El voto consagra una victoria, pero no le otorga al gobernante un cheque en blanco
Decir que Javier Milei es un estadista probablemente sea una afirmación que dé lugar a enconadas controversias, pero lo que las elecciones del domingo acaban de confirmar es que el hombre sabe ga...
Decir que Javier Milei es un estadista probablemente sea una afirmación que dé lugar a enconadas controversias, pero lo que las elecciones del domingo acaban de confirmar es que el hombre sabe ganar elecciones, una condición necesaria, no única, para adquirir el reconocimiento de estadista. Milei sabe ganar elecciones, pero dos meses antes demostró otra condición propia del político de garra: sabe perder. No se amilana ni se ruboriza cuando le toca admitir que fue derrotado.
El domingo a la mañana, la situación política de La Libertad Avanza no era lo que se dice auspiciosa. En el mejor de los casos, se predecía un equilibrio, algo así como un empate. El domingo a la noche, los mensajeros de los dioses trajeron la auspiciosa noticia de la victoria en toda la línea. En el camino fue derrotado el peronismo y fueron derrotados los gobernadores. En el feudo privilegiado del peronismo, en el mismo territorio donde 50 días antes se impusieron por 14 puntos, ahora también eran derrotados con una lista asediada por un singular escándalo y candidatos que, a decir verdad, no eran como para derretirse de entusiasmo. Por último, y por si alguna duda quedaba al respecto, Milei derrotó a Cristina. A decir verdad, lo que corresponde decir es que la sociedad argentina, por lo menos una mayoría de votantes, ha confirmado que, a la hora de la “encrucijada en el cuarto oscuro”, le tiene más miedo a Cristina que a Milei.
Esa misma noche, un Milei de saco y corbata anunció con tono persuasivo la victoria, y hasta se tomó la licencia de reconocer la valía de los opositores no kirchneristas y los gobernadores que intentaron en vano explorar la impenetrable tercera vía. Se sabe que las trompetas de la victoria son convocantes. Así fue por lo menos en el acto de La Libertad Avanza. Todos los que hasta un día antes –según los rumores– se agotaban enredados en rivalidades reales o imaginarias subieron al escenario o estaban en la platea. Como un digno príncipe renacentista, Milei consintió en reconocerle a cada uno de sus colaboradores, muchos de los cuales se detestan, su valor y su importancia. Cabe insistir: no se sabe si es un estadista, pero el domingo a la noche se comportó como si lo fuera.
A la hora de sumar bajas y lamer heridas, el peronismo no puede desconocer que la conductora en la que depositan sus esperanzas, y probablemente sus rencores, es al mismo tiempo la dirigente que más derrotas le ha infligido a “la causa nacional y popular”. Por lo menos desde 2013, y salvando la lastimosa coyuntura de 2021, la señora fue derrotada seis veces sin apelaciones. Difícil superar ese score, incluso hasta para la abogada más exitosa. Kicillof puede ofrecer a cambio su juventud y, según le atribuyen los que lo conocen, su desinterés por enriquecerse como un jeque árabe, pero a partir de allí el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires ofrece para el liderazgo del mítico movimiento nacional más dudas que certezas. En realidad, la situación del peronismo es complicada. Sus mitos de mayoría nacional, de representación de la causa popular y encarnación genuina del ser nacional se han ido derribando al paso de los años, las derrotas, pero sobre todo del empecinamiento por aferrarse a dogmas y verdades que puede que hayan sido exitosas en 1945. En homenaje al humor, el último desencanto se precipitó este domingo, cuando el pueblo soberano colocado ante la opción de elegir entre Braden o Perón, esta vez decidió elegir a Braden… o lo que 80 años después lo representa.
Para concluir, de dos dirigentes dispone hoy el peronismo como para honrar la tradición de instalar como candidatos a quienes son sinónimo de victoria avasallante: Gildo Insfrán y Gerardo Zamora. Una mirada algo atenta, algo melancólica por el horizonte, no permite registrar otras revelaciones y el principio de que el bastón de mariscal descansa mágicamente en la mochila del soldado más modesto es una leyenda en la que solo Grabois puede creer.
Se dice que Milei ganó estos comicios no tanto por sus virtudes, sino por los rechazos de una mayoría de los votantes al posible retorno de los kirchneristas. Puede que algo de verdad haya en esta afirmación. Lo que en principio estas elecciones enseñan es que, les guste o no a los hechiceros del peronismo, una mayoría de argentinos estima que el retorno al poder de los súbditos de la cautiva de la residencia de San José o del mítico “primer trabajador” sería lo más parecido a una pesadilla. Milei en este caso gana no por sus virtudes, sino por los vicios de sus opositores, quienes, además de inspirar los temores del caso, no han sido capaces en esta campaña electoral de elaborar una idea, una consigna más o menos acertada.
Un psicoanalista diría que Milei le ganó a un significante vacío. Como a modo de consuelo, los oráculos del peronismo, aquellos que además de leer La razón de mi vida se tomaron el trabajo de abrir algún otro libro, hoy se solazan con floripondios tan añejos como estériles y resentidos acerca de las miserabilidades de nuestras incorregibles clases medias “gorilas”. “Deben ser los gorilas, deben ser, que andarán por ahí…”. Según esta amarga letanía, lo que se han impuesto son los valores del egoísmo, la codicia, la crueldad y la injusticia. Fácil y cómodo decirlo; difícil, por no decir imposible, probarlo.
No se puede pretender hablar en nombre de todos los que votaron por Milei, pero sí atreverse a sugerir que el rechazo a los K no proviene del egoísmo, la avaricia o la infamia. No es el rechazo a portadores de una causa solidaria, justa y fraternal. Para el sentido común de una mayoría de los votantes no kirchneristas, se asocia a corrupción, privilegio, acumulación de fortunas, demagogia, manipulación de sentimientos nobles y miseria moral. En esta película no son los héroes, son los villanos; no son los mártires, son los verdugos; no son los justos, son los injustos; no son los solidarios, son los miserables.
Los próximos días y semanas nos dirán si Milei ha sabido asimilar los alcances y los límites de su victoria. Si ha sabido interrogarse acerca de por qué después de dos años de gobierno afrontó el desafío electoral asediado por bochornosos episodios de corrupción, mezquinas rencillas internas y un escenario económico donde los logros visibles estuvieron asediados por ese malestar que inevitablemente aqueja a quienes con sus ingresos no pueden llegar a fin de mes. Las dificultades pudieron afrontarse, pero no se puede olvidar que la nave no naufragó gracias al salvataje de una potencia extranjera, salvataje que recién se inicia y hacia el futuro presenta un horizonte de interrogantes más allá del estímulo de la concluyente victoria electoral del domingo.
También sería deseable que en algún momento reflexione acerca de la versátil y voluble condición de estos singulares protagonistas de la aventura humana que se llaman “argentinos”. Que no olvide que en un plazo menor de un año estos argentinos le dieron la mayoría a La Libertad Avanza en la ciudad de Buenos Aires, acto seguido le infligieron una derrota escandalosa al oficialismo en la provincia de Buenos Aires y cincuenta días después volvieron a inclinarse a los pies del oficialismo. Para pensarlo. Para pensarlo sin dramatismo ni arrebatos trágicos. Ese oscilante comportamiento del electorado seguramente obedece a causas, pero, en todos los casos, lo que todo gobernante debe tener presente es que en estos pagos los argentinos votan como votan, pero por motivos insondables y razones misteriosas jamás le otorgan al gobernante, incluso al que hoy vivan con entusiasmo, un cheque en blanco.