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Enrique Bunbury trajo un ritual de canciones para ahuyentar la lluvia y se reencontró con el público argentino

La música de kermese que sonó apenas las luces se apagaron no era el preludio de la proyección de una película en blanco y negro de Federico Fellini (con música de Nino Rota), para un ciclo de...

Enrique Bunbury trajo un ritual de canciones para ahuyentar la lluvia y se reencontró con el público argentino

La música de kermese que sonó apenas las luces se apagaron no era el preludio de la proyección de una película en blanco y negro de Federico Fellini (con música de Nino Rota), para un ciclo de...

La música de kermese que sonó apenas las luces se apagaron no era el preludio de la proyección de una película en blanco y negro de Federico Fellini (con música de Nino Rota), para un ciclo de cine de verano. Tampoco la apertura de un programa de Susana Giménez de la década del noventa. En realidad, sí se trató de la cortina musical que Susana tomó prestada, para su programa, del tema principal que Nino Rota escribió para 8 1/2, la famosa película de Fellini. Pero aquí no fue la antesala para la aparición en pantalla de un actor de la talla de Marcelo Mastroiani sino la intro musical para que el escenario fuera ganado por un cowboy español, uno nacido en Zaragoza, hace 58 años.

Enrique Bunbury volvió recargado, rockero, como en sus inicios, y melódico latino, como en el último tiempo de su carrera. Y volvió con la suficiente solvencia como para no echar solo la vista al espejo retrovisor y celebrar el camino recorrido (desde sus comienzos como cantante de los Héroes del Silencio) sino con la mirada puesta en el presente y en el próximo asfalto que pisará.

Comenzó esta década con problemas de salud; su garganta dijo basta, pero no fue un basta definitivo. Unos 19 meses después de dejar los escenarios regreso con nuevo disco, Greta Garbo, y muchas ganas de salir de gira. Lo hizo. En diciembre de 2023 pasó por Buenos Aires, dio un concierto en el Movistar Arena: “Hoy estoy en el mejor lugar en el que podría estar, increíblemente bien acompañado por todos ustedes. Les estoy muy agradecido porque esta noche es para mí muy especial”, había dicho en esa visita.

Quizás porque algunas cosas se valoran un poco más cuando se dejan de tener, Bunbury saboreo pacientemente esa posibilidad (o segunda oportunidad) de poder cantar en vivo y seguir produciendo música. En 2025 llegó un nuevo álbum que terminó coincidiendo con esta gira. No es su excusa. Es por eso que los repertorios se funden. Bunbury pone a consideración del público al menos un puñado de las canciones más recientes de esa cosecha. Sin bien en el repertorio de esta gira se imponen sus éxitos, no faltan títulos del latino Cuentas pendientes, marcado por sus mexicanismos, entre esas dos docenas de canciones que trajo con su banda, para interpretar en el Estadio de Ferro.

Se cruzaron los dedos para que el clima acompañara, porque si bien el pronóstico era favorable, había que dejar la lluvia atrás para que la fiesta fuera completa. Y fue con ese buen augurio que Bunbury, entre el sonido rockero vintage que supo moldear a través de su producción solista y el sonido más latino, volvió a Buenos Aires, esta vez con su Huracán Ambulante Tour, para reencontrarse con un público aliado, que visita desde principios de los noventa, cuando era aquel pelilargo del rock español de voz grave y ceremoniosa.

La voz no ha cambiado demasiado. Las inflexiones, esas que le dieron su toque tan particular y distintivo, tampoco. A ese Sandro (ibérico) que hace parábolas con las manos y contorsiones con las piernas se lo vio cómodo en su metier. Allí estaba, para enlazar un repertorio que salta de épocas, que tiene un corpus instalando sobre los escenarios hace, al menos, una década, y que pasea por todos los matices que Bunbury ha logrado cincelar a lo largo de su carrera. Porque su sonido, lejos de ser una moda que reemplaza a otra, se ha expandido, se construye sobre capas, algunas añosas, otras que ha adoptado más recientemente.

Minutos antes del show apareció un mensaje en pantalla que decía: “Los suaves deslices de la lluvia”. Pero no era una mala broma sobre el clima sino la publicidad de un libro de Bunbury. Para quienes quieran solapear el material, se promociona así: “Los suaves deslices de la lluvia destaca por su capacidad para encontrar belleza en los momentos más duros, transformando el dolor en materia poética. Poemas como ‘El hotel de las mil y una estrellas’, ‘La guitarra’ o ‘El crematorio’ demuestran la habilidad del autor para entretejer lo cotidiano y lo trascendente, creando un mapa de reflexiones e imágenes que conectan con el espíritu."

Acaso las canciones de Bunbury tengan que ver con eso. Anoche la acción no pasó por el papel sino por el escenario. Con la intro mencionada de Otto e Mezzo sonando en vivo surgió el cantor, vestido de rojo furioso (traje de pantalón oxford con detalles fileteados) que hacía juego con los ceremoniales telones que, en el fondo, colgaban desde el techo al piso del escenario.

Los fans más fans corearon el comienzo rockero de “El club de los imposibles”. “Muy buenas noches y bienvenidos. El Huracán Ambulante presente en la ciudad de Buenos Aires”, dijo a las casi 10.000 personas que lo fueron a ver. Y un rato mas tarde volvió a dar la bienvenida: “Al calor de esta primavera austral”, agregó con sorna. Mientras tanto, la garuá tanguera seguía humedeciendo los hombros y las cabezas de su público, y los monitores que el cantante tenía sobre el escenario.

Más tarde se puso serio y envió un mensaje al personal de seguridad del recital: “No quiero meterme en las leyes de los países que uno va pisando pero, sinceramente, a lo mejor, los muchachos que van con las chaquetas amarillas de Seguridad, es absolutamente innecesario y excesivo lo que están haciendo. Recordemos que esto es un concierto. Nadie es un delincuente. No estamos hablando de políticos ni empresarios. Somos gente aficionada a la música. No se preocupen. Relájense”.

Y fue un concierto con todos los matices. Del rock de los comienzos a una atmósfera de cabaret que rozó el burlesque (más por los arreglos musicales que por el tono corporal femenino de estos espectáculos). “De mayor” es una canción que tiene ese tono vodevil aunque la letra nada tiene de frívolo. “El extranjero” es otro tema en donde la ironía no estará ausente, pero la decodificación musical, con un bombo en cuatro tiempos tan enérgico puede llevar la canción por otro rumbo. Esos contrastes son muy típicos del universo Bunbury.

El golpe de timón vino con canciones de pinceladas latinoamericanas (“Que tengas suertecita”) y algunas levemente mas lentas (“Las chingadas ganas de llorar”) donde el público volvió, pero solo por un instante, a sus asientos.

Así fue la marcha, durante las dos horas que duró el show, con la intensidad y la versatilidad de una banda de la que Bunbury puede hacer alarde. O, simplemente, sentirse muy orgulloso. De hecho, contó que hacía dos décadas que no pasaba por aquí con esta formación que incluye una contundente sección de vientos, violín y percusiones.

Con “Sí” y “Apuesta por el rock and roll” entró en la recta final y guardó para los bises títulos preciados por su audiencia. “Parecemos tontos”, la rumbera “Serpiente”, “El jinete” de José Alfredo Jiménez, y de yapa, “Y al final”.

El cielo tuvo piedad y el público disfrutó, en un predio porteño estratégico (está en el centro de la ciudad de Buenos Aires) que en el último trimestre del año tendrá una buena galería de shows, especialmente locales. La cancha de Ferro recibirá a Dread Mar I (en octubre), a La Vela Puerca, Miranda! y Leiva (en noviembre) y a Trueno y Los Fabulosos Cadillacs (en diciembre).

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/enrique-bunbury-trajo-un-ritual-de-canciones-para-ahuyentar-la-lluvia-y-se-reencontro-con-el-publico-nid28092025/

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