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Concertación de liderazgos y gobernanza global, el desafío de la hora

Transitamos nuevamente, tal como en 1648, 1815, 1919 y 1945, uno de esos kairos históricos en que el desafío consiste en crear o mantener el orden en un mundo de Estados soberanos.Paradoja...

Concertación de liderazgos y gobernanza global, el desafío de la hora

Transitamos nuevamente, tal como en 1648, 1815, 1919 y 1945, uno de esos kairos históricos en que el desafío consiste en crear o mantener el orden en un mundo de Estados soberanos.Paradoja...

Transitamos nuevamente, tal como en 1648, 1815, 1919 y 1945, uno de esos kairos históricos en que el desafío consiste en crear o mantener el orden en un mundo de Estados soberanos.

Paradoja de los tiempos: conmemoramos el octogésimo aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas, al tiempo que transitamos una época de bajamar multilateral; escenario producto de un insuficiente compromiso de cooperación en cuestiones globales como la ecología, el desarme –tanto convencional como nuclear–, derechos humanos, pobreza y desigualdad, comercio, pandemias, IA y tantos otros.

Ya no hay más ideas de largo plazo, ni pensamiento estratégico, ni imaginación. Solo una letanía de palabras: la escenificación de la diplomacia.

Todos los días sentimos los sacudones de las placas tectónicas de nuestros tiempos moviéndose a un ritmo vertiginoso y sin dirección precisa. En estos tiempos de desmagnetización de normas, las reglas no se cumplen.

Fatalismo de la guerra: los análisis ahora parecen estar todos polarizados por lógicas de confrontaciones estratégicas, confrontaciones militares, así como por la acelerada reactivación del armamentismo. Debemos evitar la deriva hacia la militarización del tratamiento de crisis.

El escenario global transita hacia una reconfiguración de poder de característica multipolar, pero sin el sustento de un andamiaje multilateral. Este vacío institucional no puede ni debe ser suplido por un nuevo esquema de política de poder y de esferas de competencias, sin legitimidad ni legalidad en el siglo XXI.

Si no hay un orden mundial, ¿podemos al menos tener orden en el mundo?

Para ello es imprescindible algún tipo de gobernanza global, lo cual no implica un gobierno mundial. Sí, en cambio, se necesitan mecanismos de regulación del sistema internacional acordados y consensuados por la gran mayoría de los actores internacionales. Ello genera la necesaria legitimidad para que el sistema global sea funcional. Mecanismos de equilibrio que vayan más allá del simple equilibrio de poder, o great power competition.

Fortalecimiento de una gobernanza global basada en un análisis y reflexión sobre la paz entendida como una ecuación basada en relaciones de fuerzas políticas, económicas, sociales, así como en mecanismos de reaseguros y procedimientos de regulación, basados en el derecho internacional y en los propósitos y principios de la Carta de la ONU.

Fortalecimiento del multilateralismo y la diplomacia, promoviendo la cooperación y minimizando el recurso a la fuerza como punto de partida para la solución de controversias, ya que el derecho internacional no puede ser la principal “víctima” de este complejo siglo XXI.

Pero ello también requiere de liderazgos morales, que superen la prevalencia de los enfoques realistas de la política internacional.

Es una obviedad definir la política exterior en términos de intereses y valores, mas no lo es preguntarse cómo los líderes definen y persiguen el interés nacional en las diferentes circunstancias. Y aquí radica la cuestión moral.

Por lo tanto, al analizar una política exterior, debemos preguntarnos no solamente si funciona; debemos preguntarnos si es moral: la experiencia como diplomático de carrera enseña que la moral sí importa.

Cuestión moral que, según Joseph S. Nye, debe ser tridimensional: sopesar y equilibrar las intenciones, los medios y las consecuencias de las decisiones.

Se deben distinguir las políticas de seguridad nacional de una política de paz. Las primeras, por muy legítimas que sean, tienden a percibir la política como un juego de suma cero, mientras que la segunda, como un juego de suma variable.

Hay que dejar de lado las prácticas y doctrinas unilaterales, propias de siglos pasados, que castigan innecesariamente a pueblos y poblaciones.

Debemos fortalecer los mecanismos universales ante los peligros de fragmentación identitaria.

Y, fundamentalmente, debe constituirse una concertación de liderazgos, en torno a la convicción de que se deben abordar los problemas globales a través de soluciones globales en un ámbito multilateral.

Si la historia enseña por analogía, el Congreso de Westfalia, el Congreso de Viena, la Conferencia de París y la Conferencia de San Francisco (1648, 1815, 1919 y 1945, respectivamente) son un claro ejemplo de ello.

También enseña la historia que las arquitecturas institucionales impuestas por minorías no son sustentables en el tiempo. En el siglo XXI, heredero del proceso de descolonización y de la caída del Muro de Berlín, pensar que el mundo se reduce a la imagen de los gladiadores de Hobbes es erróneo y peligroso. El poder duro de la fuerza militar sigue siendo un elemento central en las relaciones internacionales, no obstante lo cual, en este mundo global e interdependiente (que muy bien nos ilustraba Joseph S. Nye), la gramática del poder está en constante mutación y el poder blando y la potencia de los débiles también cuentan.

Por el contrario, reducir la estabilidad del sistema internacional y su ordenamiento a rápidos acuerdos transaccionales entre algunos, sin consideración de las consecuencias a las que se refería Nye, nunca ha generado acuerdos duraderos. El atajo diplomático-estratégico no es viable; no hay alternativa a la lentitud del diálogo, a las incertitudes de la diplomacia y a los recodos del compromiso. Pensar que la imposición de la fuerza, sin visión ni legitimidad, puede ser impuesta a “nosotros los pueblos” –palabras iniciales de la Carta de la ONU– se reduce a una táctica vacía de estrategia.

Los países deben tener políticas exteriores autónomas en defensa de sus respectivos valores e intereses, por lo que dicho mandato debe ser ejercido con visión de largo plazo y responsabilidad moral, en el marco de un universalismo amplio y abierto alejado de los soberanismos y nacionalismo que tanto daño hacen a la humanidad.

Universalismo y humanismo necesarios para que, en esta era que muchos la definen como la primera antropocéntrica, no degenere en el primer transhumanismo.

El año entrante conmemoraremos el nonagésimo aniversario del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Carlos Saavedra Lamas. Su acción y pensamiento, de liderazgo en concertación en un ámbito multilateral, es una correcta y necesaria brújula para estos tiempos signados por un hubris mediático y efímero.

Decía el 30 de diciembre de 1936 el entonces canciller de la República Argentina: “Se desdeña, por gentes ligeras, la preocupación por las doctrinas y los principios, y la lucha por ideales abstractos se considera despectivamente. Esas luchas, sin embargo, consagran derechos, mantienen principios, dan seguridad a las relaciones humanas”.

Palabras que por su fuerza y vigencia deberían ser el preámbulo y guía de toda hoja de ruta de nuestros líderes.

Embajador, miembro del Servicio Exterior de la nación

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/concertacion-de-liderazgos-y-gobernanza-global-el-desafio-de-la-hora-nid26112025/

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