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Lecturas: La saga de las novelas perdidas de Céline

La aparición novelesca o casi milagrosa, apenas cuatro años atrás, de una valija con una serie de escritos de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) que llevaban perdidos ocho décadas –desde que...

Lecturas: La saga de las novelas perdidas de Céline

La aparición novelesca o casi milagrosa, apenas cuatro años atrás, de una valija con una serie de escritos de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) que llevaban perdidos ocho décadas –desde que...

La aparición novelesca o casi milagrosa, apenas cuatro años atrás, de una valija con una serie de escritos de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) que llevaban perdidos ocho décadas –desde que huyó de Francia con el aliento de la Resistencia en la nuca–, reavivó un conflicto que hasta cierto punto se creía resuelto: el de tener que lidiar con la contradicción o más bien ambivalencia que provoca la tensión entre una pluma extraordinaria, de una voluptuosidad, una agudeza y un rigor poético pocas veces vistos, y la indisimulable repulsión que despierta el carácter antisemita y la furiosa militancia del odio que acaso llevó a ese hombre, en sus últimos días, a vérselas cara a cara con sus fantasmas.

Londres es la segunda entrega de ese hallazgo todavía reciente –el primer volumen, Guerra, se publicó en español hace un par de años– , y alcanza con observar la austeridad de la solapa que el sello Anagrama le dedica a su autor para comprender el tamaño de la incomodidad que representa: la reseña biográfica de uno de los escritores fundamentales del siglo XX ocupa siete míseras líneas, y no hay en ella un solo adjetivo.

Desde luego, en tiempos en que los celebrados y revolucionarios cambios de paradigma le dejaron también espacio a confusiones o tergiversaciones de toda clase, que incluso amenazaron con llevar a la hoguera las obras –por caso– de Nabokov o Hemingway, nadie se atreve a jugar innecesariamente con fuego.

Al igual que su predecesora, Londres permite avistar los rasgos virtuosos de la prosa de Céline, quien hizo de la efervescencia interior un volcán que llegó a subvertir su lengua

La novela es, entonces, la continuación directa de Guerra, el primer volúmen surgidos de aquel botín: aquí encontramos a su protagonista, Ferdinand –una de las perezosas máscaras de Céline, a las que suele maquillar de manera muy superficial para distanciarse de su propia vida–, quien luego de su experiencia traumática en las trincheras de la Primera Guerra y de purgar sus heridas en Francia se traslada, aproximadamente un año después –las marcas temporales siempre son difusas–, a Londres, con una licencia médica que le otorga cierta libertad y, en parte, siguiéndole los pasos a una prostituta de nombre Angèle, ya presente en la entrega anterior, que ahora vive con un militar rico y aún así deja un resquicio para el enamoramiento de Ferdinand, al menos hasta donde los protagonistas de Céline son capaces o tienen la convicción de enamorarse.

Instalado de lleno en la capital inglesa, Ferdinand vive en una pensión ubicada no muy lejos de Trafalgar Square en compañía de una paleta de personajes que compiten en sordidez y extravagancia: el proxeneta Cantaloup –y las prostitutas que regentea–, cuya mujer Ursule también se prostituye y es quien en realidad maneja a las otras mujeres, por momentos con brazo de hierro; Borokrom, exiliado ruso militante de una causa unipersonal; y, entre otros, un tal Bijou, sospechado perpetuamente de ser soplón de la policía.

Quizás este último ilustre, en su devenir inequívocamente perverso, la ambigüedad desde la que Ferdinand se relaciona con el mundo entero: por todos ellos siente afecto, pero también desprecio; a todos ellos desearía de a ratos ver muertos y, sin embargo, deja la piel por salvarlos.

Al igual que su predecesora, Londres –escritas ambas en la primera mitad de los años treinta, en el instersticio que va de Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito– permite avistar los rasgos virtuosos de la prosa de Céline, quien hizo de la efervescencia interior un volcán que llegó a subvertir su lengua, pero asimismo nos recuerda que se trata de versiones iniciales, progresivamente alejadas –a medida que el texto avanza y evidencia la falta de trabajo– de un estilo cuya fluidez no es otra cosa que una magistral impostura. Los escuetos títulos de ambas novelas, por cierto (Guerra y Londres), ponen de manifiesto esa instancia provisoria, a la que habría que sumar la preliminar Infancia, definitivamente extraviada.

Sorprende, a propósito del destino incierto de los manuscritos de Céline, la insistencia de algunos especialistas en considerar Londres y Guignol’s Band, su otra novela londinense publicada en 1944 (que tuviera una continuación póstuma), como cuerpos autónomos, cuando las coincidencias entre ambas son numerosas y del todo notorias. Lo natural, está demás aclararlo, es imaginar al propio Céline recreando y reconstruyendo en parte una novela perdida, cuya extensión además ameritaría en mayor medida aún la exhumación forzada.

Con todo, lo circunstancial del título no lo vuelve arbitrario: Londres, la ciudad, es la otra gran protagonista de esta novela, en la que abundan las recorridas, el deambular accidentado de Ferdinand junto a sus compinches por sitios emblemáticos y también menos conocidos –y hasta inventados–, las descripciones precisas y bellas, dicho esto al margen de la batalla con la jerga en la que el traductor con frecuencia no logra salir del todo indemne (“No insisto. Colijo que los andobas se la han camelado. Que se la cepillen, me la pela”).

Más que eslabonarse, el argumento de Londres funciona desde la continuidad de ciertos hilos conductores (en particular la supervivencia de Ferdinand y su desesperación por no regresar al combate, así como el amor incompleto con Angèle), pero lo de Céline es ante todo la explosión de una lengua, o mejor una consciencia, suelta: alguien que procesa, a través de su narrador protagonista, todo con una intensidad apenas soportable.

Esa voracidad, como se ha señalado, incluye a casi todos los seres vivos que lo rodean. Hay que recordar que las diatribas antisemita de Céline se disparan a partir de 1936, con su crisis y su infamia planfletaria –y nunca en sus novelas–, aunque los lectores no deberían intercambiar de todos modos tan a la ligera realidad y ficción. Aquí, en todo caso, el odio es contra todos, contra el mundo; incluso contra sí mismo.

Londres

Por Céline

Anagrama. Trad.: R.M. Giráldez

503 páginas, $ 45.000

Guerra

Por Céline

Anagrama

160 páginas, $ 35.500

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/lecturas-la-saga-de-las-novelas-perdidas-de-celine-nid11102025/

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