De la Escuela de Salamanca a la actual Escuela Austríaca
Sorprende que no sea muy conocida, habiéndose la Escuela de Salamanca adelantado en varios siglos a los economistas clásicos. En la España de los siglos XVI y XVII, los teólogos salmantinos ana...
Sorprende que no sea muy conocida, habiéndose la Escuela de Salamanca adelantado en varios siglos a los economistas clásicos. En la España de los siglos XVI y XVII, los teólogos salmantinos analizaron muchos de los principios que más tarde asumiría el liberalismo clásico del siglo XVIII. Antes de que Adam Smith, David Hume o John Stuart Mill escribieran sus obras, estos pensadores ya reflexionaban sobre el valor, la propiedad, el comercio y la justicia en los intercambios. No es casual que Ludwig von Mises (Escuela Austríaca) afirmara que los españoles de Salamanca fueron “los verdaderos precursores de la economía moderna”.
La influencia de la Escuela de Salamanca trascendió las fronteras españolas. Está documentado que los Padres Fundadores de Estados Unidos actuaron bajo la inspiración de ideas que tenían su raíz en esa tradición. La Revolución Americana compartió con ella la convicción de que todos los hombres son creados iguales, que la soberanía reside en el pueblo y que el poder del gobierno debe ser limitado. El principio de que no puede haber tributación sin representación también remite a ese pensamiento moral y jurídico.
Los salmantinos influyeron, así, en la filosofía política del segundo presidente estadounidense, John Adams, y, de manera indirecta, en los fundamentos de la Constitución norteamericana, a través de la recepción del pensamiento de John Locke, quien a su vez bebió de esa fuente.
En el mundo hispanoamericano, esa herencia se nota en la obra de Manuel Belgrano. Mientras estudiaba en Salamanca y Valladolid, entró en contacto con una tradición intelectual que integraba la teología moral con la economía política. Belgrano sostenía que la riqueza nacional depende del trabajo, la educación y el respeto a la propiedad privada, ideas que continúan la línea salmantina. Asimismo, defendió la libertad de comercio y condenó los monopolios y privilegios corporativos, siguiendo la visión de un mercado entendido como un espacio de cooperación libre y voluntaria entre individuos.
Los pensadores de Salamanca reflexionaron sobre los problemas éticos y económicos del comercio, la propiedad, el dinero y el poder político. Ya en 1555, el obispo Diego de Covarrubias afirmaba: “El valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva, sino de la estimación subjetiva de los hombres.” Otro gran pensador, Martín de Azpilcueta (1493–1586), se adelantó a la teoría cuantitativa del dinero al escribir: “El dinero vale más donde y cuando hay falta de él que donde y cuando hay abundancia.” Y Juan de Mariana (1535-1624), con su audacia habitual, aconsejaba a los reyes reducir el gasto público y evitar guerras innecesarias: “Majestad, evite empresas y guerras no necesarias y corte los miembros encancerados.”
De la teoría del derecho natural, focalizada en la dignidad y la libertad del ser humano como criatura racional, nacieron muchas de las ideas que, siglos después, retomaría el liberalismo clásico, con Adam Smith a la cabeza. En este sentido, puede decirse que el liberalismo es, en parte, una versión secularizada del pensamiento salmantino.
La Escuela Austríaca de Economía, fundada por Carl Menger en 1871, recoge el legado salmantino y lo desarrolla desde una perspectiva científica. Su objetivo es explicar cómo funciona el mercado y demostrar que solo el respeto a la acción humana libre permite el progreso económico y social. Mientras que el liberalismo clásico considera al mercado como un orden natural y armónico, donde los precios tienden al equilibrio gracias a la competencia, los salmantinos creen que el mercado es un proceso dinámico de coordinación y descubrimiento. Además, a contrapelo de la corriente tradicional –la neoclásica-, que parte de decisiones racionales entre medios y fines dados, los austríacos centran su análisis en la acción humana entendida como un proceso dinámico, creativo y subjetivo de descubrimiento y coordinación.
En palabras de Jesús Huerta de Soto, la austríaca es “la escuela liberal de economía por antonomasia, pues es la que mejor explica cómo la intervención del Estado y la coacción sobre la función empresarial perturban gravemente el proceso social de creatividad y coordinación”. La Escuela Austríaca arranca del estudio del hombre tal como es: emocional, imperfecto y diverso. Busca comprender el proceso económico desde la libertad de actuar. Su máximo exponente, Ludwig von Mises, definió a la economía como una ciencia de la acción humana racional, a la que llamó praxeología. Por lo tanto, la racionalidad no se mide por el éxito de los resultados, sino por el hecho de que cada persona elige libremente según su propio juicio. Esa capacidad de elegir, errar, aprender y tomar acción conforme a los propios fines es, para Mises, la expresión misma de la libertad humana. Como escribe Ismael Quiles: “La libertad no es una facultad entre otras, sino el modo mismo de ser del hombre.”
En definitiva, tanto los salmantinos como los austríacos comparten un elemento esencial: la libertad y la responsabilidad individual que son la base del progreso. Solo cuando se respeta la acción libre del ser humano florece la civilización.
Economista