El discreto encanto de perderse en la ciudad
Entre todas las divisiones posibles de las personas, una es la que distingue entre el wanderer, el caminante que explora la naturaleza, y el flâneur, el paseante que navega sin rumbo por la ciudad...
Entre todas las divisiones posibles de las personas, una es la que distingue entre el wanderer, el caminante que explora la naturaleza, y el flâneur, el paseante que navega sin rumbo por la ciudad. Estoy entre los segundos (“¡el problema con la naturaleza es que hay tanto de ella!”, dijo una dama sabia) porque la ciudad, aun con sus irritantes inconveniencias, condensa la experiencia humana. En El arte de leer las calles, el ensayo de la filósofa española Fiona Songel recién publicado acá, se valoriza la errancia del que pasea sin plan ni urgencia y para eso recupera la mirada del pensador alemán Walter Benjamin, él mismo un flâneur hiperconsciente muy influenciado por el paseo lúcido de Charles Baudelaire, de quien dijo “va al asfalto a hacer botánica”.
Aunque se explote para freír un huevo en días de bochorno televisivo, el asfalto me tranquiliza más que el pasto: soy un bicho de ciudad
Aunque se explote para freír un huevo en días de bochorno televisivo, el asfalto me tranquiliza más que el pasto: soy un bicho de ciudad. El paisaje bucólico me inquieta, la esquina de Callao y Corrientes me tranquiliza. “Caminar despacio por calles llenas de gente es un placer singular”, escribió el autor alemán Franz Hessel: “Uno se ve envuelto por la celeridad de los otros, es como poder darse un baño durante un incendio”. Nacido y criado como porteño, me resulta difícil perderme (puedo recitar en orden todas las calles que cortan Corrientes desde Chacarita hasta el Bajo: es mi módico Guinness) pero si doblo en alguna, Gascón a la izquierda o Riobamba a la derecha pongámosle, disfruto el enrarecimiento del entorno que se vuelve menos familiar. Se trata de aprender a perderse: no es vagar a la deriva ni desorientarse como un GPS sin señal sino adquirir una actitud perceptiva ante lo extraño. No hay nada más lindo que descubrir una calle o una esquina desconocidas en la ciudad en la que uno vivió casi medio siglo, y ahí: mirar más que ver.
Para Benjamin, el truco está en “contemplar todos los objetos tan de cerca como fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y como ajenos entregaran su secreto”. En El arte de leer las calles, Songel compara la errancia por Berlín, una ciudad utilitaria derivada de la ética protestante, con el paseo por París, la “capital del siglo XIX” que parece haber sido construida para perderse. Son dos modelos antagónicos de ciudad. Si Buenos Aires alguna vez se hizo llamar “la París de Sudamérica”, sus calles, incluso en cuadrícula, la emparentan más con Francia que con Alemania. En esta época en que “las pantallas nos han derrotado”, como dijo Philip Roth, salir a pasear sin rumbo es una actividad casi revulsiva: según Songel, “el flâneur, en su ociosidad desocupada, hace de su paseo una suerte de protesta contra la división del trabajo y el frenesí al que obligan los nuevos ritmos de producción”.
El paseo ocioso suele incluirse en el listado de las “ocupaciones inútiles” que establece la sociedad ultracapitalista. Sin embargo, a su modo, el flâneur produce: con su mirada de entomólogo citadino, identifica signos y crea sentido. “Es algo habitual en la literatura sobre el flâneur encontrar la metáfora de la ciudad como libro, siendo los elementos urbanos letras y palabras que hay que aprender a leer y que se encuentran en continuo proceso de transformación”, concluye Songel. Querido lector, apuro el punto final: este domingo de primavera me voy a leer, digo, a pasear.
ABCA.El sustantivo francés flâneur viene del verbo flâner, que a su vez viene del normando flanner y el escandinavo flana y significa “correr por aquí y allá”.
B.El flâneur es un tipo de personaje urbano muy analizado por Baudelaire, Benjamin o Balzac, que hablaba de la flânerie como “gastronomía del ojo”.
C.En El arte de leer las calles, la filósofa española Fiona Songel analiza obras clásicas y distingue el paso del flâneur por la literatura, la fotografía, el arte y el cine.