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En la rica historia de la frontera con el indio, los lenguaraces construyeron un puente entre dos culturas

En el año 2020, en este mismo espacio, Emiliano Tagle, empuñaba la pluma para efectuar la ardua y complicada tarea de intentar asir la escurridiza figura del lenguaraz. En pos de aportar más dat...

En la rica historia de la frontera con el indio, los lenguaraces construyeron un puente entre dos culturas

En el año 2020, en este mismo espacio, Emiliano Tagle, empuñaba la pluma para efectuar la ardua y complicada tarea de intentar asir la escurridiza figura del lenguaraz. En pos de aportar más dat...

En el año 2020, en este mismo espacio, Emiliano Tagle, empuñaba la pluma para efectuar la ardua y complicada tarea de intentar asir la escurridiza figura del lenguaraz. En pos de aportar más datos a la cuestión, retomo la senda anteriormente transitada por Tagle. En la jerga de la frontera se le llamaba “lengua” a aquél que dominaba la castilla y el mapudungun, el complejo idioma que era la lengua franca de los aborígenes. Si bien muchos de estos personajes permanecieron anónimos, fueron, sin lugar a duda, esenciales. Sílaba a sílaba construyeron un puente de palabras para acercar a las dos culturas, y como tal se convirtieron en los primeros antropólogos pampeanos, debido a que el aprendizaje los obligaba a sumergirse en los complejos sistemas de símbolos, creencias y relaciones de parentesco, que palpitaban en cada uno de los mundos, a un lado y otro de la frontera.

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La rica, riquísima pero también desconocida y olvidada historia de nuestras fronteras internas con el indio, registra innumerables episodios del accionar de estos personajes, así como también rescata una buena cantidad de nombres, a los que haremos referencia. Algunos, fueron aprendiendo el oficio casi sin darse cuenta, otros por obligación, los más, por genuino interés en la lengua del otro. Más de uno, lo hizo, inmerso en las mieles de la infancia, como fue el caso de Don Santiago Avendaño, cautivo a los siete años de edad entre los Ranqueles del actual territorio de La Pampa. Avendaño, quien con el tiempo escapó, fue secretario privado del cacique Cipriano Catriel y nombrado por el gobierno nacional “Intendente de Indios”, en sus Memorias, hace referencia a su actuación como lenguaraz:

“Caniu- Calquín me estimaba y me trataba bien (este aborigen fue el padre adoptivo de Avendaño durante su estadía en la “Tierra Adentro”) Me hablaba de la esperanza que ponía en mí. En momentos de familiaridad mi padre adoptivo me decía no una sola vez: Hijo, vas a ser un gran hombre. Cuando seas maduro, nos vas a tener en la palma de tu mano. Nuestra suerte va a depender de vos. Sabés hablar en la lengua nuestra como si fueras indio y hablás con el papel como si hablaras con alguien. Desde veinte leguas y algo más acudían indios trayendo regalos, de mantas unos, de prendas de plata, otros, para hacernos con ellos presentes y tomar relación con mi padre adoptivo. Después de los primeros cumplidos, el huésped solicitaba ver al “Pichi huinca” (pequeño cristiano) que hablaba con el papel. Esto daba ocasión a que se me llamase, a veces, aún del campo, para que viniese a leer. Me hacían sentar al lado de la visita”

El caso de Avendaño era singular porque sabía leer y escribir, detalle completamente inusual en un microcosmos dominado por las formas orales. En idénticas condiciones se encontraba José Antonio Loncochino, escribiente principal del cacique Valentín Sayhueque, de la Gobernación Indígena de las Manzanas, actual territorio de Bariloche y sus amplias inmediaciones. Loncochino, de nacionalidad chilena se había educado en un colegio jesuita y dominaba a la perfección ambos idiomas. El secretario del cacique se sentía mucho más que un simple lenguaraz, quien sólo chapurreaba ambas lenguas en forma oral y no podía plasmarlas en un papel por falta de conocimiento.

Un ejemplo equiparable al de Santiago Avendaño, fue el del cacique José María Bulnes Yanquetruz, vencedor de la batalla de San Antonio de Iraola contra las fuerzas del Azul, en las inmediaciones del actual Benito Juárez, allá por 1855. Yanquetruz fue tomado prisionero a los seis años y educado por la familia Bulnes en Chile, allí aprendió a leer y escribir con perfección el castellano, además de su propio idioma que ya conocía. Se conservan diversas cartas en castellano del cacique, en el Archivo General de la Nación: hay una fechada el 31 de mayo de 1856 que está escrita con sangre humana.

También aprendió a hablar el mapudungun el coronel unitario Don Manuel Baigorria, exiliado por cuestiones políticas entre los indios, y una de las figuras trascendentales en la geopolítica de la frontera. Aunque los aborígenes se le reían porque lo hablaba muy mal, al igual que escribía el castellano, de manera monocorde, sin matices interesantes y con una grafía plagada de faltas de ortografía. Era lógico: Baigorria era un hombre de acción, las florituras las ejecutaba con el sable y la tacuara en la energía desaforada de las cargas de caballería, y no haciendo rasgar la pluma encima de un apacible escritorio.

Otros nombres famosos registra la historia, como el de Valdebenito, en el oeste de la provincia asociado a la tribu amiga de los Rondeau. Valdebenito acompañó a Rosas en la campaña del desierto del 33’ oficiando de lenguaraz, y fue tal su pasión por las relaciones inter- étnicas y por dominar la lengua pampa, que se terminó casando con Felipa Rondeau, hija del cacique Mariano Rondeau de los pagos del Fuerte Cruz de Guerra, actual partido de 25 de Mayo.

El capitán Rufino Solano fue otro personaje que manejaba ambos espectros lingüísticos. Además de dominar a la perfección el lenguaje indígena, rescató decenas de cautivas y cautivos y fue un auténtico diplomático de las pampas. Cuando peleó en la batalla de San Carlos (1872) los indios reconociéndolo, le decían en mapudungun, “pásese a nuestro bando, capitán”. El ministro de Guerra Don Adolfo Alsina reconoció su accionar como representante del gobierno nacional en sendos tratados de paz firmados con los caciques, que permitieron que los aborígenes no atacaran las poblaciones de frontera en momentos de debilidad extrema como durante la llamada “Guerra del Paraguay (1865- 70)”. Ante una multitud reunida en el Azul, Alsina expresó: “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. La noche del 3 de Julio de 1873, el mismísimo Juan Calfucurá, el cacique más importante de la historia argentina, sintiéndose morir, le pidió expresamente a Solano que huyera lo más pronto posible porque cuando él muriera, inmediatamente lo iban a matar a él, así como a muchas cautivas, consejo que el capitán siguió al pie de la letra.

Figuras transcendentales de nuestra historia dominaban ambos lenguajes, entre ellos Juan Manuel de Rosas que hablaba perfectamente la lengua indígena y escribió un diccionario de la lengua pampa y el cacique Cipriano Catriel, que se manejaba con soltura en castellano, tal como lo refiriera el viajero francés Henry Armaignac, aunque por protocolo y en público, el cacique hablara siempre en mapudungun.

La ficción también reconoció su importancia, no olvidemos que cuando Fierro y Cruz llegan a la toldería y los indios amenazan con lancearlos, es un lenguaraz el que les avisa que se tranquilicen porque la palabra de un cacique les había salvado la vida. Asimismo, en la historieta nacional, el teniente de los Colorados del Monte Asensio del Pino, más conocido como “Pehuén Curá” oficiaba de baqueano y Lenguaraz en la famosa Guardia de San Miguel del Monte.

En definitiva, más allá de su menor o mayor versatilidad en los diversos usos lingüísticos que abordaba, el lenguaraz fue un tipo social de significativa importancia a la hora de conectar y comprender los dos mundos en pugna que coexistieron durante más de 150 años de historia argentina.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/en-la-rica-historia-de-la-frontera-con-el-indio-los-lenguaraces-construyeron-un-puente-entre-dos-nid08112025/

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