Milei podría encontrar aliados ante la proyección de nuevos liderazgos
Los comicios de mitad de mandato pocas veces predicen la lógica que imperará en la siguiente ronda electoral presidencial. Por ejemplo, en 2009 el kirchnerismo había sufrido una humillante derro...
Los comicios de mitad de mandato pocas veces predicen la lógica que imperará en la siguiente ronda electoral presidencial. Por ejemplo, en 2009 el kirchnerismo había sufrido una humillante derrota en la provincia de Buenos Aires a manos de Francisco de Narváez, secundado por Felipe Solá y apuntalado por el emergente Pro de Mauricio Macri, que ya gobernaba esta ciudad. Parecía que el momentum posterior al conflicto con el campo continuaba en todo el país y que la posibilidad de alternancia era muy alta. Pero en 2011 CFK logró una victoria apabullante en un contexto diferente: la economía crecía a tasas altas y la muerte de su marido creó un clima singular.
Con características opuestas, entre 2013 y 2015 pasó algo similar: Massa irrumpió desafiando el liderazgo de Cristina, apoyado nuevamente por Macri y canalizando el rechazo a los componentes autoritarios que ella expuso sin tapujos en su segundo mandato (“vamos por todo”), la frustración frente a los crecientes casos de inseguridad y el rechazo al cepo cambiario. Dos años más tarde, con la novedad de Cambiemos y un Macri acompañado por un solvente y creativo equipo de campaña (que tanta falta le haría ahora a Milei), el escenario cambió de forma súbita y Massa quedó desplazado al tercer lugar. Más aún, 2017 presagiaba un camino despejado para que Macri lograra su reelección, pero ni siquiera forzó una segunda vuelta en 2019, cuando el ahora reaparecido Alberto Fernández ganó con comodidad.
Para 2021, la sociedad estaba harta de los excesos y caprichos de un gobierno que se enamoró de los controles impuestos durante la pandemia y parecía brindarle a Juntos por el Cambio una nueva oportunidad, en este caso bajo el liderazgo de un Horacio Rodríguez Larreta que parecía destinado al sillón presidencial, pero que, puesto a competir, ni pudo superar en las PASO a Patricia Bullrich, expresión de una ola de radicalización y profundo malestar que al poco tiempo puso a Javier Milei primero en el balotaje y luego a la cabeza del Poder Ejecutivo.
Por esto, lo que pase el 26 de octubre debe ser tomado con cautela. Mucho más aún el resultado del domingo pasado en la provincia de Buenos Aires, que no deja de ser, a pesar del tamaño y peso específico, una cuestión de alcance local. El Gobierno cometió inexplicablemente el error garrafal de nacionalizar la contienda. Dicho esto, no quedan dudas de que el gran ganador no fue candidato: Axel Kicillof. El gobernador de Buenos Aires, estigmatizado como “enano soviético” por una parte de la opinión pública, incluido Milei, tiene para los próximos veinticuatro meses un desafío extraordinario: por un lado, convencer al peronismo del interior de que puede ganar en 2027; por el otro, y para que eso tenga una mínima chance de suceder, convertirse en un candidato potable para el votante moderado, lo que implica reconstruir sus credenciales, reinventarse como figura pública. Pareciera imposible en tan poco tiempo: todas las experiencias con las que se intente comparar requirieron períodos más prolongados.
Existen varios ejemplos de liderazgos de izquierda populista que fueron capaces de mutar hacia posiciones de centro, incluso con componentes ortodoxos en lo económico y pragmáticos en materia de política exterior. Muchos integrantes de agrupaciones de la izquierda chilena que acompañaron en posiciones importantes a Salvador Allende en el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) regresaron dos décadas más tarde luego de duras experiencias de exilios y aprendizajes en sus exitosas carreras profesionales como eficaces tecnócratas y funcionarios atildados de los gobiernos de centroizquierda de la Concertación de Partidos por la Democracia. En Perú pasó algo parecido con Alan García, primero (1985-1990) un joven inexperto que no pudo evitar que su país cayera en la hiperinflación, luego (2006-2011) un sensato presidente que se ocupó de mantener la prudencia fiscal y la independencia del Banco Central.
Los demócratas encontraron en Bill Clinton (1993-2001) una conducción moderada, promercado y moderna, que oxigenó a un partido anquilosado y sesgado a la izquierda que, por eso, se había acostumbrado a perder: entre el triunfo de Nixon en 1968 y la derrota de Bush padre en 1992, solo había logrado ocupar la Casa Blanca con Jimmy Carter (1977-1981). La misma transformación implementó Tony Blair (1997-2007) en el Partido Laborista británico, luego de 18 años de gobiernos conservadores. Un salto al eclecticismo muy parecido había hecho Felipe González en España (1982-1996), reemplazado por un Aznar que había sintetizado en su novedoso Partido Popular las distintas corrientes de la fragmentada centroderecha española, que en muchos casos pugnaba por desembarazarse de sus vínculos con el franquismo.
La experiencia inspiró a Macri en la creación de Pro primero y de Cambiemos-JxC después. Conclusión: es posible cambiar y moverse a posiciones de centro, pero debe hacerse con cuidado, destreza y credibilidad. ¿Está Kicillof en condiciones de lograrlo? Si fuera el caso, ¿podrá convencer al peronismo de todo el país, como ocurrió en su provincia, de que vale la pena acompañarlo? Enfrentará, como en los últimos tiempos, la resistencia y los condicionamientos del kirchnerismo duro, pero lejos de perjudicarlo será casi su mejor carta de presentación para que su mensaje llegue a los votantes espantados por los Máximos K y los Grabois de este mundo.
“Hay más kirchneristas en el Gobierno y en las listas de Milei”, se ríe un intendente del interior bonaerense. Un dato inusual: a pesar de su ya larga trayectoria en la función pública, no tiene en su contra ninguna denuncia de corrupción. Pero deberá explicarle a la sociedad por qué el país pagará una fortuna que no tiene por la desastrosa estatización de YPF. ¿Qué pasó en la negociación con los holdouts en 2014? ¿Es cierto que alguna vez le dijo a Cristina que estaba “rodeada de ladrones”?
El peronismo se mantiene más competitivo de lo que la mayoría suponía, al menos en la provincia de Buenos Aires. Eso matiza el diagnóstico que surgía de las elecciones realizadas hasta el momento, incluida la ciudad de Buenos Aires, donde no pudo capitalizar la división del electorado de centroderecha derivado del enfrentamiento entre LLA y Pro en este distrito. En el gobierno nacional suponen que el próximo 26 de octubre las cosas “deberían ordenarse” a su favor, pues excepto algunas provincias no muy densamente pobladas (Formosa, La Pampa, La Rioja, Santiago del Estero, Tierra del Fuego y Tucumán), el peronismo luce relativamente debilitado. En otras, la irrupción de Provincias Unidas representa una ambigüedad para el Gobierno. Por un lado, es un enigma. Una fuerza nueva, sin un corpus ideológico ni definiciones claras respecto de la política económica, exterior o de seguridad interior, más allá de la defensa del federalismo y sus inclinaciones “productivistas”. Su principal dirigente, el Gringo Schiaretti, todavía no logró insertarse en el siempre complejo y opaco entorno político del AMBA. Por el otro, es una indudable oportunidad. Fragmenta el electorado peronista y limita cualquier giro de Fuerza Patria hacia el centro (recordar la pésima relación personal entre el exgobernador de Córdoba y Sergio Massa). Además, Provincias Unidas dice al menos acordar con los principios de estabilidad monetaria y fiscal que Milei defiende a rajatabla, al punto de que todos sus integrantes son signatarios de los Acuerdos de Mayo. ¿Permitiría esto algún tipo de colaboración en el nivel parlamentario? Algunos imaginan a Schiaretti como eventual reemplazante de Martín Menem en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Se avecinan jornadas intensas y pletóricas de especulaciones.