Cuentos nacidos en los objetos de todos los días
En la intimidad los objetos cobran otra dimensión. Con el espíritu de una nena que desarma los juguetes para ver cómo funcionan,...
En la intimidad los objetos cobran otra dimensión. Con el espíritu de una nena que desarma los juguetes para ver cómo funcionan, la escritora y crítica literaria Elsa Drucaroff experimentó un vínculo nuevo entre las cosas que la rodeaban y las palabras: cada elemento engendró uno de los cuentos de su reciente La familia de las cosas, una antología capaz de contener en el mundo material lo más privado de los personajes. “Es un libro construido en mucha intimidad, escrito en su primera versión en pandemia. En encierro. Yo iba de la cama al living, como diría Charlie, estábamos acá y el objeto me llevó a la intimidad porque es la pequeña cosa. Es el meollo que fue armando todos los cuentos. No tenía una teoría para demostrar: las cosas me empezaron a pasar. Por ejemplo, la anécdota de la semilla de cardamomo del microrrelato me pasó. Estaba haciéndome el té, se me perdió la semilla y en ese momento dije, claro, las cosas que se te escapan de los dedos. Pensé, acá hay algo. Y empecé a tirar del hilito de la imagen”.
Entre bibliotecas que envuelven las paredes y parecen llegar al cielo del estar de su casa, Drucaroff habla de su nuevo libro con una alegría transparente. A lo largo de lo años la curiosidad por explorar nuevas formas la llevó a investigar y analizar literatura y, a la par, a escribir ficción. Por un lado, publicó ensayos como Los prisioneros de la torre, en el que indaga sobre las escrituras de la postdictadura; por otro, dos libros de cuentos y seis novelas. ¿Cómo se da el pasaje de un ámbito crítico a otro puramente creativo? “Estoy llegando en estos últimos años a un momento de mucha felicidad; creo que he logrado ponerlos en círculo sin conflicto, pero durante mucho tiempo me torturó esa pregunta. Empecé a escribir crítica porque me me daba miedo asumirme en serio como escritora. Desde muy niña, desde que tengo uso de razón, yo quería escribir, y quería escribir narrativa. Y escribí a los 7 años, a los 8, a los 15, a los 20. Con las dificultades de que te tomen en serio siendo mujer, con las dificultades para que te publiquen. Estoy hablando de los años 80. Todavía se hablaba despectivamente de la literatura para mujeres. Mis primeras novelas, La batalla de las mujeres y Conspiración contra Güemes, las hice con seriedad, amor, compromiso literario, y de casualidad pude publicarlas porque fueron hechas para una colección de moda de la literatura histórica escrita por mujeres. A las mujeres no nos tomaban en serio”.
La familia de las cosas proyecta algo más sutil: las ideas encarnan en un objeto, que contiene al mismo tiempo el mundo interior, a veces indecible, a veces evidente, de los personajes
A pesar de esos obstáculos ella encontró formas diversas para abrirse camino como escritora. “Es muy difícil asumirte como escritora en serio contra toda esa corriente. Entonces, me volqué a la crítica. Me salía, me gustaba y me interesaba porque cuando te gusta escribir, te gusta leer y si te gusta leer y sos buena lectora, disfrutás mucho de interpretar, de hacer crítica. A mí me interesaba y me gustaba mucho, pero había algo de estar en ese territorio donde me jugaba mucho menos porque no creaba un mundo autónomo. Cuando vos hacés crítica, creás el mundo de tu lectura, que puede ser muy interesante y puede ser jugado y puede ser arriesgado, pero tiene algo subsidiario respecto del discurso que de alguna manera es su límite y su garantía. Vos podés leer, no sé, la relación entre las palabras y las cosas en la locura del Quijote de la Mancha, como la leyó Foucault, a condición de que puedas bajar y decir, ah, en el Quijote de la Mancha es verdad. Hay un hombre que lee libros y sale al mundo a buscar los libros. O sea, la voz de Cervantes es la que tiene la última palabra. En cambio, en la literatura ficcional vos te hacés cargo del mundo autónomo que creás y respondés por ese mundo, por lo menos es un producto de tu imaginación. Hay un gesto de mucha audacia en la creación de literatura. A mí me costó mucho animarme a eso”.
Algo de ese ida y vuelta de las ideas a la imaginación ya aparecía en sus primeros cuentos de Checkpoint; el conjunto encarna una mirada crítica sobre la sociedad y la política, que de alguna manera forma parte de la trama. En cambio, La familia de las cosas proyecta algo más sutil: las ideas encarnan en un objeto, que contiene al mismo tiempo el mundo interior, a veces indecible, a veces evidente, de los personajes. Un perfume, el paraguas que vuela desde un balcón, papeles, el soneto preferido, un top muestran hasta que punto lo político puede infiltrarse hasta el corazón. “Me gusta la literatura donde lo político no aparece como un manual de instrucciones ni como un problema panfletario; la literatura donde puede haber momentos explícitos y lo político puede aparecer, pero de algún modo otras cosas lo cuestionan, ¿entendés? Yo no le tengo miedo a las ideas en la literatura. Puede tener ideas y exponer ideas sociales y políticas. Lo que no puede es dar eso exclusivamente como respuesta. Una obra vale cuando pese a todas esas exposiciones de ideas, hay tensiones que las contradicen”.
Y eso se nota en las narraciones: los relatos ponen en fricción distintas miradas del mundo para mostrar ciertas carencias en cada una de las perspectivas que encarnan. Un buen ejemplo aparece en “Chocolate”, la historia de una mujer que ayuda a su esposo a devolver un favor, y para eso invita a cenar de compromiso a un matrimonio. “La anfitriona se parece más a mí que la mujer de la otra pareja, tiene más que ver conmigo en su humor y en cómo mira el mundo. Me hubiera molestado que quedara la pareja piola contra la pareja de idiotas. Tenía que aparecer lo que funcionaba en esa pareja, tenía que aparecer la contradicción, tenía que aparecer lo que no sale, lo que no está bien”.
Y tanto es así que la antología se vuelve una suerte de caleidoscopio de miradas, que parecen mostrar los cambios generacionales, sus encuentros y desencuentros. “El tema de las generaciones atraviesa mi obra. Ese problema une mi obra crítica a mis intereses literarios. Ya Los prisioneros de la torre es un libro sobre el diálogo entre mi generación y las generaciones de postdictadura. Por un lado, una de las cosas más graves que le puede pasar a una sociedad es perder el vínculo intergeneracional, la capacidad de escucharse mutuamente y de aprender. Vi cómo se perdía por completo, muy particularmente en los años 80 y 90, un tiempo muy dañado por el fantasma de los desaparecidos. La existencia de estos jóvenes organizados como víctimas idealistas, gloriosas y épicas que no tienen sepultura. Son inimitables y quedan así, como fantasmas extraordinariamente conmovedores y míticos vagando entre aquellos a los que les toca ser jóvenes e insepultos. Eso consigue de una manera muy rara que la gente que había estado en política en los años 70, en los 90 no envejezca. Fue el estado de la cuestión hasta entrado el 2000. Lo que debe pasar es que los que somos más grandes miremos con asombro y hasta con miedo, ¿por qué no?, lo que están planeando los nuevos para el mundo. Y que desde ese lugar se produzca un debate”. Uno de los relatos que mejor muestra los vínculos entre generaciones es “Reloj”. El lenguaje, los modos de vincularse se revelan a través de dos familias que se encuentran un fin de semana en una casa de campo.
Además hay una condensación muy precisa en los relatos, particularmente en el impactante “Soquetes”. Narra la historia de una chica que va a una clínica, y sin nombrarlo jamás, aborda el tema del aborto. “Me di cuenta de que estaba probando otros lenguajes, sobre todo un lenguaje mucho más despojado, con un estilo más trabajado por la dinámica de la narrativa norteamericana, una narrativa más precisa, que busca frases más cortas, que confía más en los diálogos, que es menos barroca, que renuncia un poco a la corriente de la conciencia en función de mostrar más que transcribir pensamiento”.
Y basta leer el diálogo de “Top” para entender la estrategia. La conversación de varias amigas enmarca una historia tan trágica como iniciática. “Te voy a hacer una confesión: para escribir la segunda parte de ‘Top’ acudí a mi diario de adolescencia para buscar giros, imágenes. Había verdaderos, pequeños, tesoros lingüísticos. Cosas que hoy no se dicen más; esa jerga es emocionalidad”. De hecho, la trama refleja las múltiples transformaciones que atravesó y atraviesa la igualdad de género. “Creo que la situación de las mujeres en Occidente y en ciertos lugares y en ciertas clases sociales ha mejorado, es cierto, pero que se hayan conseguido algunos derechos no significa en absoluto que el patriarcado se haya caído. Yo nunca estuve muy de acuerdo con la consigna ‘se va a caer’. Si una estudia a fondo qué significa de verdad la opresión de género, es algo tan estructural, está tan metido en el inconsciente humano, en la construcción misma de la heterosexualidad, en las identidades disidentes. Nadie está fuera de la opresión de género. Si vos mirás a una travesti, la forma en la que se autopercibe mujer y se planta como mujer, no está fuera de las formas patriarcales. No lo digo como una crítica porque yo no soy quién para levantarle el dedo a nadie sobre cómo tiene que ser su erotismo, cómo le tiene que gustar arreglarse o vestirse u ofrecerse eróticamente a la seducción”.
“Soy feminista y no estoy en absoluto ajena a sentirme linda, a sentirme delgada, a que me guste gustar, a que me guste mostrar las piernas, ¿entendés? No estoy hablando moralmente. Precisamente, el patriarcado no está oprimiendo solo cuando no te pagan el mismo salario o cuando no te permiten decidir sobre tu cuerpo. El patriarcado está oprimiendo primero adentro de tu propia cabeza. Lo que hay que hacer es criticarlo y trabajar en una constante lucha de transformación. Tampoco creo que sea una cuestión de que los hombres se deconstruyan, nos tenemos que deconstruir todes”.
Claro que no hay solemnidad en Drucaroff, por el contrario, habla con frescura a medida que piensa. Esa cualidad también se ve en los cuentos. “El humor siempre me gustó mucho. Y en La familia de las cosas logré distanciarme, incluso en relatos que trabajan con momentos de mi vida. No son exactamente autobiográficos, pero tienen que ver con mi vida. Me impresiona darme cuenta de que logré una distancia irónica aun hacia cosas tremendas”. Entre ellas, “Celulares” está inspirada en la separación de sus padres. “Me reí mucho escribiendo ese cuento. El humor tiene una posibilidad de cura muy grande. Te da la posibilidad de comprender, pero desde la distancia”.