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Del trauma inflacionario al miedo a ganar: la psicología del inversor argentino

La economía argentina no deja huella solo en el bolsillo, también pesa en la mente. Después de décadas marcadas por inflación constante, confiscaciones, defaults y cambios de rumbo sin aviso, ...

Del trauma inflacionario al miedo a ganar: la psicología del inversor argentino

La economía argentina no deja huella solo en el bolsillo, también pesa en la mente. Después de décadas marcadas por inflación constante, confiscaciones, defaults y cambios de rumbo sin aviso, ...

La economía argentina no deja huella solo en el bolsillo, también pesa en la mente. Después de décadas marcadas por inflación constante, confiscaciones, defaults y cambios de rumbo sin aviso, lo que queda no es solo una relación frágil con el dinero. Es una identidad económica que se construyó, sobre todo, desde la desconfianza. Esa desconfianza se transmite de generación en generación. Hay quienes nunca vivieron el Rodrigazo ni conocen de cerca el Plan Bonex, pero actúan como si los hubieran sufrido. No hace falta haber perdido los ahorros en el 2001 para sentir que el sistema puede derrumbarse otra vez, sin aviso. Por eso, muchos argentinos reaccionan con un reflejo que se vuelve casi automático: si hay dudas, mejor resguardarse. Ya sea en el dólar, en una propiedad o incluso en la inacción. En ocasiones, ni siquiera se busca ganar. El objetivo es esquivar el próximo golpe. Este enfoque defensivo atraviesa generaciones y niveles de ingreso. La frase “prefiero dormir tranquilo” se repite en todos lados. Pero esa tranquilidad que da cierta calma en el corto plazo (ahorrar sin invertir, no correr riesgos, desconfiar) es también lo que termina debilitando el patrimonio con el tiempo. En la columna de hoy veremos profundizaremos sobre este trauma bien “argento” y brindaremos potenciales soluciones para quienes lo padecen. ¡Comencemos!

La economía conductual y el trauma financiero argentino

La economía conductual estudia cómo influyen las emociones, los sesgos mentales y los hábitos en nuestras decisiones con el dinero. A diferencia de la visión tradicional (que asume que las personas siempre actúan de forma racional), esta corriente parte de una idea más realista: la gente no toma decisiones con una hoja de cálculo, sino con sus recuerdos y experiencias a cuestas. Y en Argentina, esas tienen fechas, nombres; como el Rodrigazo, el cepo, la hiperinflación de 1989 o el corralito de 2001. Cada uno de esos episodios dejó huellas emocionales profundas, que siguen presentes y afectan el comportamiento financiero, incluso muchos años después. En este contexto, dos sesgos psicológicos son especialmente fuertes en la mente del ahorrista o inversor argentino:1. Aversión a la pérdida: Perder un millón de pesos duele más que la alegría que produce ganarlo. La mente amplifica el riesgo y achica el beneficio. Por eso, frente a una oportunidad, la reacción más común es evitar el golpe, no aprovechar la chance. La prioridad no es crecer, sino no perder.2. Disponibilidad: Los recuerdos más intensos, sobre todo los negativos, quedan más cerca en la memoria. Así, aunque hayan pasado años, el default de 2001 o la corrida cambiaria de 2018 siguen presentes y la mente los usa como referencia inmediata cada vez que surge una nueva señal de incertidumbre. Aunque el contexto haya cambiado, el temor se reactiva igual. Estos dos sesgos se combinan en un patrón de defensa emocional. Alguien que perdió sus ahorros en australes, o que no pudo sacar su dinero del banco hace veinte años, aprendió una idea emocional difícil de desmontar: “si confío en el sistema financiero argentino, pierdo”. Esa idea se transmitió de boca en boca, y con el tiempo terminó cumpliéndose. Cuanto más desconfianza, menos inversión. Cuanto menos inversión, más estancamiento. Así nació una cultura del refugio: Dólares en billete, cajas de seguridad, departamentos vacíos, cuentas en el exterior sin rendimiento. Estas no son estrategias financieras sino más bien formas de control frente a un entorno que parece impredecible. Pero ese control tiene un costo muy alto, porque al no mover el capital se pierde poder frente a la inflación, se pierde oportunidad ante los cambios tecnológicos y se queda afuera de un sistema financiero global que evoluciona a gran velocidad. Mientras el mundo se adapta a nuevas formas de inversión (activos tokenizados, finanzas descentralizadas, fondos indexados internacionales), una gran parte de los argentinos sigue midiendo su estabilidad por la cantidad de billetes físicos que puede contar. Esto no denota falta de sino más bien trauma. Y los traumas se reparan con tiempo y confianza. Cuando llegue el día en que más personas puedan ver una baja en el mercado sin entrar en pánico, o un salto del dólar sin correr al banco, ese día habremos dado un salto enorme como sociedad. Porque aprender de finanzas no es solo mejorar las inversiones: Es también la manera más directa de frenar los reflejos automáticos que la historia económica del país nos dejó marcados.

El miedo a ganar: cuando el éxito incomoda

Hace más de dos décadas, un presidente argentino dijo: “Estamos condenados al éxito”. La frase, en vez de despertar entusiasmo, provocó escepticismo. Una sonrisa amarga, más bien. Porque en realidad, el problema parece ser otro: el miedo a ganar. En la cultura local, el fracaso no sorprende, sino más bien que se espera. El éxito, en cambio, incomoda. Decir que las cosas van bien suena imprudente. Mostrar estabilidad personal o financiera puede generar malestar, como si disfrutar los logros fuera motivo de sospecha. Después de tantos años de inflación, inestabilidad y pérdidas, el progreso empezó a verse como algo riesgoso. En Argentina, este patrón aparece todo el tiempo: Alguien invierte en criptomonedas, pero se retira con una ganancia mínima “por si baja”. Otro compra acciones y vende justo antes de que empiecen a subir. Hay quien junta dólares durante años y, cuando tiene la posibilidad de usarlos para comprar una propiedad, se detiene por miedo a perderlos. Y así se instala una contradicción fuerte: se habla de dinero todo el tiempo, pero cuando se gana, aparece la incomodidad. Así, se refuerza una frase que se escucha con frecuencia: “acá no se puede”. Una frase que, por repetirse tanto, termina actuando como límite. Incluso más fuerte que cualquier barrera económica real.

Conclusión

Tal vez el verdadero desafío argentino sea psicológico, no económico. Nos volvimos expertos en detectar señales de crisis, pero nada de anticipar buenos momentos. Por eso, cuando algo empieza a ir bien, lo primero que aparece es la sospecha. “Esto no va a durar.” Ese reflejo, que alguna vez nos ayudó a protegernos, hoy funciona como un freno. Ya no es el contexto el que limita, sino la forma en que pensamos lo que viene. La solución no pasa solo por lograr estabilidad económica. Hace falta algo más profundo: una pedagogía emocional del éxito. Reaprender a aceptar los resultados positivos sin miedo. Quizás aquella frase de “estamos condenados al éxito” no era solo un eslogan, era una forma de nombrar una contradicción. Tenemos las capacidades, el talento, la creatividad. Lo que falta es la confianza compartida para sostener lo que logramos. El día que podamos sostener el éxito sin pensar que eso rompe con nuestra historia, algo va a cambiar de verdad. La seguimos la semana que viene con más material de Finanzas Personales e Inversiones.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/del-trauma-inflacionario-al-miedo-a-ganar-la-psicologia-del-inversor-argentino-nid11112025/

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