La piedra oscura: la recuperación de un amor y un texto de García Lorca
Autor: Alberto Conejero. Dirección: Alejandro Giles. Intérpretes: Martín Urbaneja, Iván Hochman y Milagros Almeida.Vestuario y Escenografía: Julio Suárez. Iluminación: Félix “Chango” Mo...
Autor: Alberto Conejero. Dirección: Alejandro Giles. Intérpretes: Martín Urbaneja, Iván Hochman y Milagros Almeida.Vestuario y Escenografía: Julio Suárez. Iluminación: Félix “Chango” Monti y Magdalena Ripa Alsina. Música original y Sonido: Braian Arévalo. Sala: Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: miércoles a domingos, a las 19.30. Duración: 70 minutos.Nuestra opinión: buena.
En 2015 y en Madrid, se presentó La piedra oscura, en el teatro público María Guerrero, dirigida por el argentino Pablo Messiez. El autor es el español Alberto Conejero de quien vimos en Buenos Aires el unipersonal Clift (Acantilado) que dirigió Alejandro Tantanian en 2012. Ahora, con la colaboración del Centro Cultural de España en Buenos Aires, en la sala Cunill Cabanellas del San Martín puede verse hasta el 31 de agosto La piedra oscura, esta vez con la puesta de Alejandro Giles, director argentino que ha liderado varias obras de otro español, José Sanchis Sinisterra (como Ay, Carmela! y Valeria y los pájaros, sobre el poder de la memoria colectiva como resistencia a las dictaduras).
Como en El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, dos hombres muy diferentes están obligados a encontrarse en el encierro. Uno, Rafael,es un prisionero malherido; el otro, Sebastián, es un soldado franquista que debe vigilarlo. El ruido del mar se escucha cerca. Están en Santander, sobre el Cantábrico, es 1937 y la Guerra Civil ya se ha llevado la vida de Federico García Lorca, fusilado en Granada por la Guardia civil española por socialista, masón y homosexual.
Sebastián (Iván Hochman, el actor que interpretó a Fito Páez en la serie autobiográfica del cantante) no ha cumplido ni 20 años, sueña con ser músico, ha perdido a su madre en los bombardeos y repite para sobrevivir las consignas que le mandaron. Rafael (Martín Urbaneja, Greek, El corazón del incauto. Madrijo, entre muchas otras) es republicano y su vida está iluminada por la figura de Lorca, tal como él mismo le cuenta al joven vigilador: integrante de La Barraca (compañía teatral del poeta granadino), además de colaborador y amigo, el prisionero fue el último gran amor del escritor.
Como la muerte acecha en la madrugada, la obra transcurre en la gestación contrarreloj de un vínculo entre estos dos personajes. Sebastián no quiere escucharlo pero la insistencia desesperada de Rafael lo alcanza y lo convoca. Hay una misión que debe ser realizada, una promesa no cumplida, una reparación, un salvataje contra la barbarie: poner a resguardo papeles, escritos, cartas, textos de Federico guardados en su casa, en Madrid.
Datos realesLa obra, este encuentro ficcional, toma datos reales, no solo de contexto sino muy puntuales y, en especial, reivindicatorios. Porque el muy poco recordado Rafael Rodríguez Rapún fue en vida ese gran compañero a quien Lorca dedicó sus Sonetos del amor oscuro. Otra referencia es un texto inconcluso que el autor de Bodas de sangre apenas había iniciado pero no tuvo la oportunidad de terminar, y cuyo tema era el amor homosexual.
El espacio está construido por filas de libros amontonados y apilados que forman un cerco -o una trinchera- por la que, de un lado y otro, se mueven los actores. Siempre atrás de esta frontera, se ubica, toda de blanco, la actriz y cantante Milagros Almeida (Fragmentos Mansfield, Manada de lobos, La vaca atada) como una omnipresente figura maternal que canta dos temas, “La nana de Sevilla” (canción popular adaptada por Lorca) y otra compuesta por Braian Arévalo para la obra. Por momentos, interactúa con los intérpretes pero siempre en un plano onírico o ilustrativo a la acción narrativa. Al final, se ata el pañuelo blanco en la cabeza, símbolo indiscutido de las Madres de Plaza de Mayo, y de rodillas, con otro cuerpo inerte, semeja la imagen de La piedad, de Miguel Ángel. La “presencia” de Lorca aparece, además de en el relato, en la voz en off del director Giles (lectura de una carta, por ejemplo).
Aunque con un tono algo solemne -la propia intensidad de la obra no necesita subrayado-, La piedra oscura es una obra no solo sobre la memoria histórica sino que pone el foco en la necesidad de redención con una mirada empática hacia estos dos hombres a los que no juzga: la creación artística, en definitiva, como acto de justicia.