una transformación colectiva se cruzan en clave artística.

Desde lo sensorial

Las muestras continúan en los otros pisos de la fundación con propuestas donde el arte y la tecnología también se articulan desde lo sensorial. Fantasmática, de Natalia Forcada, en el primer piso, integra una serie de objetos escultóricos en los que hay que meter la mano (en espacios elevados o buscarlos semiocultos en las piezas escultóricas) para descubrir texturas que sorprenden (desde suaves y rugosas hasta engomadas, extrañas, provenientes de la naturaleza).

También incluye imágenes, sonidos y aromas naturales (por ejemplo, a eucalipto y a otras plantas). Al acercarse a mirar a través de una lupa, el espectador encontrará un mensaje: “Sacar la voz”. La artista interpela sobre la posibilidad de nuevas formas de relación entre personas, especies y materias.

Por último, Desafíos V, en el segundo piso, una nueva edición del ciclo que invita a jóvenes profesionales a exhibir proyectos curatoriales, convocó para la quinta edición a Agustina Rinaldi, curadora de El problema de los tres cuerpos, que integra instalaciones de Ángel Salazar, Julieta Tarraubella y Lena Becerra.

El artista ecuatoriano Salazar trabaja con un hongo que a medida que cambia y se desarrolla, modifica una serie de imágenes que se pueden ver en pantalla. En paralelo, también se genera una imagen con inteligencia artificial. En sala, el hongo se desarrolla en tiempo real: cada día se modifica y desprende nuevas protuberancias, al tiempo que genera nuevas imágenes.

Becerra hace años que desarrolla ecosistemas gestacionales que intentan articular lo humano y lo no humano, lo sintético y lo orgánico. Busca diluir límites entre esas categorías. Con líquidos vaporosos negros, pone el foco en el tiempo suspendido. “Se trata de un sistema que también es parasítico porque entra y sale de un mismo lugar”, apunta la artista, quien también creó prótesis con vidrio soplado que unió al dispositivo. ¿Acaso una creación para seres que trascienden la vida conocida hasta ahora?

Para agendar

Las muestras se pueden visitar en Fundación Andreani (Av. Don Pedro de Mendoza 1987), de miércoles a domingos de 12 a 19, con entrada gratuita, hasta fines de octubre.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/obras-que-se-activan-con-la-respiracion-se-tocan-a-ciegas-o-se-perciben-por-el-olfato-en-una-muestra-nid04072025/

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