Las confesiones de Paul Gascoigne: la agresión a su esposa, el alcohol, su intento de suicidio y su charla con Juan Pablo II
El fútbol inglés vuelve a hablar de Paul Gascoigne. El hombre que hizo llorar a un país entero en el Mundial de Italia 1990, símbolo de talento y locura en partes iguales, reaparece con Eight, ...
El fútbol inglés vuelve a hablar de Paul Gascoigne. El hombre que hizo llorar a un país entero en el Mundial de Italia 1990, símbolo de talento y locura en partes iguales, reaparece con Eight, su nueva autobiografía. Y lo hace sin anestesia. A los 58 años, Gazza desnuda su vida sin filtros: la violencia, las adicciones, los intentos de suicidio, la fama y la caída. Una confesión descarnada que deja al descubierto el precio devastador de ser un genio en un mundo que no perdona los excesos.
La obra, que se publicará el 23 de octubre bajo el sello Reach Sport, recupera las memorias del exmediocampista que brilló en Newcastle, Tottenham, Lazio y Rangers, y que vistió 57 veces la camiseta de Inglaterra. Pero no es un repaso de goles y triunfos: es un descenso a sus infiernos personales. “No busco justificarme, solo contar lo que pasó”, escribe Gascoigne en las primeras páginas.
Uno de los pasajes más duros es el que relata la noche de 1996 en el hotel Gleneagles, en Escocia, donde agredió a su entonces esposa, Sheryl. “Empezamos a discutir por una tontería. Ella subió a la habitación, la seguí y puse mi cabeza contra la suya. Instintivamente la empujé. Cayó al suelo, se lastimó la mano y gritó de dolor”, recuerda. Al día siguiente, las portadas de los diarios británicos lo condenaron con fotos de Sheryl en cabestrillo. “Me convertí en el golpeador de esposas. Fue una sombra que me siguió durante años”, admite.
El matrimonio duró poco más de un año. Se habían casado en julio de 1996, en una boda lujosa, con invitados como Paul Ince, David Seaman y Chris Waddle, y vendida a la revista Hello! por 150.000 libras. “En el mismo altar supe que me había equivocado. Me sentí atrapado”, confiesa ahora. A pesar del escándalo, Sheryl volvió a estar a su lado cuando él fue internado bajo la Ley de Salud Mental en 2008 y nuevamente en 2013, cuando su vida volvió a desmoronarse.
La violencia y las adicciones forman el hilo conductor de un relato estremecedor. Desde niño, Gascoigne convivió con los gritos y golpes en su casa. A los 13 ya sufría ataques de ansiedad, no podía dormir sin la luz encendida y robaba en tiendas para alimentar su adicción a las máquinas tragamonedas. El fútbol fue su refugio. “Cuando jugaba, desaparecían los tics y el miedo. En la cancha me sentía seguro”, escribe. Pero fuera de ella, el caos lo devoraba.
Su relación con el alcohol comenzó temprano y nunca lo abandonó. En 1998 ingresó por primera vez al hospital The Priory tras beber 32 whiskys en una noche. Pasó por al menos siete centros de rehabilitación, uno de ellos en Arizona por 134.000 dólares, y otro en Southampton, a razón de 8.000 mensuales. “Estuve tres años sobrio, y luego vino un atracón de cuatro o cinco semanas. Esos atracones son mi enemigo”, reconoce. En 2008 intentó quitarse la vida. “Me salvaron los médicos. No sé cómo sigo vivo”.
Gascoigne también recuerda la noche que se perdió el nacimiento de su hijo Regan. Mientras Sheryl estaba en trabajo de parto, él bebía en un pub de Londres. “Me enteré del nombre de mi hijo por un diario que me mostró un amigo. Ni siquiera estaba ahí. Es algo que me perseguirá siempre”, confiesa. En otro pasaje, narra con ironía y tristeza el día en que recibió una llamada del Papa Juan Pablo II mientras jugaba en la Lazio. “Dino Zoff me dijo que había alguien importante al teléfono. Era el Papa. Le dije ‘¿Alreet, Pope?’ y hablamos un minuto. Me invitó a conocerlo, pero el entrenamiento se alargó y llegué tarde. También me perdí eso”.
Su vida estuvo llena de momentos que rozan lo surrealista. En 2010, en plena crisis de adicción, apareció borracho en la escena policial donde un asesino buscado, Raoul Moat, se negaba a rendirse. Gascoigne llegó con una caña de pescar y una lata de pollo al curry, convencido de que podía convencerlo de entregarse “si lo llevaba a pescar”. La policía lo apartó del lugar, pero el episodio quedó grabado como otro símbolo de su descontrol.
En medio de tanto dolor, su legado futbolístico sigue intacto. La imagen de Gascoigne llorando en la semifinal del Mundial de 1990, con la camiseta blanca empapada y el alma rota, sigue siendo uno de los íconos del fútbol británico. En la Eurocopa de 1996, su popularidad alcanzó niveles inéditos: el presentador Terry Wogan llegó a decir que “probablemente era el hombre más querido del Reino Unido”.
Hoy, Gascoigne mira atrás con una mezcla de arrepentimiento y asombro. “Tuve tantas segundas oportunidades que ya perdí la cuenta”, dice. Tras años de sobriedad intermitente, sigue luchando con sus demonios, pero se permite una sonrisa cuando habla de lo que el fútbol le dio: “Nunca fui más feliz que cuando tenía una pelota en los pies. En esos momentos, todo estaba bien”.