Nito Mestre: Sui Generis, las nuevas generaciones y cómo mantenerse vigente
En una charla íntima y llena de anécdotas, el artista repasa sus años con Sui, la despedida histórica junto a Charly García y su vínculo con los artistas más jóvenesHoy voy a cumplir...
En una charla íntima y llena de anécdotas, el artista repasa sus años con Sui, la despedida histórica junto a Charly García y su vínculo con los artistas más jóvenes
Hoy voy a cumplir un sueño: hablar con no solo un gran cantautor, no solo una de las voces más representativas de nuestra música y del rock nacional, sino con una persona que, a lo largo del tiempo y de las décadas, ha mantenido su vigencia y su frescura. Hoy, en Conversaciones de La Nación, el gran Nito Mestre.
¿Qué te trajo hasta acá?
Una larga carrera de 53 años. Yo la calculo en 53 o 54 años. Marco el comienzo cuando grabamos el primer disco de Sui Generis. Ahí arranca algo profesionalmente. Pero si me preguntás qué me trajo hasta acá desde que empecé a cantar, tengo recuerdos desde los cinco años y medio: Escuela Primaria N.º 3 de Caballito, Calle Puan 360. Mi maestra de música me dijo: “Venga para acá, a ver quién canta”. Yo canté, y me dijo: “Al coro y al grupo folklórico”. O sea, de chiquito. Me destinaron a cantar. Me pusieron la profesión.¿Y el apodo artístico? Vos sos Carlos Alberto también.
Yo soy Carlos Alberto. Jorobando con Charly decíamos que, si nos llamábamos “Los Alberto Carlos”, era un nombre medio raro. Cuando inicié en la primaria ya venía cantando de casa. Mis padres cantaban. Mi padre era médico y violinista; mi madre cantaba. Yo copié todo lo que escuchaba. Lo que no sabía era que era afinado para cantar y que hacía segundas y terceras voces sin problema.
¿Y qué escuchaban tus viejos?
Mi padre escuchaba música clásica fundamentalmente, y algo de folclore. No escuchaba tango porque, como tocaba violín, se crió con lo clásico. Mi madre venía de Lituania. Escuchaba música con acordeón y piano; su favorita era Ramona Galarza. Música alegre, para bailar. Este año fui por primera vez a Lituania y me hicieron ciudadano lituano.
Después vamos a hablar de eso, no es para la cámara: mis abuelos eran lituanos.
¿No me digas? Bueno, después hablamos. No debemos ser muchos. Somos muy pocos.
6 de diciembre, Auditorio Belgrano. ¿50 años de Sui Generis o algo más?
El 5 de septiembre se cumplieron 50 años de la despedida de Sui Generis en el Teatro Ópera. Quedó mucha gente con ganas de verlo, así que lo vamos a replicar y ampliar en el Auditorio Belgrano: agregar algunos temas y algunos invitados que no estuvieron. Sorpresa. Y vamos a hacer una especie de “50 años de la despedida” tres meses después, junto con mis 53 o 54 años de carrera. Una forma de despedir un año que tuvo muchísimas pequeñas sorpresas. El Ópera estuvo lleno y estuvo todo muy bonito. Entonces pensé: “¿Por qué no agregamos algo más?”. El Auditorio Belgrano me encanta: bien ubicado, buen sonido, buena fecha. Perfecto para tocar un poquito de todo y para todos los que se quedaron afuera.
Yo te escucho hablar y te veo tan fresco, tan vigente. ¿Cómo hacés para mantenerte así? ¿Qué te mantiene vivo hoy?
Yo tengo amigos médicos y les pregunto sobre cómo mantenerse bien para seguir cantando. La parte médica: cuando le pregunto a un médico, me dice “Nunca dejes de cantar. Nunca dejes de moverte. El día que te jubilás, fuiste”. Esto es para cualquiera: hay gente que dice “me voy a jubilar y descansar” y no se dan cuenta de lo nocivo que puede ser. La pandemia fue una prueba de jubilación para todos. Error total para mí. Yo, en vez de subir de peso, bajé como 10 kilos: me movía todo el tiempo, bicicleta, natación cuando se podía, comía poco. Estaba inquieto; no me gustaba nada ese ritmo. Hacer streaming una o dos veces al año no era para mí. Ahí se te baja la voz. Las cuerdas vocales son músculos: si no ejercitás, se bajan. Lo hablé con Nacha Guevara: “¿Te baja la voz?”. Sí, te baja. Si no cantás, es como decirle a un ciclista: “Tenés que correr una carrera, pero no anduviste en bicicleta antes”. No llegás. Después la recuperé, claro.
Lo que más me mantiene es moverme. Por suerte soy inquieto. Todos dicen “qué tranquilo que se te ve”. No, para nada. Me gusta viajar; también estar en casa, pero viajar mucho. Cargo mis cosas, a la vieja usanza: llevar la guitarra, ir de acá para allá, cumplir horarios, ir a los teatros, ensayar dos o tres horas antes de la función. Por lo tanto, canto mucho. Me gusta manejar. Si me dicen que hay muchos kilómetros para ir, voy en auto. No le tengo miedo ni a aviones ni a barcos ni a trenes ni a autos. Camino mucho: trato de caminar 40 cuadras por día, todos los días. Como liviano. No tomo alcohol. No fumo. Esto desde —como yo digo— después de Cristo. Hace muchos años, como 27. Todo eso hizo que me mantenga bien. Ahora tengo cierta cantidad de shows planeados, cierta cantidad de vida planeada por delante, que es menos de lo que ya hice. Entonces los cuido milimétricamente.
¿Te preparás mucho antes de un show? Ahora estuviste, por ejemplo, en Perú.
Sí, volví hace dos días. Y sí: soy de preproducirme mucho, mucho ensayo.
¿Dejás algo librado al azar, algo a la espontaneidad del momento del show, o buscás que todo sea muy detallista y meticuloso?
Parte y parte. En la parte vocal sigo con unas aplicaciones que, por suerte, ahora existen en los teléfonos. Algunas son pagas, otras gratuitas. Yo les recomiendo a los cantantes que vayan a un profesor de canto —como fui durante muchísimos años— y ahora tengo un mantenimiento de la voz que sé llevar yo con aplicaciones. Tengo una rutina diaria de trabajo, siempre a la tardecita, más o menos a la hora de la prueba de sonido. Mi cabeza ya está programada: “a esta hora tenemos que empezar a calentar la voz”. Así, cuando llega el día de la función, la voz ya sabe lo que tiene que hacer. Lo hago todos los días, aunque tenga gripe o resfrío. Ocasionalmente descanso un día a la semana. El día del show trato de no hablar mucho. Las notas las hago antes. La prueba de sonido dura mínimo dos horas, y ahí reconozco si estoy en el punto justo donde mi voz está bien.¿Eso no te desgasta para el show?No. Por ejemplo, el otro día teníamos ensayo el día anterior, ensayamos tres horas porque era con banda y orquesta sinfónica, y yo canto, pero regulo. A veces les aviso y a veces no: “Muchachos, hoy no me voy a matar cantando. No van a escucharlo todo hoy”. Si canto más bajito o no doy ciertas notas, no es casual. ¿No vas a hacer la de McCartney? Claro, viste que McCartney hace pruebas de sonido que son shows.
Yo tranquilo. Las hago, pero tranquilo. Voy subiendo. Voy por escalas. En la prueba de sonido ya vengo preparado del hotel: caminata a la mañana, no levantarme muy temprano, descansar. El cuerpo tiene que estar descansado. Después, lograr una tensión: las cuerdas vocales también lo logran después de caminar o hacer algo. No hablar mucho. Llegar al teatro con tiempo. Comer liviano —fundamental— es lo mínimo necesario porque, si no, el diafragma no baja. A veces, como ahora en Perú, tuve la desgracia o la suerte de ir a comer a esos lugares fantásticos que tiene Lima.Te vi en las redes.Sí, y bueno, con Gastón Acurio, que tiene restaurantes fantásticos y siempre nos invitan. No me puedo privar de eso. Después tiene sus consecuencias, porque tengo que probar muchísimo más la voz. Más que nada, enfocarme en que ese día tengo un show. La alegría de pisar el escenario es la mitad del show; la otra mitad la hace el público. Con respecto a lo librado al azar: sí, dejo 120% a la espontaneidad lo que voy a decir o cómo voy a reaccionar con la gente. Lo dejo librado al público, a cómo vibro yo con ellos. Si gritan algo, me relaja. Si no, hago un chiste para que nos relajemos todos. A veces la gente no sabe que, cuando entra el humor, uno se siente más como en casa. Trato de lograr empatía lo más rápido posible. Así pasan el primero y el segundo tema, que son los temas de prueba, porque la sala se escucha de una manera cuando está vacía y otra cuando está llena: el público absorbe el sonido y uno se tiene que adaptar.
Volviendo al Luna Park del ‘75: ¿te acordás esos dos primeros temas que cantaron con Charly? ¿Cómo se sintieron ahí? Ustedes estaban batiendo récords. Sabían que había otra función ese día; hicieron dos funciones, y era el final. ¿Qué sentían en esas dos primeras canciones, ya que me hablás de esos dos primeros temas como termómetro del público?
Fue complicado. Mi primera incursión en el Luna Park. Como soy bastante ansioso, llegué el día antes y me alojé en un hotel de la vuelta, porque una de las cosas que me pone nervioso es el tránsito y llegar tarde. Soy muy puntual, herencia lituana. Cuando llegué al Luna Park lo primero que hice fue pegar un grito fuerte —estaba vacío— para ver la acústica. Era otra época: no estaba acondicionado para shows, era un lugar de boxeo exclusivamente. Escuché un rebote y pensé “ojalá que esto se llene para que absorba un poco el sonido”. Había nervio y foco. Como los corredores de Fórmula 1 que solo ven lo que está adelante: yo estaba enfocado en cómo empezar el primer tema. El primer tema era “Instituciones”, un tema vocalmente alto.
El otro día también empecé con “Instituciones”; a veces empiezo con ese tema para festejar un poco. Es complicado, pero cuando te sacás de encima ese primer peso, lo demás fluye. Segundo: no emocionarte demasiado, porque si te emocionás de más, temblás, se te mueve la voz, te podés olvidar de algo. No había teleprompter, no teníamos monitores de oído. Solo monitor de piso, y escuchábamos lo mismo que escuchaba el público. No podía poner mi voz más fuerte en mi monitor. Estábamos filmando una película, grabando un disco y tocando en vivo frente a 13.000 personas. Todo era lo contrario a la tranquilidad.
Además, era el primer show de rock después de lo de Billy Bond del “rompan todo”. A partir de ahí, a Tito Lectoure se le prende la lamparita: “también puede ir por acá la música”. Ustedes fueron punta de lanza en eso.
Fue un día muy particular: dos funciones, la despedida. Lo que todos decían era “el adiós”, y tenía que sacarlo de mi cabeza. Después de esas funciones teníamos otro fin de semana y otro más, y la posibilidad de tocar en otros lados. Era la despedida en Buenos Aires.¿Nunca pensaron en una marcha atrás?
No. Absolutamente no. La decisión del adiós ya estaba tomada. Charly y yo ya sabíamos qué queríamos hacer después. Yo ya tenía pensado armar una banda de folk con muchas voces. Un mes antes, en un viaje en barco de Uruguay a Buenos Aires —toda la noche— compartimos camarote con Charly y, de una cucheta a la otra, decíamos: “¿Vos qué vas a hacer?”.
Qué lindo haber sido una mosca escuchando a dos amigos…
Y lo seguimos siendo. Nos estábamos despidiendo de nuestro papá Sui, y los dos hijos predilectos pensábamos qué íbamos a hacer.
¿Ahí también surge la idea de PorSuiGieco o un poco después? Porque ese disco está a la altura de un disco de Crosby, Stills & Nash. Con esta remasterización quedó alucinante. Es algo muy elaborado para haber sido tan efímero.
Nosotros empezamos a armarlo desde el año anterior, muy de casualidad. Merece un párrafo aparte: nos juntábamos no para armar un disco de PorSuiGieco, sino para armar una editorial de música. El hermano de un amigo nos dijo: “Tienen que armar una editorial de música, sería bueno que se junten”. “¿Y quiénes?” Podría venir Raúl Porchetto, León Gieco, Charly, María Rosa Yorio…
Lo que hoy llamarían un supergrupo, unos Traveling Wilburys de la época..
Éramos los amigos que nos veíamos. Bueno, vamos a reunirnos con el abogado a ver cómo es una editorial y nos sentamos a escuchar una vez, dos veces… muchísima papelería. Terminaba la reunión y pensábamos: “¡Qué aburrido esto!”, nada en contra de los abogados, sino que todo el sistema de armado de una editorial en ese momento era muy complicado. Terminábamos y, ¿qué hacíamos? Nos poníamos a cantar. Empezábamos a cantar y lo otro quedó de lado. Y dijimos: “¿Por qué no hacemos un show en lugar de hacer una editorial?”. E hicimos un show en el Auditorio Kraft, un lugar muy chiquito en la calle Florida que armamos nosotros mismos. Jorobando dijimos: “Bueno, lo hacemos”, y por supuesto se llenó casi sin publicidad. Hicimos solamente una publicidad con otro nombre: “PorSuiGieco, y la banda de avestruces domadas”. Fue un chiste respecto a la banda que tenía León Gieco, “Los Caballos Cansados”. Entonces salió así: PorSuiGieco (Porchetto, Sui, Gieco) y la banda Avestruz Domada. Charly dijo: “Vamos a hacer un chiste”, y lo publicitamos así. El disco PorSuiGieco nació de esas juntadas. Nos juntábamos esporádicamente para grabar y, más o menos en ese tiempo, se pensó exclusivamente para hacer un disco. Nos ofrecieron hacer otro, pero dijimos que no, que era suficiente.
¿Te acordás cuál fue el primer disco que te compraste con dinero propio?
Tengo hasta la foto registrada en mi cabeza. Les comenté a mi padre y a mi madre. Yo tendría ocho años. Los Beatles todavía no existían en mi cabeza. Les dije que quería comprar un disco que había escuchado en algún lado. Yo iba a una conocida casa de electrodomésticos que también era disquería, sobre la avenida Rivadavia pasando Carabobo. Tenía la ventaja de que yo, como molesto, iba y había cabinas para escuchar discos. Íbamos con dos o tres compañeros y decíamos: “¿Me das dos o tres discos para escuchar?”. Nos metíamos en la cabina, la cerrábamos, poníamos los discos y nos decían: “Por favor, no los rayes”. Entonces, con mucho cuidado escuchábamos. El primer simple que me compré de CBS —porque el centro de la naranja era de ese color— fue de Enrique Guzmán, un cantante mexicano que hacía covers de bandas americanas de rock. Mi padre me dio la plata y me dijo: “Te doy la plata, pero quiero saber qué te gustaría escuchar en tu vida”. La ceremonia fue así: llegué con el disco, pusimos el Winco arriba de la mesa del living. En un sillón se sentó mi madre, en el otro mi padre, yo en una silla de costado. Puse el disco y me senté a escuchar con ellos. Y me dieron el OK. Ellos querían saber para qué rumbo iba a tomar y, además, como para dar una aprobación. Sabían que me gustaba cantar porque cuando entré al colegio entré al coro y a todo. Mi padre tocaba el violín: cada vez que venía de una operación, su relax era cambiarse, agarrar el violín y hacer playback arriba de los discos de música clásica. La música era muy familiar en casa.
Algo que rescato es tu apertura. Y eso se vio muy fuerte cuando hiciste “Cirugía” de Dillom. Fue una cosa de locos. Primero, la versión espectacular. Siempre están los más conservadores, pero el cruce realmente es genial. ¿Cómo nace esa idea? ¿Habías escuchado a Dillom antes?
Sí, lo había escuchado. Yo tengo la particularidad de que me gusta ir escuchando lo que hacen los chicos jóvenes. El primer encuentro, en realidad, fue con Milo J.
Un flor de disco sacó.
Excelente. Yo lo quiero muchísimo, me parece un pibe divino y muy talentoso. Fue el primero que conocí dentro de una secuencia de varios. Te lo hago breve: estábamos en Bolivia tocando, y él estaba en la habitación de al lado. Yo no sabía quién era. Puso la música fuerte a la noche. Yo venía de un ensayo con orquesta y llegué a las 10 de la noche. Pensé: “Deben ser estos pibes, me van a poner la música fuerte hasta las 3 de la mañana, me voy a querer matar”. Llamé a recepción, bajaron el volumen. A la mañana siguiente sale Milo J y me dice: “Yo soy Milo J”. Averiguo quién es. Nos ponemos a hablar. Me habla del rock nacional y de todo lo que le gustaba de Charly, de Spinetta. Después veo que en un videoclip tenía la remera del primer disco de Sui. Me dijo: “Me encantaría cantar con vos ‘Canción para mi muerte’”. Y le dije: “Fantástico, vení al Ópera”, que lo hice ese año. Al poco tiempo me dice: “Tenés que venir a mi cumpleaños en el Estadio Morón”, y fui a cantar “Canción para mi muerte” con él. Ahí conocí a Bizarrap, a Nicki Nicole, a Yami Sadfie, etc.
Para mi sorpresa, no solo lo escuché desde atrás del escenario, sino que me quedé adelante escuchando muchos temas y dije: “Estos pibes son unos capos”. Rotan desde el folclore, sobre todo Milo. Hacen escenografía, cantan con chicos, con cuarteto de cuerdas. La banda suena bien, súper profesionales. Me hicieron acordar mucho a nosotros cuando teníamos esa edad: se manejan igual con la amistad, con compartir, con hacerse la pata. Estamos salteando una generación. Y me vi a mí de alguna manera. Me encanta la forma de evolución que mantienen. Cuando me llaman del programa FA de Mex Urtizberea me dice: “Milo J me dijo que le gustaría que vengas al programa y que elijas entre dos temas”. No te digo cuál era el otro, pero cuando escucho el de Dillom digo: “Cirugía. Por este. Cirugía”. “Este lo podríamos hacer tranquilamente. Está en una buena tonalidad. Me gusta la letra. Me parece un fenómeno”. Lo empecé a practicar en casa con la versión de Dillon. Y cuando fui a tocar —estaba Lito Vitale, Mex y toda la banda, y las dos chicas que cantan, la hija de Hilda Lizarazu y la hija de Lito, que cantan estupendamente bien— lo pasamos una vez y salió. Me encantó. Milo me dice: “¡Qué alegría que lo hayas cantado!”.
Al día siguiente me manda un mensaje Dillom. Yo lo había conocido en Paraguay en mayo de este año porque paramos en el mismo hotel. Tocamos en distintos lugares, pero lo escuché y me pareció alguien bastante disruptivo dentro del ambiente del rock por las letras, por todo lo que hace y por su vida. A mí me gusta meterme y ver quiénes son, dónde nacieron, cómo fueron sus padres, etc. Me llamó mucho la atención y me pareció un dulce de leche. Sinceramente, Dillom también. Al día siguiente de “Cirugía” me manda un mensaje amoroso: “Gracias por cantar este tema”. Poco tiempo después me manda un audio diciendo: “Qué suerte que cantes este tema, algún día lo cantemos juntos, ya se va a dar”. Y te digo una cosa más: Dillom lo voy a incorporar a mi repertorio. O sea que ahora el 6 de diciembre lo voy a tocar en el Auditorio Belgrano. Me encantan esas cosas. También con Yami Sadfie nos encontramos, yo lo invité a mi Teatro Ópera y él me invitó al Teatro Gran Rex, y cantamos juntos.
Ese cruce generacional vos también lo lográs en vivo, porque me imagino que en tus auditorios ves padres e hijos. Ya desde la época de Sui Generis fueron precursores en ese sentido, quizás por el tipo de música de Sui Generis. Pero es algo que has mantenido y con esto creo que se va a acentuar más todavía.
Sí. Yo creo que lo que siempre llevo adentro es un adolescente que ha madurado. Cuido profundamente a mi adolescente, porque mi adolescente es el que me hace moverme, viajar, estar atento, no achancharme. Y me encanta. También están Catriel y Paco Amoroso, que los sigo. Cuando salió “Papota” el 4 de abril de este año, ya estaba ahí como un adolescente mirando a ver qué era. Le mandé a Martín Piroyansky un mensaje, un saludo porque está fantásticamente bien hecho. Y me gusta cuando a una sección de jóvenes les va muy bien, porque digo: es un legado. De alguna manera colaboramos a que eso suceda. Y fijate que cuando yo tenía 19 o 20 años, mi sueño mayor era: “Ojalá que cuando nosotros seamos grandes, como ahora, los chicos, nos puedan seguir escuchando y algo hayan tomado de todo”.
Y además, nunca es malo rescatar que muchos de los chicos que hoy escuchan Milo J, Dillom —que quizá no tengan tanto en el radar a Sui Generis— van a ir a escuchar esos discos.
Tiene esa comunidad. Y había otra cosa más: en nuestra época, teníamos gente grande que se nos acercaba diciendo: “Ah, esa música de jóvenes…”, y era medio… no despreciar, pero nos rebajaban. A mí realmente me dolía un poco que eso suceda.
Había algún músico en esa época que quizá no era así, no sé, se me ocurre Piazzolla.Él no era así.No, por eso. Pero eran los menos.
En el común de la gente te decían: “Este rockero de pelo largo…”. Tenías 20 o 21 años y te decían: “¿Y qué vas a hacer después de los 30 o 35 años? Porque el rock se va a morir”. Y te metían eso en la cabeza. Y la rebeldía que ya venía incluida desde el colegio primario y secundario saltaba a flote: “Ya vas a ver, ya vas a ver”. Y ese “ya vas a ver” te hace mantenerte luchando constantemente y decir: “Ya van a ver que vamos a seguir”. Y otra era: “Ójalá que nos pase algo de lo que les pasó a los Beatles”. Yo siempre les digo a los chicos: como consejo, tenés que escuchar a los Beatles. Hagas la música que hagas. Es como ir al diccionario, al Wikipedia de hoy. Tenés que escucharlos porque ahí está todo.
De los Beatles. Imaginate un chico ahora escuchándote: ¿cuál es la puerta de entrada? ¿Qué disco le tirás así para arrancar?
Bueno, “Rubber Soul” para ir suavecito. Después pasamos a “Sgt. Pepper”. “Revolver”,
Pero no arrancar con el Álbum Blanco, ¿no?
Bueno, claro. Por eso te digo: primero algo fácil. Uno de mis temas favoritos: “We Can Work It Out”. Ese te entra fácil, tiene un aire medio folk.
Y hablando un poco de los Beatles y de Paul: alguna vez te escuché decir que McCartney es un faro para vos. Él sigue cantando, yo sigo cantando.
Ni más ni menos. Me pasa eso. A mi ideal —si el de arriba o el universo lo permiten— es dejar de tocar a la misma edad que deje Paul McCartney. Como Paul McCartney sigue tocando, sigue haciendo giras, yo digo: “OK, gracias Paul”.
Tengo un cuestionario para hacerte, algunas preguntitas de rutina. Podés responder como quieras. ¿Cuál considerarías que es tu mayor virtud?
Yo me considero buen músico en el sentido de tener buen criterio cuando estoy escuchando o armando un tema: qué tiene que ir, qué no tiene que ir. Ese sentido del buen criterio musical creo que es una de mis virtudes. Dentro de la parte persona quedaría medio fanfarrón decir “soy tal o cual”, prefiero no decir.
¿Qué parte de la infancia volverías a vivir?
La dejaría tal cual está, pese a que a los 11 años, con la muerte de mi padre, se cortó una cosa muy importante que me hizo madurar de golpe. Pero tuve una infancia muy feliz porque mis dos padres fueron amorosos conmigo. Yo creo que cuando alguien te pregunta qué es lo mejor que te puede pasar, es eso: tuve dos padres maravillosos que me acompañaron, me dieron libertad, me educaron, me enseñaron el respeto por los demás, me cuidaron. También tuve una infancia muy querida por parte de mi maestro Julio Ricardo. Esa historia fue quinto y sexto grado del colegio primario, donde uno se está forjando. Y en la mitad entre quinto y sexto fue cuando perdí a mi padre, y él cubrió un rol muy importante. No solamente como maestro, sino cuidándome: llevándome a ver la película de los Beatles, no solo por llevarme al cine, sino por esos actos tan lindos que te llenan el corazón y sentís que alguien te acompaña en ese vacío tan grande que es perder a un padre querido.
Recordémosle a la audiencia: Julio Ricardo, el famoso periodista deportivo.
Claro. El famoso periodista deportivo, del cual todavía seguimos siendo amigos. Nos seguimos hablando.
¿Qué paisaje de Argentina llevás siempre adentro?
El primero que se me viene a la cabeza es el mar, porque mi infancia la pasé ahí. Mi padre era marplatense, entonces la playa y el mar fueron parte de mi infancia. Mar del Plata primero, Pinamar después.
Además Mar del Plata tiene un vínculo muy importante con la historia de Sui Generis.
Están las esculturas en la puerta del teatro en la calle Rivadavia. Y cuando me preguntabas por una infancia feliz, claro: Mar del Plata se me viene enseguida. La casa, mi padre poniendo las luces para alguna fiesta juvenil, festejando. Todo era divinamente bien. Tengo una anécdota muy chiquita. Estábamos haciendo travesuras con otro amigo en la esquina, en un baldío cerca de casa. Estábamos golpeando cosas y le dimos a un auto. Nos asustamos, salimos corriendo y me enganché con un alambre de púa en el hombro. Llegué a casa corriendo y mi padre me dice: “¿Qué pasó?”. “Nada… estábamos tirando cosas y justo le pegó a un auto, paró y nos asustamos”. Mi padre, en vez de retarme, me curó. Me dijo: “Son cosas de chicos. No te pongas nervioso”. Yo estaba muy nervioso. Esa era una actitud muy de mi padre: cuidarme bien. No andar retándome ni haciéndome sentir mal. Y es lo mismo que me surge a mí cuando alguien está haciendo una travesura: como cuando Milo apareció a pedir disculpas por la música fuerte y pensé: “Yo a tu edad era dos veces eso”.
Esta es cortita, pero difícil: ¿qué canción te emociona más? Cerrás los ojos: una que te desarme.
“Cuando ya me empiece a quedar solo”. Me desarma, porque sigue pasando lo mismo. El otro día volvió a pasar. Habla de la continuidad y del agradecimiento del público. De mí hacia el público y del público hacia mí. Es un ida y vuelta increíble. Cuando termina —un millón de manos que me aplauden, miles de manos— siempre la gente se para a aplaudir. Y cómo no emocionarse.
La última: ¿qué te gustaría que digan de vos dentro de 100 años?
“Volvé”.