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La guerra cognitiva del futuro buscará someter al enemigo sin matarlo

Los drones fueron el arma decisiva de la guerra de Ucrania. Pero cuando estalle el próximo conflicto habrán quedado relativamente obsoletos y, además, tendrán que competir con las armas de nuev...

La guerra cognitiva del futuro buscará someter al enemigo sin matarlo

Los drones fueron el arma decisiva de la guerra de Ucrania. Pero cuando estalle el próximo conflicto habrán quedado relativamente obsoletos y, además, tendrán que competir con las armas de nuev...

Los drones fueron el arma decisiva de la guerra de Ucrania. Pero cuando estalle el próximo conflicto habrán quedado relativamente obsoletos y, además, tendrán que competir con las armas de nueva generación. El factor determinante del próximo enfrentamiento militar a gran escala, que los expertos prevén en un horizonte de tres a cinco años, serán los sistemas neurotecnológicos, capaces de paralizar al adversario, modificar su comportamiento en el campo de batalla o –peor aun– bloquear la actividad neuronal para anular su voluntad de resistencia. Esas innovaciones no son, sin embargo, las únicas alucinaciones que desvelan a los científicos y técnicos que trabajan día y noche en los laboratorios de ingeniería militar. Hay otras, mucho menos extravagantes, que ya representan una auténtica amenaza.

Aunque todavía no terminó la guerra que comenzó en 2022 con la invasión rusa de Ucrania, los fabricantes y mercaderes de armas ya están proyectando la panoplia que desplegarán las grandes potencias en los próximos conflictos. “Ucrania cambió en forma radical la naturaleza de la guerra (porque) provocó la mayor transformación conceptual y tecnológica desde la Segunda Guerra Mundial”, argumenta el ensayista Alain Bauer en su libro Au commencement était la guerre (En el principio fue la guerra).

Ese desarrollo vertiginoso, sin embargo, plantea un límite concreto a los admiradores de Boromir, el personaje de El señor de los anillos que soñaba con poseer el “arma absoluta”: en el mundo real, cualquier sueño de esa índole tropieza con el esfuerzo financiero colosal que requieren esas aventuras.

El costo demencial de sistemas ultrasofisticados de combate desalienta a técnicos y expertos cuando se entusiasman con la perspectiva de crear armas de alta tecnología. Las panoplias del siglo XXI aseguran una elevada tasa de letalidad, pero requieren un extenuante proceso de investigación y desarrollo, cuantiosas sumas para la fabricación y enorme financiación operativa. Por eso, la preferencia de los ingenieros se orienta a explorar las perspectivas que abrieron las recientes innovaciones para desarrollar tecnologías de guerra cognitiva buscando articular los descubrimientos de la neurociencia con los avances alcanzados por la inteligencia artificial.

El doctor Jack McDonald no es chino, pero su análisis prospectivo se inspira en los principios de Sun Tzu, general que revolucionó la estrategia militar cinco siglos antes de Cristo. “El arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin luchar”, postulaba.

En sus investigaciones como director del Centro de Estudios de Ciencia y Seguridad del King’s College de Londres, McDonald comprendió que –en lugar de provocar grandes carnicerías humanas para debilitar al adversario, como siempre ha ocurrido a través de la historia– las guerras del futuro privilegiarán medios capaces de desorientar, desorganizar, confundir al combatiente, paralizar el instrumental y nublar la mente de oficiales y responsables de la táctica en el terreno de operaciones. “La guerra cognitiva –afirma– aspira a manipular las percepciones del enemigo con el objetivo de alterar su capacidad de decisión”.

Los militares aprendieron hace años a interferir las comunicaciones y ahora persiguen el objetivo –mucho más ambicioso– de perturbar la actividad neuronal. Con la complicidad de científicos y técnicos, confían en utilizar los avances logrados en la comprensión de los mecanismos cerebrales para trastornar el procesamiento de informaciones del enemigo y, por lo tanto, perturbar su discernimiento. “Será un tema central en la guerra del futuro: se trata de engañar al cerebro del enemigo por medios fisiológicos y a distancia”, afirma un alto responsable del Ministerio de Defensa francés, que recuerda las “armas de la pesadilla” experimentadas por la URSS en la década de 1970. Ahora, los militares rusos –y también los occidentales– tienen laboratorios que trabajan en la producción de aromas y saben cómo producir feromonas de síntesis y otros compuestos capaces de “fabricar nuestras pesadillas”. Un arma de esta naturaleza podría neutralizar toda la tripulación de un submarino o un avión. Algo de eso se intuyó cuando estalló el escándalo del “síndrome de La Habana”. Desde 2016, más de un centenar de diplomáticos de Estados Unidos en Cuba, Rusia, China y otros países sufrieron ataques electrónicos que provocaban náuseas, jaquecas, vértigos y perturbaciones cerebrales. Las agencias norteamericanas de inteligencia no obtuvieron ninguna prueba concluyente de una intervención extranjera, pero el enigma subsiste.

Sin descorazonarse por los éxitos o fracasos de ese episodio emblemático, los responsables de la guerra electromagnética desarrollan simultáneamente otros modelos –baratos y fáciles de construir–, pensados para perturbar los GPS de posicionamientos, interferir y bloquear las comunicaciones del enemigo y enceguecer los radares, sistemas infrarrojos para guiar misiles y drones. “Quien logre controlar las ondas ganará la guerra”, asegura el general Aymeric Bonnemaison, nuevo jefe de la Ciberdefensa francesa.

Todavía a escala reducida, los aprendices de brujo que trabajan al servicio de las grandes potencias lograron progresos importantes para manipular la meteorología. Ahora experimentan la posibilidad de desencadenar tempestades capaces de perturbar una flota naval o paralizar el tráfico marítimo, que asegura 80% del comercio mundial, según la Cnuced (Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo). En 2008, China intentó –sin obtener los resultados esperados– provocar lluvias para enfriar Pekín durante los Juegos Olímpicos. En Silicon Valley y varias ciudades indias, los ingenieros trabajan para combatir el calentamiento global creando descensos de temperatura artificiales, bloqueo del sol o generando grandes lluvias, pero temen que un error de cálculo pueda desencadenar catástrofes bíblicas.

El Estado Mayor francés, al igual que los altos mandos de otras grandes potencias, mantiene en funcionamiento permanente células de expertos integradas por científicos, militares, médicos, industriales, guionistas de cine y series de TV, e incluso autores de ciencia ficción, que se dedican a imaginar el futuro. El resultado de esos trabajos fue resumido en el libro Amenazas 2035. Quien desea la paz prepara el futuro, que acaba de aparecer en Francia. No se trata de una reflexión, sino de una serie de escenarios, preparados a partir de bases científicas, sobre los riesgos que pueden surgir en las próximas décadas.

Esos trabajos descartan la ficción de una guerra de robots o de supercombatientes musculosos y armados hasta los dientes. “No habrá enfrentamiento entre Matrix y Terminator”, ironizó uno de los expertos.

Una de las hipótesis que más inquietan a Europa es una “guerra del litio” en 2030, en plena rivalidad por la supremacía en el mercado mundial de vehículos eléctricos, provocada por una alianza de los principales productores mundiales de ese metal (China, la Argentina y Estados Unidos, apoyados por Australia, Chile y Brasil). Esa perspectiva actualiza la guerra del petróleo de 1975, que desembocó en una crisis económica mundial.

Otro de los grandes temores es la amenaza de una guerra biológica con empleo de nuevos virus y bacterias que podrían representar un peligro concreto para la humanidad y toda forma de vida sobre la Tierra. China es uno de los países más avanzados en la materia. Lo más triste es que, para conseguir su despropósito, los actores de ese aquelarre ni siquiera necesitan la ayuda de la inteligencia artificial.

Especialista en inteligencia económica y periodista

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-guerra-cognitiva-del-futuro-buscara-someter-al-enemigo-sin-matarlo-nid02122025/

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