Estreno de cine: La muerte de un comediante, una película anómala para el cine argentino que cumple con lo que ofrece
La muerte de un comediante (Argentina/Bélgica/2025). Dirección: Diego Peretti, Javier Beltramino. Guion: Diego Peretti. Fotografía: Gustavo Biazzi. Edición: Anabella Lattanzio. Elenco: Diego Pe...
La muerte de un comediante (Argentina/Bélgica/2025). Dirección: Diego Peretti, Javier Beltramino. Guion: Diego Peretti. Fotografía: Gustavo Biazzi. Edición: Anabella Lattanzio. Elenco: Diego Peretti, Malena Villa, Haneul Kim, Marioska Fabián Nuñez, Eric Bier. Calificación: Apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Moving Pics. Duración: 106 minutos. Nuestra opinión: buena.
Juan Debré (Diego Peretti) es el héroe de un mundo que no existe, un mundo de ficción que asoma en cada episodio de un serial como un retazo de fantasía. Para Debré, la inspiración para dar vida al “Escorpión de la Justicia” -tal como se llama su personaje y la fábula construida a su alrededor- nace de un héroe de su infancia, también de historieta, también de tinta y papel. Es Bombín, el protagonista de una ficticia novela gráfica de un ficticio Monsieur Bickel, autor belga que parece haber conseguido en el pasado tallar su nombre entre los grandes. Y Bombín, con su atuendo elegante, su corbata roja y el sombrero del título, siempre subido a su motoneta junto a un perrito de compañía, también parece haber logrado surcar los senderos del crimen y hacerse a la fábula (en algo así como la contracara moral del pérfido Fantômas, aquella creación de los franceses Marcel Allain y Pierre Souvestre). Según cuenta la leyenda, Bickel desapareció en el mar, en una travesía camino a Ushuaia, y su recuerdo anida en el desván de Juan y en la memoria de su arte de comediante.
Ese es el verdadero corazón de La muerte de un comediante, película anómala para el cine argentino, no solo por su confección bajo la modalidad cooperativa de Orsai Producciones y los aportes de más de diez mil socios-productores, sino porque construye un mundo propio, ajeno a lo real, con ciudades como Buenos Aires y Bruselas como telón de fondo, actores que juegan a ser espías y maleantes, un actor de comedia moribundo que se aventura a ser héroe, y una trama que escapa a los dictámenes del suspenso para arrojarse a la nostalgia. No todo funciona como debería, es cierto, y quizás la solemnidad de una voz en off que desliza interrogantes existenciales, la fallida alquimia narrativa entre la crisis migratoria y la politiquería fascista que asoma como contexto, al igual que ciertas secuencias de acción que resultan anticlimáticas, contribuyen a la sensación de experimento valioso, pero algo desajustado entre la búsqueda y su concreción.
Sin embargo, el camino de Peretti y Javier Beltramino es arriesgado, no solo explora una forma no regular de producción para el cine local -la propia Orsai del escritor Hernán Casciari fue artífice de La uruguaya, película también concebida en cooperativa-, sino una sensibilidad casi anacrónica, una estética deliberadamente artificial, y un registro que -aún con sus altibajos interpretativos- decide correrse de las constantes realistas. Recuerda, sobre todo en sus intenciones, a la experiencia de Chaplin en Candilejas (1952), película maldita por su atrevida desacralización del mítico Charlot, y sobre todo por mostrar el deterioro de una artista que se asumía inmortal.
La máscara de Peretti refleja también las constantes de su propia presencia en el cine, y el intento de rastrear una raíz posible, un destello de inspiración, un trazo anecdótico para ese rostro tan singular. Como actor, tuvo que hacer de sus propias facciones, su incipiente tartamudeo, sus ojos agrandados y su mueca siempre desgarradora, aún en la sonrisa, un terreno expresivo para todos sus personajes, de todos los géneros, de cine, televisión o teatro, en esa tenue frontera entre ser él y desaparecer. Aquí asume su perfecta mascarada, su boca abierta en un grito en un tranvía de Bruselas, sus ojos entrecerrados en una agonía sumergida, o incluso la inesperada euforia de un amor inalcanzable. Peretti usa su rostro al servicio del mismo artificio que sostiene su película, la aparición de un héroe improbable, soñado, efímero como la vida y eterno como la ficción.