Estreno en cines: En Dos fiscales, el clima represivo estalinista es reproducido con agudeza y estilo en pos de un relato atrapante
Dos fiscales (Zwei Staatsanwalte, Francia, Alemania, Países Bajos, Letonia, Rumania, Lituania, Ucrania/2025). Dirección y guion: Sergei Loznitsa. Fotografía: Oleg Mutu. Edición: Danielus Kokana...
Dos fiscales (Zwei Staatsanwalte, Francia, Alemania, Países Bajos, Letonia, Rumania, Lituania, Ucrania/2025). Dirección y guion: Sergei Loznitsa. Fotografía: Oleg Mutu. Edición: Danielus Kokanauskis. Elenco: Aleksandr Kuznetsov, Alexander Filippenko, Anatoli Beliy, Andris Keiss, Vytautas Kariusonis. Duración: 117 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena.
Nacido en Bielorrusia, Sergei Loznitsa creció y se educó en Ucrania y ha sido a lo largo de su ya extensa carrera como cineasta (empezó hace más de 25 años) un obcecado crítico del totalitarismo, especialmente enfocado en las aberrantes manifestaciones de la época de la Unión Soviética.
Coproducida por siete países y presentada en la competencia oficial de la última edición del Festival de Cannes, Dos fiscales se desarrolla en la Rusia estalinista de finales de los años 30. Está basada en un relato del escritor y científico disidente Georgy Demidov, preso en el gulag durante catorce años cuando la Segunda Guerra Mundial ensombrecía a Europa y acosado por la burocracia soviética hasta su muerte, producida a finales de los años 80.
Con tomas prolongadas, el ritmo rígido y pausado con el que se expresan personajes casi siempre con gesto adusto y un trabajo notable del director de fotografía Oleg Mutu, Loznitsa consigue crear un clima muy especial, por momentos casi hipnótico, reflejo de las paranoias, las persecuciones y la represión que caracterizaron al régimen en los años de Stalin, un dispositivo de control frío y a la vez brutal que de todos modos no era tan nuevo en Rusia, como bien lo atestigua Recuerdos de la casa de los muertos, el gran libro en el que Dostoievski relata su vida como prisionero en Siberia.
En ese contexto amenazante -todos parecen tener que esconder algo, todos parecen ser posibles delatores-, un joven abogado, idealista, miembro del Partido Comunista y recientemente nombrado fiscal del Estado, recibe una carta muy especial, escrita con sangre en un pequeño trozo de cartón arrugado: un recluso de una prisión de alta seguridad de Briansk, anciano y gravemente enfermo, denuncia las torturas y asesinatos de veteranos bolcheviques llevadas a cabo por la NKVD, policía secreta y principal organismo de seguridad del Estado soviético entre 1934 y 1946, encargada de las tristemente célebres purgas estalinistas que incluyeron a campesinos, intelectuales, minorías étnicas y opositores políticos. Muchos de esos teóricos enemigos de la URSS eran revolucionarios, pero pagaron con su vida no rendirle pleitesía a Koba (a propósito, el gran libro del británico Martin Amis titulado con este apodo de Stalin es un gran complemento de esta película).
El largo monólogo con el que ese preso al borde de la muerte le revela al fiscal cómo funciona el aparato represivo montado por Stalin tiene un gran peso específico por su contenido y su forma, por esa cadencia en la narrativa oral que hemos experimentado también en muchos pasajes de los films de un prócer del cine ruso, Andréi Tarkovski.
El poder soviético de esos años oscuros estaba sostenido por el fanatismo y el sálvese quien pueda, todo lo contrario a lo que demanda un proyecto colectivo, la fachada que creó el comunismo realmente existente para justificar sus fechorías.
Loznitsa trabaja con mucha inteligencia y creatividad para sostener durante casi dos horas ese ambiente denso que transmite la película, incluso con algunos detalles muy precisos como la utilización de un mismo actor para encarnar al preso político y a un veterano de guerra lisiado y abandonado a su suerte, o un comentario insidioso sobre la virginidad del fiscal que se filtra en la mitad del relato durante un viaje en tren a Moscú y reaparece en el dramático final como un hecho que podría ser fortuito pero al mismo tiempo fomenta la atmósfera conspirativa que domina toda la historia.