Es carpintero y en su fábrica emplea a 1100 jóvenes de sectores vulnerables: “Solo les pregunto si tienen ganas de trabajar”
Hubo un tiempo en el que los dilemas de Rodrigo Matta se parecieron a los de los jóvenes vulnerables que ahora emplea. Él también soñó, alguna vez, con aprender un oficio y tener un futuro dif...
Hubo un tiempo en el que los dilemas de Rodrigo Matta se parecieron a los de los jóvenes vulnerables que ahora emplea. Él también soñó, alguna vez, con aprender un oficio y tener un futuro diferente. Él también, alguna vez, pidió una oportunidad y no se la dieron.
De eso ya pasaron más de 15 años y ahora es él quien da oportunidades. Está al frente de Talleres Sustentables, una empresa que hace muebles. Tiene 140 empleados y para 110 de ellos, se trata del primer empleo formal de sus vidas.
Su estrategia para emplearlos escandalizaría a más de un director de Recursos Humanos. “No les preguntamos en dónde viven, si tienen antecedentes penales o algún tipo de adicción. Les abrimos la puerta y lo único que les pedimos es que tengan ganas de trabajar”, dice.
La razón por la que Rodrigo no hace preguntas es porque sabe las respuestas. Sabe que buena parte de su personal no reúne los requisitos que suelen pedir las empresas que ofrecen trabajo en blanco, ya sea porque viven en villas, porque alguna vez estuvieron privados de su libertad, porque no tienen estudios secundarios completos o porque batallan contra algún consumo problemático.
−Son chicos que se sienten fuera del sistema− resume.
−¿Cómo reaccionan ante esa oportunidad de empleo formal?
−Lo que te vuelve es mucho esfuerzo. Ponen todo su empeño en honrar ese voto de confianza que les diste.
Rodrigo tenía 18 años cuando heredó una empresa que se dedicaba a hacer cubiertos de plástico. La herencia no lo hacía feliz. “No quería que algo tan dañino para el medio ambiente fuera mi medio de vida”, dice este hombre de 49 años, casado y padre de tres hijas.
Dos años más tarde, pudo vender aquella empresa y empezó a preguntarse qué soñaba para su futuro. “Descubrí que quería ser carpintero, pero nadie quería enseñarme el oficio. Terminé en la Biblioteca Nacional, tratando de aprender desde los libros de carpintería”, recuerda.
Los primeros pasos los dio junto a un socio constructor y enseguida descubrió que la carpintería era un oficio no muy popular entre los jóvenes. “Lo más simple era formarlos desde cero. Empecé con chicos que venían trabajando como albañiles y que enseguida empezaron a desplegar mucho talento”, recuerda.
En 2010 decidió apostar por un proyecto propio y montó una carpintería. El diferencial sería el uso de materia prima natural y que, en el proceso, no se utilizaran productos contaminantes. “En aquel momento arranqué con una colección de seis muebles fabricados con madera reciclada que fueron un éxito”, recuerda.
Durante esos primeros pasos conoció el trabajo de la Fundación Reciduca, que se dedica a la inclusión laboral de jóvenes vulnerables y decidió que la sustentabilidad en su empresa iría mucho más allá del cuidado del ambiente.
“Incorporé a algunos jóvenes que venían de la fundación y empecé a ver cómo se transformaban sus vidas. Por primera vez, se sentían escuchados, mirados, se sentían parte de un espacio en el que tenían voz y voto y lo que te devolvían era mucha entrega”, recuerda.
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“Crecimos porque dimos oportunidades”Rápidamente, eso que había arrancado de manera intuitiva se convirtió en el “para qué” de la empresa. La confirmación vendría de los propios empleados. “Una vez les preguntamos qué preferían, si recibir un bono productivo o que incorporáramos a la fábrica a alguien de su entorno. Todos prefirieron esta segunda opción. Ahí entendimos en dónde estaba la clave”, explica.
Para los empleados, darle a alguien cercano la misma oportunidad que ellos habían recibido era un activo más valioso que el mismísimo dinero. A partir de ese momento, cada vez que Talleres Sustentables necesitó cubrir vacantes, los propios empleados empezaron a proponer candidatos.
“En ese momento, empezamos a crecer. Hoy somos un equipo de 140 personas de las cuales 110 son jóvenes que se desempeñan en la fábrica. Siempre digo que el impulso de la empresa vino de la mano de las oportunidades”, reconoce.
La experiencia de Rodrigo va en sintonía con los resultados de un estudio hecho por la Fundación Forge, que trabaja por la inclusión de jóvenes vulnerables. Se trata de una consulta a 35 empresas argentinas de variada envergadura que incorporaron a jóvenes egresados de los programas de la organización.
Al ser consultadas por esa experiencia, el 77,1% de ellas opinó que los jóvenes que habían llegado de la mano de la fundación eran más responsables, más proactivos y abiertos al trabajo en equipo y la innovación que los empleados que habían llegado de otra manera, tal como lo reveló el estudio hecho en exclusiva para LA NACION.
A pesar de toda esta evidencia, los chicos de sectores populares no suelen estar en la lista de candidatos que buscan las empresas, de acuerdo al nivel de inserción que tienen.
En nuestro país hay 4.930.000 jóvenes de entre 18 y 24 años. De ese total, 747.141 tienen un empleo registrado. Sin embargo, solo el 6% de esas oportunidades laborales de calidad llegan a los jóvenes de hogares muy pobres (el 25% con menos ingresos del país), según un análisis del Observatorio de la Deuda Social de la UCA hecho en base a la Encuesta Permanente de Hogares del Indec del segundo semestre de 2024 y en exclusiva para LA NACION.
Para los que acceden a un puesto formal, el impacto es comparable con un ascenso social, según sostienen los especialistas. Un empleo en blanco reduce un 47% la posibilidad de no tener amigos y baja en un 66% las chances de sentir malestar psicológico, como ansiedad o depresión, y en un 56% las de sentirse infeliz. Mientras que el riesgo de tener problemas de salud o enfermedades crónicas desciende un 30% y la posibilidad de no tener proyectos personales se achica un 37%.
La transformación que vive un joven pobre cuando consigue un empleo en blanco
En Talleres Sustentables, cuenta Rodrigo, los lockers no tienen candado. Tampoco hay cámaras de seguridad. La confianza, dice, es la columna vertebral de la cultura de la empresa, que es parte del ecosistema de Empresas B, como se denomina a las firmas que certifican altos estándares de desempeño social y ambiental, entre otras variables de impacto. “Esa confianza la fuimos construyendo de manera intuitiva, con el foco puesto en el uno a uno. Durante mucho tiempo ese trabajo lo hice yo, pero ahora tomaron la posta los líderes de equipo, que son jóvenes que fueron creciendo dentro de la empresa”, explica.
Sobre la marcha, de todas maneras, se fueron incorporando algunas reglas. “Al principio, las pautas no estaban tan claras y faltaba un reconocimiento a los que le ponían más garra. Hoy todos saben que el crecimiento va de la mano del esfuerzo. El que pone más ganas, crece más”, dice. También es el que tiene prioridad para traer a alguien de su entorno cuando se genera una vacante, agrega. “A nadie se le regala nada. Lo que se generan son oportunidades. Y para poder hacerlo, necesitamos ganar plata. No somos una ONG”.
En red y entre compañeros, los ingresantes también van incorporando no solo las reglas y las habilidades laborales que necesitan sino también ciertas pautas de comportamiento. “A algunos tuvimos que decirles que no se le chifla a las chicas ni adentro ni afuera de la fábrica”, cuenta, a modo de ejemplo.
Si hay algo que lo preocupa con respecto a los jóvenes es el consumo de drogas.
−Es un tema que los destruye, es muy triste. A veces, vienen de entornos muy viciados.
−¿Cómo trabajan ese tema internamente?
−Nunca tuvimos asistente social ni gente especializada para trabajarlo. No hizo falta.
En este sentido, explica, lo que empezó a pasar fue que los que llevaban más tiempo empezaban a acompañar a los que recién empezaban. Las dinámicas comenzaron a darse en forma espontánea. “Empezamos a ver, por ejemplo, que, con los chicos que estaban en consumo, la estrategia más exitosa eran los consejos de sus propios compañeros que habían estado ahí y lograron salir. Les dan consejos, se los llevan a dormir a la casa para que no recaigan”, relata.
Si algo lo reconforta de todo este proceso es ver, a la hora del almuerzo, cómo los empleados de la fábrica comparten tiempo y espacio con sus compañeros de otras áreas. “Es muy lindo ver a las chicas de Diseño, que estudiaron en la FADU (UBA) o en la Universidad Di Tella almorzando en una mesa larga con los pibes. Se nutren con cada vivencia personal”, dice.
Por eso, cada vez que tiene una oportunidad, Rodrigo alienta a sus colegas empresarios a dar oportunidades. “Es cierto, al principio hay que hacer un trabajo extra que no todos quieren hacer. Pero lo que te vuelve es indescriptible, tenés mucha entrega en el trabajo diario”, asegura.
Además, dice, es mucho el crecimiento personal. “A mí me enseñó a ser feliz con lo que realmente importa: los vínculos, los buenos momentos, un chapuzón en el mar” reflexiona. “En definitiva -dice-, seas rico o seas pobre, todos surfeamos la misma ola”.
Más informaciónSi querés conocer los muebles que fabrica en Talleres Sustentables podés conocer más sobre sus creaciones en la cuenta de Instagram.¿Querés ofrecer una oportunidad de empleo?Si trabajás en recursos humanos, tenés un comercio o sos emprendedor o empresario, podés emplear a un joven egresado de Forge, una fundación que trabaja por la inserción laboral de jóvenes vulnerables.