Generales Escuchar artículo

Como candidatos, ¿somos un producto en el mercado electoral?

Fui candidato a diputado nacional en las elecciones legislativas del pasado domingo. Lo hice en representación de un colectivo de la sociedad civil que se propuso ofrecer una alternativa socialdem...

Como candidatos, ¿somos un producto en el mercado electoral?

Fui candidato a diputado nacional en las elecciones legislativas del pasado domingo. Lo hice en representación de un colectivo de la sociedad civil que se propuso ofrecer una alternativa socialdem...

Fui candidato a diputado nacional en las elecciones legislativas del pasado domingo. Lo hice en representación de un colectivo de la sociedad civil que se propuso ofrecer una alternativa socialdemócrata, la de un socialismo liberal que aspira a articular en relativo equilibrio principios de igualdad, justicia y libertad con un mercado abierto y competitivo regulado por un Estado eficiente que, gestionado con rigor, proporcione bienes públicos de calidad. No nos guiaba un programa dogmático ni un cuerpo de doctrina, sino un ethos compartido, una cultura política que, entre otros aspectos, sostiene que la polarización que vive nuestro país desde hace muchos años no solo no puede contribuir a mejorar el presente y el futuro colectivos sino que es ella misma una de las causas del fracaso. Nuestro propósito era construir una voz compartida que pudiera incidir en el debate público, tanto en los medios como, si la ciudadanía acompañaba la propuesta, en el Parlamento, con una triple finalidad: contribuir a cambiar la entonación de la conversación pública, poniendo en el centro los argumentos, las razones y las ideas, en lugar de los sarcasmos, las descalificaciones, los insultos o los eslóganes; oponernos con fundamento a las políticas de un gobierno que nos resulta reprobable por muchas razones; proponer temas de agenda y debates legislativos en torno de ideas que apunten a lo que consideramos los principales problemas estructurales que impiden el desarrollo del país y, en consecuencia, producen pobreza y desesperanza. No fue esta la primera vez que hicimos el intento de participar, pero posiblemente el reiterado fracaso de las alternativas disponibles y las graves amenazas a la democracia que percibimos en las prácticas del gobierno actual ayudaron a que el intento por fin cristalizara.

Escribo con el propósito de dejar un registro de las impresiones de alguien que fue también un flâneur, alguien que durante dos meses observó las prácticas de campaña con ojos de extranjero

Comienzo estas notas antes de saber qué ocurrió el domingo. Quisiera que no expresen las emociones del resultado, sino que den cuenta de la experiencia del proceso. Fui candidato por primera vez, y no escribo ahora ni para defender o promocionar esa agenda ni para explicar un resultado que, como digo, es todavía desconocido para mí. Lo hago con el propósito de dejar un registro de las impresiones de alguien que fue también un flâneur, alguien que durante dos meses observó las prácticas de campaña con ojos de extranjero. Porque, aunque fui protagonista del proceso electoral, lo recorrí también con una distancia que no solo resultó del desconocimiento de ese mundo sino también de la mirada que sobre mí posaban los demás, extrañados y curiosos por mi presencia en ese nuevo juego; una mirada que, aunque casi siempre fue de aprobación, nunca dejó de señalar la anomalía. A continuación, algunas notas de ese “carnet de campaña”.

Vender, venderse. ¿Hay que venderse a sí mismo? ¿Es uno, candidato, un producto en el mercado electoral? No necesariamente: uno puede ser un promotor de ideas, proyectos y principios. Hacerse cargo de una tradición que, actualizada, habla a través de uno. Ser, así, la voz de una historia política, amplificarla con la mejor elocuencia posible. Pero también existe el candidato-vendedor, el que se toma a sí mismo como el producto a colocar. Las ideas, los proyectos y los principios quedan entonces, si es que existen, ocultos y desatendidos. El vendedor manipula al público para que éste lo perciba como la respuesta a una necesidad aunque el propósito real es el inverso: que el ciudadano satisfaga la necesidad del candidato de ser votado. Una ciudadanía al servicio de la política o, más bien, de los políticos.Llegar o hacer. Hay pocas actividades además de la política -y no estoy, ahora mismo, en condiciones de mencionar alguna otra- en las que sea tan grande la distancia entre las habilidades necesarias para llegar a una posición y las necesarias para el ejercicio del rol. Se llega a una banca legislativa, por ejemplo, utilizando recursos del marketing -la autopromoción, la construcción de una imagen, la habilidad para hacerse conocer, la capacidad para manipular- o de ciertas estrategias psicológicas, como garantizar lealtad o subordinación al líder. Para legislar, sin embargo, es necesario tener ideas, imágenes de futuros posibles y deseables: las leyes son formas de esculpir en el tiempo. Esa brecha de capacidades explica el pobre desempeño de nuestro Parlamento. Administración, política y gobierno. Nuestra dirigencia confunde la administración con el gobierno y éste con la política. La política debería ser el resultado de un ejercicio de imaginación que postule un horizonte lejano al que aspirar, tenga la elocuencia suficiente para persuadir de que es bueno ir hacia allí y las capacidades para coordinar la acción colectiva para conseguirlo. El gobierno es la articulación de los resortes ejecutivos y legislativos que permitan avanzar en ese camino. La administración debería ser ciega a las preferencias políticas o, en todo caso, subordinarse a las prioridades que ésta establezca en un menú acotado: el de lo que es necesario hacer para que las cosas ocurran: tapar baches, entregar pasaportes, hacer rutas, garantizar la provisión de electricidad… Pero aquí reparar una ruta se convierte en un hecho político. ¿Qué se destaca de la gestión de la ciudad de Buenos Aires después de dos décadas de gobierno del Pro? El “metrobús”, algunas estaciones de tren elevadas, unos cuantos túneles debajo de las vías, evitar que la ciudad se inunde. No es poco, claro, comparado con la nada anterior. Pero no hay una nueva concepción del espacio público, ni una renovación innovadora del sistema educativo ni del de salud, ni una política de acceso a la vivienda, ni de sustitución del auto como transporte urbano, ni de transformación a una ciudad verde: hubo gestión (en algunos momentos) y gobierno. Nunca hubo una idea de futuro sino, cuando mucho, un intento de mejorar el uso presente de la ciudad. Que eso sea considerado un gobierno exitoso (las sucesivas reelecciones así lo indican) explica que los candidatos puedan presentarse en público sin nada sustantivo que proponer.Realpolitik y política real. Sin pretensión teórica: ¿cuál es la diferencia entre la Realpolitik y la política real? La primera hace cosas moralmente malas con un sentimiento de grandeza: en el fin justifica los medios. La segunda es mezquina, y carece de justificación pública para sus malas artes ya que, al menos por ahora, nadie puede decir que la principal motivación de sus actos políticos es beneficiarse a sí mismo. Por ahora.Comunicar. Si “hacer campaña” implica vender(se), lo propio de la tarea es la comunicación: convencer al público para que lo compre a uno y no a los productos de la competencia. A uno, no las ideas que promueve, no la tradición o la cultura política que encarna -si encarna alguna. La comunicación política, centrada ansiosamente en las redes, lleva a los candidatos a ubicarse constantemente en situaciones públicas: una calle transitada, un espectáculo, un comercio, una plaza, un barrio popular… Allí, solo observan lo que ocurre a través de la imagen especular de sus teléfonos en el momento en el que se hacen una selfie, o miran a la cámara de uno de los asistentes que los siguen día y noche para retratarlos. Es así que, viendo todo el tiempo su rostro en la pantalla, nunca están donde parecen estar. La paradoja de hacerse presente para no estarlo, para solo estar en la pantalla del telefonito, con la sonrisa literalmente dibujada en el rostro, ante los puesteros de un mercado, ante los habitantes de un barrio popular, de los transeúntes de una calle céntrica. El narcisismo convertido en el instrumento central de la comunicación (de una comunicación que es por tanto, siempre, consigo mismo).Hablarse. Así se crea la ilusión del lenguaje. Después de días, semanas, en ocasiones meses de repetirse una y otra vez, o peor aun, de repetir lo que los expertos en marketing político escriben, los músculos del aparato fonador y los del rostro del candidato entran en régimen automático. Dejan de hablar y son hablados. Hay un distanciamiento entre el discurso y el cerebro, una desconexión: se reproducen sonidos y expresiones mientras el cerebro está ausente, en algún sitio distante, en la fantasía del poder que llegará gracias a aquella repetición mecánica de frases hechas o a la sonrisa narcisista distribuida incansablemente por las redes sociales después de haber pasado precavidamente por el retoque digital de algún experto (y de haber pagado la abultada cuenta de la red social). Hablar sin decir, vivir en tik-tok, en Instagram, en ningún sitio.

Coda. Entrego estas notas conociendo el resultado de las elecciones. Sorprendente, como todos ya sabemos de sobra, como conozco de sobra los magros resultados de mi propia elección. Las fuerzas principales se afirmaron en el rechazo de la alternativa: “Kirchnerismo nunca más” fue el eslogan de una, “Frenar a Milei” el de la otra. La polarización es más corrosiva de la democracia que las posturas mismas de quienes se sitúan en los polos contrarios: vacía el espacio de la política, hecho necesariamente de ideas, discursos, actores y posiciones diversos, y lo sustituye por una guerra civil discursiva en la cual los propósitos de cada bando solo pueden cumplirse a expensas de la derrota del adversario. A menos que eso ocurra de manera definitiva, la sola sobrevivencia del contrario es una amenaza a la sostenibilidad de los designios propios. La dinámica solo agrega incertidumbre al futuro. Ni siquiera la ilusión de una nueva hegemonía resolverá ese problema. Quizá más que una pura correlación haya una causalidad entre el estancamiento argentino de más de una década y los peores momentos de la polarización política.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/como-candidatos-somos-un-producto-en-el-mercado-electoral-nid01112025/

Volver arriba