Edgar Calel en Inhotim: “El arte también es una forma de agradecer a la tierra”
BRUMADINHO.- En el corazón de Minas Gerais, ...
BRUMADINHO.- En el corazón de Minas Gerais, el Instituto Inhotim inauguró una nueva muestra del artista maya guatemalteco Edgar Calel, figura del arte indígena contemporáneo. A la entrada de la galería, un tapiz bordado repite una palabra: kitkitkitkitkit. Es el sonido que hacía su abuela para llamar a los pájaros a comer. Durante la inauguración, junto a su padre, su madre y sus tres hermanos -que viajaron desde Guatemala para colaborar en el montaje de las obras-, Calel reprodujo ese canto como un gesto de gratitud hacia la tierra y de invocación a la memoria. En su primera exposición individual en Brasil, Ru Jub’ulik Achik’–Aromas de un sueño, propone un recorrido donde los sueños, los materiales naturales y la espiritualidad se entrelazan.
La muestra forma parte del eje curatorial que el museo dedica en este último tiempo a repensar el territorio y la tierra. A principio de año, Inhotim ya había reabierto la galería de Claudia Andujar con la participación de distintos artistas indígenas de América del Sur; ahora, la propuesta se expande hacia Centroamérica. Calel, nacido en San Juan Comalapa (Guatemala, 1987), pertenece al pueblo maya kaqchikel y trabaja con materiales elementales –piedra, maíz, fuego, tela– que adquieren una dimensión ritual. Él sostiene que su práctica podría no ser arte en el sentido convencional, sino una forma de siembra, cosecha y espiritualidad; para él, crear también es una manera de agradecer a la tierra.
El sueño es, para Calel, una forma de conocimiento: guía las decisiones cotidianas de su familia, que participa en todas las etapas de su práctica. “Nos despertamos, tomamos café, hacemos tortillas y contamos lo que soñamos. A veces un sueño nos advierte de un peligro, otras nos indica qué color usar o qué semilla sembrar”. Su madre y su padre también hablaron durante la inauguración, de la que participó hace unos días LA NACION: recordaron al niño curioso que dibujaba palomas y trabajaba el barro, y agradecieron que “sus sueños se hicieran viaje colectivo”.
Esa noción de colectividad atraviesa toda la exposición. Las obras -realizadas en conjunto entre Guatemala y Brasil- incorporan materiales locales, piedras encontradas en el propio terreno de Inhotim y gestos compartidos con los equipos técnicos del museo. “Lo que para algunos podría ser una producción artística, para nosotros es una conversación con la tierra”, explica el artista. En una de las salas, una roca suspendida sobre una hamaca parece flotar; en otra, un conjunto de ollas de barro con flores y agua recrea una ceremonia ancestral. Hay también un altar encendido, donde el fuego, las ofrendas y el humo se entrelazan en una misma obra.
“Las piedras tienen su propio tiempo -sigue Calel-. Nosotros somos dueños de un tiempo pequeño, pero ellas han visto millones de años. En su memoria está la historia del paisaje.” La reflexión sobre el tiempo es central en su trabajo, así como la relación entre arte y espiritualidad. Las palabras, que en su cultura pueden ser ofrendas, también son materia tangible. “La palabra es aire y conocimiento —afirma—. Surge en el momento; por eso me gusta la espontaneidad, porque ahí se juntan lo que uno siente, lo que sabe y lo que puede procesar”.
Los curadores de la muestra (Beatriz Lemos y Lucas Menezes) destacaron el modo en que la práctica de Calel tensiona las fronteras del museo tradicional, heredero de estructuras coloniales. “Los museos fueron creados para guardar objetos saqueados”, señaló Lemos, y agregó que el desafío actual es transformar esas instituciones en espacios donde las prácticas espirituales y comunitarias tengan lugar real, no solo simbólico. En ese sentido, Aromas de un sueño plantea una experiencia que trasciende el objeto: propone una forma de estar en el mundo, de habitarlo con respeto y reciprocidad.
La exposición incluye también elementos autobiográficos. En una de las obras, el artista recrea el taller familiar donde su padre fabrica velas que luego usan en ofrendas y ritos y donde su madre prepara los tejidos y alimentos que acompañan las ceremonias. “Para mí el arte es más complejo de lo que se piensa que es el arte –dice–. Pensamos en la comida, en el tiempo, en agradecer por la salud. Todo eso forma parte de la obra.” Su práctica es inseparable de su comunidad: su hermana Elsa ayuda a seleccionar tejidos, sus hermanos Julio y Pedro, maestros de educación física, integran los movimientos del cuerpo y el juego; su madre, los colores y sabores; su padre, la llama que da forma a las velas.
Calel habló también del contexto político y cultural de Guatemala. “Ven a Guatemala, dicen las campañas de turismo, son miles de años de historia. Pero ese mismo Estado que vende felicidad es el que explota a su gente y no respeta nuestras tierras. Mi trabajo busca dignificar esas vidas, sembrar una semilla de esperanza.” La metáfora del fuego atraviesa su discurso: fuego que protege, que limpia, que transforma. “Cuando pido protección, digo: protégeme con la esencia del fuego. Que las cenizas se vuelvan cuidado”, explicó al final del encuentro.
En Ru Jub’ulik Achik’, la propuesta de Calel devuelve al arte su sentido ancestral: recordar que todo está vivo, que los sueños también tienen aroma, y que cuidar el territorio –sea un valle, una casa o un museo– es otra forma de crear.