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Hay una luz que nunca se apaga

¿El artista siempre se debe a su público? ¿O con seguir produciendo su arte alcanza?Pensaba en eso la semana pasada cuando se confirmó la cancelación de la gira de Morrissey por Améric...

Hay una luz que nunca se apaga

¿El artista siempre se debe a su público? ¿O con seguir produciendo su arte alcanza?Pensaba en eso la semana pasada cuando se confirmó la cancelación de la gira de Morrissey por Améric...

¿El artista siempre se debe a su público? ¿O con seguir produciendo su arte alcanza?

Pensaba en eso la semana pasada cuando se confirmó la cancelación de la gira de Morrissey por América Latina. El cantante británico de 66 años, que alcanzó la fama a los 25 como el bello y torturado frontman de The Smiths, ha empezado a ganar cierta notoriedad entre sus fanáticos por sus intempestivas suspensiones. Incluso han empezado a elaborarse estadísticas que documentan esa reputación: según el sitio especializado We Heart Music, su tasa de suspensión de shows pasó del 0% en 2004 (asistencia perfecta) al 27% en 2014 y al 39% en 2024.

Las excusas de “Moz” para bajarse de sus compromisos son variables. En una ocasión culpó al dengue y, en otra, denunció “amenazas creíbles contra su vida”. La mayor parte del tiempo, sin embargo, el argumento que esgrime es “cansancio extremo”. No debería sorprender a nadie: sus giras son un eterno “work in progress”, una lista de fechas y lugares en constante expansión. Si dos días antes de llegar a tu país Morrissey acepta tocar en un puñado de casinos norteamericanos de mala muerte, empezás a temer lo peor.

En esta oportunidad, como la cancelación afectó casi exclusivamente a América Latina (el último tour incluía Ciudad de México, Buenos Aires, San Pablo y Lima, entre otras), el público de la región está decepcionado y se lo hace notar en redes: “¿Me hacés un favor? Nunca, nunca, nunca más agendes un recital en Brasil”, “Ya no te queremos en México”, “Por eso The Cure es mejor”, escriben los fans furiosos en Instagram, donde se acumulan los reclamos más recalcitrantes. En X (exTwitter) la gente se lo toma con más filosofía: “A Morrissey nadie lo puede cancelar porque él siempre te cancela primero”, dice una usuaria. Él jamás responde a estas recriminaciones, por supuesto. ¿Debería? Muchos seguidores agraviados creen que sí.

Yo tengo mis dudas. Por eso, mi posteo favorito surgido después de esta última controversia es el haiku que publicó el periodista José Bellas: “Morrissey me salvó / la vida, a los 16 / que haga lo que quiera”. Coincido. A mis 41 sigo encontrando que hay una línea suya para sobrellevar cada desgracia que la existencia nos arroja en la cara: la inseguridad adolescente (“Y si te sobran cinco segundos, te cuento la historia de mi vida: 16 años, torpe y tímido. Esa es la historia de mi vida”), el tedio adulto (“Estaba buscando trabajo y de repente encontré un trabajo, y Dios sabe que ahora soy miserable”) y también el amor (“Y si un colectivo de dos pisos nos atropella, morir a tu lado es una forma tan celestial de morir”). Encima cantado en ese barítono tan terso, entre mordaz y suplicante.

A pesar de estas polémicas (y de algunas opiniones “políticamente incorrectas” con las que antagoniza a propios y ajenos), Morrissey sigue siendo un artista popular. Hoy su obra -entre The Smiths y solista- suma unas 25 millones de reproducciones cada mes en Spotify. Yo, por mi parte, me niego a cancelarlo. Sigo sacando entradas para sus conciertos. Sigo cantando sus canciones en la calle, como cuando era chico. Sigo esperando que vuelva a la Argentina. Sigo creyendo que esta maldición puede romperse.

El otro día traté de imaginar qué tipo de persona escucha a Morrissey en esos casinos deprimentes del norte. Tal vez sea un ranchero que ahoga sus penas en el bar sin saber quién es el inglés sesentón que canta a sus espaldas. Tal vez, movido por esas canciones tristes, recuerde un amor que dejó escapar mientras se demoraba en cuidar sus cultivos y ganado. Tal vez piense que nunca volverá a ser feliz de esa manera, tan intensa, tan total. Tal vez se sienta el tipo más miserable del mundo. No puede sospechar cuánta gente quisiera estar en su lugar.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/hay-una-luz-que-nunca-se-apaga-nid10112025-2/

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