Del imitador que sumó rating y enemigos al paso del Agente 86 por Ezeiza, las anécdotas de la TV que perduran en el tiempo
Sumergirse en la televisión retro es encontrar innumerables historias ocultas. Muchos éxitos consagrados, que con el diario del lunes resultan una apuesta segura, en realidad fueron producto de c...
Sumergirse en la televisión retro es encontrar innumerables historias ocultas. Muchos éxitos consagrados, que con el diario del lunes resultan una apuesta segura, en realidad fueron producto de casualidades, causalidades y artistas en pugna. Y, durante el 2025, echar luz en viejas producciones del pasado, le significó al público de LA NACION descubrir apasionantes relatos que subyacieron a notables fenómenos de la televisión argentina y mundial.
Humor y enfrentamientos con poderosas figurasLas imitaciones de Mario Sapag hicieron escuela. El recordado artista, que se dedicó al humor luego de un arranque impulsivo que lo llevó a trabajar inicialmente en Radio Belgrano, construyó una carrera de décadas. En la televisión, inició su camino de la mano de Gerardo Sofovich en Sábado Nueve. El éxito de sus imitaciones lo llevaron a protagonizar un ciclo propio a partir de 1984, titulado Las mil y una de Sapag, un verdadero terremoto en términos de rating y popularidad. Pero bajo el ala del reconocimiento, también se escondieron los pases de factura, las rivalidades y los rencores.
Si bien había muchos famosos que miraban con diversión las imitaciones que Sapag hacía de ellos (como Mariano Grandona, Bernardo Neustadt, Juan Carlos Mareco o Raúl Alfonsín), e incluso se prestaban al juego de tener un mano a mano con el humorista, en la vereda opuesta también estaban quienes miraban con bronca el sentirse objetos de burla. Tita Merello llegó a decir en una oportunidad: “Una caricatura grotesca, lo que hace Sapag no es imitación, y ya se está transformando en una falta de respeto. No entiendo cómo quiere imitarme frente a las cámaras de televisión con una peluca ridícula y con poses que no son mías, su imitación es absurda y sin nada de profesional”. César Luis Menotti tampoco miraba con mucha felicidad la forma en la que Sapag lo representaba, y con Jorge Luis Borges hubo un cruce que derivó en el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) prohibiéndole realizar dicha imitación.
Con José Marrone y Alberto Olmedo, Sapag también tuvo algunos chispazos. Sin embargo, el legado de Las mil y una de Sapag es insoslayable: “Llegué a 60 puntos rating, y el promedio me acompañó hasta 1987 (…). Estuve cuatro años en el 9 y le di mucho rédito al canal, el país se paraba para verme”.
Una gran apuesta que llegó a recalar en “la tierra del tango”A mediados de los años sesenta, el productor Daniel Melnick concluyó que, frente a las ganancias millonarias de la saga James Bond, el terreno estaba listo para presentar algún tipo de parodia. La cadena ABC mostró un interés inmediato por la propuesta, y en sociedad con los escritores Mel Brooks y Buck Henry, nació el carismático Maxwell Smart.
“Le di la denominación clave del superagente 86 en homenaje a mis años de trabajo en un restaurante -recordó Brooks-. 86 era el código que usábamos en la cocina para avisar que se nos había acabado algún insumo: ‘Pan 86’, ‘Queso 86’ y cosas por el estilo. Y como a Max se le había acabado la inteligencia, ese número lo definía a la perfección”. Por último, la llegada de Don Adams como el actor elegido para interpretar a Smart, fue el acierto definitivo en una cadena de decisiones afortunadas.
Aunque la ABC terminó por rechazar el proyecto, luego la NBC le dio luz verde y, a pesar de algunos descensos en el rating, El supergante 86 fue un éxito discreto para ese canal. “No es que confiaran tanto en nosotros, es que los pilotos de las series que nos iban a reemplazar no les gustaron”, apuntó Brooks.
Con el tiempo el globo se desinfló, y luego de cinco temporadas, en mayo de 1970 las aventuras de Maxwell Smart llegaron a su final. Entre los muchos momentos recordados de esa gran serie, siempre quedará aquel en el que engañados por KAOS, Max y la 99 creyeron haber aterrizado en el aeropuerto de Ezeiza y estar prisioneros en “la tierra del tango y el churrasco: en Argentina”.
Una actriz y su incansable guerra contra un polémico cultoEmitida entre 1998 y 2007, The King of Queens giraba alrededor de un hombre casado que debía convivir también con su suegro. Dicha situación, daba pie a innumerables situaciones de comedia familiar. Con el paso de los años, la sitcom no perdió popularidad y cuando llegó a su conclusión, se coronó como la última ficción nacida en los 90 que aún permanecía al aire, por lo que su final marcó el cierre de una era televisiva.
Kevin James y Leah Remini, protagonistas de la serie, tenían una relación profesional cálida aunque no exenta de algunos chispazos, tal como recordó en una oportunidad la propia actriz: “Hubo muchas veces en las que Kevin y yo discutíamos por alguna tontería, y de golpe en una escena teníamos que besarnos y ni siquiera nos mirábamos a los ojos. Pero eso era porque realmente nos queríamos mucho. Si a vos no te importa el otro, ni siquiera te molestás en discutir”.
Con el paso del tiempo, sin embargo, The King of Queens también quedó asociada a la compleja batalla que Remini mantuvo contra la cienciología. “A lo largo de 17 años, la cienciología y David Miscavige (líder del culto) me sometieron a lo que yo considero que es tortura psicológica, difamación, monitoreo, acoso e intimidación”, comentó Remini una vez que renunció a ese grupo, y agregó: “Eso impactó de manera significativa en mi vida y en mi profesión. Yo no soy la primera persona a la que la cienciología pone en la mira, pero sí intentaré ser la última”.
Remini abandonó la cienciología en 2013 y comenzó una campaña activa de denuncias. Su primera medida fue protagonizar un documental titulado Cienciología y sus consecuencias, en el que desnudó varias de las maniobras de ese grupo, y detalló: “Ellos me preguntaban por qué no podía sumar a Kevin James. Me decían que yo no era un buen ejemplo. Siempre hay una presión de llevar hacia la cienciología a las personas que trabajan con vos”. Aún hoy, Leah Remini no abandonó esa lucha. y en numerosas entrevistas continúa relatando los maltratos y extorsiones de las que fue víctima.
Una pionera que se despidió para dejar un profundo vacíoTres años le alcanzaron a Juana Molina para revolucionar el humor televisivo local. A comienzos de los noventa, y luego de trabajar junto a Antonio Gasalla, Molina se puso al frente de Juana y sus hermanas, una propuesta absolutamente inclasificable, que todavía es producto de culto. “Sabía que la gente tenía presente el programa, pero me asombró que fuera para tanto, porque ya pasaron muchísimos años y la cosa sigue intacta”, comentó hace poco Molina. “Me encanta, me da mucho orgullo. No puedo creer que hice esto y que la gente todavía lo tenga tan presente. Muchos me escribieron contándome sus experiencias, eso es lindísimo. Puedo decir que vine al mundo y serví para algo, más allá de las adulaciones y de la parte egoísta o egocéntrica”.
Con un humor que jugaba de manera inteligente entre la ironía y la acidez, Juana desplegaba una serie de sketches y personajes tan incorrectos como fascinantes. En una entrevista publicada recientemente por LA NACION, la artista, hoy volcada de lleno a la música, recordó su ciclo e incluso habló sobre la posibilidad de su regreso: “Lo pienso todo el tiempo y la pereza que me da es inconmensurable... Lo que pasa es que mis personajes tenían una cosa muy del momento, estaban basados en personajes que existían en esa época y que ahora no existen más, y los de ahora son otros. Por lo tanto, tendría que ponerme a armarlos de cero. Y yo hoy no siento que eso me saldría tan naturalmente”.
Juana y sus hermanas se despidió en 1993, cuando Juana Molina quedó embarazada, y se vio forzada a suspender el programa para hacer reposo.
El actor que debió ser Walter White y la conexión argentinaEl guionista Vince Gilligan jamás pensó que con la historia de “un hombre que se transforma en Scarface” (como dijo alguna vez), iba a realizar una de las series clave en la historia de la televisión. Y es que la saga de un profesor de química devenido en zar de la metanfetamina capturó la atención del público y del periodismo especializado, elevando a Breaking Bad al olimpo de las ficciones contemporáneas. Pero en el camino al éxito, hubo numerosos obstáculos, y el primero de ellos fue el propio Bryan Cranston, protagonista de la ficción.
La popularidad de Cranston había crecido a través de sus apariciones en comedias como Seinfeld, How I Met Your Mother, y especialmente Malcolm in the Middle, en donde componía a un caricaturesco padre de familia. Y si bien Gilligan quería sí o sí a Bryan, el guionista no tuvo más remedio que aceptar las imposiciones de AMC, el canal que producía la ficción. La señal intentó contratar para el rol central a Matthew Broderick, pero él se negó. Sin más opciones en el horizonte y presionados por el paso de los días, finalmente la producción le ofreció a Cranston componer a Walter White, y a su alter ego, Heisenberg.
Con el paso de los años y el crecimiento de Breaking Bad, la figura de Heisenberg se hizo notablemente popular. Pero ningún uso de ese característico diseño llamó tanto la atención como cuando, durante la detención de una banda que elaboraba drogas sintéticas en Vicente López, uno de los criminales llevaba una remera del personaje. Aunque a fin de cuentas y como decía Oscar Wilde, “la realidad imita al arte”.