Integrante de la generación Di Tella, repasa una vida ligada al arte, la excentricidad y la polémica
En la planta baja de la calle Cabello, donde vive “desde hace una vida”, no sobra nada, pero lo poco que hay se distingue como ella. Los sillones art decó tapizados en color mandarina, la lám...
En la planta baja de la calle Cabello, donde vive “desde hace una vida”, no sobra nada, pero lo poco que hay se distingue como ella. Los sillones art decó tapizados en color mandarina, la lámpara con sus lágrimas de Murano, la cocina y su mesa diminuta, el mueble con vajilla inglesa y la heladera Siam de los años 60, que todavía funciona. Tal vez, porque se abre con poca frecuencia. “Nunca fue mi fuerte la cocina, aunque sobrevivo. Yo estoy muy bien con un yogurt (pronunciado con la tilde en la o) y la empanada de acelga”, cuenta Dalila Puzzovio. Artista, dibujante, ambientadora, vestuarista, diseñadora y símbolo del arte pop argentino, fue una de las estrellas del Instituto Di Tella de Buenos Aires a fines de los años 60. Junto a Antonio Berni, Marta Minujín, León Ferrari, Delia Cancela, Luis Wells, Julio Le Parc y Federico Peralta Ramos, entre otros, formó parte del núcleo artístico dirigido por el crítico Jorge Romero Brest.
Resumir el universo Dalila roza lo imposible, por eso resulta clave la exposición retrospectiva y el libro que hace unos meses presentó el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Un espacio adorado por la artista, ya que Rafael Squirru, su cuñado, fue su fundador y primer director.
“Como bien dijo la directora del museo, Victoria Noorthoorn, mi historia y la del Moderno estuvieron entrelazadas desde los inicios. Por eso mi deseo es que, tanto mi obra como la de Charlie , permanezcan ahí para siempre”.
Original como sus dobles plataformas, los sombreros que hizo para Dior, la deco de un shopping entero, la instalación con yesos de hospitales y una vida entera de excentricidades, también tuvo un matrimonio fuera de lo común, empezando por quien la casó con su marido.
–No fue un cura sino un astrólogo, ¿no?
–Sí. Charlie siempre leyó sobre astrología y ocultismo. Yo no estaba muy al tanto, pero con el paso del tiempo me fue interesando. Jamás había consultado a un astrólogo ni me había hecho una carta natal. Pero un tío suyo nos presentó a Sen Salgado St. John –a quien llamábamos Zen– y nos terminó casando. Igual, tuvimos un montón de matrimonios, pasando por todas las religiones y locaciones. Fue muy fuerte para mi familia italiana; también para mi suegra. ¡Que te case un astrólogo! Lo importante, igual, fue el vaticinio de esa carta. Se leía una unión para siempre y así fue. Estuvimos juntos 60 años.
–¿Nunca quisieron tener hijos?
–No, Charlie era tan ajeno: no tenía ningún interés. Conmigo le bastaba y no quería nada más. Es que nos divertíamos mucho. Vivíamos pegados, viajando, proyectando, estudiando, orgullosos de los logros y el crecimiento de ambos. Tal vez a mí, como buena descendiente de italianos y habiendo ido a colegio de monjas, en algún momento me pareció que sí, que podría haber sido madre. Pero hubiéramos tenido que cambiar nuestras vidas, entrar en un tren de obligaciones que no queríamos. Tampoco sobraba el dinero para hacer todo. Pero bueno, son situaciones personales, la historia de cada uno. Marta, en cambio, pudo hacer las dos cosas.
–¿Hablamos de Marta Minujín?
–Sí, me preguntan a menudo por ella. Está esa cosa de comparar, así que me adelanto y cuento que está todo bien. Incluso vino a mi exposición, tengo la foto en el celular. Es cierto que se generó una especie de Boca-River entre nosotras, pero siempre convivimos. Las dos siempre fuimos muy intensas. Los críticos nos apoyaron mucho. Eso es bueno, pero a veces empantana y genera situaciones. Así somos los humanos.
–Pero finalmente se respetan...
–Por supuesto. Más allá de su carrera indiscutida, es una mujer que hizo lo que quiso. En su momento se fue a Europa y toda la historieta. Yo en ese entonces no me hubiese animado. También tuvo esa cosa doméstica que yo no tuve. Se casó, crió hijos, nietos. Y nunca paró. Claro que tuvo muchas más posibilidades económicas que yo, una cosa de más fuerza. Igual ella estaba con su historia y yo con la mía. Fui muy feliz con Charlie. No podría haber tenido un marido más genial.
–Vivieron en Nueva York, lo vieron a Warhol, tuvieron el famoso póster-panel en la 9 de julio... ¿Qué otras postales te vienen?
–Nuestra casa vecina al Congreso y las horas que pasábamos en el Florida Garden soñando con cambiar el mundo. En Nueva York éramos muy felices, pero nuestras familias querían que volviéramos. El padre de Charlie era otro genio, un odontólogo excepcional con un sentido del humor fantástico. Lo del cartel “¿Por qué son tan geniales?” formó parte de una serie de intervenciones urbanas que cuestionaban la cultura y la sociedad de la época, utilizando el humor y la ironía para interpelar al público.
–A tu doble plataforma, obra que te identifica, se le siguen buscando significados. Pero siempre los bochás...
–Fue una necesidad que debía concretar. Lo soñé y lo fui a ver al señor Grimoldi. Recuerdo que era un hombre bajito, tenía un escritorio espectacular, una especie de templo. Y le pareció fantástico. Me hizo los cueros flúor, que no eran comunes para la época. La verdad es que nunca le busqué un significado. Me sirvieron para darme el gusto de hacer lo que tenía ganas y en una escala que no era el típico taquito que usábamos. Cambiaba las distancias, era otra sensación.
–Tu otra obsesión: los moños perfectos.
–Eso me quedó del colegio de monjas, que eran unas locas. Los moños y el planchado inmaculado que hacía mi madre porque yo no sé planchar. En mi casa, más que moda, había un culto a la imagen. A mi papá le encantaban los casimires y las sedas para las camisas. Cuando venían los barcos italianos siempre compraba cortes para los trajes.
–En la muestra del Moderno está tu vestido icónico de pañolenci, que lleva tu nombre.
–Ese vestido que decía Dalila surgió por lucidez. En el grupo Di Tella éramos uno más infernal que el otro. Lo hice para la foto general de una tapa de Primera Plana. A la única que se podía identificar era a mí. Siempre adoré diseñar ropa y en Río de Janeiro se morían para que me quedara. Hubiera hecho una carrera brutal, pero me dio terror. Y acá no seguí porque había mucha gente nefasta en el mundo de la costura.
–¿Por qué dejaste de crear?
–Lo último que hice fue la serie inspirada en el horóscopo chino, con ciertas imágenes sórdidas de la realidad. Pero no me dan ganas de agarrar ni un lápiz, ni un papel ni un pincel.
–¿Por qué?
–Siento que sería algo que no tiene sentido. Es como si hubiese desencarnado ya.
–Pero estás bárbara, Dalila.
–Gracias. Pero uno, inexorablemente, se va alejando. Hay algo de la actualidad, de lo cotidiano, que no tiene llegada. Permanece en uno la cáscara del humano. Me refiero a la piel, los huesos, la espalda que molesta...
–¿Creés en otras vidas?
–Espero que sí, y que pase lo mejor. Pero qué es lo mejor, la verdad no lo sé. Te mentiría.●