Líderes mesiánicos que se sienten con derecho a ofender
Desde hace un tiempo psicólogos, sociólogos y analistas políticos venimos observando y estudiando un nuevo y triste fenómeno social global: el surgimiento de la crueldad y los discursos de odio...
Desde hace un tiempo psicólogos, sociólogos y analistas políticos venimos observando y estudiando un nuevo y triste fenómeno social global: el surgimiento de la crueldad y los discursos de odio, especialmente en algunos líderes políticos. Y también, como algo que se “derrama” socialmente, en las redes sociales. Como si el “estallido de las diversidades” y la mayor aceptación y visibilización social de las diferencias (ideológicas, religiosas, de género) hubiera provocado una reacción, un aumento del rechazo, la intolerancia y la discriminación.
Antonella Marty, en su libro Las nuevas derechas, describe a estos líderes autocráticos elegidos democráticamente como “machos alfa, racistas y misóginos”, bullies carentes de empatía y especialistas en discriminar a las distintas minorías: inmigrantes, homosexuales y, básicamente, a las personas que piensan y son diferentes, a los que ven como enemigos a combatir y, si es posible, erradicar. Son líderes mesiánicos que se conciben como enviados divinos, dueños de un poder absoluto que les otorga el “derecho a despreciar y ofender”.
Estos líderes narcisistas no tiene pudor y muestran su desprecio y su intolerancia con las diferencias
Lo grave es que, como si estuviéramos en la Edad Media y no en el siglo XXl, estos líderes narcisistas y megalómanos no tienen vergüenza en mostrar su desprecio, su racismo y la intolerancia con las diferencias, banalizando la crueldad y legitimando los discursos de odio como un modo natural de dirigirse al otro.
Esto habilita y fomenta socialmente la adopción del maltrato y el derecho a ofender e insultar casi como algo cool, en una suerte de batalla de todos contra todos. Las redes sociales pasan a ser así, una suerte de mercado paralelo de la comunicación fuera del alcance de la ley, donde se puede decir cualquier cosa sin que sea considerado apología de la violencia.
Quizás el ejemplo más claro de estos personajes sea Donald Trump, con su misión de limpieza étnica para salvar a Estados Unidos de la “basura” de los inmigrantes y lograr su gran “Make América Great (y white) Again”. Entre nosotros, Javier Milei apareció con aires de titán, armado con su “motosierra” y su fachada de León (el rey de la selva). ¿Rasgos demasiado evidentes que nuestra ceguera no vio? ¿O quizás esa antigua necesidad tan nuestra de “mano dura” y “orden” en los momentos de crisis? Era previsible que quien amenazaba con prepotencia y a los gritos terminara maltratando a tantos por el pecado de ser “diferentes” o simplemente por ser “otros”. Y así fueron desfilando los “zurdos de mierda”, los “homosexuales pedófilos” o los “viejos meados”.
El nazismo de Hitler hablaba de los judíos como “parásitos”. No estoy estableciendo equivalencias ni anunciando holocaustos. No es lo mismo, es evidente, pero no desconocemos los efectos de la “banalización del mal” y la crueldad de los que Hannah Arendt advirtió.
De la inoculación del desprecio y del odio al diferente en las venas de nuestra vida cotidiana nada bueno va a salir. Ya lo estamos viviendo en el clima social y la proliferación de insultos y expresiones ofensivas en las redes.
Al recurrir a la descalificación como arma política, se apela al conocido lema ‘divide y reinarás’
La descalificación como herramienta política no solo apela al archiconocido “divide y reinarás”, también busca fomentar el desprecio y el enfrentamiento entre grupos, estableciendo una alianza entre el poder (a través de trolls, influencers y “haters”) y los votantes odiadores de a pie contra el enemigo común. Es la construcción del “nosotros” contra “ellos” de la lógica de bandos, las grietas y la confrontación. De esta manera, y paradójicamente, estos líderes que destilan desprecio generan, entre los aliados a sus causas, la ilusión de protección contra el enemigo.
Muchos norteamericanos blancos conservadores se sienten más seguros y “a salvo” con Trump, que los protege de los inmigrantes criminalizados y convertidos en amenaza, aun siendo testigos de las violentas e inhumanas redadas de inmigrantes.
Porque la otra emoción utilizada como arma política es el miedo. El miedo y el odio van juntos, uno engendra al otro: el enemigo convertido en amenaza inocula la necesaria dosis de miedo. Odiarlos es la forma de defenderme contra ellos: es un “go home”, por las dudas, a todos los “diferentes” que representan algún peligro.
En todo el mundo, tanto el aumento de los movimientos migratorios como el incremento de personas de cultos distintos al “oficial” están generando movimientos reaccionarios de xenofobia y discriminación, aun entre los jóvenes, muchas veces alineados con las nuevas derechas en crecimiento.
No solo la mentira tiene patas cortas: el miedo fabricado artificialmente, y el odio como falsa arma defensiva, también. En nuestro país, el “audiogate” relacionado con el escándalo de los medicamentos y la discapacidad está dejando en evidencia la crueldad narcisista: la de aquellos que no demuestran empatía con los más débiles.
Lamentablemente, estamos ante una globalización de la crisis epocal de nuestra visión del otro, a quien dejamos de ver como semejante-prójimo, y vemos como un ajeno-enemigo.