Cumbre del Clima, empantanada. Por qué hay varios países que bloquean un acuerdo global sobre combustibles fósiles
La “COP de la verdad”, como bautizó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a la Cumbre del Clima (COP 30), que se desarrolla en Belém do Pará, parece quedar pequeña ahora, cer...
La “COP de la verdad”, como bautizó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a la Cumbre del Clima (COP 30), que se desarrolla en Belém do Pará, parece quedar pequeña ahora, cerca del cierre de la conferencia de Naciones Unidas. Las negociaciones multilaterales para enfrentar la crisis climática avanzan lento y con retraso, y no precisamente por el incendio ni por las inundaciones que afectaron a más de 50.000 asistentes dentro y fuera del predio.
Hoy viernes, debían concluir las discusiones formales, pero, como suele ocurrir en estas cumbres, el cierre se estira. La expectativa es que mañana las naciones presentes logren finalmente un acuerdo que, para ser válido, debe ser adoptado de manera unánime y consolidado en un único documento.
El estancamiento responde a desacuerdos profundos en torno de temas estructurales: la salida de la dependencia de los combustibles fósiles, la definición del camino para alcanzar esa transición y, sobre todo, la forma en que se financiarán la mitigación, la adaptación al cambio climático y el repago de pérdidas y daños ya ocasionados.
No son diferencias menores: estos puntos marcan el rumbo y la credibilidad de todo el proceso climático internacional.
En este tipo de negociaciones, las palabras pesan. Cada verbo y cada adjetivo tienen implicancias políticas y económicas que se proyectan durante años. En las salas de negociación de Belém predominan ahora discusiones técnicas, casi quirúrgicas, que mañana pueden transformarse en presiones diplomáticas entre bloques.
Al inaugurar la COP 30, Lula da Silva llamó a los 57 mandatarios presentes a acordar una “ruta clara para poner fin a la dependencia de los combustibles fósiles” y diversificar las matrices energéticas del planeta. Sin embargo, esas exhortaciones aún no se reflejan en acciones tangibles: el borrador elaborado por la presidencia brasileña ni siquiera menciona los combustibles fósiles, responsables del 90% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según Naciones Unidas. La omisión encendió alarmas en delegaciones y organizaciones que esperaban un documento más alineado con la urgencia climática.
Es consenso para la mayoría de los científicos y gobiernos del mundo, primero, que la temperatura global está aumentando, y segundo que esto corresponde al incremento de la concentración de dióxido de carbono (Co2) y de otros gases de efecto invernadero.
Según la NASA, hoy tenemos 430 partes por millón de Co2 en el aire, y la temperatura aumentó 1,5° C con respecto a la época previa a la industrialización. Esta comparación es clave, pues los científicos atribuyen este aumento de concentración de gases a la actividad humana, especialmente la de los últimos 150 años.
Y aunque 1,5 °C parezca poco, este cambio no se había registrado de forma tan veloz, al menos en los últimos 2000 años y representa modificaciones en los climas de todo el mundo. Además, según expertos, la tendencia de la temperatura sigue en aumento.
La ciencia no se equivocaLa ciencia no se equivoca, la política sí. La baja ambición del texto presentado por André Corrêa do Lago y Ana Toni provocó la reacción de 29 países —entre ellos Chile, Colombia, México, Países Bajos, España y Francia— que difundieron una carta colectiva cuestionando la propuesta.
“El mensaje es inequívoco: debemos salir de esta COP con una hoja de ruta global que nos guíe, no simbólicamente sino concretamente, en nuestro esfuerzo colectivo por eliminar gradualmente los combustibles fósiles”, afirmó esta mañana Irene Vélez Torres, ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia. “No pedimos un documento vacío, un anuncio vacío”, insistió ante la prensa, en declaraciones que tensaron aún más el clima político del encuentro.
La ministra de Ambiente de Chile, Maisa Rojas, también expresó su frustración frente al desdibujamiento de los compromisos. Recordó que hace dos años, durante la COP 28 en Dubai, se acordó iniciar la transición energética antes de que finalice esta década. “Esta década termina en 2030, ¿no?”, deslizó con ironía, en un intento por subrayar el desfase entre los discursos y la acción efectiva.
Ese antecedente es clave. En Dubai, por primera vez, un documento de la ONU mencionó la necesidad de “transicionar fuera” de los combustibles fósiles, un giro histórico después de casi tres décadas de negociaciones climáticas. Sin embargo, en Belém ese consenso parece diluirse.
Observadores independientes señalan que las principales resistencias provienen de países del grupo árabe, que también concentran el poder dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Brasil, que se incorporó recientemente a la OPEP+ —la versión ampliada de ese consorcio—, se encuentra en una posición incómoda entre sus ambiciones climáticas y sus intereses petroleros.
Pese a todo, el texto de la presidencia no carece por completo de avances. Si bien los compromisos de mitigación quedan relegados, el financiamiento —especialmente el destinado a adaptación— adquiere centralidad. Esto podría traducirse en beneficios para países del sur global, incluida América Latina y el Caribe, históricamente subfinanciados frente a las crecientes necesidades de infraestructura resiliente, alertas tempranas y protección de comunidades vulnerables.
En este contexto, la Meta Global de Adaptación gana impulso, aunque para organizaciones como Climate Action Tracker América Latina, aún falta definir “metas transparentes y predecibles” que aseguren que el financiamiento supere los US$120.000 millones anuales hasta 2030. Sin ese piso, advierten, la adaptación corre el riesgo de convertirse en una promesa diluida más dentro del proceso climático.
Así, mientras algunos países reivindican el mutirão global —la idea de un esfuerzo colectivo, simultáneo y solidario— promovido por la presidencia brasileña, otros consideran que el espíritu del concepto sigue sin traducirse en compromisos reales. En la recta final de la COP 30, la pregunta que domina los pasillos es si Belém quedará como la cumbre que reafirmó la voluntad global de abandonar los combustibles fósiles o como otra oportunidad perdida en un planeta que ya no puede esperar.