Cómo cultivar la curiosidad infantil puede potenciar el aprendizaje, la creatividad y el pensamiento crítico
Martina, de seis años, pregunta si las nubes tienen olor. Su maestra la mira, sonríe… Y en lugar de dar una respuesta, pone cara de pregunta y con complicidad, abre la ventana. Empieza así una...
Martina, de seis años, pregunta si las nubes tienen olor. Su maestra la mira, sonríe… Y en lugar de dar una respuesta, pone cara de pregunta y con complicidad, abre la ventana. Empieza así una clase distinta… En la rutina diaria, entre mochilas, meriendas, horarios y tareas, suele quedar relegada una de las potencias más grandes que tienen los niños para aprender: la curiosidad.
Esa chispa que aparece cuando preguntan “¿por qué…?”, “¿y sí…?”, “¿cómo se hace…?” no es una etapa pasajera: es una fuerza vital, un modo de abrir el mundo con la propia mirada y empezar a habitarlo.
Explorar es crecerLa curiosidad no nace en la escuela ni en los libros: aparece en el cuerpo y en el vínculo. Mucho antes de que haya palabras, ya se anuncia en gestos y movimientos pequeños, en la manera en que un bebé busca la mirada de su madre o cuidador, explora un rostro, reacciona a un tono de voz o a la calidez de la piel.
Esa búsqueda no es solo afectiva: es también una primera forma de conocer. Con el tiempo, lleva las manos a la boca, descubre sus pies, juega con ellos, se gira, se impulsa. Cada uno de estos gestos es una exploración al mismo tiempo sensorial y emocional, una exploración de sí mismo antes de lanzarse a descubrir lo que lo rodea.
Como señala Mirtha Chokler, explorar es una forma fundante de conocer, en la que el cuerpo es protagonista. A través de esas primeras experiencias, los niños ponen en juego inteligencia, sensibilidad y capacidad de simbolizar. Explorar es, en gran medida, pensar con el cuerpo: un gesto primario que sienta las bases de su forma de comprender el mundo.
El deseo de saberEl aprendizaje no se activa con órdenes ni exigencias, sino con deseos. Silvia Schlemenson plantea que el conocimiento cobra sentido cuando el niño puede investir emocionalmente lo que explora, cuando lo que aprende tiene para él un valor propio.
El deseo no es simplemente “querer algo”: es la fuerza interna que impulsa a descubrir, preguntar, persistir y apropiarse del mundo. Es lo que hace que un niño regrese una y otra vez sobre algo que lo convoca, lo atrapa, que se entusiasme, que invente caminos para entender lo que aún no sabe, que imagine y cree sus propias explicaciones. Ese impulso no se enseña; se cuida y se acompaña. Cuando el entorno escucha, valida y da lugar, el deseo no se apaga: crece y abre paso al pensamiento.
En este punto, entendemos que la curiosidad actúa como un acontecimiento. Para Michel Foucault, un acontecimiento no es solo algo que ocurre: es una irrupción que abre posibilidades nuevas. La pregunta inesperada de un niño, su observación que descoloca, ese gesto que interrumpe la rutina… Todo eso rompe el orden previsto y crea un espacio distinto, fértil para pensar.
Sostener esa apertura —en lugar de cerrarla con respuestas rápidas o explicaciones automáticas, excesivamente realistas o técnicas— es cuidar el acontecimiento y permitir que produzca pensamiento. Así, el adulto no solo responde: se deja afectar por la potencia de la infancia.
Escuchar con los ojosEn muchos talleres y espacios educativos, los niños suelen decir frases sencillas que encierran pedidos profundos. Una de ellas es: “¡Mirá, pá! …¡Pero escúchame con los ojos!”.
Lo que piden no es solo atención, sino presencia real, disponibilidad emocional. No basta con oírlos: necesitan ser mirados, registrados, reconocidos. La mirada atenta del adulto valida lo que expresan y, al hacerlo, sostiene el deseo de seguir explorando. Sin mirada, la curiosidad se repliega; con ella florece, en exceso se condiciona.
De la misma forma escuchamos: "Santiago de 4 años, por su parte dice: ¡Má, apagá los ojos, sino no puedo!“. Porque el exceso de mirada, también afecta el despliegue del niño… El cual a veces se ve condicionado en su posibilidad de explorar libremente, frente a la posibilidad de decepcionar o no cumplir la expectativa de los padres. Es así, ni mucho, ni poco.
Curiosidad, cerebro y diversidadLa neurociencia muestra que la curiosidad activa circuitos de recompensa en el cerebro, en especial aquellos relacionados con la dopamina. Esto potencia la atención y facilita que lo aprendido se consolide: cuando algo nos interesa, desarrollamos otros tiempos atencionales y lo recordamos mejor.
Además, la curiosidad no tiene una única forma. Algunos niños la expresan con palabras, otros con el cuerpo, con gestos, silencios o miradas. Cada camino es válido. Reconocer esa diversidad es clave para no imponer moldes únicos ni apagar voces que no se ajustan a lo esperado y por esa misma razón tienen la potencialidad de ser singulares, únicas.
Curiosidad y escuela: tensiones y oportunidadesAunque la curiosidad forma parte de la naturaleza infantil, el sistema educativo a menudo puede debilitarla sin proponérselo. La investigación de Susan Engel muestra cómo rutinas rígidas, programas cerrados y evaluaciones centradas en la respuesta correcta reducen drásticamente las preguntas espontáneas.
Cuando en cambio se habilitan espacios para explorar, conversar sin apuro y dar valor a la pregunta tanto como a la respuesta, la curiosidad vuelve a aparecer con fuerza. En The Hungry Mind, Engel recuerda que no se necesitan grandes recursos: basta con adultos atentos y contextos que no castiguen la duda, sino que la alojan cómo una oportunidad.
Esto exige también una mirada institucional: escuelas que trabajen con metodologías activas, tiempos flexibles y proyectos que habiliten la iniciativa infantil. No se trata de “crear” curiosidad, sino de habilitarla, darle lugar y sobre todo, no impedir que se despliegue.
Ceremonias mínimas que sostienenLa curiosidad necesita suelo fértil. No se trata de llenar de estímulos, sino de abrir espacios donde preguntar tenga lugar. Mercedes Minnicelli habla de “ceremonias mínimas” para referirse a esos pequeños rituales compartidos —leer, caminar, cocinar, observar juntos— que construyen un marco afectivo estable. No son gestos espectaculares: son momentos cotidianos que, al repetirse, dejan huella y nutren la experiencia de descubrir.
Un adulto que acompaña, no que dirigeDonald Winnicott habló de la “base segura”: explorar es posible cuando hay una presencia confiable que sostiene. Un adulto que escucha, observa, se maravilla y acompaña sin imponer se vuelve ese sostén invisible que hace posible la aventura de conocer. No saberlo todo no es una falla: es una oportunidad compartida. Hay pequeños gestos que hacen diferencia:
Escuchar con atención genuina y mirada disponible.Ofrecer tiempo sin apuro para explorar.Proporcionar materiales simples y abiertos.Sostener preguntas en lugar de cerrarlas.Compartir rituales cotidianos que generen confianza.Reconocer diferentes formas de explorar y aprender.Estos gestos, sencillos pero consistentes, tejen la trama que sostiene la curiosidad.
Sembrar curiosidad es apostar al futuroFomentar la curiosidad no es un lujo. Es acompañar la construcción de pensamiento crítico, creatividad y autonomía. Esta fuerza se alimenta de tiempo compartido, escucha atenta, que habilita al niño cómo protagonista de su propio desarrollo así como de vínculos disponibles. La curiosidad se fortalece cuando preguntar vale tanto como responder.
Por Silvia B. Coloca