Juraba que nunca iba a casarse, pero en una farmacia tuvo la reacción menos pensada: “Llegué a casa impactada”
Sabrina lo gritaba a los cuatro vientos: nunca voy a casarme, ni quiero tener compromiso alguno. Tal vez tenía que ver con su propia historia familiar: una madre que pocas veces sonreía y se hab...
Sabrina lo gritaba a los cuatro vientos: nunca voy a casarme, ni quiero tener compromiso alguno. Tal vez tenía que ver con su propia historia familiar: una madre que pocas veces sonreía y se había puesto la crianza de sus hijos al hombro, y un padre ausente desde su nacimiento, del que algunas veces le llegaba una postal para el cumpleaños.
Durante los años de la secundaria no le llevaba el apunte a los chicos, y apenas terminó el colegio, puso el foco en su amor al arte y en su carrera, dispuesta a lograr autonomía en la vida, con el objetivo claro de jamás depender de nadie: “Creo que cuando uno tiene un propósito bien plantado es fácil poner en el plano secundario cualquier otro aspecto de la vida”, reflexiona hoy Sabrina, mientras repasa su historia.
A los veintitrés años ya estaba recibida y, hasta entonces, sus relaciones sociales se centraban en sus amigas y compañeros de estudio; sus vínculos románticos repetían una misma dinámica: “Nunca entregaba mi corazón y apenas la cosa se ponía un poco más seria, buscaba la forma de alejarme del todo: a veces con excusa, otras, simplemente desaparecía”, confiesa.
Un hombre inesperado: “Mi terapeuta me instó a que vuelva al lugar”A Pablo lo vio una tarde de lluvia del año 2016, dentro de una farmacia. Pronto comprendió que no era cliente, sino empleado del lugar, y decidió ingresar y recorrer las góndolas, con la excusa de que necesitaba un shampoo diferente para su cabello. Aunque, en el fondo, no necesitaba ningún pretexto, amaba recorrer farmacias y perfumerías, ver la sección de maquillaje, la de cremas y, por supuesto, ver qué nuevo producto anti frizz había salido al mercado.
En el fondo, sabía que había ingresado por él, pero no quería admitirlo. A lo largo de su vida había tenido pretendientes, tanto en el barrio, en el colegio, como en la facultad, pero distante como era, eran ellos los que se acercaban para luego -casi siempre- ser rechazados. Pero ahora estaba ella ahí, a pocos metros de un hombre que le había generado algo diferente por primera vez en su vida.
“Fue su sonrisa, la vi a través de la ventana y me encandiló”, confiesa. “Me acuerdo de que llegué a casa impactada, al día siguiente tenía terapia y se lo conté casi al pasar. Mi terapeuta, con la que trabajaba mis heridas de la infancia, me instó a que vuelva al lugar para ver qué pasaba con eso nuevo que vivía. `A vos te gustó alguien´, me dijo en palabras aproximadas, `te paso algo que es normal en las personas pero que vos no te permitís vivir. Esto no se trata del otro o de cambiar tus ideas de compromiso, sino de experimentar sin el velo de tu pasado, de escucharte de verdad y de aprender a confiar´”
La reacción más insólita: “Me sentí una tonta”Sabrina regresó varias veces, y una y otra vez, la sensación era la misma: le gustaba ese chico, le gustaba su forma de dirigirse a sus compañeros, su amabilidad con los clientes pero, sobre todo, le fascinaba su sonrisa. Sabía que él había notado su presencia, sin embargo, nunca sintió alguna insinuación que le anticipara un intento de acercamiento.
Hasta entonces, en cada visita había paseado por las góndolas y nunca había ido al mostrador de los medicamentos, hasta que cierto día se animó a acercarse y pedir paracetamol a ese chico que la había encandilado. `¡Hola! ¿Cómo estás? En la línea de caja podés encontrar´, le dijo él con una enorme sonrisa. Y perpleja por la rapidez del intercambio y por su propio coraje, ella lanzó: `¿Te puedo dar mi teléfono?´. El silencio pareció eterno, hasta que Pablo lo quebró con una carcajada: `Me parecía que te había visto seguido, qué suerte para mí que sea por eso´.
La terapeuta no supo determinar si Sabrina había estado bien a nivel estratégico, pero le aplaudió que, por primera vez, dejara fluir sus emociones sin la intervención de su lógica respecto a los hombres: “Yo me sentí una tonta en la farmacia”, revela hoy Sabrina. “De rechazar hombres pasé a perseguirlos y ser la que encara”, continúa entre risas.
El amor y el miedo que regresaLo que siguió es, para Sabrina, lo más extraño de su historia. El mismo día en que intercambiaron sus teléfonos, Pablo le envió un mensaje para invitarla a salir. A los pocos días se vieron y ella, como nunca antes había hecho, abrió su corazón. Entre ellos, emergió algo más grande, que ella jamás imaginó que pudiera existir.
A los dos meses, Pablo la invitó a cenar a su casa y desde entonces se volvieron inseparables. Al año, ya vivían juntos y menos de un año después, se casaron. Su amigas se burlan de ella hasta el día de hoy, le preguntan dónde quedó eso de que no quería compromisos y menos casarse.
“Ahora ya tenemos un hijo y otro en camino”, dice. “Lo amo como nunca imaginé que podría amar, pero a veces, confieso, me agarra un miedo terrible. Pienso que para alguien como yo, que no quería saber nada de todo esto, tal vez las cosas fueron demasiado rápido. Pero después se me pasa: fue tan mágico, que supongo que no podría haber sido de otra forma”.
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