Mauricio Pellegrino hacia la final de la Sudamericana: Bielsa, Van Gaal, el exitismo y el sueño de coronar con Lanús
Ocho años después de aquella definición de la Copa del Rey de 2017, en la que su Alavés cayó 3 a 1 ante el Barcelona de Lionel Messi, Mauricio Pellegrino vuelve a sentir la adrenalina de un pa...
Ocho años después de aquella definición de la Copa del Rey de 2017, en la que su Alavés cayó 3 a 1 ante el Barcelona de Lionel Messi, Mauricio Pellegrino vuelve a sentir la adrenalina de un partido decisivo. Este sábado, dirigirá a Lanús en la final de la Copa Sudamericana, frente a Atlético Mineiro de Jorge Sampaoli en Asunción, con la oportunidad de consagrarse campeón por primera vez en su carrera como técnico. El entrenador, que asumió el 3 de enero, justo en el 110° aniversario del club, y que además clasificó al Granate a los playoffs del Torneo Clausura, asegura que el resultado no lo define. Aunque levantar el título sería “espectacular” para la institución y para su carrera, no comparte la idea de que el campeón sea necesariamente el mejor, aun cuando su equipo haya logrado con justicia la posibilidad de disputar el trofeo. “Preparo a mis equipos para merecer ganar”, sostiene, aunque en instancias así, las formas suelen quedar en segundo plano.
El Flaco -o Longaniza, como lo bautizó Marcelo Araujo por su físico alto y espigado, de 1,95 metro- recibe a LA NACION en medio de la efervescencia de los hinchas, que apuran la compra de los últimos pasajes y entradas para el encuentro en Paraguay. El plantel se entrena en el mismo predio donde funcionan la mayoría de las actividades del club -incluidos el jardín y la escuela primaria-, por lo que el vínculo con los socios es cotidiano y muy cercano. Pellegrino, incluso, demora unos minutos en llegar a la entrevista porque se detiene a saludar y sacarse fotos con los hinchas. Ante Mineiro, podría convertirse en el tercer técnico en lograr un título internacional con Lanús, después de las conquistas de la Copa Conmebol 1996 con Héctor Cúper y de la Sudamericana 2013 con Guillermo Barros Schelotto.
“Es importante afrontar este desafío con la mayor preparación posible, pero también con la mayor calma, para poder leer lo que sucede en la cancha. El marco te quita la esencia de mirar la pintura en la que estás trabajando. Después, sí, es una final, ‘el partido de tu vida’, o el título que se le quiera poner, pero sigue siendo un partido de fútbol, en el que tenés que hacer lo mismo de siempre: jugar mejor que el adversario, intentar hacer goles y evitar que te los conviertan”, explica.
-Se te nota sereno. ¿Lo llevás con calma o la procesión va por dentro?
-En realidad, soy lento. Lo traigo en la genética: un tipo alto, de pueblo, que habla pausado… Parece que soy tranquilo, pero me considero bastante ansioso. Es algo que fui trabajando con el tiempo y que hoy me motiva a vivir y disfrutar cada momento. La ansiedad es una emoción básica que debemos aprender a manejar desde chicos. Yo la experimenté de niño, de adolescente, de futbolista y de entrenador. Con el tiempo, uno va conociéndose mejor y aprende a convivir con todo tipo de situaciones. La ansiedad siempre está, solo hay que saber controlarla.
-¿Cómo llega Lanús?
-Los equipos siempre tienen sus altibajos. No es que uno mejore un mes y luego decaiga otro; puede rendir bien diez minutos, después el rival te supera otros diez, y así. Lo que sí puedo decir es que el equipo ha desarrollado una capacidad para manejar situaciones adversas, sufrir en los momentos difíciles y mantener la calma en partidos trascendentales. Este plantel el año pasado llegó a semifinales de la Copa y no avanzó por muy poco. Ese bagaje me ayudó mucho, al igual que contar con líderes como Izquierdoz, Salvio, Acosta y otros jugadores de experiencia, fundamentales en el día a día. En cualquier vestuario, el liderazgo es un capital. Este es un grupo muy autogestivo, con referentes que marcan caminos y pautas, que son ejemplos para los demás, no solo con palabras, sino con hechos, y que mantienen la motivación de competir al máximo. El entrenador es preso del contexto donde trabaja, y cuando tiene un vestuario sano, todo es más sencillo.
-Los últimos seis campeones de la Libertadores fueron equipos brasileños y esta edición también tendrá un ganador de ese país. En la Sudamericana, en cambio, está un poco más repartido. ¿Se puede competir contra ellos?
-Es complejo. Es un sistema dentro de otro: uno económico y otro de gobierno. Lo económico es clave para cualquier organización, ya sea un club, una empresa o cualquier institución. Pero además se necesita un sistema de gobierno robusto, un marco que permita que los jugadores permanezcan más tiempo, que posibilite contratos con mejores condiciones para los clubes y que otorgue mayor previsibilidad. A mí hay muchas cosas de nuestro fútbol que me apasionan, lo defiendo a rajatabla, pero no puedo dejar de sentir un gran dolor al aceptar que todos los clubes son deficitarios, salvo los más grandes, que pueden mantenerse por su masividad.
Muchos hacen las cosas bien e igual no pueden escapar de esa realidad. En cualquier otro ámbito, eso no existiría: ninguna empresa en el mundo abriría sus puertas. Los clubes se sostienen porque todos los años vendemos lo mejor que tenemos. A esas instituciones hay que ayudarlas un poquito más. Pensemos en una casa: un año vendés la mesa, otro año las sillas, después el escritorio, después la cama, después el sillón. Llega un momento en que te quedás sin nada, porque no siempre podés comprar muebles nuevos. Es tristísimo. Los argentinos vivimos en una inestabilidad constante. A veces pienso: imaginemos el torneo que tendríamos si los futbolistas que se van pudieran quedarse acá. Somos una de las mejores ligas del mundo, no tengo duda. Y pienso también en lo difícil que es armar un equipo, traer jugadores. Por eso, lo que hacen los clubes en nuestro fútbol es maravilloso: a nivel social, educativo, cultural. Sueño con que algún día la balanza pueda ir mejorando, aunque sea un poquito.
-Aún así, Lanús sacó a Fluminense en el Maracaná.
-Ese es el juego, y es lo que lindo que tiene el fútbol.
-Se te ve cómodo en el club.
-Es que este es un club antisistema. El día que firmé me recibieron el presidente saliente, Luis Chebel, y el que acababa de asumir, Nicolás Russo. Y también estaban el presidente del Departamento de Fútbol, el de Fútbol Juvenil, el de Fútbol Infantil, el gerente de Fútbol y el tesorero. Eso no pasa en ningún otro lado. El gran secreto es la unidad política. Tengo 54 años y vine a Buenos Aires a finales de los 80, en plena hiperinflación con (Raúl) Alfonsín. Juntaba unos pesos para comprarme un pantalón y, cuando llegaba a la tienda, ya no me alcanzaba porque los precios volaban. Vivimos en una sociedad golpeada. Yo digo que soy apolítico, no porque no me interese la política. Al contrario: me apasiona. Pero una cosa es la política y otra muy distinta son los políticos. La política es la acción que hace posibles las cosas, la que puede mejorar la vida de la gente o, en este caso, fortalecer a las asociaciones civiles. Por eso, cuando se junta gente con ganas de trabajar y se pone por delante un proyecto colectivo, ocurre algo fantástico, algo que hay que cuidar por encima de cualquier técnico. Lo que pasa en este club es una bendición.
-Fuiste dirigido por Héctor Cúper, a quien vos considerás una figura importante y que además fue el primer técnico campeón con Lanús de una copa internacional. ¿Seguís en contacto con él?
-El año pasado crucé unas palabras, conversamos sobre un jugador. Es un entrenador y una persona admirable. Ejemplar, profesional, alguien que me marcó por su manera de vivir, por su ética de trabajo, por su humildad, por su éxito deportivo, por todo.
-¿Ganar define realmente a un buen entrenador?
-No, para nada. La mayoría de los deportistas pierde más de lo que gana. ¿Cuál fue el mejor equipo de los últimos años? ¿El Barcelona de Messi? Supongamos que jugó seis campeonatos por año. ¿Cuántos ganó? ¿Uno? ¿Dos? Lo verdaderamente excepcional es ganar; lo normal es perder. Pasa que tendemos a rotular al que gana como “ganador”, como si fuera una sentencia absoluta, y eso es una estupidez. Podés haber ganado una vez por un montón de factores: porque estabas en un club grande, porque tenías un gran equipo, porque se dieron ciertas circunstancias a tu favor… Y cuando perdés varias veces, nadie te lo dice en la cara, pero igual se queda instalado en la mirada de los demás. Es como pensar que solo el rating define si un programa es bueno o malo; si salís segundo, no significa que no sirvas para nada. En el fútbol se etiqueta demasiado.
-Es que el fútbol se rige justamente por resultados.
-Todos aspiramos a eso, pero no es algo que pueda controlarse. Es simplemente una expresión de deseo. Si le digo a un jugador “tenés que ganar sí o sí”, lo único que me va a responder es: “Decime cómo hago para ser mejor que el rival”.
Nacido en Leones en 1971, un pueblo de 10.000 habitantes en el departamento de Marcos Juárez, más cerca de Santa Fe que de la capital provincial, Pellegrino es el típico caso de cordobés sin acento. De chico llegó a Vélez, descubierto por Hugo Tocalli, entonces coordinador de las inferiores del Fortín. En Liniers jugó ocho temporadas y ganó nueve títulos, cinco de ellos internacionales: la Copa Libertadores e Intercontinental 1994, la Interamericana y la Supercopa 1996, y la Recopa 1997. Además, se consagró en el Clausura 1993 y 1996 y en el Apertura 1995 y 1998, año en que Vélez peleó justamente contra Lanús y Pellegrino fue clave para asegurar un triunfo decisivo, rechazando sobre la línea un remate de Gustavo Bartelt cuando restaban cinco fechas.
En su recorrido, el Flaco fue dirigido por Carlos Bianchi, Osvaldo Piazza -otro con pasado en Lanús- y Marcelo Bielsa, tres técnicos que lo marcaron profundamente. “De Carlos admiré siempre su simpleza y el respeto absoluto hacia los jugadores”, recuerda. De Piazza, “un tipo alegre”, aprendió a disfrutar de la competencia a alto nivel, algo que hasta entonces desconocía. Y Bielsa fue un técnico “rupturista”, varios años adelantado a su tiempo. “Fue el primer entrenador que vi trabajar el juego ofensivo de manera estructurada, algo que en Argentina se veía más como dejar jugar libremente y juntar a los mejores. Él le daba un sentido de organización, analizaba todo por sectores, dividía el campo en pasillos… Cosas que nunca antes había escuchado".
Sin embargo, Pellegrino considera a Louis van Gaal y Rafael Benítez como sus dos principales referentes. El holandés lo dirigió en el Barcelona durante la temporada 1998/1999, con José Mourinho como ayudante de campo, y un plantel repleto de figuras: Figo, Kluivert, Rivaldo, Luis Enrique, Cocu, Frank y Ronald de Boer, Pep Guardiola y un joven Xavi Hernández. Por su parte, el español fue su técnico en Valencia y también en Liverpool, donde el hoy DT de Lanús se convirtió en el primer futbolista argentino en vestir los colores de los Reds.
“A Van Gaal le gustaba mucho la preparación de los partidos. Aunque siempre contaba con planteles muy ricos, no dejaba ningún detalle sin trabajar. Me fascinaba su enfoque metodológico”, recuerda sobre el entrenador que marcó una época en el Ajax y el Barcelona. A pesar de algún roce que tuvieron, Pellegrino siempre valoró la franqueza de Van Gaal, como cuando le dijo que prefería a Frank De Boer, lo que le permitió pasar al Valencia, donde vivió su mejor etapa. Con Benítez, con quien ya había sido campeón de la liga española en 2002 -junto a Roberto Ayala, Pablo Aimar y Cristian González- y en 2004, Pellegrino dio sus primeros pasos como asistente, primero en Liverpool y luego en Inter, donde el equipo se consagró en el Mundial de Clubes. “Acompañarlo durante tres años fue una experiencia extraordinaria. Aunque ya había hecho el curso de técnico siendo jugador, colaborar con Rafa me hizo picar el bichito de probar por mi cuenta”, explica.
-¿Cómo fue compartir equipo con Guardiola? ¿Creías que iba a tener semejante futuro como entrenador?
-Era un chico muy inquieto. Me preguntaba continuamente por el fútbol argentino. Aunque en el período en que fuimos compañeros él tuvo muchas lesiones y no compartimos tantos partidos, ya mostraba interés en diversos aspectos del juego. El que más me sorprendió fue Luis Enrique, un perro verde; nunca me imaginé que iba a ser entrenador, ja. Los jugadores no se dan cuenta del bagaje que acumulan hasta que pasan 10 o 15 años jugando a alto nivel. Es cuando el futbolista se descubre a sí mismo, aunque otros lo advierten un poco antes.
-¿Tu caso cómo fue?
-Empecé a sentirlo por el año 2000. Cuando iba a una cancha a hacer el reconocimiento del campo, medía las distancias, veía cómo estaba el césped, me sentaba en el banco… Entonces, hice el curso de entrenador y dejé de jugar en 2005. A medida que uno se hace mayor, mejora mentalmente, pero va perdiendo a nivel físico, de timing y de velocidad. Eso me costaba mucho, era horrible esa sensación: ves la jugada, sabés lo que hay que hacer, pero el cuerpo no responde. Por eso, en lugar de jugar a un nivel inferior y no disfrutarlo, preferí dejar. Hoy me arrepiento: le diría al jugador que juegue hasta donde pueda y que busque un club acorde a sus posibilidades. Yo, apenas vi que no podía rendir en la primera de España, me retiré, pum. Y me hubiera gustado seguir jugando: tenía 34 años, era joven, pero ya está. En ese tiempo en que no jugué lo invertí en prepararme como técnico.
-Habiéndote formado y trabajado en el exterior, ¿qué te llevó a volver a la Argentina?
-Soy de extrañar mucho. En Europa me daban tres días libres, sacaba el pasaje y me venía para Leones. Una vez, vinimos de vacaciones con la familia y sentí algo interno que me decía que tenía que quedarme. En ese momento trabajaba con Rafa Benítez, estaba muy bien, y mis hijos ya estaban en la escuela. Cuando se lo planteé a mi mujer, me quería matar, ja, pero me bancó. Pasé un año y pico mirando fútbol, haciendo cursos, yendo mucho a la cancha, preparándome de la mejor manera. En ese momento me llamaron de Valencia para dirigir el filial. Viajé con esa idea y, cuando bajé del avión, me avisan que se había ido Unai Emery y me ofrecen tomar el equipo. Era el club que siempre había querido dirigir, una oportunidad única para empezar mi carrera. El final no fue el mejor, pero ahí aprendí realmente la profesión. Y enseguida surgió la chance de Estudiantes de La Plata, por recomendación de Juan Sebastián Verón. Aunque fui y vine varias veces, el país y el fútbol argentino siempre tiraron fuerte.
-Dirigiste en clubes como Vélez y Valencia, que marcaron tu carrera; en Independiente, del que eras hincha de chiquito; y ahora estás en una final con Lanús, donde también deseabas trabajar.
-Es un club muy lindo y que apareció en varias etapas de mi carrera. Mi debut como jugador fue contra Lanús, en 1991. Después vino aquella jugada con Bartelt, que muchos todavía me recuerdan y que yo también tengo muy presente, porque fue decisiva. Recibí llamados de Lanús antes de la pandemia, y en 2020 lo enfrenté con Vélez en semifinales de la Copa Sudamericana. Desde mi etapa de jugador, siempre fue un club en crecimiento, que peleaba campeonatos, muy similar a Vélez. Son clubes donde trabajar resulta muy atractivo, porque ofrecen todas las comodidades.
-¿Cómo se prepara un partido de este calibre?
-Estando atento a cada detalle: lo táctico, lo estratégico, lo emocional. Reviso los GPS, las estadísticas, todo lo que tenga valor. A los futbolistas les doy solo lo que considero relevante para que puedan mejorar, nada más. Hoy, creo que el rol del entrenador es convertir esos datos en información útil y precisa. Ahí está nuestro desafío. Además, eso te obliga a elevar la vara, porque el rival también conoce tus fortalezas. Con tanto dato, el fútbol es cada vez más difícil. La gente a veces habla de partidos aburridos, con pocas situaciones de gol. Les gusta cuando los partidos se rompen, cuando faltan diez minutos y los equipos van y vienen constantemente, porque es entretenido para ver. Pero los técnicos buscamos otra cosa.
-¿En qué creés que mejoró el equipo desde tu llegada?
-A grandes rasgos, buscamos equilibrar el promedio de edad. Cuando tuviéramos que reemplazar a jugadores importantes o realizar varios cambios, no iba a ser fácil. Por eso buscamos jóvenes que puedan rendir rápido, no solo este año, sino también en los próximos, para construir una base sólida. En cuanto al juego, hemos tenido altibajos: en el primer semestre tuvimos muy buenos momentos pero nos faltó algo de eficacia; en el segundo, al revés, quizás no jugamos tan bien, pero fuimos más efectivos. Son vaivenes normales. Igual, siento que llegamos bien y estamos preparados para dar lo mejor.
-¿Queda tiempo para disfrutar?
-Estoy disfrutando mucho. Para mí es un privilegio estar acá: han pasado grandes entrenadores por este club, y la verdad es que valoro cada momento. No solo por lo que estamos logrando, sino porque estoy en un momento de mi carrera en el que aprendí a manejar la exigencia de la mejor manera. También disfruto la amistad con los jugadores, la relación con el cuerpo técnico y con los dirigentes. Lo estoy pasando realmente bien.
-¿Cuál es el límite entre la exigencia y la presión?
-Como jugador, me costó mucho convivir con la presión. En algunos momentos me superó, en parte por mi propio nivel de autoexigencia. A mí me encantaba lo que hacía: escuchar a los entrenadores, incorporar conceptos, aprender a interpretar lo que pedía el partido. Fui un jugador de seis puntos, pero con una lectura de juego que me permitió competir al máximo. No era rápido, ni potente, ni tenía un gran salto; le pegaba normal a la pelota. Pese a eso, el compromiso y la atención me sostuvieron muchos años. La mejor manera de canalizar la exigencia es convertirla en trabajo y en la búsqueda de mejorar cada día.
-Nicolás Russo, presidente del club, dijo que le gustaría que sigas tres años. ¿Creés en los proyectos a largo plazo?
-Yo no creo en los proyectos de entrenador; creo en los proyectos de club. Porque a veces el entrenador se tiene que ir: nadie, ni estando tres o cuatro años, te garantiza éxito. Y porque también ocurre que el técnico deja de tener influencia en el vestuario, o aparecen circunstancias que obligan a correrse. A mí me gusta pensar que el próximo partido no será el último. Siempre les digo a los colegas cuando nos saludamos antes de jugar: “ojalá nos crucemos pronto”. Significa que nos va a ir bien, aunque uno no pueda saberlo de antemano. Agradezco las palabras de Russo, es un mimo. Ahora la mente está puesta en la final.
-¿Qué significaría el título para Lanús?
-Sería cerrar un 2025 extraordinario. Pero lo hermoso que tiene este deporte es que todo está cerca y lejos a la vez. Puede ser un año fantástico o un año normal. Por el club, por el grupo y por la gente, sería soñado conseguir el título.