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Joaquín Gómez, lanzador de martillo: se entrenaba en plazas, con el tiempo batió récords y hoy es referente olímpico de Argentina

El techo, las paredes, el piso tiemblan ante la vibración de una multitud que alienta para llevar los cuerpos al límite. Un bramido sordo se filtra entre los rincones del estadio y el aire está ...

Joaquín Gómez, lanzador de martillo: se entrenaba en plazas, con el tiempo batió récords y hoy es referente olímpico de Argentina

El techo, las paredes, el piso tiemblan ante la vibración de una multitud que alienta para llevar los cuerpos al límite. Un bramido sordo se filtra entre los rincones del estadio y el aire está ...

El techo, las paredes, el piso tiemblan ante la vibración de una multitud que alienta para llevar los cuerpos al límite. Un bramido sordo se filtra entre los rincones del estadio y el aire está impregnado de adrenalina, pasión y temor. Bajo esa multitud: Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las Legiones Fénix y fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Dentro de esa escena icónica se sentía Joaquín Gómez, el lanzador de martillo argentino, justo antes de salir al campo del Stade de France, en los Juegos Olímpicos de París 2024.

“Me quedó marcado cuando nos llevaban a la zona de lanzamiento”, describe Joaquín desde Madrid para LA NACION, donde está haciendo una gira de competencias europeas. “Íbamos por debajo de todas las tribunas y cuando pasabas por las puertas se veía el estadio lleno, 84.000 personas. Ahí me acordé de esa escena de Gladiador”.

Pero antes de llegar a ese debut olímpico de Joaquín en París y de cómo vengó a su familia luego de que su papá Daniel hubiese clasificado para Moscú 1980 en dos disciplinas, a los que obviamente no pudo ir, igual que medio planeta, antes que eso, hay que ir tres décadas hacia atrás.

En realidad, casi 29 años: el 14 de octubre de 1996 nacía en Wilde, Joaquín Gabriel Gómez. Para cuando el mundo celebraba el cambio de milenio, él le pedía una pelota de básquet a su papá para lanzarla. Pero no como lo hacían sus compañeros de jardín. Su padre, Daniel, le puso la pelota dentro de una bolsa y Joaquín la revoleaba como un martillo de atletismo. Es decir, la hacía girar en torno de él, mientras él mismo giraba, para que tomara inercia y luego, sí… ¡fium! Soltar la bolsa y ver qué tan lejos llega la pelota. Casi lo mismo que haría en París ante 84.000 personas.

Antes de seguir, es un buen momento para explicar qué es un martillo en atletismo: un cable de acero que en un extremo tiene una bola metálica, y en el otro una manija de la cual se agarra el atleta. La bola pesa 7,26 kilos (4 en el caso de las mujeres), y el cable tiene unos 118 centímetros. El lanzamiento consiste en hacer lo que Joaquín a los 4 años: revolear la bola y tirarla lo más lejos posible. Y, claro, tratar de no pegarle a nadie.

“Yo me iba con una bandera a la plaza para hacerle señas, para que lance cuando no venía gente”, recuerda Daniel cuando le avisaba a su hijo cómo lanzar sin pegarle a nadie. “Esperaba a que no pasaran cerca y levantaba la bandera, así Joaquín lanzaba enseguida. Aunque a veces salía para el lado de las plantas y quedaba entre los árboles”.

Como se verá, no es tan sencillo como solo lanzar. Pero los inicios de Joaquín, fueron más que lanzamientos de martillo. Canotaje, natación, carreras a pie, de vallas, toda actividad aeróbica era buena para el asma de Joaquín. “La verdad que a mí me costaba muchísimo… corría 100 metros y me ahogaba. Venía el invierno y ya sabía que me enfermaba… y eso que mi mamá me abrigaba, no me dejaba mojarme, no me dejaba andar mucho en el frío. Igualmente, me daban broncoespasmos, así cada invierno… era todo un tema. Todos los días con el puf”.

A los 9 años ya lanzaba seguido, pero para los 12 tomó una regularidad que nunca dejó de girar, como en los lanzamientos. Tanto él como su hermana Daniela, empezaron a descartar los otros deportes y centrarse en el martillo. “Yo le preguntaba a mi papá por las medallas”, recuerda Joaquín. Su padre -y entrenador-, Daniel, fue campeón sudamericano de lanzamiento de martillo en 1977 y 1985, y campeón de los Juegos Odesur en 1982 (además de obtener medallas de plata en 1978 y 1986 en los mismos Juegos). En la previa a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, Daniel había logrado la clasificación en martillo y en halterofilia.

Pero no fueron unos buenos Juegos para los atletas de este lado de la entonces Cortina de Hierro. Estados Unidos a la cabeza y otros 64 países, entre ellos Argentina, boicotearon los Juegos en respuesta a la invasión soviética de Afganistán. Así que Daniel tendría que esperar... Cuarenta años.

Mientras, en la década del 2000, Joaquín crecía y su martillo volaba cada vez más lejos. Y eso llevó a que Daniel dejara de lanzar. “Empecé a ver en Joaquín los mismos defectos que yo tenía”, explica el padre. “La mía era una técnica vieja. Por más que le enseñara a Joaquín la técnica moderna, él me veía a mí y copiaba. ¡Era un calco mío! Pensé: ‘Pobrecito, está tirando horrible…’. Entonces, le dije a mi señora: ‘No voy a lanzar cuando él esté presente porque va a seguir copiando’. ¡Se podría decir que Joaquín me retiró!”, se ríe Daniel detrás de unos anteojos finos y unos ojos profundos.

Cual Júpiter destronando a Saturno, Joaquín luego fue a los Campeonatos Sudamericanos escolares de Ecuador en 2009 y al de Perú en 2010 y en ambos ganó la medalla de oro en lanzamiento de martillo, y ya que estaba ahí, también de disco. Aclaración atlética: es común que los lanzadores de disco, martillo y bala, más que nada en las categorías formativas, tengan una prueba de estas como principal y otra como secundaria. Luego el tiempo dice en cuál es mejor. Está claro, Joaquín no lo era en disco.

A los 17 años logró algo que nunca había logrado ningún atleta (con menos de 18) en la historia del lanzamiento de martillo: lanzó el implemento (de 5 kg) a 85,38 metros. Podría no decir mucho el número, más allá de que es casi una cuadra de largo, pero era la primera vez que un sub 18 lograba esa marca, en toda la historia del deporte. No se considera un récord del mundo porque no gusta poner esa presión a las categorías de edad, pero es más o menos lo mismo. Al igual que antes Germán Chiaraviglio con la garrocha y, luego, Brian Toledo con la jabalina.

Acá podría venir una larga lista de medallas doradas y récords de categoría, sub 18, sub 20, sub 23, campeonatos sudamericanos. Resumiendo, a esa edad dominó el subcontinente como Máximo Décimo Meridio el coliseo romano. Pero hasta Máximo cayó ante el emperador Lucio Aurelio Cómodo. Y Joaquín tuvo una caída en su rendimiento que fue aprovechada por dos lanzadores de su generación. El ataque llegó del otro lado de la cordillera de los Andes.

Los chilenos Gabriel Kehr y Humberto Mansilla empezaron a superar a Gómez en el subcontinente en que el argentino dominó toda su adolescencia. Las medallas que antes eran doradas se tiñeron de bronce. Y más allá del escalón del podio que le tocaba ocupar, las marcas de Joaquín se estancaban, estaba perdiendo la competencia contra sí mismo.

Seguía siendo inexpugnable en su país, posee todos los récords desde menores de 18 hasta Mayores y ha revalidado el título de campeón nacional en la categoría absoluta desde 2015 hasta la actualidad. Sí, lleva once campeonatos nacionales seguidos y sigue contando. Pero algo estaba fallando y la dupla atleta-entrenador no encontraban la salida. Pero seguían intentando, incluso cuando los Juegos Olímpicos de Tokio se escaparon entre los dedos y la pandemia.

En la previa a los Juegos que todos esperaban para 2020, Joaquín estaba logrando ubicarse entre los 32 lanzadores que irían a Japón. Pero la postergación de un año y la falta de competencias en la región le hizo perder los puntos que lo mantenían en ese grupo olímpico. “Fue muy duro para él, estuvo mal… fue durísimo”, confiesa Analía Altamirano, la madre de Joaquín, y la otra columna que sostiene los 100 kilos de músculo del mejor lanzador de martillo argentino.

Analía fue atleta, corrió 800 metros, 400, también 400 con vallas, y entiende el camino de sudor, esfuerzo, resignaciones, lesiones, alegrías y fracasos que hay en el atletismo. Se la ve al lado de la jaula de lanzamiento (una torre enorme de redes que contienen cuando un martillo o un disco no sale en la dirección correcta), en cada torneo de Joaquín o de Daniela. Pero también es la que equilibra el deporte con la vida. Es la que dice: “Hoy es domingo, aflojemos de mirar fotos, hablar del atletismo y hablemos de otras cosas porque tenemos que descansar un poco la cabeza”. Y confirma que más o menos le hacen caso dentro de la casa, pero: “El problema es cuando vienen visitas o vamos a comer a lo de algún familiar… Ahí empiezan todos a preguntarte que cuándo vas al Mundial, que cómo venís para los Juegos... No se termina nunca”, sonríe Analía, entre una resignación que también disfruta de que el atletismo atraviese a su familia.

Los años oscuros

“En realidad no sabíamos qué pasaba, porque yo entrenaba bien, ¿viste?”, explica Joaquín como si tuviese que justificar que un par de medallas de bronce sudamericanas o la clasificación a dos Mundiales no fuese mérito suficiente. O como si las expectativas sobre el mejor lanzador sub 18 de la historia no se estuviesen cumpliendo. “Hacíamos todo bien, y después por ahí me costaba competir… Pero como te digo, yo siempre quise tirar y hago lo que me gusta. Entonces, uno a pesar de que no le está yendo bien sigue, porque en definitiva es lo que te gusta”.

Fueron unos cinco años poco luminosos, hasta que en abril de este año, Mar del Plata recibió al Campeonato Sudamericano. La última vez que se realizaron en Argentina fue en 2011, Juan Ignacio Cerra era el recordman argentino en martillo de ese momento y mientras se colgaba la medalla de campeón sudamericano, Joaquín tenía 14 años y lo veía desde la tribuna. Catorce años más tarde se encontraba en la jaula de lanzamiento, donde también estaban Kehr y Mansilla.

Primera tanda de lanzamientos: ambos chilenos lideran la prueba con un par de metros de ventaja; Gómez hace un lanzamiento nulo. Segunda tanda: Mansilla supera su marca, Kehr más aún, supera el récord de campeonato, nunca nadie en un Sudamericano había lanzado tan lejos. Gómez aún tenía que pasar el corte de la primera ronda. Joaquín logra en el segundo intento una marca que lo posiciona entre los mejores, queda tercero.

Así llegan a la segunda y última tanda de lanzamientos, los chilenos en el primer y segundo puesto, Gómez completando el provisorio podio. En las tribunas del estadio Justo Ernesto Román, los fanáticos argentinos del atletismo, los compañeros de entrenamiento, los amigos de Joaquín, su familia, su papá Daniel, dos veces campeón sudamericano, su mamá Analía, la que sabía cuán duros habían sido los últimos años. El argentino entra en la jaula por cuarta vez, hace pasar el martillo por encima de su cabeza, empieza a girar, una vez, dos, tres, cuatro, cinco y ¡fium!

Como lo hacía con la pelota de básquet a los cuatro años, lanzó lo más lejos que pudo. Lanzó más lejos que nunca, más lejos que él mismo, más lejos que nunca ningún argentino, más lejos que nunca ningún atleta en un Campeonato Sudamericano. Esa bola de 7,26 kilos voló 77,69 metros y lo ubicó como la tercera marca histórica entre todos los lanzadores de Sudamérica.

Todos lo siguieron intentando un par de tiros más, pero ya nadie alcanzó a Joaquín, que se colgaba su primera medalla dorada en un sudamericano de mayores, frente a su gente.

La clave del regreso

Ahora volvemos al inicio de esta historia. Joaquín está en el Stade de France, a punto de entrar a lanzar para 84.000 personas, a punto de convertirse en atleta olímpico, a 44 años de Moscú, a un cuarto de siglo de haber empezado a revolear un martillo.

Giró, empujó, se esforzó al límite y lanzó el martillo lo más lejos que pudo. Intentó pasar a una final, no era un sueño imposible, pero no alcanzó. Después de eso salió de la pista con la satisfacción de haber dejado todo, y en la tribuna se abrazó con Daniel. “El siempre estuvo, no importa si está lloviendo, si hace frío, calor, si graniza, no importa nada, papá siempre está”, declararía Joaquín antes de salir del estadio, ya convertido en atleta olímpico.

“Joaquín no es de llorar fácilmente, pero con ese abrazo se emocionó”, cuenta su mamá. Ella lo tuvo que ver desde más de diez mil kilómetros de distancia. “Nosotros estábamos guardando lugar en las tarjetas porque si a Daniel no lo llevaban como entrenador, de alguna manera tenía que ir”, explica Analía. “Le dije a Daniel, de última vendemos la camioneta… Pero a último momento lo designaron. Ya no había tiempo para poder sacar un pasaje económico para mí. También si me iba perdía las horas , porque soy suplente. Así que tuve que verlo desde casa”. Aunque asegura que ella también tendrá revancha: “En Los Ángeles voy a estar cómo sea”.

¿Qué cambió? ¿Qué se empezó a gestar el año pasado en los Juegos y vio la luz en el Sudamericano? “Yo estaba negadísimo -reconoce hoy Joaquín-. Papá me venía diciendo desde 2021, vamos a cambiar la técnica”. Esta era la estrategia del cambio que pedía Daniel: “Joaquín es sumamente pequeño , pero tiene una gran velocidad. Así que la idea fue aprovechar eso y hacer un giro más con el martillo, que los más grandes no llegan a hacer”.

Así Joaquín pasó de girar cuatro a cinco vueltas, como un trompo. “Calculamos que ese cambio iba a llevar 2 o 3 años, pero fue un poco más”, reconoce Daniel, “pero ahora sí puede hacer cosas que hace unos años no podía”. Ese fue el cambio técnico, en el entrenamiento, en el gimnasio. El otro fue en la cocina.

“La comida favorita de Joaquín es milanesa de pollo con arroz con azafrán”, cuenta su mamá. “Pero ahora el pan rallado tiene que ser sin gluten”. Analía explica que a finales del año pasado descubrieron su intolerancia a la lactosa, y como medida inicial también le retiraron el gluten. “Yo me sentía siempre cansado, pero pensaba que era por el entrenamiento, lo normalizaba”, explica Joaquín. “Luego de un par de descomposturas, la nutricionista nos sugirió probar la nueva dieta un mes, y ya luego de cuatro semanas estaba lanzando mejor. Ahora me siento más fuerte, más rápido, y eso obviamente te da más confianza”, resume el flamante campeón sudamericano.

Este reciente título logrado en Mar del Plata le permitió clasificarse a su tercer Mundial de Atletismo, que se realizará en septiembre, en Tokio. Llegará casi con 29 años. La edad en que se aguarda el mayor desarrollo de un lanzador es pasados los 30. Tendría 32 en los Juegos de Los Ángeles. ¿Qué se espera de este atleta en base a lo que ha logrado, a lo que tiene por delante?

Así lo analiza su entrenador y papá, “Joaquín es aplicado al 100%, muy veloz y le gusta competir, lo mejor de él lo saca en competencia”, pero destaca, “es una persona que mira por el otro, que colabora, que se preocupa y siempre va a pelear por lo justo. Él es un caballero en todo sentido y eso se lo debe mucho a la madre. Yo fui un poco más permisivo, pero con la madre no se transaba con nada. Cuando estaba para hacer la mejor marca del mundo, andaba mal en inglés y la madre le consiguió una maestra particular que justo podía en el horario que tenía que estar tirando. Así que llegaba tarde y se quedaba más tarde entrenando, pero hoy habla inglés”.

Joaquín nació con asma, intolerancia a la lactosa, en el otro extremo del mundo donde están los mejores lanzadores del planeta y que para colmo es “bajito”. ¿Qué le diría a ese nene que empezó lanzando una pelota de básquet? “Que no dude de esa ganas. No tanto sobre competir a nivel internacional o mejorar las marcas, sino hacer lo que le gusta. Si hacés lo que te gusta te va a ir bien, más allá del resultado. No solamente viajar a competir, ir a un Juego Olímpico. Los Juegos están buenos, pero porque disfruto lo que hago. Porque hay gente que por ahí se clasifica y en realidad no le termina de llenar, no lo disfruta tanto. Yo al final hago lo que me gusta, lanzar el martillo”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/atletismo/joaquin-gomez-lanzador-de-martillo-se-entrenaba-en-plazas-con-el-tiempo-batio-records-y-hoy-es-nid03072025/

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