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La contrailustración, pista para detectar las nuevas autocracias

Interesa particularmente la distinción entre dos capas sociológicas: una burguesía ilustrada y progresista y una burguesía rústica y arrogante. La primera tuvo arraigo en nuestro país en el s...

La contrailustración, pista para detectar las nuevas autocracias

Interesa particularmente la distinción entre dos capas sociológicas: una burguesía ilustrada y progresista y una burguesía rústica y arrogante. La primera tuvo arraigo en nuestro país en el s...

Interesa particularmente la distinción entre dos capas sociológicas: una burguesía ilustrada y progresista y una burguesía rústica y arrogante. La primera tuvo arraigo en nuestro país en el siglo XX. Victoria Ocampo gastó tres fortunas en sus proyectos: fundó una revista literaria que era esperada en toda América Latina, fundó una editorial y alojó en su residencia a los grandes intelectuales del mundo, de Tagore a Albert Camus. Pero también publicó notas en diarios cuando eso era inimaginable para una mujer, tuvo amantes furtivos, festejó a Los Beatles cuando eran casi desconocidos y tuvo sensibilidad para las vanguardias.

En un sentido paritario, familias como los Di Tella o los Bemberg destinaron parte de su patrimonio a la cultura: como coleccionistas, pero también creando el famoso instituto que dio cabida a los artistas más revulsivos de la época (previsiblemente clausurado por la dictadura ágrafa de Onganía), contribuyendo a la educación con una universidad, escribiendo libros interesantísimos, haciendo películas memorables o fomentando un sano feminismo. Esa impronta ilustrada tiene continuadores en este siglo: Eduardo Costantini es un ejemplo.

En el mundo esto es completamente normal: del Grupo Bloomsbury a bancos europeos como el Deutsche Bank o el Santander, se fomenta el debate de los grandes temas de la humanidad y se financian proyectos artísticos donde reina la libertad. No es que despilfarren el dinero: tienen claro que la cultura con mayúsculas ayuda a pensar y a progresar. ¿Qué ha ocurrido si no con Bilbao a partir de la instalación del Guggenheim de vidrio y titanio, que modificó la fisonomía de la ciudad?

Pero está también la otra capa, la que solo piensa en negocios contantes y sonantes, en productividad, la que mide la felicidad en términos de toneladas de acero, la que solo se erotiza con las cajas fuertes o la erupción de una criptomoneda. Éxtasis. Estos últimos, alérgicos en general a la gran literatura, sin estilo, desprecian todo tipo de arte. Este sesgo predomina entre los nuevos megamillonarios del mundo tecnológico y digital, que a lo sumo se asoman al entretenimiento.

En la superficie la contraposición sería entre bohemia y sensatez, pero cuando ajustamos el foco, vemos que la verdadera puja es entre desorden creativo e inmovilismo reaccionario, entre progreso y represión, entre vida y muerte.

Esta dicotomía se proyecta hoy a la política global: han tomado el mando de la botonera los rústicos. La democracia liberal, cuyos últimos grandes representantes –con sus claroscuros– han sido Felipe González, Barack Obama y Angela Merkel, está de capa caída, interceptada por dos redes aparentemente antitéticas y secretamente asimilables: expresan esta época de redes sociales y desprecio, de petulantes, de burguesías sin sofisticación que intentan brutalizar el mundo.

De un lado, Putin invade países soberanos, envenena, encarcela y asesina disidentes, persigue a la prensa libre y desarticula todo atisbo creativo. Ni hablar de los atropellos en Nicaragua, Venezuela, Bielorrusia o Corea del Norte, donde los intelectuales son asesinados o empujados al exilio. En la otra vereda, no aceptan los resultados de las elecciones, de lo que dan cuenta los episodios del asalto al Capitolio en 2021 o la irrupción en los edificios públicos de Brasilia en 2023; se eternizan en el poder, rechazan la inmigración y denigran las diversidades sexuales, como Viktor Orbán; violan los derechos humanos, como Bukele, o lapidan a los opositores y periodistas en sus patíbulos digitales pagados por todos con impuestos, como Milei.

La izquierda del siglo XXI ha renunciado a gobernar bajo la idea de reducir la pobreza y la desigualdad, sustituyendo ese objetivo por una articulación de negocios. En espejo, la red de derecha se consolida fuera de la gran tradición de Grecia, el Renacimiento y la Ilustración. Lo novedoso es una zona de neofascismo permitido, y hasta festejado, que solo enmascara rentabilidades. Bajo cierta pátina de cientificismo irrumpe el nuevo oscurantismo mercantil. Cuentan, pesan y reciben mensajes de los muertos y de la baraja: a eso le llaman ser serios.

Después de la segunda posguerra ya los campos de concentración, las matanzas y las incautaciones se tornaron inaceptables, de modo tal que esta nueva red se organizó bajo parámetros donde la violencia está en sordina: ponen en entredicho el principio de legalidad, pisotean el Estado de Derecho, tensionan los límites, trafican a los jueces y periodistas, ensucian a la oposición, todo con la excusa de que esas instituciones entorpecen los “grandes cambios” que ellos pretenden hacer. Son gobernantes que no se sienten como meros pasajeros del poder, sino como superhéroes, como un ejército de ocupación que tiene que actuar a cualquier costo. Sus votantes son fanáticos que llevan la religión fuera del templo: con alegre irresponsabilidad, votan no votar más; los moderados, a su vez, quedan atrapados entre dos fuegos. De ese modo se da el primer paso para desmantelar las democracias.

Ambos clubes ofrecen a sus miembros no solo dinero y seguridad, sino algo menos tangible y más decisivo: impunidad. El primer objetivo de los líderes en estos países no es la prosperidad de sus habitantes, sino mantenerse en el poder. Pero la clave de todo este sistema está en la dimensión cultural: la centralidad de esta burguesía que piensa cualquier destello de intelectualidad como sospechoso. Piensan que la Crítica de la razón pura o La montaña mágica son pasquines para onanistas. Todos estos gobiernos, bajo cierta apariencia de racionalidad (frenar la inmigración, bajar la inflación, ordenar “la macro” o combatir las maras), atacan secretamente a la modernidad. Son los enemigos del desarrollo porque son los enemigos de la diversidad y la dialéctica. Toda combustión de culturas es mirada por ellos con desconfianza. Por eso, desacreditan la laicidad, piensan en términos místicos, redentoristas y de fuerzas del cielo. Hacen de la política una religión. Son medievales. Sin contrailustración no podrían existir estos dos esperpentos simétricos.

Por eso es que estos gobiernos deshumanizan y desarticulan todo apoyo a los artistas, sosteniendo que el arte es una mercancía más del mercado que debe someterse a la oferta y la demanda, como si todos los fenómenos culturales, de los Medici al Centro Pompidou, fueran un vasto error histórico. Desprotegen deliberadamente a los creadores porque sospechan que hay ahí una señal de civilización y que, como ha dicho el insospechable Fernando Savater, donde solo se valora el PBI el producto interior será cada vez más bruto. Apuestan a una ciudadanía porosa a los eslóganes vulgares y a las dicotomías tajantes. Detestan los matices, prefieren la ignorancia maniquea del blanco o negro. Se burlan de la complejidad.

Por detrás de ese decorado, lo que reina –no nos engañemos– son negocios desde el Estado, es un corporativismo inscripto en alguna de estas dos redes. Hay que tener claro cuál es la encrucijada: lo contrario de un error suele ser otro error. Nos espantaba ir con el kirchnerismo en dirección de la Venezuela chavista, pero ¿no acecha un riesgo análogo con la “democracia” plebiscitaria húngara de Viktor Orbán en el horizonte? ¿No ha abolido el pluralismo, no lleva acaso más de una década en el poder? ¿No usa a las masas como lo hacía el fascismo? ¿No recurre a la estetización de la política de la que hablaba Walter Benjamin? Aun a contracorriente, la Argentina debe alejarse de las dos tentaciones populistas y volver a la vieja tradición de las democracias liberales, las que valoran la ilustración y reponen la razón.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-contrailustracion-pista-para-detectar-las-nuevas-autocracias-nid11112025/

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