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La gaviota, un clásico siempre vigente, para dejarse sorprender

Autor: Antón Chéjov. Versión: Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo. Dirección: Rubén Szuchmacher. Intérpretes: Muriel Santa Ana, Diego Cremonesi, Juan Cottet, Carolina Kopelioff, Vando Villamil,...

La gaviota, un clásico siempre vigente, para dejarse sorprender

Autor: Antón Chéjov. Versión: Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo. Dirección: Rubén Szuchmacher. Intérpretes: Muriel Santa Ana, Diego Cremonesi, Juan Cottet, Carolina Kopelioff, Vando Villamil,...

Autor: Antón Chéjov. Versión: Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo. Dirección: Rubén Szuchmacher. Intérpretes: Muriel Santa Ana, Diego Cremonesi, Juan Cottet, Carolina Kopelioff, Vando Villamil, María Inés Sancerni, Mauricio Minetti, Pablo Caramelo, Carolina Saade, Diego Sánchez White, Fernando Sayago, Alejandro Vizzotti y Jimena Villoldo. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Música y diseño sonoro: Jorge Haro. Diseño de movimiento: Marina Svartzman. Sala: Casacuberta del San Martín (Corrientes 1530). Funciones: de miércoles a sábados, a las 20.30 hs. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: muy buena

La gaviota, en versión de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo, exige sentarse cómodamente en la butaca y ponerse en modo “zen”.

El director y su equipo pintaron esta puesta de Chéjov con colores sobrios y palabras exquisitamente pensadas, de acuerdo con lo que exige esta comedia dramática.

Su versión escénica invita al público a disfrutar de un espectáculo en el que la insatisfacción, la desdicha y melancolía de lo que fue otra vida ata a los protagonistas a un presente en el parecen esperar no se sabe qué. Pero a su vez no dejan de azuzar al o los otros con improperios teñidos de una sorna burlona, que se vuelve irritante por lo repetitiva. Eso en parte sucede en la conflictiva relación entre la protagonista, la gran Irina, y su hijo Konstantin, quien provoca un desenlace que dejará más estupefacto al público que a los personajes, quienes continuarán jugando a las cartas en medio del apacible clima de esa finca rural de la Rusia, se presume, del 1800.

De esta pieza se ha dicho que tiene mucho de Hamlet. Porque a Konstantin, el hijo, aspirante a dramaturgo y a director que vive una relación amor-odio con su madre, regada por la mujer con desplantes de los que luego se arrepiente, le gustaría que su madre deje a su amante, Trigorin, un “vividor”, que sueña con sus propios desvaríos poéticos y se termina enamorando de Nina, la actriz y aspirante a novia de Konstantin.

De modo que sobre esos cuatro personajes gira esta historia, que Chéjov, médico y escritor, estrenó en 1896 en San Petersburgo con escasa suerte, y luego en 1898, en el Teatro de Arte de Moscú, dirigida por el gran Stanislavski, convirtiéndola en un éxito.

Clase media alta rural, con sirvientes que sufren y se sienten culpables por pavadas y temen que la señora los pueda reprender como a niños; y adultos, que se dejan servir y juegan a ser señores y señoras cuyas frustraciones los terminan convirtiendo en resentidos y egoístas; que se creen sus propios engaños mientras el resto los escucha en silencio; La gaviota es una pieza para dejarse sorprender. No deja de ser placentero ver a estos personajes como si se observaran en un espejo en el que no logran comprender los porqués de sus desdichas,inmersos en ese mar tan exuberante de un egocentrismo desorbitado.

Como ya dijimos, Szuchmacher pinta con acierto, como en un gran friso, a estos personajes, a veces con matices de un color algo lúgubre que parece asemejarse a la vida de estos seres frustrados en sus más insignificantes deseos.

La puesta en escena se desliza como en un estado de pausa, de palabras que es necesario escuchar porque están inmersas, ex profeso y muy bien pensadas e imaginadas, en una constante de melancolía grisácea. Se destaca un color, pero el ritmo es casi de quietud, con alguna leve exaltación, con excepción del final, cuando todo se precipita y son los personajes de Konstantin y de Nina los que estallan en el espacio escénico.

Un error de los adaptadores es haber extendido en demasía el texto final de Nina, lo cual provoca que la escena de lo que sucede con Konstantin quede un poco desvalida.

La Irina de Muriel Santa Ana, por indicación del director, se yergue como un ser disgregado. Ella es un manojo de frustraciones e iras contenidas. Es ella la que incita a la tragedia con su narcisismo y termina convirtiéndose en una Sara Bernhard decadente y pusilánime. Muriel Santa Ana se mueve en este protagónico con la maestría de la gran intérprete que es. A su lado, el lunático y acomodaticio Trigorin, cuenta con la bien dibujada interpretación de Diego Cremonesi.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/la-gaviota-un-clasico-siempre-vigente-para-dejarse-sorprender-nid11102025/

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