El tesoro más valioso del mundo
Si me preguntaran cuál es la mayor riqueza en esta vida, por encima de los bienes materiales, de la sabiduría o de la realización, respondería, sin pestañear, que ese tesoro único e invaluabl...
Si me preguntaran cuál es la mayor riqueza en esta vida, por encima de los bienes materiales, de la sabiduría o de la realización, respondería, sin pestañear, que ese tesoro único e invaluable es la paz interior. Me dirán, y es cierto, que parece un poco ingenuo hablar de paz interior en un mundo que se desangra. Pero prefiero pasar por inocente. A fin de cuentas, y como advirtió un lector una vez, muchos de estos textos parecen escritos en clave y, mientras exponen una ingenuidad meridiana, por debajo, a lo mejor, secretamente, están diciendo otra cosa. Si acaso es así (por supuesto, no tiene sentido revelar todas las cartas), es un truco que aprendí de escritores como el genial Stanislav Lem, que criticaban al régimen soviético caminando por la cornisa de historias fantásticas cuya transcripción te erizaba la piel.
De una forma u otra, con o sin claves y cifrados, sabemos que la vida nos va a dar más de una bofetada. Es inevitable. Y es imprevisible. Por eso, dos consejos. El primero, y quizás el más importante, traten de no construirse problemas; nuestra existencia en este mundo se encarga sola de eso. Segundo, no se sientan únicos ante la adversidad, porque cada persona está atravesando en este momento alguna agonía. Agonía viene de una palabra griega que se escribía igual (ἀγωνία) y que significaba lucha, contienda, y también angustia y congoja. A propósito, y como me dijo un amigo hace poco, nadie puede decirte cuánto sufriste; eso solo lo sabés vos.
Por lo tanto, como el rasero de los padecimientos nos iguala, necesitamos ese refugio al que llamamos paz interior y que muy probablemente sea algo diferente para cada uno. Lo que importa es que funcione. Si están pensando que hay personas que no parecen tener el perfil adecuado para acordar una tregua siquiera consigo mismas, que dan la impresión de estar siempre en pie de guerra con la vida, sí, bueno, pienso igual. Pero, tercer consejo, evitemos compararnos. Nada es más lesivo para la paz interior.
Desde muy chico tuve fascinación por la astronomía, y mirar los cielos nocturnos es una de mis prácticas regulares. No necesariamente para clasificar e identificar –aunque con los años uno termina por memorizar los personajes más conspicuos de la noche–, sino más bien para hundirme en esa inmensidad que nos trasciende más allá de todo cálculo.
Las estrellas no son por sí un lugar de paz, aunque la práctica es calma y silenciosa. Sin embargo, cuando tenía 21 años y estaban por movilizarnos al teatro de operaciones del Atlántico Sur (traslado que, a último momento, se canceló), necesitaba deshacerme del miedo y la angustia. Una noche, tirado en el pasto en Campo de Mayo, me puse a mirar el cielo estrellado, que brillaba como nunca, gracias, vaya paradoja, a las medidas de oscurecimiento. Estuve así mucho tiempo, absorto en la relojería cósmica, hasta que me di cuenta de que si perdía la vida en esa guerra, el brazo magnífico de la Vía Láctea y Orión y las Pléyades y Sirio seguirían allí, y eso me llenó de paz. No me pregunten por qué. No lo sé. Simplemente, lo eterno se me había vuelto inmanente. Fue, ahora que lo pienso, una forma de rezar.
Acaso, es prudente en este punto diferenciar la paz interior del consuelo resignado o de los pretextos que, como paños fríos, usamos para morigerar la culpa o el remordimiento. También, invariablemente, el océano traerá a nuestras playas un poco de ambos. Pero la paz interior es más bien un estado de cosas, una homeostasis interior que uno alcanza mediante el dejar de hacer y no mediante la acción.
Es, en el fondo, una siembra lenta, paciente y constante. Es una admisión de nuestras contradicciones y es también volver a ligar –religar– con la Creación, que es de donde viene la palabra religión.
Y es como mínimo significativo que de todo los arsenales posibles la paz sea nuestra defensa más inexpugnable. Significativo y profundamente humano.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-tesoro-mas-valioso-del-mundo-nid18062025/