El hotel frente al lago concebido como la casa de un coleccionista
Es quizás la obra más madura de la familia Gutiérrez Zaldívar. Además de ser el destino elegido por miles de visitantes cada año, El Casco Art Hotel, ese espacio de cara al lago Nahuel Huapi ...
Es quizás la obra más madura de la familia Gutiérrez Zaldívar. Además de ser el destino elegido por miles de visitantes cada año, El Casco Art Hotel, ese espacio de cara al lago Nahuel Huapi en el que cada una de las 33 suites lleva el nombre de algún artista consagrado resulta una suerte de síntesis del recorrido familiar.
Los trazos del boceto fueron hechos por el abogado, procurador, escribano, escritor, coleccionista y mercader de arte Ignacio Gutiérrez Zaldívar (1951-2022), fundador de la galería Zurbarán en Buenos Aires. “En 1976, mis padres arrancaron con la galería. La verdad es que eran dos locos porque en ese momento había miles de galerías de arte. Pero lo cierto es que lograron tener una colección de más de 9000 obras, en casi 50 años”, repasa Ignacio Gutiérrez Zaldívar (hijo). Suma que en el 2000 su padre ya tenía “la idea de tener un lugar donde recibir gente, que fuera como la casa de una gran coleccionista”.
Si bien el hotel tuvo una emblemática “vida anterior” –fue ideado y construido entre 1968 y 1970 por Ruth y Alfred von Ellrichshausen, que lo dirigieron durante dos décadas–, El Casco fue luego adquirido por Gutiérrez Zaldívar y reinaugurado a fines de 2006. Desde hace casi 20 años, el lugar tiene la impronta que el coleccionista y su esposa, Margarita O’Farrell, supieron darle.
“La idea desde el comienzo fue que las personas puedan acercarse al arte desde una perspectiva de disfrute y relajación, sin la presión de saber ni de comprar. Hay unas 500 obras originales en el hotel: no dormís en la habitación 205, sino en la habitación Juan Lascano, Benito Quinquela Martín, Raúl Soldi o Cesáreo Bernaldo de Quirós. La suite más chica tiene 45 m2 y la más grande, la Soldi, tiene 120 m2”, cuenta Ignacio (36). También hay decenas de pinturas y esculturas en las zonas públicas del hotel, como el restaurante, el living y el bar.
Quienes se hospedan en El Casco, muchos de ellos habitués, destacan la calidez de esos ambientes que cuentan historias, las mismas que disfrutaba Gutiérrez Zaldívar. Margarita O’Farrell recuerda que conoció a Ignacio durante un verano en la playa y al mes se pusieron de novios. Un año y medio después, en 1975, se casaron: “Él coleccionaba cosas desde chico. Era el menor de 5 hermanos. La madre, Dinorah Dacosta, era una diplomática uruguaya. A ella le encantaba el arte. El programa de fin de semana en familia era recorrer casas de remates, iban a Guerrico & Williams, por ejemplo. A los 13 años Nacho fue al banco municipal y, con la ayuda de su papá, se compró su primer cuadro, un Eugenio Daneri. Con esa obra empezó su colección”.
Margarita fue docente durante muchos años, enseñaba en un colegio inglés. Un día, corrigiendo cuadernos de sus alumnos, advirtió que debía dejar la docencia y acompañar a su marido en la galería. “Me pareció que lo mejor era dedicarme yo también al arte. Íbamos a los talleres de los pintores, a museos. Nacho me enseñó la diferencia entre Pedro Figari y Edgar Degas, que para mí eran iguales –se ríe Margarita–. Cada vez me gustaba más”. Juntos viajaron mucho por Europa: llevaban algunas obras, las vendían a un coleccionista italiano y continuaban su periplo.
Se casaron cuando tenían 23 años y 11 años después comenzaron a llegar los hijos: María, Ignacio, Marcos y Macarena. Así, los chicos se sumaron a los viajes que su padre organizaba con el arte como leitmotiv. “Viajábamos en pleno invierno europeo, a Roma, por ejemplo. ´Vamos a recorrer caminando, los chicos pueden todo, son animales de costumbre´, decía Nacho. Pasábamos 8 horas caminando, no quedaba nada por ver. Una vez, en la campiña francesa, tras ver la iglesia número 80, le dije: ´¿Cuál es la gracia? Los chicos no lo disfrutan, solo vos disfrutás´”, dice Margarita.
Poco a poco, lograron convencerlo de que visitar cinco museos en un día no era el mejor plan para todos: “Entonces, nos preparábamos antes de viajar. Él elegía un cuadro de cada sala, y transmitía la historia, la anécdota de ese cuadro. Los chicos se acordaban de todo y se entusiasmaban, porque él era muy lúdico”.
Ignacio, que estudió administración de empresas, suma que su padre era un “devorador de libros” (incluso escribió más de 100), una persona muy estudiosa que decía que en la vida hay que ser curioso: “Yo digo que pertenecía al selecto club del 1% de la gente que se dedica a lo que le apasiona. Creía que toda charla tiene que ser productiva. En muchos momentos de mi vida lo sufrí pero hoy se lo agradezco. Cuando hacíamos algún viaje, teníamos que repasar lo que ya nos había contado la vez anterior. Te iba tomando examen: ´Por un 10 triplicado. Si respondes bien, te llevo a tomar un helado´, decía. Y nosotros nos enganchábamos. Logró eso porque tenía la capacidad de hacer simple algo complejo, te acordabas de las curiosidades”, señala “Champi”, como le dicen los amigos.
Siendo ya adulto, padre e hijo compartieron muchos otros viajes. Champi destaca que, en los últimos años de vida, Gutiérrez Zaldívar rengueaba por los dolores que le causaba su diabetes: “Visitábamos algún lugar que no estuviera vinculado con el arte y cojeaba, pero entrábamos a un museo y sucedía algo mágico, se olvidaba del dolor en la pierna por completo. Actualmente sigo recorriendo museos y lo disfruto, siento que eso me acerca más a él”.
Si bien sus hermanos María y Marcos tienen diversos roles en la galería y el hotel, Champi es quizás el que más lleva sobre sus espaldas la herencia y la importancia de que la visión de su padre trascienda.
“Mi viejo era un innovador incansable, siempre en búsqueda de la perfección. Le importaba hacer las cosas bien, no a medias, decía que era más fácil hacer las cosas bien que mal. Siempre fue muy exigente. Hoy tengo recuerdos divinos con él y agradezco que hace unos años mis hermanos se hayan incorporado a la empresa familiar. Me dan más ganas de poder seguir lo que hizo el viejo. Mi hermana mayor tiene 4 hijos chicos y me interesa que vean todo lo que hizo su abuelo”, se emociona Champi. Hoy es Margarita la encargada de organizar los viajes familiares: durante las vacaciones de invierno, los lleva a algún lugar “en el que aprendan algo además de pasarla bien”.
Sentados en el living de El Casco, de cara a la tranquila bahía sobre el km 11,5 de la avenida Bustillo, madre e hijo disfrutan de compartir aciertos y errores de un hombre al que no dudan en definir como un genio. “Nacho reivindicó el arte argentino y lo hizo a lo grande. Algunas de sus megaexposiciones fueron visitadas por más de dos millones de personas. Además de sentir amor, lo admiro. Y lo extraño horrores”, dice Margarita, que cada verano vuelve a Bariloche para hacer sus adoradas salidas de pesca embarcada.
Con obras de arte en cada ambiente e incluso en el exterior, El Casco Art Hotel está a punto de cumplir 20 años desde su reinauguración y seguramente se transforme con el aporte de las nuevas generaciones. Pero hay algo que sus hacedores no negocian: el servicio personalizado en el que cada huésped encuentra su actividad favorita y la gastronomía de alto nivel. Finalmente, la certeza de que los cuadros que visten las paredes del hotel tienen pinceladas que a los anfitriones les resultan más que familiares.