Eligieron un bosque quemado para darle vida a un lodge de lujo
CHUBUT.-Los ventanales son enormes. De cara a los cerros Tres Picos, Plataforma y Dos Picos, Santiago Peñaloza (36) y Santiago Rozadas (42) rememoran cómo fue que llegaron hasta allí, cómo fue ...
CHUBUT.-Los ventanales son enormes. De cara a los cerros Tres Picos, Plataforma y Dos Picos, Santiago Peñaloza (36) y Santiago Rozadas (42) rememoran cómo fue que llegaron hasta allí, cómo fue que descubrieron ese paraíso en que hoy se asienta Monte del Tigre, el lodge de aventura que estos dos cordobeses construyeron al fondo del lago Cholila, en Chubut.
“Empezamos hace como 10 años explorando la Patagonia, buscando lugares vírgenes, con ríos con poca actividad humana, bien solitarios. La excusa era la pesca, pero buscábamos, más que nada, la calma. Mirábamos en el mapa los ríos que les entraban a los distintos lagos y armábamos campamentos. Exploramos San Martín y la zona norte de Neuquén hasta que alguien nos mencionó Cholila. Conocíamos el Parque Nacional Los Alerces, habíamos navegado ahí, pero no habíamos explorado el lago Cholila”, cuenta Peñaloza, Oso para los amigos.
Descubrieron, primero en el mapa, la multiplicidad de afluentes del lago y la enorme cantidad de montañas que lo rodeaban. Luego se aventuraron a explorar el ignoto río Tigre: llegaron a Cholila a principios de 2020, con una carpa y un gomón con motor. Tras varios días de ir avanzando por el lago hacia el oeste, arribaron finalmente a la boca del río Tigre. “Lo remontamos y llegamos al lugar donde actualmente tenemos el proyecto.
Nos detuvimos acá maravillados. El compañero se durmió una larga y memorable siesta sobre un tronco. Nos dimos cuenta de que el lugar era extraordinario. Tuvimos la fantasía de tener una cabañita para nosotros, para poder hacer base y seguir explorando”, suma Rozadas, alias Meke, que es sonidista y, tras trabajar muchos años en cine y en publicidad, “quemó naves” para cumplir ese sueño.
A poco de aquel primer contacto con el río Tigre, sobrevino la pandemia. Esa situación los armó de coraje y terminó de decidirlos. Meke comenzó a averiguar en Internet y dio con el propietario de una parte del campo. En plena cuarentena, con barbijos y permisos especiales, volvieron a viajar a Cholila para iniciar una negociación que culminó, pocos meses después, con la compra de 16 hectáreas que habían sido arrasadas por el incendio de 2015 –el mismo que consumió más de 30.000 hectáreas de bosque nativo en esa región de Chubut.
“Ahí empezaba a nacer la idea de que fuera un proyecto turístico. Nos encontramos con un valle quemado. No sabíamos bien qué hacer y cómo hacerlo. Y vivimos en carne propia eso de ´caminante no hay camino, se hace camino al andar´. Clavamos unos postes, talamos algunos árboles caídos y empezamos a ver que la madera de adentro servía. En ese momento surgió la fantasía de recibir visitantes para que conecten con la naturaleza y con recuperar el bosque nativo”, dice Oso, que hoy alterna entre Cholila y Argüello (Córdoba), donde se ocupa de una escuela que fundaron sus padres.
La magia del entorno por el que pasó el fuego es una de las piezas centrales de Monte del Tigre. Todas las personas con las que consultaron les dijeron que la madera de coihue quemado no iba a servir para construir. Sin embargo, como estaban rodeados de árboles enormes, de 1,2 m de ancho en promedio, decidieron probar. Ver la madera sana en el corazón de esos coihues antiguos fue para ellos como ver oro. La pulpa de los árboles quemados les dio madera para toda la estructura de las 5 cabinas de 20 y 40 m2 que hoy albergan a los turistas, e incluso para las tablas que las revisten.
Para estos dos amigos que se conocen desde la infancia, reutilizar el bosque quemado simboliza un renacer. “Aprovechar la madera de los árboles quemados también contradice la idea de que lo muerto no sirve. En realidad, es un mensaje hacia la continuidad. Se transforma en cabañas para poder compartir este espacio con otras personas y poder restaurar el bosque”, señalan.
Luego de un proceso de construcción que los tuvo “internados” en ese rincón patagónico durante cuatro años, el lodge de aventura irá este verano por su segunda temporada. Meke y Oso destacan la prosperidad y la abundancia de ese valle natural. “La gente viene y la pasa bien. Conecta con el silencio, con el río, con la calma y con ellos mismos. Creo que nosotros estamos de regalo, hemos sido elegidos por el lugar para poder transmitir un mensaje de conexión con la madre tierra y cuidarla”, dice Oso.
Tras un debut gratificante el verano pasado, los Santiagos –como los conocen en el pueblo de Cholila– sienten que la naturaleza hace la magia, mientras ellos se esfuerzan por brindar un buen servicio, a través de la gastronomía –el restaurante se llama Muak y ofrece cocina de autor con ingredientes locales–, las charlas luego de las caminatas y diversos detalles que hacen a la estadía en un lugar recóndito y salvaje.
Buena parte de la experiencia diferencial que ofrecen está vinculada con las personas que forman parte del staff. Muchas de ellas formaron parte incluso del equipo de trabajo que se instaló en ese rincón alejado durante 4 años para construir las cabañas para 2 y 4 personas. En ese sentido, además de agradecer haberse topado con personas que hoy son familia (como Marcelo y Juan, que participaron de la construcción y se quedaron), Meke y Oso también destacan el apoyo de sus familias, sus parejas y sus amigos. Entre ellos están Nicolás Cugiani –un publicista que ahora embellece proyectos arquitectónicos en Argentina y México– y Manuel “Nano” Herrera, el arquitecto que los asesoró en el proceso.
Además del alojamiento y el restaurante donde se sirven todas las comidas, Monte del Tigre posee diferentes ambientes para conectar con la naturaleza, como El Coihual Arena, un espacio circular para fogones, yoga, música, bienestar y “tardes que se alargan sin apuro, después de una aventura transformadora”.
Y si bien la pesca continúa siendo una actividad que aman y promocionan, los Santiagos buscan indagar más en opciones como el trekking y las cabalgatas. En los alrededores fueron acondicionando muchas sendas que habían sido abiertas por el paso de los animales. “Nos fue movilizando esto de mirar las montañas y querer llegar allá arriba. Fuimos abriendo senderos y hoy ya tenemos un campamento en una de las lagunas de los glaciares”, suma Oso. Los visitantes pueden explorar miradores, espejos de agua en altura, cascadas, bosques de alerces gigantes y cerros con fósiles marinos en sus cimas.
Con la vista fija en ese magnífico ventanal que les devuelve la postal de un circo montañoso, Meke y Oso saben que allá afuera “está todo por descubrir”. Felices de que sus exploraciones los hayan conducido hasta ahí, hoy invitan a quienes sientan la misma pulsión.