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La Ruta de las Bobes surgió de un accidente con la vajilla de la abuela y creció como proyecto cultural

Cinco platos que pertenecieron a su familia durante más de 70 años se rompieron sin querer. Esos fragmentos de porcelana fueron el punto de partida de un proyecto cultural que nació en las redes...

La Ruta de las Bobes surgió de un accidente con la vajilla de la abuela y creció como proyecto cultural

Cinco platos que pertenecieron a su familia durante más de 70 años se rompieron sin querer. Esos fragmentos de porcelana fueron el punto de partida de un proyecto cultural que nació en las redes...

Cinco platos que pertenecieron a su familia durante más de 70 años se rompieron sin querer. Esos fragmentos de porcelana fueron el punto de partida de un proyecto cultural que nació en las redes, creció y se transformó en una muestra homenaje.

Cuando Dan Lande tuvo el pequeño accidente con la vajilla de su abuela se propuso reparar la historia familiar. No buscó unir las piezas con pegamento: las dejó a modo de homenaje en Stoczek, el pueblo de Polonia donde nacieron sus bisabuelos. A medida que iba relatando su recorrido, Dan (más conocido como @rulodeviaje) se dio cuenta de que esta acción sanadora generaba muchísimas reacciones positivas.

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Así surgió La Ruta de las Bobes, un circuito por Europa Central y del Este donde Dan busca, encuentra y celebra el legado de inmigrantes que nunca más volvieron a sus casas. Esta conexión, que empezó por videollamadas de Whatsapp, escaló a fuerza de memoria emotiva y se transformó en una exposición con videos, entrevistas, testimonios y fotos.

La ruta de las Bobes es la muestra que hasta el 15 de octubre sigue abierta en el Museo Judío de Buenos Aires (Libertad 769). El mapeo de siete historias refleja el proceso de más de seis años de búsquedas, 50 casos relevados y miles de platos rotos que quedan en los pueblos a modo de homenaje.

La exploración es un viaje en sí mismo, con audios de los protagonistas de una ruta que logró conectar a las nuevas generaciones con la tierra de sus abuelos. Bobe es la expresión en idish, con la que muchos nietos judíos se refieren cariñosamente a sus abuelas.

Los primeros viajes datan de 2019, cuando Dan Lande, licenciado en Administración y experto en Innovación, viajó durante casi un año a Bulgaria, Rumania, Moldavia, Ucrania, Polonia, Bielorrusia y Lituania. Allí vivió su propia transformación. Pasó de registrar casas en pueblos perdidos a funcionar como un puente, un nexo para resignificar relatos de otras familias. Lande es el eslabón fundamental de esta expo, un cazador de rastros ajenos que comparte sus hallazgos. “Tiene cierta complejidad ser el guía o conductor de estas experiencias, a las que en los últimos viajes se sumaron nietos y bisnietos. Se les despertó la necesidad a partir de ver historias de otros. Conectar con las raíces estaba vinculado al dolor o la negación”, señala Dan Lande.

La muestra, cocreada junto a la Embajada de Polonia en Buenos Aires, funciona como una caja de muñecas rusas, donde la narrativa arranca por datos imprecisos, nombres de pueblitos mal escritos o apenas una foto borroneada. A través de los audios que se escanean en cada uno de los siete QR se descubren tramas familiares, acompañadas por fotos y testimonios grabados con el celular de Lande. “La selección no fue fácil”, admite el autor de la muestra, que finalmente optó por historias en Polonia, Rumania, Lituania y Eslovaquia. El proyecto fue declarado de Interés Cultural por la legislatura porteña.

“En Lituania encontré a Taibe, una señora de 80 años, hermana de la abuela de Mariana, la única sobreviviente de los que se quedaron en Kavarskas. Y me contó que su madre, Minia, era una revolucionaria que estuvo presa en los años 20. Luego se escapó a Rusia por la guerra y cuando volvió no encontró a nadie de su familia”, dice Lande. Y agrega: “Minia encontró al hombre que ejecutó a toda su familia y lo entregó a la justicia. Y Mariana descubrió una historia desconocida”.

Cada caso tiene su propia introducción, nudo y desenlace. El de la familia de Exequiel Siddig, uno de los primeros nietos argentinos en sumarse al viaje exploratorio, el suspenso es el protagonista. Gracias a la búsqueda exhaustiva en archivos históricos digitalizados, se dieron cuenta que el pueblo que buscaban no existía. O más bien, se llamaba de otra manera. Un genealogista experto de Cracovia destrabó el misterio y así llegaron a Jerdzejow. “Tejo conexiones con la tierra y su gente”, dice Lande, que en su equipaje siempre lleva platos rotos y suvenires como boletos, libretas y objetos que le regalan en cada pueblo.

El caso que más lo impactó fue el de Maggie, de Uruguay, que lo llevó a Komancza (Polonia) para homenajear los abuelos Pinczak que, después de 30 años, le devolvieron a sus vecinos el dinero prestado para escapar. Como un “médium”, Dan conectó a la familia uruguaya con la polaca: “Sin darme cuenta me meto dentro de las familias, soy como ese amigo que no tiene con quién pasar las fiestas”, dice. “A Maggie no la llegué a conocer porque murió durante una operación. Ella quiso ser el nexo de todos los Pinczak. Estoy acostumbrado a las historias de abuelos que ya no están. Lo que no es normal es que se mueran los nietos”, explica.

También lo emocionó el homenaje al abuelo de Maia Debowicz, Shaie, que escapó a Buenos Aires desde Sokolow Podlaski, también en Polonia. “Como Maia es ilustradora le propuse dibujar una foto, la de su abuelo y su tía Anka, de 5 años”, anticipa Lande.

Una historia, mil fragmentos

Los abuelos paternos de Dan, Janna y Joell fueron sobrevivientes del Holocausto nazi en el pueblo que marcó su primer homenaje que luego replicaría en memoriales improvisados. Siempre con la misma dinámica: Escribir frases en platos rotos (que los consigue en cada lugar), y dejarlos en sitios especiales. A pesar que lograron escapar, los abuelos de Dan fueron descubiertos y enviados a un campo de concentración en Siberia. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y regresaron al pueblo polaco descubrieron que el único sobreviviente de la familia había viajado a Buenos Aires, una tierra lejana a la que no sabían ni ubicar en el mapa. El tío abuelo de Dan llegó en barco, como miles de inmigrantes. Y como miles, nunca más volvió.

Los cinco platos que rompió Dan encendieron una búsqueda sobre sus antepasados, donde el silencio y el horror fueron los obstáculos más difíciles de sortear. Sin embargo, esta pesquisa personal tuvo un impacto colectivo, colaborativo y compartido con miles de personas.

En el primero de muchísimos viajes exploratorios, Lande conoció a la familia Postek, que protegió a sus bisabuelos en el sótano de su casa. Y se sentó a tomar un té con Cecylia, la niña que se salvó de los nazis porque estaba en la escuela, pero cuando volvió descubrió que habían matado a sus padres. Cada vez que visita Polonia, Lande va a la casa donde estuvieron escondidos sus familiares. “Llegué con mi hermana Julieta y nos ofreció té, un té sanador para dos familias unidas por la tragedia”, dice Lande. Y recuerda que se preguntaba, “¿Cómo se le habla a alguien que perdió a toda su familia por tratar de ayudar a la tuya”? El testimonio de Cecylia Postek, hoy de 90 años, integra la colección permanente del Museo Polin, en Varsovia. Y forma parte del documental de Julieta Lande, Hemshej.

“Cuando empecé con La Ruta de las Bobes no sabía cómo se hacía un homenaje. Cómo se cuenta la historia del abuelo de un desconocido. Cómo iba a hacer para llegar a lugares tan remotos, cómo mostrar un viaje así. No sabía ni siquiera cómo romper un plato a propósito”, confiesa Dan, que empezó a formular preguntas en voz alta. “¿Quién iba a seguir este viaje? ¿A quién le podía interesar la historia de un abuelo que no era el suyo? ¿Cómo hacer un lugarcito en el algoritmo para hablar de la memoria, los pueblitos y las raíces?”.

Con más dudas que certezas Rulo de Viaje fue llenando el pasaporte con sellos y el celular con fotos y videos de familias de otros. El recorrido que no se mide en kilómetros, sino en recuerdos, tiene hoy su versión expositiva en el Museo Judío. Hay vitrinas repletas de objetos que evocan los gabinetes de curiosidades (monedas, mapas, libros), un juego de té, un samovar o una biblioteca con libros en idish. “Son objetos que condensan un puente vivo entre generaciones y geografías. Es un proyecto nacido en redes sociales que en el museo encuentra un espacio íntimo pero público y comunitario, fuera de lo virtual, dándole otra visibilidad y otro tipo de experiencia”, señala Tammy Kohn, directora del museo, que subraya la importancia de “reforzar el vínculo entre generaciones y abrir un espacio para que se compartan recuerdos, contextos y conversaciones que despiertan nuevas preguntas”.

“La reflexión sobre la memoria, la identidad y las raíces son temáticas que interpelan a la sociedad. Polonia, sin olvidar su historia y con respecto a su memoria, mira hacia el futuro en cuanto a las relaciones polaco-judías. Protegemos y promovemos el patrimonio de los judíos polacos como un componente permanente e importante del patrimonio cultural del estado”, apunta Alicja Tunk, de la sección de Diplomacia pública y cultural de la embajada de la República de Polonia en Buenos Aires.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-ruta-de-las-bobes-surgio-de-un-accidente-con-la-vajilla-de-la-abuela-y-crecio-como-proyecto-nid20082025/

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