Después de más de 100 años de la invención del cierre, un rediseño técnico cambia por completo la forma en que funciona
El cierre es uno de esos inventos cuya presencia resulta tan natural que cuesta imaginar que alguna vez fue una rareza mecánica destinada al fracaso. Sin embargo, su historia es un caso ejemplar d...
El cierre es uno de esos inventos cuya presencia resulta tan natural que cuesta imaginar que alguna vez fue una rareza mecánica destinada al fracaso. Sin embargo, su historia es un caso ejemplar de persistencia técnica y cultural: tres inventores, dos guerras mundiales, un lento proceso de adopción y un siglo entero sin cambios estructurales.
Pero en toda esta historia, quizá lo más impresionante es que recién en 2025, tras de más de cien años de estabilidad, el cierre volvió a transformarse, impulsado por nuevas tecnologías de materiales e ingeniería de precisión.
Cómo era el mundo antes del cierreAntes de que existiera un mecanismo capaz de unir dos superficies textiles mediante un movimiento continuo, la humanidad dependía de soluciones que mezclaban paciencia, destreza manual y una elevada cuota de imprecisión. Durante siglos, los sistemas de sujeción fueron tan variados como las culturas que los crearon: broches de metal, cordones, corchetes y botones dominaban el vestuario europeo desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. Pero ninguno resolvía el problema de manera verdaderamente eficiente. Los uniformes militares tardaban demasiado en ajustarse, las botas requerían decenas de botones diminutos y la ropa de trabajo se volvía lenta y engorrosa en plena revolución industrial, cuando todo alrededor pedía velocidad.
Ese contexto explica por qué la búsqueda de un mecanismo más rápido se convirtió en un desafío casi obsesivo para los inventores de fines del siglo XIX. No se trataba solo de una cuestión estética: era una necesidad productiva. El crecimiento de las fábricas, el aumento de la movilidad urbana y la aparición de nuevas prendas —especialmente para actividades laborales— exigían un cierre uniforme, resistente y fácil de manipular. Las primeras décadas industriales carecían de una solución así, y la moda de la época, con su apego al botón y al broche, tampoco parecía dispuesta a adoptarla.
Pero algo tan minúsculo como el hecho de abrocharse llevara demasiado tiempo, terminó convirtiéndose en el motor para la creación de un invento que lo cambiaría todo.
El largo camino hacia la invención del cierreEl primer antecedente del cierre que hoy conocemos fue una creación de Whitcomb Judson, quien presentó su “Clasp Locker” en 1893 durante la Exposición Universal de Chicago. El aparato, pensado para reemplazar los botones de las botas, era fascinante desde el punto de vista conceptual, pero fallaba donde importaba: era difícil de fabricar, poco confiable y se trababa con frecuencia. Pero mientras que Judson logró hasta fundar una empresa —la Universal Fastener Company—, el sistema nunca se popularizó.
El cambio trascendental se dio cuando Gideon Sundback, un ingeniero sueco contratado por la compañía, comenzó a rediseñar el invento desde cero. Lo hizo en un período marcado por una tragedia personal: la muerte de su esposa, que lo llevó a sumergirse por completo en el trabajo. De esa etapa nació su aporte más significativo: un sistema en el que los dientes ya no eran ganchos rígidos sino pequeñas piezas metálicas capaces de encajar con precisión mediante el avance de un cursor. En 1917 obtuvo la patente que lo consagró como creador del cierre moderno.
Pero lo más sosprendente de esta historia es que a pesar de su enorme potencial y practicidad, la adopción fue muy lenta. La moda lo miraba con desconfianza y no faltaban quienes consideraban al cierre un invento demasiado mecánico, hasta vulgar. En la prensa norteamericana aparecían advertencias sobre posibles “pellizcos” o fallas que podían dejar expuesta una prenda. Así fue cómo el cierre tardó casi veinte años en naturalizarse, y, como ocurre con otros grandes inventos, su verdadero impulso no vino del lado práctico de la moda, sino de las necesidades durante la guerra.
De curiosidad técnica a producto masivoFue la Primera Guerra Mundial lo que realmente cambió el destino del cierre. El Ejército estadounidense comprendió rápidamente que se trataba de un sistema más rápido, higiénico y confiable que los botones. Las botas, los trajes de vuelo y parte del equipamiento técnico fueron las primeras prendas en incorporar los cierres de Sundback, lo que se transformó en un impulsor para su producción y para el perfeccionamiento de las máquinas que permitían fabricarlo.
Ya para la Segunda Guerra Mundial, el cierre ya era indispensable. Los pilotos dependían de él para sellar trajes aislantes; los paracaidistas, para mantener seguros los compartimentos del equipo; los soldados, para armar y desarmar rápidamente mochilas y uniformes. Al terminar el conflicto, la industria textil había alcanzado tal nivel de estandarización que el cierre resultaba más barato y eficiente que cualquier sistema previo.
A partir de ahí, su masividad fue inevitable. En los años treinta, Elsa Schiaparelli lo incorporó a la alta costura y transformó su imagen pública: ya no era un mecanismo utilitario sino un símbolo de modernidad. Levi’s siguió el camino con la indumentaria masculina y juvenil, y la producción global se expandió a una escala inédita. Para mediados del siglo XX, millones de metros se fabricaban cada día y el cierre había conquistado tanto el vestuario, como también la industria del equipamiento deportivo, las valijas, la indumentaria técnica y los trajes de exploración.
Durante décadas, el cierre parecía haber alcanzado su forma definitiva. Mejoraron los materiales, se perfeccionaron los mecanismos, aparecían versiones invisibles o impermeables, pero el principio técnico inventado por Sundback continuaba intacto. Parecía que ya no quedaba nada por innovar. Hasta que 2025 probó lo contrario.
La primera gran innovación en más de un sigloLa industria del cierre llevaba décadas atrapada en una paradoja: se trataba de un invento fundamental para la vida cotidiana, usado miles de millones de veces al día, pero con una estructura que prácticamente no había cambiado en cien años. Lo que alteró ese panorama fue una confluencia inesperada entre avances en materiales inteligentes, impresiones 3D de precisión y nuevas demandas del mercado —especialmente en indumentaria técnica y outdoor—, que pedía mecanismos más rápidos, livianos y resistentes que los tradicionales.
Pero la nueva generación de cierres llegó como respuesta cuando varias compañías (entre ellas YKK, la empresa japonesa fundada por Yoshida Kogyo en 1934 y todavía hoy una de las mayores fabricantes de cierres en el mundo) y un grupo de ingenieros canadienses vinculados al desarrollo del MAGZip, arrancaron a experimentar con microimanes, polímeros con “memoria” y estructuras asistidas por campos magnéticos que permiten que los dientes se alineen sin necesidad de precisión manual. El resultado fue un cierre que, por primera vez, corrige sus propios errores: si las hileras no coinciden perfectamente, el sistema las atrae y ajusta de manera automática.
Esto resolvió uno de los problemas más persistentes en la historia del invento: que se trabara. La innovación de 2025 atacó el problema con un enfoque más ambicioso: en lugar de fortalecer el metal, reconfiguró el mecanismo para que no necesitara tanta exactitud, apoyándose en la física —la atracción magnética— para garantizar la unión.
Otro de los avances claves son los polímeros con memoria que devuelven a los dientes su forma original en caso de torsión o impacto. Es un cambio enorme para los cierres de mochilas, valijas o equipamiento técnico, que suelen fallar por deformaciones minúsculas pero irreversibles. Ahora, el cierre no solo se repara a sí mismo, sino que prolonga su vida útil de manera significativa.
La tercera innovación, menos visible pero igual de revolucionaria, radica en la fabricación: la impresión 3D de alta precisión permitió diseñar cursores que adaptan su presión al tejido en el que se desplazan. Un mismo cierre puede comportarse de un modo en una campera térmica y de otro en una prenda ultrafina, algo impensado en los modelos tradicionales.
El resultado es un sistema más intuitivo, más durable y más accesible para personas con movilidad reducida, una población históricamente relegada por la rigidez mecánica del cierre tradicional. Por eso muchos especialistas consideran que 2025 marcó el primer salto cualitativo desde Sundback: un cierre más humano, más flexible y más inteligente.