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Jon Bilbao: “Prefiero estar dos horas leyendo a estar dos horas con el móvil en la mano”

Jon Bilbao nació en Asturias, pero –como si en su apellido hubiera algo de destino (en todo caso, destino familiar)– hoy vive en la capital de Vizcaya, en el País Vasco. En algún mome...

Jon Bilbao: “Prefiero estar dos horas leyendo a estar dos horas con el móvil en la mano”

Jon Bilbao nació en Asturias, pero –como si en su apellido hubiera algo de destino (en todo caso, destino familiar)– hoy vive en la capital de Vizcaya, en el País Vasco. En algún mome...

Jon Bilbao nació en Asturias, pero –como si en su apellido hubiera algo de destino (en todo caso, destino familiar)– hoy vive en la capital de Vizcaya, en el País Vasco.

En algún momento estudió ingeniería de minas, profesión que pronto dejaría de lado para dedicarse a la traducción (se especializó en filología inglesa) y, sobre todo, a lo que en él es pasión y divertimento a partes iguales: la escritura. Premio Asturias Joven, Premio El Ojo Crítico de Narrativa, Premio Euskadi de Literatura, Premio a la mejor obra original en castellano en el 42° Festival de Géneros Fantásticos de Barcelona: los galardones se fueron acumulando tanto los volúmenes de cuentos, las novelas, algún guion e incluso un cómic. La narrativa de Bilbao es rica en peripecias, ritmo, imaginación, construcción de personajes y guiños desprejuiciados a cuanto género se le ocurra citar: terror, ciencia ficción, western.

Bilbao estuvo de visita en Buenos Aires –participó en el Filba– y era obligado hacerle algunas preguntas sobre John Dunbar, personaje central de Basilisco, Araña y Matamonstruos, trilogía en la que el escritor español se sumerge en el universo del western y logra novelas que aluden al tiempo, los paisajes y los tópicos de los grandes clásicos estadounidenses y, al mismo tiempo –en esta entrevista explicará a través de qué alquimia–, logran ser contemporáneas. “Tengo que reconocer que me molesta un poco la insistencia sobre el tema del western”, dirá, a la vez que admitirá la gracia de la cosa. E informará que John Dunbar, áspero pistolero con corazón, habría sido enviado a descansar porque su autor anda ocupado en otros territorios narrativos.

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–Hay dos recorridos suyos. Uno, geográfico, que lo llevó de Asturias al País Vasco. Y otro, el que hizo desde la ingeniería de minas hasta la escritura y la traducción. ¿Cómo fue eso?

–Respecto de lo geográfico… toda mi familia es vasca. Por cuestiones laborales, mis padres se trasladaron a Asturias unos pocos años antes de nacer yo. Esa es la razón por la que soy asturiano. Nací allí, viví allí hasta los 14 años, continúo yendo de vacaciones siempre que puedo. Luego, por casualidades en parte laborales, en parte sentimentales, acabé viviendo en Bilbao. Y allí sigo.

–¿Y la ingeniería de minas? ¿Cómo surgió esa vocación a la que luego ganó la literatura?

–Bueno, el problema seguramente fue que nunca existió una vocación; la ingeniería fue una elección desacertada, tomada en parte por desinformación, en parte por tradición familiar. A medio camino de la carrera me di cuenta de que no me quería dedicar a eso el resto de mi vida. Pero ya había sobrepasado un punto de no retorno en mis estudios y me parecía más práctico terminar aquello que había empezado. Necesitaba una suerte de espacio de libertad, de compensación para esa tarea que no me estaba satisfaciendo. Hasta el momento, mi principal espacio de libertad había sido la lectura. Pero ya no era suficiente, necesitaba un espacio de libertad mayor donde mi dominio fuera no solo mayor, sino completo. Así fue como empecé a escribir, sin ningún afán de llegar a profesionalizarme, ni siquiera con la intención de mostrar a los demás lo que hacía. Con el tiempo aquello que comenzó siendo un divertimento fue ganando terreno hasta convertirse en lo que yo en aquel momento no tenía: una vocación.

–¿Eran relatos que ya prefiguraban la escritura actual?

–Son relatos que están guardados en carpetas en casa de mis padres y seguramente nunca saldrán de ahí. Eran divertimentos, emulaciones de los escritores que a mí me gustaban, del tipo de cine que veía.

–Luego la filología inglesa…

–Fue una satisfacción que deseé darme a mí mismo años después de haber dejado de ejercer la ingeniería. De hecho, ya estaba traduciendo del inglés para algunas editoriales y quería saldar una deuda pendiente, la de estudiar algo que realmente me gustara. Había abandonado la ingeniería alrededor de 2003 y comencé a estudiar filología unos años después.

–En otras entrevistas aseguró que es importante separar el trabajo del traductor del trabajo del escritor. Debe ser muy difícil; traducir también es escribir.

–Digamos que el Jon Bilbao escritor sí que se deja empapar de lo que aprende con sus traducciones. Yo creo que sería una necedad no hacerlo. Un escritor tiene que estar abierto a todas las influencias posibles. Sin embargo, el Jon Bilbao traductor le cierra la puerta al escritor, porque considero que cuando un lector o una lectora acuden a una librería y adquieren una traducción de una obra extranjera, lo que esperan obtener es una experiencia de lectura lo más parecida a leer esa obra en su lengua original. Creo que hay que ser respetuoso y ceñirse a los imperativos que te marca el encargo que tienes entre manos.

–¿Qué piensa sobre los anuncios de que en breve todas las traducciones serán hechas por IA?

–Hay cierta amenaza de que los traductores automáticos cada vez están más desarrollados, y nada más. Creo que nos estamos preocupando demasiado por la IA. No soy ni tecnófilo ni tecnófobo; creo que cada vez que surge una innovación tecnológica hay mucho ruido de fondo porque hay unas empresas interesadas en que se hable de ello, en que esa idea cale en la sociedad para generar una necesidad. Por otro lado, los medios de comunicación tienen muchas páginas que llenar todos los días y bueno, se nutren de las polémicas de moda. Sin embargo, eso por sí solo no basta para que un avance tecnológico arraigue. Para que esto suceda ese avance tecnológico tiene que venir a satisfacer una necesidad de la sociedad. Pensemos en los teléfonos móviles, los celulares, como decís vosotros. Desde el momento en que ver a alguien hablando solo por la calle nos parecía una excentricidad hasta el momento en el que ya todos teníamos un teléfono móvil… ¿cuánto tiempo transcurrió? Dos años. Ese teléfono móvil satisfizo una necesidad. Pongamos otro ejemplo: hace 10 ó 15 años, al menos en Europa, la preocupación mayor en el negocio editorial era que el libro en papel iba a desaparecer y que todos íbamos a estar leyendo en nuestros readers. Vale, ¿y qué ha sucedido? Siguen existiendo librerías, y las librerías que montaron sus secciones de venta de readers las han desmantelado. ¿Ha desaparecido el libro electrónico? No, pero ha encontrado su nicho: personas que no pueden acceder a librerías, gente mayor que necesita ampliar el tipo de letra, gente que trabaja mucho con papel y no quiere andar cargando con manuscritos. Ya está: ha encontrado su nicho y ahí sigue el papel. Me da la impresión de que con la inteligencia artificial sucederá algo parecido. Será muy útil para unas personas, pero tampoco creo que vaya a ser un terremoto que arrase con toda la producción cultural. Porque a ver, seamos serios: hace falta desarrollar toda una tecnología para la cual se quieren poner servidores en órbita terrestre para ahorrar en los gastos de refrigeración… ¿y todo eso para producir best-sellers formulaicos, de los cuales ya hay demasiados? Estoy seguro de que habrá autores que empezarán a utilizar la IA como como apoyatura de forma recurrente. Genial. Seguro que alguna novela escrita por IA llega a las librerías y es un éxito. Seguro, pero quiero pensar que serán casos aislados.

El western es un género narrativo bastante misógino. La razón hay que acudir a buscarla en el origen del género

–¿Ni fascinación ni terror?

–Exacto.

–¿Y el ingeniero? ¿En qué zonas de sus novelas sigue viviendo?

–Quizá el ingeniero está más en segundo plan, o sea, en la metodología, la planificación, la revisión hasta la extenuación. Por otro lado, a mí me gusta que mis personajes manipulen objetos, que se describa cómo hacen cosas, cómo resuelven problemas físicos, que el personaje se defina en ocasiones no por lo que dice, sino por lo que hace.

–Esto nos lleva a personajes como John Dunbar. Debe haber exigido mucho trabajo estilístico construir un tono que, sin dejar de lado los tópicos clave, no fuera ni calco ni western “a la española”. ¿Cómo fue ese proceso?

–Iba a ser un cuento. Siempre he sido muy aficionado al western. Ya llevaba varios títulos publicados a mis espaldas y me propuse, casi como un juego, intentarlo. Decidí escribir un cuento del género western para ver qué tal me sentía. Porque una cosa es lo que a ti te gusta leer y otra lo que te gusta escribir. Por ejemplo, disfruto mucho leyendo a autores con una prosa abigarrada, arborescente, barroca, tipo Alejo Carpentier. Pero cuando he tratado de imitarlos, me he sentido mal, he sentido que estaba impostando la voz. Entonces, yo que he nacido en España al principio de los años 70, me pongo a escribir una historia que transcurre en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, con gente que lleva pistolas y monta a caballo. Era una narración que a priori estaba muy desvinculada emocionalmente de mí, pese a que, a la hora de escribir, necesito tener un asidero emocional. Pero me sentí muy bien. Lo disfruté. Y se planteó la posibilidad de que ese relato fuera un capítulo de una novela. Tuve que concederme varios permisos a mí mismo. Porque pensé que si escribía una novela que fuera un western clásico podría ser visto como una excentricidad. “Ah, mira, a Bilbao ahora le ha dado por hacer una de vaqueros”.

–Claro, esa es la definición: evitar que fuera “una de vaqueros”.

–Así surgió la idea de introducir al segundo protagonista, el Jon escritor. Una segunda línea narrativa que transcurre en la época contemporánea, en España. Un escritor de mediana edad que es quien escribe las historias del Oeste que luego nosotros vamos a leer de manera alternada con los fragmentos de su vida. Pensé que podría ser una especie de maestro de ceremonias, que nos presentara aquella otra narración más lejana, más distante en el tiempo y en el espacio. Que funcionara como los motores: una correa de transmisión entre el lector del presente y aquella ficción dentro de una ficción. ¿Qué tenía yo que aportar a ese género con una codificación tan arraigada en el imaginario colectivo? No quería un refrito de imágenes, de lugares comunes. Me dije: “pues me voy a zambullir en la documentación histórica”. Y lo que sucede cuando te documentas sobre ese periodo histórico de Estados Unidos es que te das cuenta de que lo que a todos nos viene a la mente cuando pensamos en el western, situaciones, personajes, cómo iba vestida la gente, el uso de la violencia: todo eso no existió. Son constructos narrativos acuñados por la cultura popular. O, siendo más preciso, exageraciones y generalizaciones de sucesos muy aislados. Pero son arquetipos muy arraigados, referentes con los cuales te va a comparar cualquiera que te lea. Por eso decidí hacer una combinación: por un lado, documentación histórica; por otro lado, referentes de la cultura popular, y por un tercer lado, pura invención.

–¿Cómo aparece el personaje de Lucrecia? Los personajes femeninos fuertes no parecen ser muy propios del western clásico.

–Es mi personaje favorito de estos libros. Y sí, el western es un género narrativo bastante misógino. La razón hay que acudir a buscarla en el origen del género. A finales del siglo XIX y sobre todo en la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos y también en buena parte del mundo, es el género de narrativa popular por antonomasia. Pero eso no sucede solamente porque nos divierta ver gente cabalgando y disparando armas de fuego, sino porque había un respaldo ideológico. Esas narraciones populares eran medios para inculcar una ideología que, resumiendo mucho, es el relato mitificado del nacimiento de una nación. Y ese relato, palabra que hay que subrayar, es fundamentalmente masculino, blanco y heterosexual. Protagonizado por personajes masculinos, blancos y heterosexuales. Por eso, los personajes femeninos son escasos y a menudo cuando aparecen están vinculados a personajes masculinos: son la mujer o la hija de, o la aspirante a pareja de. Pero ya bien adentrados en el siglo XXI, y sobre todo fuera de las fronteras estadounidenses, esa ideología no nos interesa. Continuar escribiendo westerns ciñéndote a aquellos cánones iniciales arrojaría un resultado que desde nuestra perspectiva actual sería inverosímil. Y yo diría que también inaceptable.

A mi alrededor hay gente que mira su email a primera hora de la mañana y no lo vuelve a hacer hasta el día siguiente, o que no ve la televisión, o que abre internet solamente para leer el periódico y ya está. No pasa nada

–En la trilogía están los tópicos de la frontera y de la ley, con una gran vuelta de tuerca. Pero también aparece el tema de los vínculos y la familia. ¿Podríamos decir que este último es uno de los grandes temas de toda su obra?

–Antes de responder la pregunta, tengo que reconocer que a lo largo de la promoción de estos libros me molesta un poco la insistencia sobre el tema del western. Pero claro, es lo que más llama la atención, incluso por las portadas de los libros. Es que incluso en estos libros está la pregunta muy contemporánea por los vínculos. En términos generales, son libros sobre la exploración de los límites de los vínculos familiares, hasta dónde nos pueden obligar, cuándo te puedes desligar; las relaciones familiares, las relaciones personales y bueno, todas las preguntas que nos hacemos acerca de nosotros mismos en esos procesos. En este juego de espejos deformantes que hay entre realidad y ficción, o mejor dicho, entre la ficción del presente y la del pasado, la acción, lo que motiva que sucedan las cosas, siempre está en la parte del presente. Y la reacción está en el western. Si a estos libros les elimináramos toda la parte del western, yo creo que seguramente funcionarían. Serían libros de una lectura más ardua, no respirarían. Pero estaría todo lo que había que contar.

–Con el auge de las series, se comenzó a decir que ese formato había tomado la posta de la narrativa del siglo XXI. Usted, que además de novelas también escribió guiones, ¿ve en las series una competencia?

–En primer lugar, son formas de narración completamente diferentes, la literaria y la audiovisual. Me parece bastante simplista decir que una serie de televisión es una forma de narración que puede suplir lo literario. Tienes muchos episodios y puedes contar más cosas, pero en la práctica lo que vemos son tramas estiradas para llegar a un número de episodios superior al que ese tipo de narración nos pide. Narrativamente, y de esto estoy convencido, la literatura es imbatible.

–¿En qué sentido?

–En la libertad del narrador, en los juegos formales que te permite, en el nivel de complejidad, de texto, de subtexto. Una serie de televisión, sobre todo por los imperativos comerciales, no te permite esto ni muchísimo menos.

–Hablando de juegos formales: en El silencio y los crujidos tomó una torre y dos personajes, Juan y Una, y armó tres historias, en tres épocas diferentes, donde se repiten esos tres elementos. ¿Fue muy complejo recrear ese esquema?

–Es un libro acerca de la soledad, pero la soledad como aspiración. Un libro sobre personas que necesitan la soledad para entender el mundo, no solamente para aislarse, sino para cobrar un poco de perspectiva y entenderlo. A ver, también se engañan un poco a sí mismas. Me interesaba mostrar el efecto que tiene en la sociedad el solitario voluntario. En un mundo tan interconectado, tan gregario como el que vivimos, quien decide ir por libre y tomar un poco de distancia es visto como alguien incluso sospechoso. Me apetece mostrar esto con tres narraciones donde en realidad el protagonista es el mismo personaje en diferentes épocas de la historia.

–Una suerte de transmigración de almas.

–Efectivamente, son diferentes intentos de ese personaje en diferentes encarnaciones de alcanzar esa soledad anhelada. Los dos primeros son fracasos y en el tercero finalmente lo consigue.

–En los dos primeros relatos, el punto de vista es el del personaje que busca la soledad. Pero en el tercero el punto de vista es del personaje femenino. ¿Por qué esa elección?

–La tercera parte no está narrada desde el punto de vista del solitario porque lo ha conseguido.

–En ese tercer relato el protagonista crea una aplicación ligada con un uso por lo menos polémico de los videos eróticos, y el éxito de ese producto le genera los recursos con que retirarse del mundo. El libro se publicó en 2017, cuando nadie hablaba de la IA y no era tecnológicamente posible el dispositivo que se menciona en la novela. ¿Cómo se le ocurrió?

–Jugueteando con posibilidades. Podríamos decir que la industria del sexo ha sido el motor oculto de la industria audiovisual. Desde la invención de la fotografía: se empezaron a hacer fotos y enseguida se empezaron a distribuir imágenes de modelos desnudas o de gente teniendo relaciones sexuales, y se comercializaban de forma oculta. Y cuando los Lumiére inventaron la cámara del cine, pasaron poquitos meses hasta que alguien ya se le ocurriera empezar a salsear con eso también. Es una industria que da muchísimo dinero. Y pensé: si es alguien que, a diferencia de sus encarnaciones anteriores, se da cuenta de que alcanzar la soledad requiere tener una cuenta bancaria muy nutrida y quiere conseguirlo rápido, va al grano. O sea, desarrolla una aplicación tecnológica relacionada con el sexo que en cuestión de años alcanza una difusión mundial y lo convierte en una persona sumamente rica. Lo que hace con ese dinero es darle la espalda al mundo. También me divertía la ironía de que una persona que aspira a alcanzar un grado de intimidad idealizado, absoluto, lo consigue a costa de arruinar la intimidad de muchas otras personas.

–Hay otra cuestión recurrente al menos en varios de sus libros: personajes que están en eso que llamamos “crisis de la mediana edad”. Más allá de la ficción, ¿cómo juega la tecnología en esa generación que nació en tiempos analógicos y hoy vive en el mundo digital?

–No lo he tenido presente como un rasgo adjetival para estos personajes. Además, creo que al día de hoy puedes vivir perfectamente sin muchos de los avances tecnológicos que te vienen impuestos por la sociedad. A mí el mero hecho de que me venga impuesto ya me predispone en contra. No tenemos que estar todo el día con el móvil en la mano haciendo scroll en Instagram. Prefiero estar dos horas leyendo a estar dos horas con el móvil en la mano, y así muchas otras cosas. A mi alrededor hay gente que mira su email a primera hora de la mañana y no lo vuelve a hacer hasta el día siguiente, o que no ve la televisión, o que abre internet solamente para leer el periódico y ya está. No pasa nada.

–En cuanto a su trabajo como escritor, se nota que le interesa recorrer distintos géneros y soportes. También incursionó en el cómic, ¿no?

–Efectivamente, una historia de ciencia ficción.

–Un registro que también asoma en la novela Los extraños.

–Sí, aunque básicamente es un relato de suspense psicológico. Trataba de emular algunas películas de Roman Polanski, pero en una novela breve, una pieza de cámara. La verdad es que en muchos casos ni siquiera lo hago de manera consciente: recurrir no solo a guiños, sino también tomar elementos de determinados géneros clásicos. Me parece que cuando estamos en el terreno de la ficción, es válido. Y si quiero tener determinado efecto, pues recurro al suspense; si quiero tener otro, recurro al terror. O recurro al realismo más con los pies en el suelo. Esas hibridaciones me resultan sumamente sugerentes.

–¿Está trabajando en algo nuevo?

–Siempre tengo algo en marcha. Es lo que me define como persona. Lo próximo que va a salir es una recopilación de mis tres primeros libros de cuentos, que aparecieron hace 15 años y que ya estaban descatalogados. Impedimenta los publica ahora en un solo volumen titulado Antes del volcán. Al margen de eso, lo que tengo en mi mesa de trabajo es una colección de cuentos, sin título todavía. Y al género del western lo voy a dejar descansar .

–Jon y Catarina, personajes que en la trilogía del western pertenecen a los capítulos correspondientes al mundo contemporáneo, también aparecen en otras de sus novelas. ¿Van a seguir creciendo?

–Son un work in progress permanente, y reaparecen. Se incorporan personajes nuevos, y muchos de los relatos van a tener un tono que deriva hacia el suspense y por momentos hacia el terror. O sea, aunque se desarrollen en el presente y con personajes cercanos, no van a ser relatos puramente realistas.

–Le gusta jugar.

–Me encanta.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/jon-bilbao-prefiero-estar-dos-horas-leyendo-a-estar-dos-horas-con-el-movil-en-la-mano-nid02112025/

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