Las plantas nativas que compiten con las más exclusivas y bellas del mundo
¿Quién dijo que para tener un jardín de impacto hay que recurrir a especies exóticas? En el universo vegetal argentino hay plantas que no solo son resistentes y adaptadas al clima local, sino q...
¿Quién dijo que para tener un jardín de impacto hay que recurrir a especies exóticas? En el universo vegetal argentino hay plantas que no solo son resistentes y adaptadas al clima local, sino que tienen una presencia escénica digna de portada.
Flores intensas, formas escultóricas, follajes que parecen diseñados a mano. Algunas parece que hubieran salido de una producción de moda botánica, pero no: nacieron acá, entre cerros, pampas y selvas y esperan ser redescubiertas.
Una de las más sorprendentes es Acca sellowiana, también conocida como guayabo del país o feijoa. De hoja perenne, con floraciones delicadas de pétalos blancos por fuera y fucsias por dentro, esta planta tiene un aire sofisticado y tropical a la vez. Sus flores parecen joyas abiertas, y sus frutos, además de comestibles, suman textura al jardín.
En una línea más silvestre y exquisita aparece Chloraea membranacea, una orquídea terrestre que podría estar tranquilamente en un invernadero de colección. Sus flores verdes, blancas y moradas tienen un patrón que parece pintado a mano, como si cada ejemplar fuera una pieza única. Florece en la naturaleza, en pastizales o laderas, pero puede cultivarse en jardines especializados con algo de sombra y humedad. Su presencia eleva cualquier espacio.
Para quienes buscan color y poste, el lapacho rosado (Handroanthus impetiginosus) es un clásico irresistible. Esos racimos intensos, explosivos, que cubren por completo sus ramas a fines del verano, lo convierten en un espectáculo en sí mismo.
Su hermano, el lapacho amarillo (Handroanthus chrysotrichus), no se queda atrás: de porte algo más compacto, con flores de un amarillo encendido, tiene una elegancia solar que no pasa desapercibida. Ambos pueden usarse como árboles focales, en alineación o como esculturas vivas en grandes patios urbanos.
En una escala más contenida, pero igual de refinada, aparece Herbertia lahue, un pequeño iris nativo del sur argentino. Sus flores de un violeta profundo y satinado emergen como pinceladas breves pero contundentes entre el pasto. Es ideal para bordes naturales, canteros bajos o jardines silvestres con impronta estética.
La trepadora que cubre pérgolas y muros con un espectáculo de color y perfume imposible de olvidar
Y si hablamos de follajes exóticos, pocas especies superan a Cnicothamnus lorentzii. Este arbusto presenta inflorescencias globosas de color naranja intenso, con un aspecto esponjoso y teatral. Cada flor parece flotar, como una lámpara de papel suspendida en el aire. No es tan común en jardines, pero su impacto visual justifica completamente incluirlo. Además, es rústico y tolerante.
Para sumar alegría en escala media, la Senna spectabilis se lleva todas las miradas. Sus racimos de flores amarillas, grandes y luminosas, aparecen como cascadas en pleno verano. Este árbol de copa amplia tiene una floración que no pasa desapercibida. Atrae mariposas, aporta sombra y estructura y regala color justo cuando el jardín empieza a apagarse.
Cada una de estas especies combina belleza con pertenencia. Porque no solo embellecen, también restauran, nutren, conectan con el paisaje que las vio nacer. Elegir plantas nativas no es solo una decisión estética, sino también una postura ética. Son más resistentes, requieren menos agua y favorecen a la fauna local.
Quizás durante años fueron vistas como silvestres, de monte, poco comerciales o desprolijas. Pero hoy que se valora lo auténtico, lo resiliente y lo propio, estas plantas se abren paso con glamour.